Los Granaderos de San Martín: coraje a toda prueba y educados por su jefe para ser invencibles

Un 16 de marzo de 1812 San Martín comenzó la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. Luchó contra la falta de presupuesto y de hombres, pero aun así formó una unidad de caballería que fue ejemplo en las guerras de la independencia

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Los granaderos fueron un experimentado
Los granaderos fueron un experimentado cuerpo de caballería, creado por José de San Martín en 1812.

En marzo de 1812 no hubo en la ciudad de Buenos Aires quien no mirase con recelo a José de San Martín. Era un perfecto desconocido de 34 años, con un fuerte acento español y sin un peso en el bolsillo. Para colmo llevaba un sable corvo o mameluco, de confección oriental, difundido por los ingleses y muy parecido a los usaban los corsarios. “Seguro es un espía británico”, murmuraban.

El 16 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó la constitución de un cuerpo de caballería. Su proyecto fue formar una unidad de elite y tuvo donde inspirarse. En 1667 por orden de Luis XIV había sido creado los Granaderos de Infantería, los “enfant perdus”, por los temerarios que eran. Ocupaban siempre la primera línea de combate y eran los que encabezaban los asaltos.

Eran altos, corpulentos, ágiles y valientes. Armados con sable y hacha, llevaban colgando un saco llamado granadera, que contenía una docena de granadas, una suerte de proyectiles huecos de hierro fundido, redondos, con un agujero por donde se les introducía la carga. Se las arrojaba con la mano, con una honda o con una cuchara.

San Martín era entonces teniente coronel de caballería y había partido de Gran Bretaña el 19 de enero de 1812. Luego de cincuenta días de navegación en la fragata George Canning, llegó al puerto de Buenos Aires el lunes 9 de marzo.

San Martín fue el alma
San Martín fue el alma mater del regimiento. Como segundo jefe nombró a Carlos María de Alvear, ascendiéndolo a sargento mayor.

Venía con una amplia experiencia militar. En el ejército español, combatió en cinco campañas, participó en 17 acciones de guerra y se había destacado por su arrojo e inteligencia en el campo de batalla, especialmente en el combate de Arjonilla y en la derrota del ejército napoleónico en Bailén.

No venía solo. Lo acompañaba el capitán de infantería Francisco de Vera; el alférez de navío José Zapiola; el capitán de milicias Francisco Chilavert; el alférez de carabineros reales Carlos de Alvear y Balbastro; el subteniente de infantería Antonio Arellano y el primer teniente de guardias walonas barón Eduardo de Holmberg.

Ya traía en mente un plan para libertar a América del dominio español.

El 17 elevó el “Plan bajo cuyo pie deberá formarse el Escuadrón de Granaderos a Caballo”. El 21 de marzo el Triunvirato lo aprobó y lo instó a llevarlo adelante “sin pérdida de tiempo”. En Buenos Aires ya existía el Regimiento de Dragones de la Patria, que había sido organizado por el coronel José Rondeau.

El 27 de marzo el gobierno impartió órdenes a Córdoba, La Rioja y San Luis para que cada provincia enviase 100 hombres cada una. Debían ser de regular estatura y con caballo.

Era preciso armar el primer escuadrón de los cuatro que tendría. Nombró a Zapiola capitán de la primera compañía y Alvear fue ascendido a sargento mayor. Sus cuñados Mariano y Manuel de Escalada también fueron de la partida.

La primera docena de hombres que se integraron a esta unidad fueron soldados, cabos y sargentos de los Dragones de la Patria. También recibieron a 14 soldados pertenecientes al Regimiento 1 Patricios, que se habían sublevado en el Motín de las Trenzas, en diciembre del año anterior.

 San Lorenzo, el bautismo
San Lorenzo, el bautismo de fuego del regimiento. Su jefe estuvo a punto de perder la vida. Cuadro de Angel della Valle, Museo Histórico Nacional.

Envió a Francisco Doblas a Misiones, a quien le dio tres meses para que le llevase 300 guaraníes altos y robustos. De los 80 candidatos que el teniente José Ruiz trajo de Córdoba, descartó solo tres. Por el litoral estuvo el teniente coronel Toribio de Luzuriaga, quien reclutó, entre otros al correntino Juan Bautista Cabral. También se incorporaron hombres provenientes de San Isidro, Morón, Pilar y San Luis, entre otros.

