Como todo acontecimiento que irrumpe en el devenir humano incidiendo en el curso de la historia, la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio como papa llevó a rastrear en el pasado los factores que lo hicieron posible. Borges decía que “cada escritor crea sus precursores” y que “su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”.
En términos borgeanos entonces, la irrupción de Francisco llevó a una relectura y revalorización de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Celam), realizada en ese santuario de Brasil en mayo de 2007, a la que asistió el papa Benedicto XVI y en la cual el entonces cardenal Bergoglio jugó un papel destacado, plasmado en la redacción del documento final. En Aparecida y en su documento final, la Iglesia latinoamericana recobró protagonismo y renovó su misión. El texto llevaba la impronta del actual pontífice, y su aspiración a una Iglesia “en salida”, capaz de alcanzar con su mensaje y servicio a todas las periferias humanas, geográficas y existenciales.
Allí se gestó el pontificado de Bergoglio -como posibilidad- y su programa; allí anidó en la mente de muchos cardenales, y quizás en la del propio Joseph Ratzinger, la idea de un papa latinoamericano.
Por lo tanto, la elección del cardenal jesuita argentino, que fue para el mundo entero una total sorpresa, seguramente no lo fue tanto para la cúpula de una institución dos veces milenaria, acostumbrada a trabajar en la discreción y a largo plazo, y a renovarse en la continuidad.
El impacto del pontificado de Bergoglio no puede medirse cabalmente aún, porque lo que está sembrando hoy “ha de modificar el futuro”. Así como su papado fue anhelado por muchos y preparado por ciertos acontecimientos, así también Francisco está trabajando con miras a ese porvenir.
El colegio cardenalicio que elegirá al futuro papa ha sido renovado con miras a una más amplia representación de la iglesia universal. Del total de 223 cardenales que tiene hoy la Iglesia, 123 son electores (pueden votar hasta los 80 años). De esos 123 electores, 81 han sido nombrados por Francisco. Aunque todavía la mayoría de los cardenales (48) son europeos, Asia tiene 21 electores, África, 16, Norteamérica, 17, Centro y Sudamérica, 21.
El continente donde más crece el catolicismo es el Asia, donde esa religión no es mayoritaria, pero sí mucho más dinámica. Todo eso está presente en los planes de Francisco y los cambios que ha impulsado.
Pastor, jefe de Estado y líder mundial
Por la peculiar naturaleza de la Santa Sede, el papa no es sólo cabeza de la Iglesia Católica, referente principal de una religión que en buena medida ha moldeado la cultura occidental, sino también jefe de un Estado que ha sido un actor protagónico en nuestra historia y sigue desempeñando un rol de primera línea en la escena mundial.
Todo lo que dice y hace el papa impacta por lo tanto desde esa doble faceta, pastoral y política, que configura un liderazgo mundial, reconocido más allá de los límites de su feligresía.
Cada papa encarna la aspiración de la Iglesia en una etapa dada y a la vez deja su impronta personal en el gobierno de la Santa Sede y en la escena internacional.
Jorge Bergoglio, el pontífice que nadie esperaba, cautivó rápidamente a un mundo que hasta entonces ignoraba todo sobre él. Lo hizo con una sucesión de gestos impactantes y con un estilo de comunicación nuevo: un mensaje profundo expresado en lenguaje sencillo y directo. Sus homilías diarias, las audiencias generales de los miércoles en una plaza de San Pedro colmada, una liturgia despojada y un papa que se dejaba abordar por la gente generaron una sensación de constante cercanía. La distancia de cualquier punto del mundo a Roma quedó salvada por una comunicación diaria en un lenguaje familiar que creaba intimidad y convertía al Vaticano en una capilla universal.
El mundo entero asistía a la llegada de un Papa que venía a renovar la Iglesia y a devolverle protagonismo en la escena internacional.
Cada gesto contenía un mensaje político. La humildad con la cual se presentó al mundo, como obispo de Roma era un consejo que más de un político haría bien en escuchar: “No hay que creérsela”. Somos todos instrumentos de algo superior, que nos excede, y cuyos designios no siempre podemos comprender cabalmente.
La austeridad fue un programa. Desde el comienzo, eligió vivir “normalmente”, en una residencia donde alterna con obispos, personal vaticano y visitantes en tránsito. “Una austeridad general es necesaria para todos los que trabajamos en el servicio de la Iglesia”, explicó. También fue, aunque no explicitado, el mejor mecanismo de defensa contra el riesgo de ser “cercado”, absorbido, por el aparato de la curia vaticana.
