En el medio de la noche aquellos seis hombres, vestidos con delantales y gorros blancos, simulando ser trabajadores de un frigorífico aledaño, parecían ser un grupo homogéneo, pero poco tenían en común: Jorge Antonio, 49 años, empresario, quien trataba a Perón desde 1949 no tenía casi nada que ver con John William Cooke, un platense de 37 años a quien el ex presidente había nombrado apoderado del partido; Guillermo Patricio Kelly, 35 años, referente de la Alianza Libertadora Nacionalista, una organización de extrema derecha, era un hombre de acción, que podría ser útil si las cosas no salían según lo planeado; en el medio dos sindicalistas, José Espejo, 45 años, (ex secretario de la CGT promotor de la candidatura de Evita a la vicepresidencia y frizado luego de su fallecimiento) y el dirigente petrolero Pedro Gomiz. Cerraba el grupo Héctor J. Cámpora, a días de cumplir 48 años, ex presidente de la Cámara de Diputados.
Lo único que los unía era el plan de escape.
Cuando ocurrió el golpe del 16 de septiembre de 1955, Jorge Antonio se refugió en la casa del embajador alemán, quien decidió llevarlo a la embajada uruguaya cuando amenazaron con quemarle la residencia si lo hospedaba. Sin embargo, Antonio, como estaba convencido de su inocencia, quiso demostrarla primero en el Ministerio del Interior y luego en el Departamento de Policía. Terminó detenido y lo mandaron al penal de Ushuaia, desactivado desde 1947.
Junto a Cámpora y Kelly fueron trasladados al penal de Río Gallegos, donde estaban detenidos John W. Cooke y Alfredo Máximo Renner, un mayor de Ejército que había sido edecán presidencial.
La Unidad 15 de Río Gallegos había sido habilitada entre 1902 y 1904 en un predio que antiguamente ocupaba un regimiento. Su primer director fue Leopoldo Palacios.
Allí, amontonados en un gran salón, durmiendo en angostas cuchetas, comenzó a gestarse el plan de fuga, cuyos detalles difieren según las fuentes, consignadas al final de la nota.
Antonio dispuso que Manuel Araujo y Héctor Naya, hombres de su confianza, viajasen a Río Gallegos con su mujer Muñeca y su hermana María Luisa.
Araujo adquirió un Ford 1956 amarillo último modelo, compró un terreno y simuló construir un edificio en la ciudad, lo que le permitió relacionarse con la gente del lugar, tantear el terreno y elaborar un plan.
Antonio se había procurado libros que incluían mapas de la zona. Compartió su idea con Cooke, Kelly y Espejo. Los dos primeros se entusiasmaron tanto que hubo que calmarlos.
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En los fondos del penal funcionaba un frigorífico y había movimiento del personal a las dos, cuatro y seis de la mañana. Entendieron que debían fugarse vestidos como ellos, con delantal y gorro blancos, para no llamar la atención.
Las mujeres facilitaron los uniformes y seis pistolas que introdujeron entre sus ropas y que fueron escondidos en colchonetas.
Mejía era el apellido del jefe de los carceleros, y lo secundaba el chileno Juan de la Cruz Ocampo, “Campolito”, afecto a la bebida. Antonio se ganó la confianza de Mejía cuando le prestó tres mil pesos para viajar a Ushuaia a visitar a sus padres, en una maniobra en que él mismo provocó, cuando hizo enviar un telegrama desde esa ciudad alertándolo de un problema de salud en la familia. De esa forma Mejía fue sacado del medio.
Espejo le dijo a Antonio que por 200 mil pesos se podía sobornar a los carceleros, que se lo había dicho un guardián. Al parecer Antonio, en una oportunidad, había pagado sobornos por adelantado pero fue traicionado.
Antonio planeó el escape con Renner, pero todo pareció desmoronarse cuando éste fue trasladado a Buenos Aires. Sin embargo, llegó el sindicalista petrolero Pedro Gomiz, que les vino bárbaro: un par de brazos fuertes que serían útiles cuando debieran empujar el auto campo traviesa para no alertar al puesto de gendarmería en la frontera.
El que no sabía nada era Cámpora. “Se está preparando algo importante, ¿no es cierto Antonio?” Intentó negarlo, pero Cámpora había notado que el empresario había despegado de la cabecera de su cama las fotos de sus hijos. Antonio empalideció, ya que los guardias pudieron haberse dado cuenta. Finalmente le dijo que no se preocupase, que en su momento le avisaría. “Dios mío, juro que nunca más actuaré en política”, exclamó, según la versión de Antonio.
Araujo debía esperarlos en el auto, con las luces apagadas, a cincuenta metros del penal, a las 2:25. Debía llevar tenazas para cortar alambrado y una metralleta.
Iban a escaparse el 11 de marzo pero la esposa del director del penal estaba por dar a luz y no quisieron complicarle más la vida. Decidieron postergar la operación una semana, para la madrugada del 18.