En agosto llegaron unos cincuenta riojanos que, sumados a la tropa que ya había reunido, completó el primer escuadrón con dos compañías de 70 hombres cada una. Cuando en septiembre llegaron los puntanos, se armó el segundo escuadrón.

La primera baja que sufrió la incipiente fuerza fue por invalidez, la del sargento primero de la segunda compañía del primer escuadrón Gregorio Miltos, enfermo de tuberculosis, que tenía una brillante foja de servicios.

Un escuadrón estaba formado por un capitán, dos tenientes, un subteniente, un sargento primero, tres sargentos segundos, un trompeta, cuatro cabos primeros, setenta soldados montados y seis soldados desmontados. La plana mayor estaba compuesta por un comandante, un sargento mayor, un ayudante, un porta estandarte, un capellán, un trompeta, un sillero y un herrador, tal como describe Camilo Anschütz en su historia del regimiento.

Todo un símbolo. El sable
Todo un símbolo. El sable corvo, que San Martín adquirió de segunda mano en Londres. Fotografía Adrián Escandar.

Era responsabilidad de San Martín la organización, la disciplina, la instrucción, el vestuario y el equipo. Debía pasar los requerimientos al Estado para la provisión de todo lo que necesitase.

De todas formas, se encontró con que el Estado tenía las arcas casi vacías y dependió bastante de donaciones de particulares. De su primer sueldo donó 50 pesos, mientras que Alvear lo cedió íntegro.

La organización fue lenta porque el propio San Martín eligió uno por uno a sus oficiales. Tuvo el percance de no contar con la ayuda de su segundo, el sargento mayor Alvear, arrestado en su casa por haber sableado a un grupo de ingleses y por abrirle la cabeza a uno de ellos, el comerciante Diego Winthon. Para colmo Zapiola, el capitán de la primera compañía, era un marino que de pronto se vio como oficial de caballería. En lugar de ayudar a su jefe, se convirtió en otro de sus alumnos.

El 23 de abril presentó la lista de oficiales para que se les extendieran los despachos correspondientes.

También se incorporaron, en calidad de cadetes, 16 niños, provenientes de las mejores familias de la ciudad.

Como primer cuartel se usó el de la Ranchería, ubicado en Perú y Alsina y cuando en mayo los Dragones de la Patria partieron a la Banda Oriental, ocuparon su cuartel en el Retiro, junto al Parque de Artillería. Como caballerizas se usó las instalaciones de la plaza de toros, que se levantaba más sobre la actual Avenida Santa Fe y Marcelo T. de Alvear. El resto de lo que es plaza San Martín se usaba para prácticas de combate.

Desde entonces se llamó Plaza de Marte y no importaba el momento del día, siempre se escuchaba el estridente sonido de clarines.

Granaderos en plena instrucción con
Granaderos en plena instrucción con el sable. Fotografía Caras y Caretas.

En sus comienzos, los sables que colgaron de sus cinturas eran de latón de 36 pulgadas y si en un principio usaron lanzas fue por la escasez de ellos. Fueron hechas según las especificaciones dadas por San Martín: cortas con asta de madera dura. También los granaderos usaban carabinas de chispa con 10 cartuchos, o tercerolas, una suerte de carabina pero más corta. Por lo general, eran los oficiales que usaban pistolas, que debían adquirir con su propio dinero.

Pero como nada parecía alcanzar, se requisaron a particulares sables y pistolas.

Tanto las técnicas de ataque y defensa con el sable y la lanza las enseñaba, con paciencia y claridad, el propio jefe, que solía aparecerse montado en un alazán tostado o un zaino oscuro de cola larga y abundante. “San Martín formó soldado por soldado, oficial por oficial, apasionándolos con el deber, y les inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera invencible y es el secreto de vencer”, escribió Bartolomé Mitre en la biografía del prócer.

Los primeros caballos fueron comprados gracias a donaciones de dinero de varios vecinos de la ciudad y del interior.

El granadero, con su uniforme,
El granadero, con su uniforme, también diseñado por su jefe.