La combinación de esta actitud pastoral y de cercanía casi parroquial con la insistencia en lo central del mensaje evangélico –el amor al prójimo y la misericordia- y su traducción concreta en el movimiento -político y geográfico- hacia las periferias del mundo lograron en tiempo récord disipar la imagen de una institución anquilosada, alejada de la gente y absorbida por crisis y escándalos.
De Lampedusa en 2013 al corazón del África en su último viaje pastoral, en enero pasado, el mundo pudo ver a Francisco hablar en nombre de los refugiados, de los expulsados de sus países por crisis y guerras originadas en decisiones tomadas en las mesas chicas del poder mundial, de los desocupados despojados de la dignidad que da el trabajo, en vigilias de paz, fundido en abrazos interreligiosos, interpelando al G20, al Parlamento europeo o a la ONU, tendiendo puentes, oficiando la misa más multitudinaria de la historia -en Filipinas ante millones de fieles- o tendiendo puentes, como entre Cuba y los Estados Unidos.
Yendo hacia las periferias, en el discurso y en la acción, el papa ocupó el centro geopolítico.
A pocos meses de iniciado su papado, el diario Le Monde describía a Francisco como un “verdadero animal político” que se está “imponiendo en la escena mediática mundial”.
La impresión de la opinión pública fue la de que el papa decía y hacía lo que los políticos no.
Por ese entonces, un admirado Massimo D’Alema, ex premier italiano, decía: “Francisco ha cambiado el curso de la política internacional”. Y advertía: “Si la política no aprovecha la oportunidad dada por el papa Francisco, pierde una ocasión histórica”.
Para el filósofo francés Edgar Morin, el papa llamaba a un cambio civilizatorio, a modificar todo aquello que lleva a la exclusión y al “descarte” de personas. Francisco, dijo, representa lo más elevado como conciencia de nuestro común destino humano.
El estilo cálido y sencillo estaba al servicio de la transmisión de verdades sólidas y de la reafirmación de nociones que muchos desearían ver relativizadas.
El mensaje pastoral
Ciertos gestos iniciales del papa, de apertura, llevaron a algunos a esperar, como ironizó Luke Coppen, editor del semanario británico Catholic Herald, que el Papa dejase de ser católico.
Lo que Francisco criticó fue a “una Iglesia obsesionada sólo con el aborto y el matrimonio gay”. Apuntó a la reducción del mensaje a ciertos aspectos de la moral: “No se le presta atención al anuncio del Evangelio y se pasa a la catequesis, preferentemente al área moral -dijo-. Y dentro de la moral se prefiere hablar de la moral sexual. Que si esto se puede, que si aquello no se puede, que si se es culpable”.
El papa dio vuelta esa lógica para poner en primer plano los pecados del espíritu: el egoísmo, la codicia, la indiferencia ante el dolor ajeno; para señalar en primer lugar a “los mercaderes del templo”, a los que no entienden que la riqueza “es un bien sólo si ayuda a otros”. “Dios no se cansa de perdonar”, repetía, pero también aclaraba: “ojo, que Pedro era pecador, no corrupto: ¡pecadores sí, corruptos no!”
En 2010, el todavía cardenal Bergoglio decía: “La opción básica de la iglesia en la actualidad no es disminuir o quitar prescripciones o hacer más fácil esto o lo otro, sino salir a la calle a buscar a la gente, conocer a las personas por su nombre. Salir a anunciar el Evangelio”.
Algunos confundieron esta actitud con una suerte de secularización del Papa pero éste, a dos meses de haber asumido, pidió a los cristianos no tener vergüenza de vivir con “el escándalo de la Cruz”. Jesús no escandalizó por sus obras, sus palabras o sus milagros, sino porque afirmó ser Hijo de Dios. “Esto es lo que no se tolera, el demonio no lo tolera”, agregó. “Cuántas veces escuchamos: ‘Sean un poco más normales, como los demás, no sean tan rígidos, sean razonables’. ‘¡No nos vengan con que Dios se hizo hombre!’ Podemos hacer todas las obras sociales que queramos, y dirán: ‘¡Qué bien la Iglesia, qué buena tarea social hace!’ Pero si decimos que hacemos esto porque estas personas son la carne de Dios, viene el escándalo”.
La Iglesia no es una ONG, sostenía. Esto desarmó los intentos de algunos de asimilar al papa a posiciones laicas, despojándolo de la radicalidad del mensaje evangélico que predica a diario... para quien quiera oírlo.
