El nombre Elva significa “aquella que viene de lo alto de las montañas”, y la abuela cordobesa de 84 años que viajó a Europa gracias a un intercambio de sus conocimientos por voluntariados, le hace honor. Recién llegada de la Cordillera de los Andes, está descansando un par de días luego de un viaje que la tomó por sorpresa en Tierra del Fuego. Tiempo atrás había conocido a un joven británico en Palma de Mallorca, que le prometió que cuando viniera a la Argentina la iba a invitar a recorrer el “Fin del Mundo”. La maestra y costurera que se jubiló luego de enviudar, habla con Infobae sobre la aventura en la que se embarcó cuando decidió que iba a cumplir su sueño pendiente, y con la ayuda de su familia registra todo lo que vive en una cuenta de Instagram (@viajeraabuelita) que suma miles de seguidores.
Frases como “ya estoy grande para eso”, o “ya se me pasó el tren” no están en su vocabulario. Ella es pura energía positiva, le desea el bien a los demás, tiene el don de hacer todo desde el corazón, y si puede ayudar, ahí está para ofrecerse. Así, transparente e inspiradora, es “la abuela viajera” -tal como la encuentran en sus redes sociales-, que durante la entrevista cuenta que ya tiene ocho nietos en total, cinco de sangre y tres adoptivos que surgieron de su faceta trotamundos. Cuando perdió a su compañero de vida, Horacio, se replanteó cómo continuar, luego de dedicarse a su taller de costura y la docencia durante tantas décadas.
“A mí siempre me gustó conocer nuevos lugares, pero no pude combinar ese sistema con mi matrimonio, porque era muy difícil con nuestros trabajos y los chicos, pero cuando quedé viuda me organicé económicamente, y como mis hijas ya están grandes, pensé: ‘Ahora me toca a mí'”, explica. Empezó con algunos viajes cortos en el interior del país, a la provincia de San Luis, Mendoza, Santiago del Estero, y Tucumán, hasta que llegó la posibilidad de celebrar sus 80 años junto a su nieta Sofía, que es artista y vive en Florencia, Italia. En 2018 se puso a hacer cuentas y aunque con mucho esfuerzo podía juntar el dinero para los pasajes, no le alcanzaba para los gastos de la estadía, y ahí fue cuando surgió la idea de hacerse un currículum. “Armamos un texto donde explicaba que soy jubilada, voluntaria en un hospital desde hace mucho, mi habilidad para coser, que me manejo bien con el inglés y que soñaba con viajar a Europa haciendo un intercambio para compartir lo que conozco y brindarlo a otros”, detalla.
Recibió la invitación de una familia de Brighton, Inglaterra, que le ofreció recibirla en su casa, y allá fue rumbo a la aventura. Todo le parecía mágico, porque el oficio que aprendió en 1957 a través de un curso de costura, y la máquina de su abuela, que data de 1890, fueron sus aliados para que ese primer voluntariado fuera posible. “Fui a enseñar a coser, y también cuidaba a la hija del matrimonio, así que no podía estar más agradecida por la oportunidad de cambiar lo que sé hacer por algo que soñaba tanto”, dice emocionada. Después de conocer la ciudad, ubicada a 200 kilómetros de Londres, también paseó por la capital británica.
Ese era solo el inicio de casi tres meses como “mochilera” en Europa. Le escribió un escritor de Alcúdia, Palma de Mallorca, que quería escuchar sus anécdotas para incluirlas en un libro, a cambio de hospedaje gratuito para ella. “Le dije que sí, y la verdad yo pensé que me iba a encontrar con un señor de canas, pero era un joven de 30 años, que estaba alquilando una casa por un corto tiempo, y ahí vinieron a visitarlo un grupo de ingleses, entre los que estaba el muchacho que todos apodamos ‘El Gringo’, con Lorena, su novia brasilera, y esa pareja es la misma que ahora me invitó a Ushuaia y no me dejaron pagar ni un peso”, cuenta, aún asombrada por cómo se fueron dando las conexiones y las amistades que fue cultivando.