El uniforme pensado por el jefe constaba de fraque, forro, pantalón, capote, maleta, chaqueta de cuartel y gorra, todo en azul. Además cuellos carmesí, chaleco blanco, botones cabeza de turco blancos (usados por los Húsares y Cazadores), casco con carrilleros o gorra y bota alta con espuelas. El morrión era alto y tenía en la frente una granada y alrededor la leyenda “Libertad y Gloria”.

San Martín era obsesivo, minucioso para imbuir a cada uno de los granaderos “el espíritu de cuerpo, de orden, de aseo y de disciplina”. Todo era revisado por el jefe: la comida, la ropa y el cuidado del caballo: todos los días a la misma hora se lo limpiaba, se los alimentaba y se les daba agua: todas las actividades con toques de corneta.

Todos los días se hacía una revista del aseo y antes de que los soldados abandonaran el cuartel, en la puerta un suboficial revisaba a uno por uno.

Cada granadero recibía un nombre de guerra por el que debía contestar cuando se pasaba lista; debían sostener la mirada un poco más arriba del horizonte. Domingo F. Sarmiento escribió que de diez cuadras se distinguía un oficial de Granaderos, porque llevaba la cabeza erguida con exageración e inclinaba el pecho hacia adelante con altanería. San Martín había dispuesto que lucieran, en sus orejas, aros metálicos.

El jefe les preparaba emboscadas y ataques nocturnos. “Prueba del miedo”, los llamaba.

Los granaderos pelearon durante 13
Los granaderos pelearon durante 13 años en las guerras de la independencia. Comenzaron en San Lorenzo y terminaron en Ayacucho, donde ofrendaron su última carga. Pastel de Ripamonte - revista Caras y Caretas).

Redactó un severo código de conducta que todo oficial debía cumplir. Era tomado como cobardía el solo hecho de agachar la cabeza en batalla; constituía un delito no admitir un desafío y no exigir satisfacción ante un insulto, así como no defender el honor del regimiento, por falta de integridad y por hablar mal de compañeros con terceras personas. Asimismo, estaba penado revelar disposiciones internas; por familiarizarse “en grado vergonzoso” con los sargentos, cabos y soldados, por pegarle a una mujer aun cuando ella lo hubiera insultado; por no ayudar a un compañero en batalla; por presentarse en público con una prostituta; por asistir a casas de juegos que no pertenezcan a la clase de los oficiales y por el uso inmoderado de la bebida.

El primer domingo de cada mes reunía en su casa a los oficiales del regimiento, y en unas tarjetas en blanco escribían los hechos que merecían ser discutidos. En caso de haber algún acusado, se lo hacía salir y se deliberaba cómo proceder.

Disciplinados, aguerridos, fueron instruidos personalmente
Disciplinados, aguerridos, fueron instruidos personalmente por San Martín. Fotografía revista Caras y Caretas.

El prestigio que iba adquiriendo la nueva unidad estaba dado porque las mejores familias porteñas, de donde salieron 16 niños que se incorporaron como cadetes.

Su primer combate fue San Lorenzo el 3 de febrero de 1813 y el último Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Los últimos granaderos regresaron a Buenos Aires en 1826 y de ellos solo siete habían estado desde un principio.

El regimiento fue disuelto y reorganizado el 25 de mayo de 1903 por disposición del presidente Julio A. Roca. “Queda reconocido como cuerpo permanente del Ejército, el Regimiento de movilización creado por resolución ministerial del 3 de febrero del corriente año, el cual se denominará, en homenaje a su antecesor, “Regimiento de Granaderos a Caballo”, establece el decreto.

Los años de lucha en
Los años de lucha en el continente americano. Las batallas en las que el regimiento participó.

En el parte del combate de San Lorenzo, San Martín escribió que “el valor e intrepidez que han manifestado la oficialidad y tropa de mi mando los hace acreedores a los respetos de la patria”.

De esa unidad, en sus 13 años de vida, salieron 19 generales, 60 coroneles y más de 200 oficiales, que le haría decir a su jefe que “de lo que mis muchachos son capaces, solo lo se yo. Quien los iguale habrá, quien los exceda no”.

Fuentes: Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo (1812-1826), de Camilo Anschütz; Historia de San Martín y la emancipación americana, de Bartolomé Mitre; San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria, por Patricia Pasquali.

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