“Cada vez que (el papa Francisco) muestra su lealtad a la enseñanza católica, denunciando el aborto, por ejemplo, hacen oídos sordos”, se quejaba el citado Coppen. Y pronosticaba que “en algún momento los fans del nuevo papa” se iban a a dar cuenta de que él no bendeciría la ordenación de mujeres, el casamiento gay o el aborto, “y entonces se pondrán en su contra”.
Reformas
Con el peso de las críticas a la institución cayendo sobre las espaldas de su antecesor -lo que engrandece el gesto casi sacrificial de Joseph Ratzinger, que con su renuncia se llevó esa cruz al hombro- y utilizando el explosivo prestigio que ganó rápidamente en los primeros meses de su papado, Bergoglio avanzó en el reordenamiento interno de la curia, la transparencia administrativa y la apertura de las estructuras vaticanas para una mejor representación de la iglesia universal.
Lo primero fue la creación de un Consejo de Cardenales que lo asesoraría en el gobierno de la Iglesia: “Estos 8 cardenales -explicó Francisco-, ayudan a que los episcopados del mundo se vayan expresando en el mismo gobierno de la iglesia”.
Un objetivo central del papa y de ese Consejo fue el saneamiento de las finanzas vaticanas -motivo de una larga sucesión de escándalos-; decisión que no tardó en activar los lobbies a los que se había referido en la primera conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Río de Janeiro (septiembre de 2013), cuando ante la pregunta por la existencia de un lobby gay, respondió que todos los lobbies eran “un problema”, como “el lobby de los avaros, de los políticos o de los masones”.
En torno a la reforma económica estos grupos se activaron de inmediato. George Pell, el cardenal australiano al que Bergoglio ungió como una suerte de ministro de economía y que contrató una auditoría externa para las finanzas vaticanas a fin de garantizar una total transparencia, fue víctima de una falsa denuncia por abuso -que le llevó tres años (uno en prisión) desmontar-; operación iniciada desde su país pero con la connivencia de elementos de la Curia implicados en las manipulaciones financieras.
Esta tarea de reforma sigue y transcurre de un modo más discreto o más alejado de la atención masiva que generan otros gestos, pero no por ello es menos disruptiva: lo prueban precisamente las operaciones que cada tanto trascienden, la última fue el intento de atribuir críticas póstumas a Francisco por parte del papa emérito Benedicto XVI.
Otra reforma interna se le imponía también al papa. Transcurrida cierta primavera “franciscana”, volvió al ruedo el doloroso tema de los abusos, con investigaciones todavía en curso, y heridas sin cerrar.
Aunque ha sido poco reconocido, fue Benedicto XVI quien reformó el derecho canónico para facilitar la expulsión de sacerdotes culpables de estos crímenes y fue además el primer pontífice en reunirse con víctimas de abusos.
Esta línea fue seguida por Bergoglio, que aprobó protocolos aún más estrictos en el enfoque de estos casos.
Ahora, como signo de la gravedad de la herida, Francisco ha elegido este tema para la intención de oración de este mes, marzo de 2023, justamente cuando se cumplen los 10 años de su papado. Lo anunció, como es habitual, en un video, en el que invita a rezar por las víctimas. “La Iglesia -dijo- no puede tratar de esconder la tragedia de los abusos, sean del tipo que sean. Tampoco cuando los abusos se dan en las familias, en los clubs, en otro tipo de instituciones. La Iglesia tiene que ser un ejemplo para ayudar a resolverlos, sacarlos a la luz en la sociedad y en las familias”.
Mensaje al mundo
También en el plano político la potencia del mensaje papal, a la vez que entusiasmo y esperanza en miles de fieles e incluso de no creyentes, empezó a suscitar resistencias.
Bergoglio es el primer papa en llamarse Francisco; un nombre que es en sí mismo un programa: la denuncia de la “idolatría del dinero” y de la “globalización de la indiferencia” que caracterizan a una “cultura del descarte” que desecha a los más débiles de la sociedad. A “esas personas (que) son víctimas del sistema socioeconómico mundial”, como dijo en su viaje a Lampedusa.
Este mensaje que pone el acento en la fraternidad y en la denuncia de la pobreza fruto de la exclusión no es aceptado sin reticencias.
El mensaje del “Papa de la globalización”, como lo llamó Umberto Eco, no siempre encontró eco en un mundo en el que muchos sectores de interés se nutren del conflicto.
