“Con mi hermano mellizo usábamos pulsera, uno la izquierda y otro la derecha. El mito dice que una vez se nos cayó a ambos y nos las pusieron invertidas. Tenemos casi 30 años y puede que yo sea él y él sea yo”, contó Manuel Rubina en Twitter, y sumó una foto de su infancia que demuestra el increíble parecido físico. La publicación alcanzó casi el millón de interacciones, y detrás de esa imagen donde se los ve en el regazo de su madre, existe una historia familiar llena de unión y resiliencia. En diálogo con Infobae, el joven repasa algunas anécdotas y confiesa que en la actualidad los siguen confundiendo, e incluso algunos de sus conocidos han creído durante un buen tiempo que eran la misma persona.
Julián y Manuel nacieron el 25 de junio de 1993, cuando sus padres ya tenían tres hijos varones y estaban en la búsqueda de una nena. “No solo que no llegó, sino que vinimos por partida doble, dos varones más, y ahí lo dejaron de intentar”, dice con humor el autor del tuit, y aclara que recién dos décadas más tarde uno de sus hermanos tuvo una hija, y su sobrina fue la primera mujer de la familia. Como no había otros parientes que hayan tenido ni mellizos ni gemelos, nadie esperaba dos bebés al mismo tiempo. “Salvo algún tatarabuelo muy lejano, en el árbol genealógico no había antecedentes, así que fue una sorpresa”, remarca, y asume que debe haber sido difícil para sus papás desplegar una reorganización para los recién llegados.
Implementaron baberos con iniciales bordadas con la inicial de cada uno y prendedores, pero a la hora de bañarlos necesitaban otra referencia para distinguirlos, y para evitar confusiones les pusieron pulseras. “Usábamos los dos del mismo color, solo que uno en la muñeca derecha y el otro en la izquierda, pero todos nos dicen que solo mi mamá sabía bien quién la tenía en cada mano, y como esto pasó cuando ella no estaba, así que nadie tiene la certeza de quién es quién”, comenta con honestidad. Se acuerda de que los vestían siempre iguales, solo que de diferentes colores, tal como se puede apreciar en las postales de su infancia, y a veces incluso todos los hermanos usaban los mismos juntos de ropa en Navidad.
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“Nos contaron que una vez mi abuela nos estaba bañando cuando mi mamá no estaba, y a uno de los dos se le cayó la pulsera; por más de que el otro todavía la tenía puesta, no sabían quién la usaba en la derecha y quién en la izquierda”, narra sobre el día en que nació el mito familiar. Analizándolo a la distancia, cree que el problema fue elegir dos cintas iguales, porque si hubieran sido de distintos colores, hubiera habido menos lugar para el dilema. “Dicen que nos la volvieron a poner antes de que mi mamá llegara y que cuando ella llegó reconfirmó que no las habían puesto bien”, aclara. Sin embargo, años después surgió otra versión por parte de sus tres hermanos, que en ese entonces tenían de cinco años en adelante, y confesaron algunas travesuras que hicieron en esos tiempos: “Puede que nos las hayan cambiado a propósito para divertirse, y como mi mamá era la única que nos podía identificar, uno puede ser tranquilamente el otro”.
“Por ahí nos rebautizaron varias veces durante la infancia, porque al estar sin ropa, sin prendedor ni el babero, era muy fácil que nos cambiaran la pulsera y nosotros no nos diéramos ni cuenta”, agrega, y se lo toma con humor. “Como suele pasar con gemelos o mellizos muy parecidos, también les pasó a mis papás que le dieron de comer dos veces al mismo, por ejemplo cuando estábamos jugando en el piso nos daban de comer con cuchara; y venía uno y capaz creían que era el otro, pero era siempre el mismo”, asegura. Antes de continuar con las anécdotas que se replican hasta la actualidad, revela que la postal que compartió tiene mucho valor sentimental porque los remite a los momentos con su madre, quien murió cuando ellos tenían 2 años y medio.
“En febrero de 1996 estábamos de vacaciones en Bahía Blanca, y cuando estábamos volviendo tuvo una aneurisma, un ACV, y estuvo internada, pero falleció; tenía 38 años”, relata sobre la abrupta y dolorosa partida. Al poco tiempo se mudaron a General Roca, provincia de Río Negro, por una oportunidad laboral de su padre, y se quedaron allí hasta su mayoría de edad, cuando decidieron instalarse en Buenos Aires para estudiar en la Universidad Nacional de La Plata. “Mi papá tuvo que adaptarse, y nos crío a los cinco con la ayuda de mi tía y mi abuela, que cumplieron roles muy importantes para nosotros”, expresa con gratitud.
