Las corridas de toros forman parte del ser español, o eso es lo que se cree. Pero no es tan así: la “tauromaquia” también se practica en Portugal, el sur de Francia, México, Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú y acá en la Argentina, donde aún hoy -créase o no- hay corridas de toros.
¿Qué es específicamente una corrida de toros? Una competencia física en la que un torero intenta someter, inmovilizar o matar a un toro, generalmente de acuerdo con un conjunto de reglas, pautas o expectativas culturales.
En el territorio que hoy ocupa la República Argentina, cuando pertenecía al virreinato del Río de la Plata y hasta bien entrado el S. XX, hubo corridas de toros en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores.
Desde 1609 se realizaron en la Plaza Mayor de la ciudad, actual plaza de Mayo. En 1791, la ciudad de la Santísima Trinidad (hoy Buenos Aires) poseía una virtual plaza de toros ubicada en el barrio de Monserrat, con frente a la calle Bernardo de Irigoyen, entre la Av. Belgrano y Moreno; justo frente al actual edificio del Ministerio de Acción Social. Contaba con espacio para dos mil espectadores y no funcionaba únicamente en enero, febrero y marzo, que era el tiempo en el cual se realizaban las tareas agrarias.
En 1793 se comenzaron a realizar corridas oficiales, es decir con la presencia de magistrados y alcaldes. Y hay notas que hubo una famosa corrida para un solo espectador, que se realizó en el barrio de Montserrat y fue para el virrey don Nicolás Antonio Arredondo Pelegrín, en 1794. Pero esa plaza de toros de madera no era muy popular, sobre todo por las noches. Bajo sus arcos se escondían malhechores y malvivientes, los cuales daban buena cuenta de quien pasara por allí. Hasta 1799, subsistió en ese sitio, hasta que el virrey Gabriel de Avilés y del Fierro la mandó cerrar y levantar otra en las afueras de la ciudad. El 27 de octubre de 1799 se emitió un auto que se comenzaría la demolición de la misma el miércoles de ceniza del próximo año. Desde su fundación en 1791 se habían realizado 114 corridas.
La nueva plaza se encontraba bastante lejos del ejido urbano fundacional, donde hoy se ubica la plaza San Martín en Retiro. Martín Boeno, intendente de policía, fue su diseñador y constructor. Se inauguró en 1801 y estuvo en pie 18 años. Era mucho más imponente que la de Montserrat: tenía capacidad para diez mil espectadores. De estilo morisco, poseía capilla, palcos y lugares especiales para los toreros y los toros.
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La población de la ciudad de la Santa Trinidad era de aproximadamente cuarenta mil habitantes, por lo tanto, los días de fiesta y feria, el 25% de la población concurría a los toros. Las mujeres tenían prohibido ir y había tarifas diferenciadas: sol o sombra, gradas o palcos. Cualquier evento, fuese religioso o civil, era bueno para una corrida.
El edificio también formó parte de hechos históricos. En 1807, Buenos Aires se vio sitiada por las fuerzas del general John Whitelock durante la Segunda Invasión Inglesa. Las tropas británicas libraron varios combates, especialmente en el Retiro, donde la plaza de toros fue el escenario central de la batalla. Las fuerzas criollas se atrincheraron en ese lugar, pero fueron superados por los ingleses, quienes establecieron su cuartel en esa plaza. Fue allí donde Whitelock firmó la rendición frente a Liniers y las tropas porteñas.
En 1819 el Gral. Eustaquio Díaz Vélez prohibió las corridas de toros, y en 1821 tuvo lugar la última en la plaza del Retiro.
En ese lugar se construyeron los cuarteles del Retiro utilizando ladrillos y mampostería de la antigua plaza. En 1812, el gobierno dispuso que en ese lugar tuviera sede el regimiento de Granaderos creado por el Gral. San Martín. Allí también tuvo su despacho.
Después del cierre de la plaza de Retiro, se abrió otra, pero muy sencilla, en la zona del actual barrio de Barracas.