La paz que Francisco pregona no puede sino surgir y persistir en la unidad. Jorge Bergoglio y Joseph Ratzinger encarnaron con su armónica convivencia un ejemplo vivo de lo que debe ser la unidad y la armonía, aun en la diferencia.
Pero el mundo de la posguerra fría defraudó las esperanzas de un mundo más plural, de una mayor democratización de la toma de decisiones a nivel mundial, sino que derivó en una intensificación de la polarización. La competencia entre las principales potencias derivó en lo que el Papa llama la “tercera guerra mundial a pedazos”, que está teniendo lugar ante la indiferencia de muchos.
En enero de 2022, en el habitual discurso de principios de año a los embajadores ante la Santa Sede, Francisco hacía esta constatación: “Hace tiempo que la diplomacia multilateral atraviesa una crisis de confianza”. ¿Las razones? “A menudo se toman importantes resoluciones, declaraciones y decisiones sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan voz y voto”, explicó. De ese desequilibrio, dijo, deriva “una falta de aprecio hacia los organismos internacionales por parte de muchos Estados”, lo cual “debilita el sistema multilateral” y reduce “cada vez más su capacidad para afrontar los desafíos globales”.
En su encíclica Fratelli Tutti, el papa señaló la necesidad de gestar “organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos”.
Pedía “una reforma tanto de la ONU como de la arquitectura económica y financiera internacional” porque “una comunidad internacional debe basarse en la soberanía de todos y no en vínculos de subordinación”.
El Papa, que ha sustituido a los políticos en el discurso, no puede sustituirlos en la acción.
Cuando Juan Pablo II hizo su llamado a los pueblos sometidos al sistema comunista a no tener miedo, hubo líderes que recogieron ese desafío para llevarlo a la realidad. Años más tarde, el papa polaco no pudo frenar la segunda guerra de Irak, pese a sus denodados esfuerzos en ese sentido, precisamente por la deserción de otros liderazgos.
En los primeros tiempos, Bergoglio pareció también encontrar un eco desde el mundo de la política: la vigilia por la paz en Siria, la oración de palestinos y judíos en el Vaticano, los puentes entre Estados Unidos y Cuba…
Ese impulso parece frenado actualmente y el mensaje de Francisco enfrenta a veces la indiferencia, cuando no directamente el sabotaje.
Algunos pretenden incluso imponerle una agenda, los temas sobre los que debe intervenir y aquellos en los que debe abstenerse. Se lo critica por hacer poco. No sin hipocresía los indiferentes ante los “pedazos” de la “Tercera Guerra Mundial”, que el Papa denuncia, le exigen definiciones sobre los conflictos en los que están en juego sus propios, frecuentemente espurios, intereses.
Muchos agnósticos de izquierda y derecha, responsables por acción u omisión, por incapacidad, por agresión directa o por un crescendo de provocaciones, de desatar estos conflictos, increpan al papa por su supuesta inacción.
Aunque en el fondo también implica un reconocimiento a su liderazgo, reclaman sólo respecto de las situaciones que tienen atención mediática; pero el papa ha intervenido e interviene en muchos otros conflictos y crisis que generan violencia contra la población civil, represión sangrienta, desplazamiento de personas, refugiados, etc; dramas de los que muchos críticos de Francisco no se notifican.
El último viaje del Papa, al corazón sufrido del África, a regiones del Congo y de Sudán carcomidas por conflictos civiles sangrientos fogoneados por terceros, se desarrolló en la más completa indiferencia de los extractivistas de ayer y de hoy.
Como escribió el padre Máximo Jurcinovic, director de comunicación y prensa de la Conferencia Episcopal Argentina, en una columna en Infobae, “quizá no llamó la atención a los poderosos este viaje (...) de un hombre sabio que con sus actos empodera al que sufre”.
Agendas que dividen
En el mismo discurso a los diplomáticos de enero de 2022, el papa apuntó a otra causa para explicar la irrelevancia de los organismos internacionales: “Con frecuencia, el centro de interés se ha trasladado a temáticas que por su naturaleza provocan divisiones y no están estrechamente relacionadas con el fin de la organización, dando como resultado agendas cada vez más dictadas por un pensamiento que reniega los fundamentos naturales de la humanidad y las raíces culturales que constituyen la identidad de muchos pueblos”.
Para el papa, estas “agendas” son “una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas”.
He aquí al papa de nuevo poniendo el foco en un tema sobre el cual casi ningún otro líder mundial se ha pronunciado, por oportunismo o por seguidismo demagógico frente a esta moda identitaria, que lleva a la fragmentación al infinito de las sociedades, algo que está en las antípodas del pensamiento del Papa.