“Dese el primer momento tuvimos muy buena onda, y siempre mantuve una comunicación por WhatsApp, no todos los días, pero si periódicamente, y él me iba diciendo por dónde andaban. Una vez me dijo: ‘Cuando vaya para Tierra del Fuego te voy a invitar, pero no me lo tomé muy en serio, porque yo soy así, no pongo expectativas para que después todo me sorprenda”, manifiesta a pura honestidad. Esos recuerdos la remiten directamente a la experiencia de entrar al Mar Mediterráneo por primera vez, un momento único que sintió como un viaje interior, y el sentimiento que lleva siempre consigo es la gratitud, el agradecer constantemente por haberse animado a ver esos paisajes.
En esos 85 días acumuló muchas anécdotas, y en su camino coincidió con otro cordobés, Leandro Blanco Pighi, más conocido como “viajero intermitente” en las redes sociales, y él se convirtió en su primer nieto postizo. “Compartimos unos días hermosos en Mallorca, me llevó a la playa, le hice unas tortillas, que me salen muy bien, y después cuando él vino a Córdoba lo invité a mi casa a almorzar y volvió a comer una rica tortilla; y ahora me dice ‘abuela’”, dice contenta. El joven, además, es uno de los integrantes de “Todo a Pedal”, el proyecto de los cuatro amigos que fueron en bicicleta a Qatar para alentar a la Selección Nacional, y disfrutaron del triunfo del equipo al alzar la copa dorada.
“Ese día me avisó y pude ver cuando estaban llegando a Doha en una transmisión en vivo, y me puso muy feliz que cumpliera esa meta”, comenta Elva, que demuestra que los lazos que genera con quienes conoce en el camino se hacen cada vez más fuertes, sin importar las distancias. En España también conoció a un muchacho rionegrino que trabajaba como delivery en un restaurante, que la llevó en moto a conocer otra parte de la costa. “Íbamos con el equipo de mate, todo bien argentino, y como hacía calor me llevaba la malla y me quedaba un rato mientras él hacía algunos repartos, hasta que me buscaba y me acercaba hasta otra playa, y así terminé conociendo cinco playas distintas de Palma de Mallorca”, revela entre risas.
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Sus amigas le dicen que no podrían viajar solas, y ellas les responde: “‘¿Y por qué no?’ A veces me preguntan cómo me animo a ir sola en avión, pero yo charlo con el que se sienta al lado mío en el vuelo, y termino haciendo buenas migas”. Su personalidad y carisma acompañan sus argumentos, y cualquiera que converse con ella, debe considerarse afortunado. “Viajar te cura el alma y el cuerpo y parece que volvés a tener 18 años, por más que uno sabe bien la edad que tiene, y muchas cosas te cuestan más, pero te recarga de energía”, remarca. No se considera una persona temerosa, sino más bien decidida, y por eso no le da cabida al miedo a lo desconocido, solo la cuota necesaria para seguir su intuición.
“Por suerte siempre me salió muy bien y me he encontrado con gente buenísima, y del viaje a Europa tengo comunicación con todos. Me llaman para las fiestas, para los cumpleaños, para contarme cosas de sus hijos, y a mí me encanta”, asegura. En Castellón, Valencia, convivió con una mujer viuda y sus hijos en pleno campo, y el menor de la familia comentó en la escuela que estaba viviendo con una abuela en su casa. “Nos dijo: ‘Mi señorita no entiende que vivo con una abuela, pero que no es mi abuela’, y a los pocos días me invitaron a que fuera al jardín de infantes a leerle cuentos a los niños, y fui a conocerlos”, detalla. Su visita coincidió con Halloween, y los chicos querían disfrazarse para la ocasión, así que Elva sacó hilo y aguja y empezó a hacer su magia.
“El nene quería ir como una momia, así que agarré unas tiras blancas y lo envolví todo; y otro compañero suyo, un marroquí de cuatro añitos, de una familia muy humilde, soñaba con disfrazarse de El Zorro”, rememora. Con una tela negra hizo el antifaz y la capa, y cumplió la misión. “Sus papás me invitaron a tomar el té, me hicieron una torta, y aunque ellos se sientan en almohadones, a mí me pusieron un banquito por ser abuela, y yo no podía creer semejante homenaje porque yo había hecho feliz al niño”, dice conmovida. Convencida de que “el camino se hace al andar”, esos detalles son los que la motivan a seguir viajando y confiar en el proceso.