En 1822 el gobernador Martin Rodríguez prohibió todo tipo de corridas, a punto tal que mandó a descornar a los toros que quedaban en la ciudad. La “Ley de protección de animales” número 2786 (conocida como “Ley Sarmiento”) del 25 de julio de 1891 puso fin a este tipo de espectáculos. Argentina fue el primer país de Latinoamérica en prohibirlas.
Pero no fue fácil que esta actividad desapareciera por completo. En 1899 se efectuó una corrida en Retiro, donde el torero terminó muerto por el toro, y en 1902 en el Parque Lezama se realizó la última en la ciudad de Buenos Aires.
Pero ¿se cumplió la ley en todo el territorio? No.
Con la gran ola inmigratoria de españoles a nuestra región se registraron corridas de toros en localidades del conurbano como Ramos Mejía, Gregorio de Laferrere y Tapiales. Pero la “capital de la Tauromaquia” fue sin duda la naciente población de Rafael Castillo. Allí, Doña Sara Rudecinda Liliedal de Castillo poseía un tambo, y fue en sus tierras donde se construyó una plaza de toros que albergaba a dos mil espectadores. Mucho, ya que en esos años la región estaba prácticamente despoblada.
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Había un secreto a la vista de todos: el toro no se mataba al final de la corrida, ni se le clavaban espadas, ni se le cortaba la oreja: solo se lo “toreaba”. Y fue en esa plaza donde actuó la primera mujer torera, doña Esperanza Ochoa. Hasta allí viajaron toreros de España, de México y de Perú, pero también los hubo de Argentina, como Jesús Mendo, Mariano Ronda, y otros que lucían su “traje de luces” y su capa roja.
Había otra condición: para poder ingresar se debía pertenecer al “Club Taurino El Ventorrillo”. La plaza se inauguró el 26 de abril de 1949 y concurrió el intendente de la ciudad de Buenos Aires Jorge Sabaté y el hermano de la primera dama, Juan Duarte, acompañado por la actriz de cine Fanny Navarro. La plaza de toros fue tan famosa que se utilizaba como referencia en los afiches de los loteos de esa región.
Solo funcionaba de día, dado que no había luz eléctrica en la zona. Con la caída del gobierno de Perón en 1955, toda la actividad de la tauromaquia se vio ensombrecida en el club. Y a instancias de la sociedad protectora de animales, la plaza de toros de Rafael Castillo fue cerrada y más tarde demolida.
En la actualidad se recrea algo similar a una corrida de toros cada 15 de agosto durante la festividad de la Asunción de la Virgen en la localidad de Casabindo, en el departamento Cochinoca en la provincia de Jujuy, Argentina. Se la llama “El toreo de la vincha” y se remonta a las épocas virreinales. La fiesta comienza a las seis de la mañana con una salva de bombas y una procesión con la imagen de la Virgen precedida por una banda de música; luego participan los “samilantes”, formados por bailarines con plumas de avestruz y cascabeles en sus rodillas, y cuartetas de mujeres de edad adulta que sostienen un cordero. La “corrida” se lleva delante de la iglesia de Casabindo y las reglas del festejo son pocas y muy simples: se necesita agilidad y coraje para esquivar los ataques del toro, que lleva en sus astas una vincha con monedas de plata. Quien logra quitarle la vincha al toro sin dañarlo y sin lastimarse, gana. Esa ofrenda se la entrega a la Virgen. Más que una corrida tradicional es una manifestación de agilidad de los que participan en este evento. El toro debe tocar por tres veces al participante antes que le pueda quitar el saco con monedas; si lo hace antes, es considerado nulo. Los toreros suelen ser muchachos del pueblo o parte del público que asisten a honrar a la Virgen, sin armas y con la vestimenta de todos los días.
A este festejo llegan alrededor de ocho mil personas, y el senado de la Nación lo consideró como “Fiesta de interés turístico y cultural”. Vale la pena aclarar que es el único espectáculo taurino incruento en América Latina.
Como vemos, la tauromaquia ha sobrevivido en nuestro territorio, mezclando religiosidad con espectáculos propios de una región rica en estos menesteres.
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