Tres años después su padre se volvió a casar y la familia se agrandó aún más. “Moni, la esposa de mi papá, tiene dos hijos varones, así que pasamos a ser siete hermanos en casa”, cuenta, y en su hogar había un abanico de edades: Lucas (38), trabaja en sistemas; Andrés (36), profesor de Educación física; Adrián (34), pastelero; Ezequiel (33), psicopedagogo; Manuel (29), licenciado en comunicación social y especialista en posicionamiento de marcas; Julián (29), Licenciado en Diseño Multimedia; Lautaro (27), programador. “Siempre hubo mucha libertad sobre las elecciones de lo que quería hacer cada uno”, celebra sobre la variedad de profesiones y vocaciones.
“En la primaria mi papá pidió que cada uno fuese a un curso distinto, en vez de ir juntos, como para darnos independencia y que cada uno tuviera su círculo social, sus profesores, sus compañeros, y que desarrolláramos nuestras personalidades, para no ampararnos todo el tiempo en el otro y que cada uno tenga su carácter”, detalla sobre la importancia que le dio su padre a que cada quien forjara su identidad. “Como siempre nos confundían, usábamos guardapolvos con las iniciales bordadas también, y en la secundaria no se podía llevar aritos puestos, pero mi hermano tenía hecho uno en una oreja y era al único al que lo dejaban tenerlo porque era la forma en que los profesores nos distinguieran”, rememora entre risas.
Se acuerda de cuando buscaron los significados de sus nombres, para ver si de casualidad advertían alguna coincidencia que les confirmara si efectivamente tienen el nombre que les pusieron cuando nacieron. “Manuel significa ‘Dios está con nosotros’, tiene una connotación religiosa, pero me lo pusieron porque así se llamaba el abuelo de mi papá”, explica, mientras que Julián simboliza “el de las raíces fuertes”. A falta de más pistas, todo quedó como una anécdota que les causa gracia, y cuando la compartieron en Twitter jamás imaginaron que tendría tanta repercusión.
“No soy alguien que habitualmente escriba, sí me gusta leer a otros, pero yo no comento mucho en general, salvo esta vez que cuando vi que había un caso parecido de dos bebés que son gemelos y los papás no sabían cuál era cuál, me remitió directamente a nuestra infancia; y quería llevarle tranquilidad a esa mamá de que pasa mucho más seguido de lo que se cuenta”, confiesa. Hace referencia a Sofía Rodríguez, la mamá de Lorenzo y Valentín, los gemelos que fueron virales durante varios días hasta que con la ayuda del Renaper pudieron descifrar el misterio. “Por teléfono a veces todavía nos confunden, porque tenemos voces similares, y ni qué decir en la calle, que a veces me saludan personas que no sé quiénes son, y es porque capaz lo conocen a mi hermano de algún lado”, comenta.
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Manuel y Julián viven juntos en Palermo, y algunos vecinos tardaron meses en darse cuenta de que son dos personas diferentes. “Como salimos a pasear el perro, uno primero y el otro más tarde, recién cuando nos ven juntos recién les cae la ficha de que no era el mismo chico que dio la vuelta manzana dos veces en el día”, remata. Les sigue pasando que entran a lugares y les preguntan si son gemelos, y aunque aclaran que son mellizos, se quedan impresionados por las similitudes. “Con el tiempo Julián se lastimó la ceja y ahora tiene una cicatriz, que lo diferencia un poco, y yo un lunar, así que si nos miran con detenimiento se dan cuenta; además de que yo uso lentes, y él no, pero aún así a veces todavía no nos distinguen”, manifiesta.
“Cuando nos cortamos el pelo parecido, si nos ven de atrás es como ver doble, pero cada vez nos vamos diferenciando más”, indica. Hace poco su hermano le comentó que un colega de la agencia de publicidad donde trabaja lo saludó como si ya se conocieran, y había sido compañero de trabajo de Manuel. “Fue gracioso porque él estaba convencido de que era yo, y le llamaba la atención que haya sido cortante al hablar, pero en realidad era Julián; después nos vio juntos y no lo podía creer”, relata.
Muchas veces les preguntan si tienen “transmisión de pensamiento”, y aunque no puede leerle la mente a su mellizo, sí advierte una conexión única. “No como algo místico, sino más bien porque al haber crecido en la misma ciudad, que dentro de todo era un lugar chico donde todos nos conocíamos, haber tenido muchos recuerdos en común, a veces tenemos las mismas conexiones neuronales y nos pasa eso de: ‘Te estaba por decir lo mismo’”, reflexiona. Como Julián no pudo estar durante la entrevista con este medio, Manuel bromea: “Seguro él te hubiera dicho lo mismo, así que es como si la mitad lo hubiera contado él”.
Con el sentido del humor que los caracteriza, a veces bromean sobre quién es el “mellizo bueno” y quién el malo: “Yo digo que soy el bueno, y nos reímos de eso, pero la verdad es que por suerte no peleamos, somos muy empáticos y nos damos cuenta enseguida de cómo está el otro, pero sin dudas tenemos miles de anécdotas por ser parecidos, y tenemos la suerte de tener una familia enorme que siempre nos acompañó”.
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