Historias hippies de tres norteamericanos en la Argentina de los 70s: drogas, rock y milagro en la Cordillera

Jeffrey Marcus Oshins tenía 24 años cuando emprendió una travesía de California a Buenos Aires para visitar a su amigo argentino Felipe Jolly Luque en Acassuso, a quien había conocido en Austria durante la secundaria. Otros dos estadounidenses fueron sus compañeros de viaje, y registraron lo que vivieron en un diario de viaje que acaba de convertirse en un libro 50 años después

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Jeffrey Marcus Oshins con su mochila al hombro en una de las fotos que guardó de la travesía que empezó en Estados Unidos y terminó en Argentina
Jeffrey Marcus Oshins con su mochila al hombro en una de las fotos que guardó de la travesía que empezó en Estados Unidos y terminó en Argentina

Un viernes 5 de abril de 1974 comenzó la travesía que duró seis meses y un recorrido de más de 20.000 kilómetros por tierra. El escritor y músico norteamericano Jeffrey Marcus Oshins cuenta gran parte de las experiencias que anotó en su diario de viaje en el libro Hippies en los Andes, y destina varios capítulos a su paso por Buenos Aires, donde se reencontró su amigo argentino, Felipe Jolly Luque. Se habían conocido cuatro años antes en plena secundaria en Austria, y prometieron que volverían a verse pronto. Su arribo coincidió con la muerte de Juan Domingo Perón, y las semanas que estuvo recorriendo la capital porteña fueron inolvidables. En diálogo con Infobae, el viajero recuerda cómo era ser mochilero medio siglo atrás, anécdotas de viaje, y la vez que estuvo a punto de morir en la Cordillera de los Andes.

Tenía 24 años y se lanzó a una aventura que hoy, a los 73, le da un poco de vértigo por la cantidad de veces en que no fue consciente ni del peligro ni de la dificultad de los caminos que emprendieron. Junto a sus compañeros -también estadounidenses-, Jeremy Gold y Jonathan Klontz, partieron desde Santa Bárbara, California, con el objetivo de ir hasta Ecuador, haciendo una parada en la Argentina para volver a ver a Felipe. “Nunca pensé en intentar publicar lo que había escrito y no podía saber cómo lo haría hasta que releí las páginas manuscritas en tres cuadernos”, revela sobre los diarios escritos a mano que guardó durante casi 50 años.

“Pasé por escribir cinco novelas, el matrimonio, la carrera, la bancarrota, muchos movimientos, el renacimiento de mi carrera como músico y la pérdida de la mayoría de mis posesiones. Hice una edición pequeña a propósito, para preservar mi voz joven y una cápsula del tiempo de un mundo que había pasado”, explica. Define ese reflejo de quién fue en su juventud como alguien cargado de ingenuidad, inocencia, esperanza, música y la fe ciega en sus compañeros.

Durante su improvisado acampe en el Parque Pereyra Iraola de Gutiérrez, Provincia de Buenos Aires: Jeremy Gold a la izquierda y Jeffrey a la derecha
Durante su improvisado acampe en el Parque Pereyra Iraola de Gutiérrez, Provincia de Buenos Aires: Jeremy Gold a la izquierda y Jeffrey a la derecha

“Un mundo al borde del cambio”, es la síntesis de todo lo que vio durante sus pasos por Quito, Lima, Cuzco, Machu Picchu, el altiplano, La Paz, Buenos Aires y Santiago de Chile. Conoció paisajes quedados en el tiempo desde principios del siglo XX, pueblos pequeños y aldeas, así como las grandes ciudades y aprendió de culturas locales. En diferentes tramos del trayecto se cruzaron con estudiantes que huían de Chile, en medio de la dictadura de Augusto Pinochet, y también con contrabandistas que lo abandonaron en los Andes en una noche de invierno, además de un tragicómico incidente cuando lo detuvo la policía y fue liberado luego de improvisar un concierto.

No tiene dudas de que encontraron “un período de libertad pura en América del Sur”, y aclara que todavía no era tan común el famoso “viaje a dedo”, y en ese entonces se movían de un lugar al otro con el transporte público. “Íbamos en los autobuses con hombres y mujeres indígenas que llevaban sus productos al mercado, y escribí una canción sobre eso con la frase: ‘Bebés llorando, gallinas volando, el viejo parece que se muere’”, relata. Una vez iban iban en un colectivo abarrotado en Bolivia, con vendedores que llevaban mantas y ponchos hechos a mano. “No había asientos libres, así que íbamos de pie cuando se detuvo en un control de carretera, y unas señoras se pararon y nos pidieron que nos sentáramos; nos negamos educadamente, pero insistieron y así lo hicimos. Los asientos eran comodísimos porque estábamos sentados sobre montones de mantas”, rememora.

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Los soldados subieron al autobús y empezaron a inspeccionar todas las maletas buscando quién sabe qué o por qué, pero se acercaron a nosotros y pasaron de largo, dándonos la típica cortesía simplemente por ser gringos. Al parecer, las mantas eran de algún modo contrabando o estaban sujetas a impuestos y nosotros éramos cómplices de su contrabando”, explica. Momentos como ese se repitieron en otros países, y se dio cuenta de que existía un abismo cultural entre Norteamérica y el Sur, y lo atribuye a la falta de información, en contraposición al gran flujo de datos que sobrevino con la globalización.

Otra postal de una aventura inolvidable: Jeffrey y Jeremy Gold en la cima de Machu Picchu en 1974
Otra postal de una aventura inolvidable: Jeffrey y Jeremy Gold en la cima de Machu Picchu en 1974

“La cultura estadounidense no era la cultura mundial, todo el tiempo conocías gente que apenas tenía una noción vaga de los Estados Unidos. Nosotros éramos la primera exposición que tenían a la cultura que pronto envolvería al mundo como una plaga de igualdad en rápida expansión”, reflexiona. Cuando se alejaban de las ciudades, pocos conocían a los Beatles, a Johnny B. Goode, y fue pionero en tocar en un autobús lleno de gente en Cuzco para tocar aquellas desconocidas canciones. “Fuimos a algunos lugares donde se proyectaban películas de Estados Unidos, pero siempre eran películas de acción en las que los estadounidenses pateaban culos -utiliza la expresión kick ass en inglés-; generalmente éramos una cabeza más altos que los indígenas y creo que la impresión que generaba en aquella época se basaba en que éramos unos pateaculos o peleadores”, dice con humor.

Aunque pasó seis meses en América Latina, hasta la actualidad Jeffrey no habla español, y fue otra de las barreras que tuvo que vencer para poder comunicarse en cada lugar. Fue todo un desafío, pero pudo sortearlo en equipo, y además no era la primera vez que escuchaban el idioma. “Yo había ido al colegio con estudiantes argentinos en el American International School de Viena, donde conocí a Felipe; y también cuando mi familia llegó a Viena estuvimos un tiempo en la casa de un representante argentino de la Comisión de Energía Atómica de la ONU, que se llamaba Cairo, y tenía una bella hija de la que mi hermano se enamoró a primera vista”, comenta y confiesa que su primera impresión de Argentina a la distancia fue la de “mujeres hermosas”.

Aclara que ninguno tenía mucho dinero, así que desde el día en que llenaron sus mochilas con algunos cambios de ropa, una carpa, algo de comida y un libro, los traslados fueron en gran parte pura improvisación. “Comíamos en mercados callejeros, dormíamos en nuestra tienda de campaña o en los hoteles más baratos que pudiéramos encontrar, pero no había planes más allá de lo que se nos ocurriera ese día”. Lo que aprendieron rápidamente fue a no dejar ni un cepillo de dientes fuera de la mochila porque vieron muchos robos en Colombia y supieron que era importante tener ojos en la espalda.

La portada de la versión en español del libro "Hippies en los Andes", de Jeffrey Oshins
La portada de la versión en español del libro "Hippies en los Andes", de Jeffrey Oshins

“No es que estuvieras solo, la carretera estaba llena de trotamundos con mentalidad similar, algunos escapando de los generales asesinos de Argentina y Chile, de una redada de drogas o de un crimen”, cuenta. Y agrega: “Si tenías una guitarra y podías tocar algunas canciones como yo, siempre había una fiesta; el viaje era el punto, y antes de la revolución digital y satelital, podías dejar Estados Unidos y realmente irte”. Se refiere a la falta de comunicación, que implicaba comunicarse con amigos y familiares a través de cartas por correo, y había largos períodos de tiempo donde nadie sabía dónde estaban.

“No había rescate, no había noticias sobre lo que te había pasado. Morías como casi me ocurrió a mí: cayendo por puentes de tren en medio de la noche, en los Andes cubiertos de nieve”, revela. En perspectiva lo considera “una historia de delirio juvenil”, porque eran tiempos donde estaba convencido de que podía ir a cualquier lugar y hacer cualquier cosa. “No había un plan más allá de seguir hacia la siguiente ciudad y encontrar la siguiente aventura”, admite. La anécdota donde conoció la cara del peligro en primera persona ocurrió en Mendoza.