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“Creo mucho en el destino, y a esta altura de mi vida yo solo busco ayudar y compartir”, manifiesta. Así como vio a su nieto adoptivo Leandro dos veces, una en España y otra en su Córdoba natal, lo mismo pasó con el joven inglés que cumplió su promesa, y ni bien pisó suelo argentino, le preguntó si estaba lista para conocer Ushuaia. “Me mandó los pasajes, me organicé y fui rumbo al fin del mundo”, revela. Siente que no le alcanzaban los ojos para apreciar semejantes montañas, y se instalaron en una casa que parecía de cuento, donde la dueña les aconsejó ir a una reserva natural.
“Ahí fuimos, y los chicos tuvieron que buscarme un palo, que me acompañó en la subida y fue mi gran amigo tanto en los ascensos como en los descensos, porque ellos son jóvenes, pero mis rodillas tienen 84 añitos. Fue preciosa la vista a la orilla del Mar Argentino, y a la vuelta subieron al auto dos chicas norteamericanas que estaban haciendo dedo, las llevamos hasta el centro de Bariloche; y aunque no hablaban nada de español me decían: ‘Grandmother, grandmother’”, narra sobre las primeras horas en Tierra del Fuego. Elva se adapta a todas las circunstancias, le pone buena onda a los imprevistos, y agradece que goza de muy buena salud.
Muchos se sorprenden al verla andando en bicicleta y haciendo senderismo, y ella lo atribuye a su buen estado físico y su arrolladora fuerza de voluntad. “Otro día fuimos al puerto para averiguar excursiones, y empecé a hablar con un chico en una de las oficinas de turismo, le conté que era la abuela viajera, que tenía mi Instagram, y me regaló el paseo por el Canal de Beagle, y yo me quedé asombrada, porque no lo hice buscando nada, solo estaba charlando sobre mi sueño”, expresa con humildad. La aventura continuó, y también subieron al Tren del Fin del Mundo y disfrutaron de las increíbles vistas.
Una de las últimas paradas fue el Museo del Presidio, donde escuchó historias que la sorprendieron mucho. “La cárcel estaba pensada para que los presos no se pudieran escapar y si se escapaban lo más probable es que murieran por las condiciones climáticas; los mismos presos trabajaban en el territorio y fueron los que construyeron el ferrocarril para ir a buscar leña para la máquina del tren y para calentarse ellos; y ahí me contaron que un hombre llamado Pipo se escapó pensando que iba a conseguir la libertad, pero lo encontraron a los días río abajo congelado”, devela consternada.
Al llegar a la pintoresca casa donde se estaban quedando, Lorena cocinó empanadas con mandioca, haciendo honor a sus raíces brasileñas. “Le salió todo riquísimo, y como ella hablaba con su papá todos los días, el señor me invitó a Brasil, así que quién te dice me voy para allá”, anticipa. Si bien las próximas semanas se dedicará de lleno al voluntariado en el hospital donde colabora desde hace muchos años, deja abierta la posibilidad de que el 2023 la sorprenda con algún otro viaje.
Sus nietos, por su parte, están orgullosos de sus logros, y cada uno cumple un rol para apoyarla en su proyecto. “Los cinco me ayudan mucho con las redes sociales, el mail y me acompañan en cada desafío que emprendo porque ya me conocen, y saben que tengo un carácter bastante independiente”, celebra. De cada lugar donde estuvo se acuerda no solo de los nombres de las ciudades por las que pasó, de quiénes la recibieron, asistieron y acompañaron, sino que además a medida que lo cuenta siente que vuelve a subirse al avión y se transporta a esos momento. “Realmente los revivo de nuevo, me posesiono, y siento que es como viajar dos veces, por eso digo que nunca se es grande para cumplir un sueño”, sintetiza.
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