Empolvada en tierra colorada, la bandera argentina flamea en la Escuela Acas 19, Escuela intercultural bilingüe NRO 761, a 15 kilómetros de la ciudad Comandante Andresito, en Misiones, a apenas 1.000 metros del río Iguazú y de la frontera con Brasil. Junto a ella, están también los mástiles de la enseña provincial y la que corresponde a la Comunidad Kaaguy Pora 2, de donde son los 87 estudiantes que llegan cada día para aprender.
El que les enseña desde abril de 2017 es Marcelo Hein, un maestro oriundo de Entre Ríos que ya instado en las comunidades originarias fue llamado por el propio cacique Ernesto Chamorro de la aldea para hablarle sobre la necesidad de escolarizar a los niños de la comunidad. No conocía la zona, pero sin dudarlo, se puso al servicio de esa idea y llegó al medio del monte para conocerlos y saber qué podía hacer por ellos.
Esta es una de las escuelitas primarias cercanas a las fronteras internacionales que se distribuyen en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Formosa, Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz ocupando un total de 9.376 kilómetros de límite con cinco países.
Todas tienen el objetivo de recordar a quienes se esfuerzan al máximo cada día para aprender y enseñar en aquellos lugares alejados de las grandes ciudades, el 14 de marzo de 1972 se promulgó la Ley Nº 15.924 y el Decreto Nº 1.531 —refieren a la educación en zonas y áreas de frontera— que conmemora el Día de la escuela de frontera, como una manera de reivindicar a las y los que enseñan sin importar cuántos pupitres están ocupados ni cuánto tiempo de extenuantes caminatas demoran en llegar hasta allí.
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La historia
“Arrancamos las clases debajo de los arboles, sobre una mesa de madera y un banco que construimos. Pero a los chicos no les molestaba porque es parte de su cultura”, cuenta el docente, de 39 años, que hoy se dedica casi de lleno a esos niños, niñas y adolescentes, y sus familias. Al año, venciendo las hostilidades climáticas de la selva, junto a la intendencia y los lugareños que se pusieron sobre los hombros la misión de tener un aula de verdad, construyeron un salón de madera.
Y en febrero de 2020, gracias a un maestro itinerante, se inauguró un edificio de 300 metros cuadrados que actualmente alberga a 50 estudiantes de la primaria, 22 de la secundaria y además a 15 pequeños de entre 6 meses y 4 años.
Luego del primer años debajo de los árboles con sus estudiantes, llegó la maestra Karina Larrosa que se sumó para prestar ayuda desde la escuela núcleo. Actualmente, los docentes indígenas son Bonifacio Duarte, Nilda Martínez y Noelia Aquino; y la directora de la secundaria es Marcela Molina.
Sobre la maestra Larrosa, cuenta: “Ella tenía nivel inicial, primero, segundo y tercer grado y yo de cuarto séptimo grado. Nos dividíamos y cuando ya tuvimos el salón de madera nos turnábamos: por la mañana las clases eran para el primer ciclo y por la tarde yo daba para el segundo ciclo. Aún, no fue fundada como escuela sino todavía es un aula satélite que depende de la escuela núcleo intercultural bilingüe 761″ y cuenta con orgullo que ya tienen cinco estudiantes terminando el secundario.
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En 2019, se acercó a la escuelita el maestro itinerante Julio Manuel Pereyra, un educador comunitario que quiso conocer ese proyecto educativo de inclusión. “Al ser una comunidad aborigen, él fue el vínculo y nos ayudó a hacer el proyecto para que nos construya la escuela de material. Es hermosa y nos solucionaron un montón de cosas porque amplió los espacios que tenemos y la ayuda que podemos dar a la comunidad”, agrega.
Emocionado, explica que forman también parte del Proyecto de Educación Básica de Jóvenes y Adultos (EBJA): “En los dos ciclos tenemos adultos estudiando”.
Para dar cuenta del esfuerzo que en 2023 deben hacer los alumnos en zonas de fronteras para estudiar, describe: “Estamos bien el frontera, a un kilómetro de la frontera con Brasil, desde la escuelita se ve el río limítrofe y el paisaje del país hermano. Es una zona de camino terrado, en medio de la selva y el monte. Los días de lluvia, no podemos dar clases porque los caminos son intransitables porque es tierra roja y se hace mucho barro; y la zona de selva no se puede ir los días de lluvia, pero los docentes indígenas que me ayudan, que les enseñan su cultura se ocupan esos días, porque yo, por ejemplo, no tengo manera de ingresar”.
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Su importancia dentro de la comunidad
No son solo los contenido académicos los que los estudiantes reciben en la escuelita sino que allí se los prepara para la vida.
“Ellos nunca pierden su cultura ni su cosmovisión, que lo aprenden con los maestros que viven en la comunidad, pero también se les enseña que pueden seguir estudiando lo que desean, que la única meta de la vida no es solo la reproducción, sobre todo, las niñas”, cuenta el maestro y amplía: “En su cultura, que una niña tenga su primera menstruación significa que se convierte en mujer y desde entonces puede acompañar a un hombre y casarse. Comenzar a cambiar ese concepto es un gran logro porque en otras comunidades, a los 11, 12 o 13 años ya hay niñas embarazadas, pero no es algo que tomen como malo sino que es cultural y entienden que es lo que corresponde. Pero, en estos años, con todo el trabajo educativo que hacemos, les hacemos entender que hay tiempo para todo, que si son niños tiene que disfrutar de serlo, que pueden estudian, capacitarse y que cuando tengan hijos será por una decisión personal y no tanto cultural”, explica.
También, ayudan en la capacitación para tener mejores trabajos que les asegure una mejor calidad de vida. “Hay una creencia de que ellos no buscan el desarrollo personal y no es así. Les gusta superarse y nosotros somos vehículos para que puedan lograrlo. Quiero formar profesionales; mi sueño es que lleguen a las universidades y regresen a devolverle a su comunidad todo lo que se les brindó”, asegura.
Además de la importancia que la escuela tiene para quienes allí estudian, hubo logros alrededor de la construcción del edificio y la comunidad gracias al esfuerzo de un grupo de personas: por medio de la intendencia de Bruno Beck se gestionó la perforación de los pozos de agua, el transformador de luz; y la cooperativa de agua Cospval realizó la conexión de la perforación de agua. Entre todos lograron la llegada del agua potable, electricidad e internet, y reciben donaciones de elementos tecnológicos tanto como deportivos y significa un trabajo de integración inimaginable.
“Construir este edifico era una necesidad para desarrollar la escuela en ese lugar. Hoy, los chicos van tomando a la escuela como un punto de encuentro, la fueron incorporando a su vida cotidiana y hoy también es un punto de encuentro para toda la comunidad”, explica Ignacio Hid, vicepresidente de A.C.A.S, la Asociación de Clubes Argentinos de Servicio, nacida en 1982 con el objetivo de construir escuelas de fronteras.
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