Grietas
Inicialmente, la combinación de la actitud pastoral y de cercanía casi parroquial de Francisco con la insistencia en lo central del mensaje evangélico –el amor y la misericordia- lograron en tiempo récord el milagro de borrar la imagen de una Iglesia como institución anquilosada, alejada de la gente y absorbida por crisis y escándalos. Pero, como el mismo Francisco no se cansa de decir, el diablo existe, el mal existe. Y pronto vino la reacción: al papa se lo metió en la grieta, todos sus mensajes fueron filtrados por categorías de un orden diferente a aquel en el cual actúa Bergoglio.
En Fratelli tutti, el propio Francisco, sugestivamente, lamenta que ya no sea posible opinar “sobre cualquier tema sin que intenten clasificarlo en uno de esos dos polos (populismo o liberalismo)”.
Lo cierto es que las críticas del papa al populismo -plasmadas en Fratelli Tutti- son incluso más lapidarias que las que pueden hacer los políticos, y con seguridad más certeras. Allí Francisco toma distancia de ambos extremos, señalando que “el desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.
Te puede interesar: En su nueva Encíclica, el Papa critica tanto el populismo como el liberalismo
Y diferenciando el populismo de la buena política, señala: “Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad”; su acción “puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento”. “Pero -advierte- deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”. Y ello “se agrava cuando se convierte (...) en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”.
Para superar la inequidad, sigue diciendo, es necesario el desarrollo económico; “los planes asistenciales” sólo “deberían pensarse como respuestas pasajeras”, porque “el gran tema es el trabajo”.
También fustiga “la especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental”, que causa estragos. En este sentido, evoca otra defección de la política, cuando lamenta que la crisis financiera de 2007-2008 no haya sido la ocasión “para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”.
El poder puesto al servicio del bien. Es algo elemental pero que la política olvida con demasiada frecuencia. Vemos a diario, aquí y en todo el mundo, a dirigentes incapaces de armonizar sus aspiraciones personales con los intereses colectivos. Por falta de amor al prójimo, por individualismo o por comodidad.
El mensaje papal molesta. La reacción -canallesca- de algunos es culpar al Papa por la pobreza… Es decir, culparlo por lo que ellos no hacen, por sus promesas incumplidas, su deserción de la verdad, su defección. Culpar al papa por la pobreza es el nuevo deporte de políticos fracasados.
Quien quiera oír…
El discurso papal es esperanzador para su feligresía. Como no se cansa de decir Bergoglio, “la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”. Y parte del legado de este Papa es la poderosa atracción de su ejemplo.
Francisco dejará una Iglesia reafirmada en la esencia del mensaje evangélico, mejor representada en su cúpula, con un reequilibrio que refleja de modo más fiel la realidad del catolicismo en el mundo. No sabemos si el próximo papa vendrá, como Francisco, de la periferia, pero sí que ésta estará en el centro de su misión.
Pero Francisco ha reafirmado también que a la Iglesia nada de lo humano le es ajeno. En todos los temas, para todas las realidades y situaciones, existe un mensaje. Dice todo aquello que se espera que diga un líder.
Como advirtió Massimo D’Alema, es una oportunidad que la política debe aprovechar. Si no lo hace, si no toma el relevo, “pierde una ocasión histórica”.
Sería esperanzador que los líderes políticos recogieran el desafío y transitaran, en el plano secular, los caminos que traza el papa desde lo espiritual. Se trata de combatir la economía de la exclusión, la idolatría del dinero, poner a la persona humana en el centro de todo proyecto, cuidar “la vida como viene”...
Un programa que es universal, pero que debería interpelarnos a los argentinos de modo muy especial.
Los últimos consejos dados por el papa acerca de cómo debatir en una sociedad polarizada tienen especial resonancia en nuestra realidad: no discutir con el que busca polarizar, no dejarse confundir por falsas contradicciones y decir sí a la misericordia como paradigma último, pero decirlo más con obras que con palabras. Francisco llama a ser puente.
Argentina le ha dado un Papa al mundo. Es un acontecimiento que el devenir del tiempo no hará más que agigantar. Jorge Bergoglio pasará a la historia como el más relevante de nuestros compatriotas en la geopolítica mundial.
Un verdadero ingeniero espiritual, político y cultural del siglo XXI.
* Este artículo integra el libro “Francisco. 10 años del papa latinomericano, editado por Leamos.
Seguir leyendo: