“Nos vemos a la vuelta”: la intimidad del último día del Papa en la Argentina

Jorge Bergoglio viajó a Roma el martes 26 de febrero de 2013. Pensó que regresaría para la homilía del Jueves Santo. La realidad fue otra: lo eligieron Papa y leyó esas palabras... pero en el Vaticano. El padre Alejandro Russo, Rector de la Catedral Metropolitana, compartió con él sus últimas jornada y cuenta qué hizo y dijo: el último bautismo, la última misa y la breve despedida

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El Padre Alejandro Russo, Rector de la Catedral de Buenos Aires, cuenta cómo fueron los días del Papa Francisco desde la renuncia de Benedicto XVI hasta el último día que estuvo en Argentina

El 11 de febrero de 2013, cuando entre las 11.30 y las 11.40 de la mañana de Roma el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia en latín, en Buenos Aires eran las 7.30. Jorge Bergoglio, entonces cardenal y arzobispo porteño, hacía tres horas que estaba despierto. Vivía en su sencillo departamento de dos ambientes del segundo piso de la curia. Era lunes de carnaval, y en otro de los aposentos, cuya ventana da a la Plaza de Mayo, el padre Alejandro Russo, actual Rector de la Catedral de Buenos Aires, se desvelaba con la noticia.

El padre Russo conocía a Bergoglio desde que éste era provincial de los Jesuitas. Pero trabó una relación más cercana cuando el cardenal Quarracino lo designó como obispo auxiliar de la ciudad de Buenos Aires y vicario en Flores. Russo tenía a su cargo la parroquia de Belgrano donde Alberto, uno de los hermanos de Bergoglio, iba a misa. Y en algunas ocasiones comían juntos. Finalmente, cuando Bergoglio fue designado Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, comenzaron a trabajar codo a codo.

Hoy, en la Sacristía de la Catedral, rodeado por los cálices de los Arzobispos, un espectacular aguamanil que llegó ahí por orden del rey Carlos III a principio del siglo XVIII (paradójicamente luego de la expulsión, poco antes, de los Jesuitas, a quienes pertenecía) y reliquias de santos, el padre Russo hace memoria y cuenta los últimos días de Francisco en Buenos Aires. Comienza por su rutina: “‘Él siempre hacía lo mismo. Se levantaba muy temprano, a las cuatro y media de la mañana comenzaba su primer momento del día, que terminaba a eso de las siete. Como buen jesuita, en esas dos horas y media meditaba y después, si no tenía que salir, daba misa. A esa hora ya empezaba a atender el despacho diario: audiencias, responder cartas, documentos… Esto lo terminaba a las 11.30, almorzaba en el comedor del segundo piso de la Curia y dormía 40 minutos de siesta. A las dos de la tarde ya estaba en su oficina, y se quedaba hasta las 19. A veces nos preguntaba ‘¿está listo esto?’. Y yo le respondía: ‘Eminencia, usted ya almorzó y durmió la siesta, nosotros estamos como si fueran las diez de la mañana’”. Por la tarde era igual. Él no demoraba mucho las respuestas. Si lo llamaba alguien, respondía rápido. En una época tuvo un secretario y luego dos mujeres que lo asistían para atender el teléfono, Otilia y Elisa. Pero la agenda la llevaba él”.

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El entonces cardenal Jorge Bergoglio
El entonces cardenal Jorge Bergoglio toma un mate, algo que sólo hacía cuando se lo convidaban

Cuenta el padre Russo que esa agenda era de papel y que Bergoglio nunca usó computadora: siempre escribía a mano y le transcribían el mensaje, o en ocasiones lo hacía él mismo en una máquina de escribir eléctrica. Por supuesto, a todos lados lo acompañaba su portafolio con hebillas, en el que, dice Russo, “a veces no llevaba nada”. Para la comida, asegura, era frugal: “No sé qué desayunaba acá, porque nunca lo vi. Pero si tomaba café, y mate sólo si le ofrecían. Lo de cebarse mates es un mito, nunca lo vi con un termo ni nada por el estilo. Es de buen comer, tiene buen gusto por la cocina del Piamonte, pero come verdurita porque se cuida mucho. En la casa no eran flacos… Recuerdo un episodio gracioso cuando lo hicieron Cardenal. Fui a Roma con Alberto, su hermano, que era más gordo que yo. Cuando nos vio dijo ‘Ay, Dios, están en alerta todas las pizzerías de Roma’”, ríe. La cena, cuenta, era muy temprana. “Por la noche él mismo calentaba la comida que le dejaban preparada. Le gustaba arreglarse sólo con las cosas”, añade. A las 9 de la noche se retiraba a su habitación, que tenía una cama, un armario y una mesa de luz. Allí leía sobre teología un rato, o escribía. No tenía televisor: le contó a Infobae el porqué, una promesa a la Virgen del Carmen. A las diez ya estaba durmiendo. La única excepción a la rutina eran los sábados por la tarde, cuando desde su departamento se escuchaba música clásica, que escuchaba por Radio Nacional. Señala el padre Russo: “Era muy formal, parecía un hombre de los años 50 o 60 de Buenos Aires”.

Bergoglio tenía tres oficinas en la Curia: la de su habitación, una pequeña que usaba a diario y la más grande, en una esquina, que ocupaba en forma ocasional, “por lo general sábados o domingos, cuando no había casi nadie acá”, explica el padre Russo. Cuando Benedicto XVI abdicó, aunque era lunes, estaba allí.

A las 8 de aquel 11 de febrero, Russo recibió un llamado en su habitación. Así se enteró de la renuncia. De inmediato telefoneó por el interno al cardenal Bergoglio.

-¿Dónde estás?- preguntó el Arzobispo.

-En mi cuarto-.

-Vestite y vení.

El entonces Cardenal Bergoglio con
El entonces Cardenal Bergoglio con el Padre Alejandro Russo

“Cuando llegué al escritorio, el Papa estaba hablando por teléfono con Roma, confirmando el tema de Benedicto. Y ahí le dije: ‘El Papa es usted’. Y me respondió: ‘No Alejandro, no es posible’. Lo decía porque había renunciado hacía poco a la sede de Buenos Aires, por la edad, había cumplido 75 años”, recuerda el padre Russo. Y también se acuerda de las palabras que, con la confianza que le daban los años de conocerlo, le dijo a Bergoglio en ese momento: “Mire cuando se elige un Papa no se tiene en cuenta nada, porque el Papa es soberano, el Papa está fuera de la ley, es el legislador Supremo, es el Vicario de Cristo. No tiene ninguna comparación con nadie”.

Luego, cuenta, llamó un cardenal desde Roma -del que no supo el nombre-, que amagó a irse y que Bergoglio lo hizo quedar. El llamado, que pudo oír, terminó con un mensaje del purpurado hacia el Arzobispo: “Rezamos por vos”. “Ahí le puntualicé: ‘ve lo que le digo’, pero no me llevó el apunte y se puso a escribir una carta para el Papa Benedicto en donde le agradecía el gesto de generosidad y el ejemplo que le había dado a la Iglesia”.

Benedicto XVI le había puesto fecha al final de su papado: el 28 de febrero. Bergoglio debía viajar al Cónclave. Pero no decidía en qué fecha hacerlo. Comenzó su cuenta regresiva con Argentina, aunque por entonces, la idea de no volver no ocupaba ni remotamente por su cabeza.

Cuándo viajar fue otra controversia en la que el padre Russo participó. Y esta vez, el Rector ganó la partida. Mientras hacía su último bautismo, unos días antes de emprender la marcha a Roma, aceptó la fecha que le sugirió. “Como cardenal, bautizó a la hija recién nacida de un piloto que por ese entonces era conocido porque había estado arrestado… Cuando terminó se acercó y me dijo: ‘Me tengo que ir el 25′”.

La última misa que celebró el todavía cardenal Bergoglio en nuestro país fue el sábado 23 de febrero en la Catedral Metropolitana, para 30 sacerdotes del movimiento de Schoenstatt. “Fue una cosa medio privada. Y antes de la misa tuvieron una reunión con él en el arzobispado. Luego tomé algo con el cardenal ese mediodía y me dijo que dejaba escrita la homilía del Jueves Santo de la misa Crismal, para que después la pasaran a máquina y la fotocopiaran para distribuirla entre los otros sacerdotes. ‘Así la tenemos lista’ me dijo. De manera que cuando fue Papa, hubo que mandarle a la Secretaria de Estado del Vaticano la copia digitalizada, porque allá dio la misma homilía, con algún pequeño cambio”.

