Con la ayuda de su mamá adoptiva, encontró a la biológica internada en el Moyano: “Al final tuve dos madres”

Cuando cumplió 18 años su madre adoptiva le dio la dirección de una bisabuela biológica. Con esos datos logró encontrar a la mujer que la gestó, una paciente esquizofrénica que no había podido criarla

Melissa y su foto con Andrea, su mamá biológica, el día que cumplió un año (Ariel Torres)

El flequillo recto, parejito, intencionalmente rollinga, apenas acaba para dejar lugar a unas cejas tupidas ─muy tupidas─, un poco arqueadas, que son el marco de sus ojos negros ─muy negros─. Melissa Crescini mira fuerte y en ese movimiento tracciona las otras miradas, hipnotiza, y el resto del rostro se pierde, pasa a un segundo plano.

“Durante años me pregunté cómo sería mi mamá, cómo serían sus rasgos, a quién me parecería. Así es que me volví loca la primera vez que vi una foto de Andrea. Me acuerdo que miraba esa foto todas las noches”.

Durante el relato, Melissa llamará por el nombre de pila a la mujer que la parió: Andrea. Su mamá, en cambio, será siempre Silvia, quien la adoptó cuando tenía tres años. Solo por momentos Andrea también será “mamá” o “mamá biológica”.

Melissa tiene 32 años y a los 18 comenzó a buscar su identidad ayudada por su madre adoptiva (Ariel Torres)

“No buscaba una mamá cuando busqué a Andrea. Buscaba mi identidad. Quizás por eso no le decía mamá a Andrea. A veces sí, porque sabía que le gustaba escucharme decirle así. Pero siempre le dije mamá a Silvia. Andrea me maternó como pudo y eso es amor. Punto. Con eso me quedo. Hubo un tiempo en que no tuve ninguna mamá y al final tuve dos”.

Melissa tiene 32 años y una vida que bien podría ser el guión de una película de las que hacen llorar. De chiquita fue institucionalizada en un hogar después de varios intentos frustrados por restablecer cierta dinámica de consanguinidad.

“Andrea era esquizofrénica. La Justicia esperó y trataron de revincularnos, pero Andrea estaba enferma. No pudo y la internaron. Yo creo que no nació esquizofrénica sino que se volvió esquizofrénica porque nadie la cuidó. Andrea fue al colegio de adolescente… no sé si una persona esquizofrénica puede ir al colegio. Pero empezó a no poder dormir, a tener problemas de insomnio y la cabeza le empezó a fallar”.

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Melissa con su mamá biológica, Andrea, en una foto junto a una carta que le envió (Ariel Torres)

A Melissa no le quedaron recuerdos de sus años en el hogar, salvo una foto donde se la ve jugando con plastilina. Aunque se esfuerce tampoco logra desentrañar de su memoria los primeros días con Silvia, la mujer soltera que al adoptarla sorteó la enorme cantidad de trabas de un sistema armadito para que solo encajen “familias tipo”.

“Como mi mamá no tenía pareja el proceso de adopción y lo que vino después fue difícil. De mi infancia en el colegio recuerdo el bullying por ejemplo, la discriminación. Me decían `adoptada de mierda´ o me jodían por ser una familia de dos mujeres. Otros papás no entendían cómo mi mamá no tenía un marido y me criaba sola. Eso me re quedó y al día de hoy lo hablo con mi mamá y a ella le sigue angustiando el tema. Pero creo que cada cosa que nos pasó me hace ser la persona que soy ahora, porque siempre entendí que eso que nos decían estaba mal, que estaba re mal. Ojalá dejaran criar en paz, ojalá dieran amor en vez de criticar. Mi vieja la peleó igual. Su amor por mí pudo contra todo”.

Melissa y Silvia le dieron forma a una familia monomarental en un departamento en Recoleta. Silvia es psicóloga y nunca le escatimó información a su hija sobre su historia.