El día indicado Kelly preparó té y mate cocido con somníferos -conseguidos en la enfermería- para los carceleros. Fingieron irse a descansar hasta que el último de los guardias quedó dormido.
Llamaron a Campolito y le pidieron que les alcanzasen una botella de vino “porque es carnaval”. Cuando el hombre estiró la mano entre los barrotes, Antonio lo apuntó con una pistola y Kelly les sacó el manojo de llaves.
Salieron los seis, con Campolito como rehén. Cruzaron la calle y notaron que Araujo no estaba. Cámpora le habría propuesto a Antonio regresar a la cárcel y dejar la fuga para otro día cualquiera, versión que Bonasso desmiente.
Finalmente apareció Araujo en el auto, quien se había retrasado por un problema con un incidente callejero. Partieron a toda velocidad, apretujados en el auto -Gomiz y Cooke eran obesos- pasaron por la base aérea sin inconvenientes y a dos kilómetros de la frontera, vieron una señal luminosa hecha por uno de los hombres de Araujo, indicándoles el desvío, y apagaron el motor.
Empujaron el auto por el campo, cortando los alambrados. Fue una tarea trabajosa: Cooke tenía un tobillo dislocado y Cámpora, que no se sentía bien, iba dentro del vehículo.
Una vez que sobrepasaron el puesto de gendarmería volvieron a la ruta y a las 9 de la mañana llegaron a Chile. En un almacén que también era restaurante desayunaron.
En Río Gallegos la fuga se descubrió a las 7 de la mañana.
Cuando el grupo llegó a Punta Arenas, fueron a un hotel y, según Antonio, llamaron a un médico. Cámpora tenía la presión muy baja. El médico le indicó reposo y un tratamiento.
Liberaron a Campolito y Chile les concedió el asilo que pidieron. Como el gobierno de Aramburu había hecho una presentación judicial, nuevamente fueron encarcelados. Pero la Corte Suprema de ese país consideró que era una cuestión política y no delincuentes comunes como se los quería hacer pasar, y fueron liberados. El único al que decidieron extraditar fue a Kelly. Cooke tuvo algunos problemas por arrojarle una máquina de escribir a uno de los sumariantes.
Jorge Antonio partió a Caracas a encontrarse con Perón. Para entonces, el ex presidente había sufrido un atentado: en la madrugada del 25 de mayo de 1957 una bomba estalló en su auto Opel, en el que su chofer iba al mercado a comprar carne y carbón para festejar la fecha patria. El conductor se salvó y el auto quedó destruido.
Mientras tanto Kelly planeó su fuga. Se valió de la ayuda de Blanca Luz Brum, poetisa uruguaya, de quien se dijo que había sido amante de Perón, vivía en Santiago de Chile y era fanática peronista. La mujer lo visitó durante un mes todos los días. Iba a las 7 y media de la mañana y se quedaba un poco más de una hora. Lo hacía acompañada de su hija Liliana. La cotidianeidad hizo que los guardias se acostumbrasen a su presencia.
En una de las visitas, Kelly se vistió con sus ropas, ella lo maquilló y le colocó una peluca que introdujo en un doble fondo de un termo. Así se escapó.
Kelly estuvo dos meses escondido en Chile en los lugares más insólitos, como en una jaula vacía en el zoológico, en un balneario y hasta en una chimenea de la casa de veraneo del juez que había pedido su detención, según lo consigna Marcelo Larraquy.
Antes de abandonar el país visitó a Blanca Blum en la cárcel, disfrazado de cura, para agradecerle su ayuda. En la primera oportunidad que tuvo, viajó a Caracas a encontrarse con Perón.
Jorge Antonio vivió en Madrid durante 20 años y terminó desplazado del entorno del líder exiliado por José López Rega; Cooke, por 1960 estuvo en Cuba apoyando la revolución y peleó en la invasión de Bahía de los Cochinos. Murió de cáncer en 1968; Kelly viajó a Venezuela, volvió clandestinamente al país y terminó preso hasta 1963. Fue lobista, renegó de su pasado de derecha y en el menemismo se convirtió en un denunciante en los medios de comunicación. Murió el 1 de julio de 2005. El sanjuanino Espejo terminó alejado de la política y sobrevivió vendiendo aceites y especias casa por casa. Murió en 1980. Pedro Gomiz, que desde 1952 era diputado nacional, volvería con el tiempo al país. Falleció en 1989. Héctor Cámpora llegó a ser delegado de Perón, 16 años de la fuga, presidente y cuando fue el golpe militar de 1976, se salvó de que lo matasen y se exilió en México, donde falleció en 1980. Todos ellos conformaron un grupo heterogéneo solo unido por el deseo de escapar.
Fuentes: El presidente que no fue. Los archivos secretos del peronismo, por Miguel Bonasso; Historia del Peronismo. La violencia (1956-1983), por Hugo Gambini; Perón (1952-1974), de Joseph Page.
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