La vida puede ofrecer oportunidades interesantes. Hay personas que deciden mantenerse en su lugar de confort y otras, como la licenciada en administración de empresas, Silvina Natalia Riveros (48), que decidió explorar lo nuevo. De una vida sentada en un escritorio, entre planillas de Excel, formularios y números, pasó sin escalas, a estar rodeada de mangas de decoración, rellenos, coberturas de chocolate, en la piel de una experta pastelera. Un cambio de vida que se le dio cuando parecía que todo seguiría en línea recta. “Yo transitaba mi trabajo normalmente, no lo cuestionaba ni me replanteaba un cambio. Cero. Era mi vida normal”, asegura.
Silvina llevaba una vida abocada a los números. “Toda la vida trabajé, siempre fui responsable administrativa en gerencias en empresas privadas, desde agencias de publicidad hasta importadoras médicas y el último trabajo en el que estuve mucho tiempo fue un colegio bilingüe ocupándome de las gerencias administrativas, liquidación de sueldos, licencias y personal”, detalla.
El gran giro en su vida se dio durante la pandemia. Ya no necesitaba trasladarse a la oficina, por lo que el tiempo empezaba a rendirle más para dedicarse a su hobby, la pastelería. “Terminaba mi trabajo al mediodía y después ya tenía la mitad del día libre -cuenta sobre su vida en la cuarentena- e hice lo que hicimos todos en pandemia, cocinar y engordar. No se me dio con la masa madre porque siempre las mataba, no me salían, entonces, decidí desempolvar el oficio de pastelera”.
En ese mundo paralizado, con mucha incertidumbre, miedo y sin vacunas, Silvina llenó su tiempo con todo lo que había aprendido a los 25 años cuando había estudiado pastelería en el Instituto Dumas, el cocinero que ella admiraba.
También desempolvó su vieja cuenta de Twitter @silnari (creado en base a las primeras sílabas de sus nombres y apellido) Y subió una foto de una carrot cake (torta de zanahoria). Para su sorpresa, empezaron a darle muchos “likes”, le dijeron ‘qué linda’, le preguntaron cómo se hacía. “Me asombró que cayeran tantos likes por una torta. Más que mi cuenta estaba medio muerta, pero viste como que estábamos todos medios locos por la comida en ese momento, estábamos encerrados… no hacíamos nada”, recuerda.
Silvina que pensaba que lo que estaba sucediendo en su cuenta era producto del encierro, sus seguidores y no seguidores empezaban a pedirle más recetas. Y llegó la pregunta: ¿la vendés? Ella decía que no… Mientras tanto, seguía subiendo recetas semana a semana, contando la historia de cada una. Un “cuentito” con el que la audiencia se enganchó y pedía más.
“Acá hay algo”, se dijo seriamente, al ver que su número de seguidores iba en aumento. Y para ver qué pasaba, empezó a probar con la venta. “Primero fue vender a la familia, a los amigos, y después me cayeron clientes. Yo tengo otras redes sociales, pero el 90% de mis ventas tuvo lugar por Twitter”, explica.
Y sí. Había algo. Y fue detrás de eso. Continuaba ofreciendo recetas sencillas, con ingredientes que estaban a mano, en sus casas. Cosas fáciles sin tanto tecnicismo en pastelería. Y empezó a vender mucho.
Abrió una tienda virtual, con su nombre de Twitter, Silnari y empezó a tomar los pedidos. Al mismo tiempo, continuaba trabajando para la escuela, donde volvió a la presencialidad en agosto de 2021. Los tiempos ya no eran los mismos, y tenía muchos compromisos, entregas pactadas. Salía a las 17 de la escuela corriendo para preparar todos los pedidos que tenía para el día siguiente. Y trataba de hacer todas las entregas cuando llegaba a su casa. Malabares. Fueron unos meses de correr y correr.
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“Hasta que llegó un punto que fue tanto el crecimiento que ya no pude sostener más el trabajo en relación de dependencia. Me costó un montón tomar la decisión porque uno tiene esa cosa del trabajo seguro y del sueldo fijo todos los meses y yo venía con mi cabeza chipeada así durante 30 años”, manifiesta. En octubre de 2021 presentó su renuncia para sorpresa de sus compañeros. “¿Cómo? ¿Te vas para ir a hacer tortas?”, le preguntaban.
Cuando Silvina tomó la decisión, ya tenía un recorrido en redes, una empresa láctea que apostó por ella y se rodeó de otros emprendedores que supieron aconsejarla. A partir de su renuncia, continuó trabajando desde su casa en Villa Devoto, donde vive hace unos 20 años.
Al principio, sus ingresos no se equiparaban con el sueldo que tenía, pero se arriesgó porque creía en su proyecto. “Creía que me iba a ir bien, creía que iba a funcionar por la repercusión. Generé un vínculo de mucha empatía con la gente. Tengo clientes desde la pandemia que me siguen acompañando hasta hoy y clientes nuevos todo el tiempo”, revela.
Como había muchas pasteleras en las redes, quiso destacar con algo diferente. De familia italiana, y con mucha cultura de juntarse a comer rico, eligió la receta que era el caballito de batalla de su abuela, los cannoli sicilianos, de donde es originaria su familia. Hoy es su segundo producto más vendido. ¿El primero? Su macarons. Detrás de eso dos imbatibles, le siguen las cheesecakes, las chocotortas y más. “Mucho dulce de leche, mucha crema, mucha galletita”, resume sobre los gustos locales. También vende tortas tradicionales como la Balcarce, entre otras.
“Hubo un salto de seguidores el día que empecé a compartir las recetas para replicar los dulces de Starbucks”, cuenta. Y también cuando publicó en Twitter las recetas de galletitas clásicas que se venden en paquete, que fueron muy valoradas especialmente por argentinos que viven en lugares remotos y no las consiguen. “Me mandaba fotos de Japón haciendo los anillitos, Fiji, Eslovaquia, una cosa loquísima”, afirma todavía sin salir de su asombro.
Ya consolidada en la venta online en una Web, donde ya tiene dos asistentes, también da clases de pastelería en su taller. “Tengo un taller para enseñar oficios porque está buenísimo tener una carrera universitaria y tener un título, porque no a todo el mundo le va bien siendo universitario. Si tienes un oficio, siempre te va a salvar”, asegura.
Además de la cocina, actualmente está tras un proyecto de ley con la diputada de Juntos por el Cambio, Carla Carrizo, para crear “una ventanilla única de mujeres emprendedoras”, para que sea más sencillo el camino de emprender. “Me gusta poder transitar este camino, de poder apoyar a otras mujeres para que puedan tener una independencia económica, a generar su propio trabajo”, subraya.
“En tres años mi vida cambió rotundamente. No me lo propuse. Se fue dando todo, fue fluyendo”, reitera. Después de publicar su recetario, se viene su versión en papel. Cómo sigue, quién sabe.
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