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Daniel Del Regno, el diariero del Papa Francisco, cuenta cómo fue su despedida

Jorge Bergoglio, hombre detallista, no quiso dejar nada librado al azar. Ni siquiera con Daniel Del Regno, el hombre que todos los días le llevaba al Arzobispado el diario La Nación, el único que compraba. Hoy “cuando me enteré de su viaje, por que él mismo me lo comentó, le dije si le parecía conveniente suspender los diarios, y me respondió que no, que iba a estar de vuelta en una semana. Antes de eso había había tenido la la gentileza de bautizar a mi hijo, habíamos una confianza. Cuando nos enteramos que era Papa fue una alegría. Y traté de llamar a la Curia pero me ganó de mano. Me llamó por teléfono, pero con este caos que tiene la zona no alcancé a escucharlo bien. Creí que era una joda. Y no, era él despidiéndose y ahora sí suspendiendo los diarios”.

El último día del Papa en Argentina finalmente llegó. Pero no fue el 25 como recuerda el padre Russo, sino el martes 26 de febrero de 2013. “Ese día a la mañana subí a saludarlo. Pero fue como despedirse de un cardenal cuando va al Cónclave, como había sucedido todas las otras veces. Él estaba sentado en su escritorio y nos pusimos a arreglar cosas de protocolo, un encuentro de catequistas, el Domingo de Ramos, que se hacía en Flores la tarde del sábado en la puerta de la Basílica. ‘Que monseñor Sucunza presida Ramos y monseñor García la misa de los catequistas si yo no estoy’, dejó establecido. Hice la cuenta y le dije acá no quedaba más remedio que el Papa fuera coronado -un término que no se usa más, ahora se dice el inicio del Ministerio Petrino- el 19 de marzo. ‘Hay que decirle al Papa que lo haga, porque además está bien, es el día de San José, porque si se mezcla con el Domingo de Ramos es medio difícil, es una liturgia enredada, no creo que que se pueda’ dije…Entonces me respondió: ‘¿Pero vos pensás que yo le voy a decir al Papa qué día tiene que coronarse’?”, cuenta con una sonrisa el Padre Russo, sobre todo al traer al presente su respuesta: “‘No, pero yo se lo estoy diciendo al Papa’. Entonces se río, no sé qué dijo, ‘siempre con lo mismo’ o ‘bueno, terminala’”.

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Luego se pusieron de pie, ya con el equipaje listo a un costado y Russo le hizo una observación antes que partiera: “‘Mire, usted se va a acordar de mí cuando digan Bergoglio, 77, y suene un aplauso’. Setenta y siete era la cantidad de votos que hacían falta para ya estar cubierto por la ley del cónclave y ser Papa. Entonces agarramos la valija, una valija común, de esas de cuatro rueditas, y bajamos por el ascensor al patio del Arzobispado. Ahí ya estaba el coche, un auto rojo que lo llevaba a Ezeiza, creo que era de una sobrina de él. Él es muy sobrio, así que no hubo una despedida efusiva. ‘Nos vemos a la vuelta’ dijo, y se fue. Yo creo que él pensaba que volvía. Tal vez creería que a lo sumo, como era un cardenal con experiencia, iba a ser como el gran elector del Cónclave”.

Los pasillos del aeropuerto de Ezeiza fueron el último suelo argentino que pisó. Tomó el vuelo del mediodía de Alitalia y marchó a Roma. “Yo detesto ese vuelo porque uno llega a las tres de la mañana, pero en fin. Él tenía esa cosa que siempre hacía lo mismo, no variaba en nada, aún en este último viaje. Viajaba siempre en la clase común, aunque me acuerdo que alguien lo llamó y le dijo ‘vaya en primera o en business que yo le pago el boleto’, pero él no quiso. Estábamos en un pasillo y me dijo ‘¿vos querés plata para alguna cosa de la Catedral?’. ‘No’, le respondí. ‘Entonces que vaya a las villas’, me pidió”.

Video: Cristian Gastón Taylor

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