El dorso de una foto escrito por su madre biológica, cuando cumplió un año (Ariel Torres)

“Siempre supe que fui adoptada. No existió la vez en que mi mamá me lo contó. Crecí sabiendo la verdad. Pero la verdad se va procesando a medida que vas creciendo. En mi adolescencia fue cuando más me pegó el tema de la identidad. Necesitaba saber qué le había pasado a mi mamá biológica. Tuve una adolescencia punky, rebelde, le hice la vida imposible a mi mamá. Ella me decía que yo me juntaba con gente destroyed y de mierda porque buscaba mi identidad en el tacho de la basura. Me lo decía para cuidarme, obvio”.

Silvia se ocupó de armarle a Melissa una carpeta con la información que consiguió recolectar de su familia biológica.

“Mi mamá me había dicho que mi mamá biológica tenía una discapacidad y de chica me imaginaba a una señora en silla de ruedas. No imaginaba que era un problema de salud mental, de la cabeza. De adolescente entendí que si padecía algo mental no iba a poder cuidarme y eso ayuda a sanar. Porque algo muy común en los chicos adoptados es que pensás que no te quisieron, que te abandonaron. Y si no te quiso tu mamá o tu papá, nadie te va a querer. Es horrible y algo que curar porque influye en un montón de cosas después: en los vínculos, en las relaciones que entablas... Yo durante mucho tiempo lo pensé, a pesar de que en mi caso particular mi mamá biológica no pudo cuidarme y sé que ella sufrió un montón. Aprendí a ponerme en el lugar de esa mujer que no pudo, aprendí a practicar la empatía”.

Melissa en su departamento despliega sus recuerdos (Ariel Torres)

Melissa también estuvo al tanto de que tenía una hermana más chica a la que Andrea nombró Siddartha, pero que había sido adoptada con otro nombre.

Cuando cumplió 18 años, Silvia le entregó a su hija un papelito con el nombre y la dirección de su bisabuela biológica, el dato más concreto y comprobable de un árbol genealógico un tanto inestable.

“El papel decía `Norma´ y una dirección en Villa Urquiza. Agarré mi bicicleta y me fui con dos amigas a tocarle el timbre. Norma casi se desmaya cuando abrió la puerta y le dije `Soy Melissa´. Ella sabía que Andrea me había nombrado Melissa, pero hacía 18 años que no escuchaba mi nombre. Se quedó dura, se agarraba de las paredes con una mano en el corazón. Me dejó pasar, hablamos y me mostró fotos, cartas y dibujos de Andrea. Ahí supe que Andrea escribía mucho cuando estaba internada, y pude leer que escribió cuando me tuvo, que pensaba en mí, que me quería mucho. Me pensó siempre. En algunas cartas decía `Conmigo se hubieran cagado de hambre´… leerlo fue muy fuerte”.

Andrea y Melissa, al poco tiempo de conocerse

En esa época Andrea estaba viviendo grandes avances en su tratamiento y se había mudado a una casa de medio camino, que funciona como dispositivo terapéutico de puertas abiertas para personas con padecimientos psíquicos.

“Era un paso importante porque se suponía que de ahí se reintegraba a la sociedad. Yo aparecí durante ese proceso de casa de medio camino. Le avisaron al mes y entonces la pude conocer. No le dijeron antes porque querían cuidarla, no sabían cómo se le podía disparar la noticia. Pero Andrea se enojaba y repetía: `¿Cómo me voy a poner mal por reencontrarme con mi hija?´ La primera vez fui a verla a la casa de medio camino. Nos abrazamos y lloramos mucho las dos. Estábamos muy emocionadas. Igual, duró poco en esa casa. Muy pronto se descompensó y quedó internada en el Hospital Moyano”.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la esquizofrenia es un trastorno mental grave que se caracteriza por una importante deficiencia en la forma en que se percibe la realidad y por cambios de comportamiento. Las personas que padecen esquizofrenia a menudo además ven entorpecidas de forma persistente sus capacidades cognitivas o de pensamiento, como la memoria, la atención y la resolución de problemas.

La madre biológica de Melissa sufría esquizofrenia. Cuando la conoció se dio cuenta que la quería, pero también que no podía criarla (Ariel Torres)

A escala mundial, la esquizofrenia afecta a aproximadamente 24 millones de personas, es decir: a 1 de cada 300 personas. En los y las adultas, la tasa es de 1 de cada 222 personas. Se asocia con una fuerte ansiedad y un importante deterioro de las esferas personales, familiares, sociales, educativas y ocupacionales.

“Visitaba a Andrea en el Moyano una vez por mes. De chica me hacía mal. Sabía que su enfermedad no tenía cura, pero en la casa de puertas abiertas me ilusioné con la idea de que pudiera reintegrarse a la sociedad. Por eso fue muy movilizante para mí su llegada al Moyano. Después me acostumbré. Ella decía que el Moyano era su paraíso terrenal y no quería irse. En mis épocas hippies me la quise llevar a San Marcos Sierras, en Córdoba. Pero Andrea me decía que no, que tenía su historia ahí. Entendí además que necesitaba su medicación, que podía descompensarse de nuevo. Fue un cimbronazo reconocer que la había encontrado pero sentir que no podía hacer nada por ella más que visitarla y tomar mate. Me generaba impotencia. Sentimientos que, sin embargo, nunca le quitaron importancia al reencuentro, a lo que significó conocer mi identidad, y a las cosas que sí pudimos hacer juntas”.

La ley primera

Cuando Melissa tenía 25 años recibió un mensaje en el chat de Facebook que decía: “Hola, estoy buscando mi identidad, soy adoptada”. Del otro lado de la pantalla escribía Siddartha, la segunda hija de Andrea, dada en adopción de bebé a una familia que la nombró Ivana.

De izquierda a derecha: Melissa, Ivana y Andrea la primera vez que se vieron las tres en el Parque Las Heras

“Yo no tenía ningún dato de mi hermana salvo la fecha de nacimiento, y ella solo sabía el nombre y apellido completo de Andrea. Googleó, encontró una cuenta en Facebook, leyó un comentario mío a una de las fotos y me contactó. Cuando vi cuándo cumplía años supe que era mi hermana. No lo podía creer, estaba extasiada, pero lo que quise aclararle enseguida fue que Andrea estaba enferma, internada en el Moyano, que no era que no la había querido cuidar”.

Al tiempito de aquel intercambio virtual, Melissa, Ivana y Andrea se juntaron en un parque de la ciudad de Buenos Aires.

“Andrea podía salir, así que nos encontramos en el Parque Las Heras. Lloramos y nos cagamos de la risa las tres, todo junto. Estuvo también el acompañante de Andrea de ese momento que se llamaba Javier, un chico muy macanudo. Lo que más me alegra de esta historia es que las dos hijas buscamos a Andrea. Y eso me convence de que la magia existe. No pudo criarnos y tampoco sabía cómo buscarnos. Pero nosotras la buscamos a ella y generamos un vínculo. Cumplió el sueño de reencontrar y vincularse con las hijas que no pudo criar”.

Adiós

-¿Llegaron a conocerse tus mamás, Silvia y Andrea?

La pregunta se siente como la mezcla fatal de herida, limón y sal. La cicatriz todavía abierta. El dolor punzante que estruja por dentro.

“No. Hubiese sido fuertísimo que se encontraran las dos, pero me hubiera encantado. Creo igualmente que estaban conectadas a través mío”.

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Melissa de bebé, en una foto que encontró en el armario del Moyano luego de la muerte de Andrea, su mamá biológica

Melissa se quiebra y llora. Bajito, pausado, con lágrimas que se esconden. Andrea falleció el pasado 2 de enero. Metástasis de cáncer de pulmón.

“Era muy fumadora. Pero prefiero que se haya muerto de cáncer de pulmón y no de un suicidio. Desde que nos encontró a mi hermana y a mí ya no intentó matarse, antes sí. Era difícil pensar que a lo mejor se mataba. Por eso a veces cuando la iba a ver la cagaba a pedos y le pedía que nunca más intentara matarse. Ella contestaba: `No Meli, no´. Y yo confiaba en Andrea. Cuando a fin del año pasado nos avisaron que estaba inconsciente en el Hospital Penna fuimos a visitarla con mi hermana. Ojalá se haya enterado de que estuvimos las dos juntas sosteniendo sus manos”.

Las hermanas se ocuparon de retirar las pertenencias de Andrea del Moyano. La vida de una persona guardada en un armario.

“Entre sus cosas encontré fotos mías de bebé, de cuando me iba a ver al hogar. Andrea las guardó todos estos años. Yo solo me había visto a partir de los tres años con mi mamá, no me conocía de bebé. Lloré un montón. Por suerte, no viví sola la situación de duelo, la viví con mi hermana. Lo enfrentamos juntas”.

Un entrenamiento de boxeo en el club Huracán (Ariel Torres)

Boxeo feminista

Un año antes de la visita intempestiva a la bisabuela biológica que la acercó a su identidad, Melissa descubrió el amor por el boxeo. El deporte que le permitía descargar, entrenar duro y hasta defenderse.

“Le conté a mi mamá que quería ser boxeadora y no quiso saber nada. Decía que era muy linda para que me rompieran la nariz. Pero a mí no me importaba nada y empecé en un gimnasio. Como me notó tan decidida, mi mamá me terminó diciendo que si iba a boxear tenía que ser la Nicolina Locche. La mejor o nada”.

Melissa tiene su licencia como boxeadora, aunque nunca combatió en forma oficial (Ariel Torres)

Aunque obtuvo su licencia, distintas decisiones la llevaron por otros caminos y nunca pudo guantear de manera profesional. Sin embargo, sus vivencias, los ejemplos de lucha de su mamá, de Andrea, aquellos ruidos que le generaron ciertos atropellos soportados por ser mujer y, finalmente, el movimiento masivo que significó la toma de las calles del Ni Una Menos le dieron el impulso para crear Boxeo Feminista, un espacio que reúne la enseñanza pugilística y el amuche transfeminista.

“Doy clases de boxeo y lo asocio con el feminismo y las disidencias como autodefensa, porque nos matan todos los días. Pero hay muchas mujeres que vienen a mis clases simplemente porque no están cómodas en los gimnasios. Porque les chiflan, porque les miran el culo o porque el profesor de boxeo no les da bola si no es para competir. Yo, en cambio, explico cómo se pega, de dónde nace la piña, acompaño a las mujeres y disidencias para que encuentren su fuerza, para que sepan cómo trabajarla. Y a la vez hablamos de situaciones de abuso, de violencia, de cómo prevenirlas, cómo curarnos y ayudarnos entre todes. Tengo y tuve alumnes trans que eligen mis clases porque en otros lados les tratan mal. Son expulsades de los deportes. Ahora mismo, por ejemplo, una de mis alumnas se viene desde Laferrere. Descargamos pegándole a la bolsa y con un abrazo”.

En una habitación montó un pequeño gimnasio, adonde da clases de boxeo a mujeres (Ariel Torres)

Post Ni Una Menos, entonces, el living del departamento de Recoleta donde Melissa se instaló con su mamá a los tres años devino gimnasio de entrenamiento. Los sacos de box cuelgan del techo, una máquina de musculación hace gala a un costado y pesas de distintos tamaños se desparraman por el lugar.

“Armé el gimnasio a pulmón y la información sobre mis clases fue corriendo de boca en boca y a través de las redes sociales. De a poco me van conociendo. Amo el boxeo y tengo el don de ayudar a otras mujeres enseñando. Soy una peleadora de la vida y eso lo heredé de mis mamás: Silvia y Andrea”.

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