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En la estación de autobuses me encontré con Nesel, un argentino que me dijo que trabajaba como fotógrafo en la estación de esquí de Portillo, en Chile, y que había venido a buscar equipos para trasladar para allá, y que iban a ir caminando por las montañas”, explica. La idea de ver esos paisajes lo impulsó a decir que sí cuando le ofreció acompañarlo y ayudarlo en el desafío de atravesar el sinuoso sendero, aunque confiesa que no entendió bien toda la propuesta. “Estaba oscureciendo y me estaba dando un poco de mal de altura, así que me dieron un poco de té de coca, que me hizo sentir mejor, y me dijeron que estaban esperando a que llegaran algunos amigos más para que nos ayudara con los suministros”, narra.

“Como era joven y confiaba en que sabían lo que hacían, acepté llevarme en la espalda parte de las provisiones y unos esquís, que fue lo que me salvó, porque cuando me caí de un puente, se engancharon a las vías y pude volver a subir, en medio de la noche, las bajísimas temperaturas y la nieve”, expresa. Por más que tenía varias capas de ropa, sentía el frío hasta los huesos, y más de una vez pensó en no continuar, pero sabía que si se quedaba atrás del grupo que lideraba Nesel no habría retorno. “Después de arrastrarnos por un túnel, llegamos a un pueblo que estaba completamente cubierto de nieve, y como estaba muy agotado tomé un poco de sopa y me fui a dormir”, cuenta.

Jeffrey refrescándose a las orillas de un río, que con honestidad confiesa que no recuerda en qué lugar fue de todo el recorrido
Jeffrey refrescándose a las orillas de un río, que con honestidad confiesa que no recuerda en qué lugar fue de todo el recorrido

Para cuando despertó, los seis hombres que habían hecho con él todo el camino ya no estaban. “Eran contrabandistas y habían continuado sin mí; me dejaron una nota para que siguiera sus huellas de esquí, pero al final me quedé solo en los Andes en pleno invierno”, remata. La racha no termina en ese desenlace, porque aunque pudo disfrutar de ver imponentes lugares, cuando entró a pie a Portillo lo detuvieron por no tener visado y entrar ilegalmente en Chile. “Además tenía un frasco pequeño de esos envases donde venían los rollos de película para fotos con marihuana, así que pasé una noche en la cárcel”, confiesa.

“Uno de los oficiales bromeó haciendo un gesto de felación, pero afortunadamente fue un chiste, y esas horas que estuve toqué canciones de los Rolling Stones y algo de Grateful Dead, cosas que no habían oído. Creo que mantener una actitud positiva me mantuvo a salvo, y fui liberado”, asegura. La música fue su gran aliada en todos los destinos, incluso cuando tocó con un traficante de cocaína peruano en Cuzco, cuando fue asaltado por la policía en Bogotá y convivió con estudiantes chilenos que huyeron de su país.

"Cuando fuimos a acampar teníamos marihuana, pero no pipa ni papel, así que buscamos por los alrededores y encontramos trozos de bambú, una concha de caracol y un envoltorio de chicle, y así improvisamos una pipa, que es la que se ve en las fotos", cuenta Jeffrey
"Cuando fuimos a acampar teníamos marihuana, pero no pipa ni papel, así que buscamos por los alrededores y encontramos trozos de bambú, una concha de caracol y un envoltorio de chicle, y así improvisamos una pipa, que es la que se ve en las fotos", cuenta Jeffrey

“Estaba enterado del derrocamiento de Salvador Allende con la ayuda de la CIA, y mi compañero de viaje Jonathan Klontz y yo habíamos marchado en Washington DC con una multitud hacia la embajada chilena para protestar”, rememora. No puede borrar de su memoria “la mirada de los que huían, con expresiones vacías de conmoción, sin rumbo”. El contraste fue inmenso: mientras él y sus amigos disfrutaban de ser viajeros que podían elegir qué destinos conocer y se sentían en completa libertad, muchos jóvenes de su misma edad no tenían a dónde ir.

La Argentina de los ‘70

“Cruzar la frontera de Bolivia a la Argentina para nosotros fue como pasar de chozas de adobe y calles de tierra a Europa. Después de varios meses en los Andes, fue estupendo tener carreteras asfaltadas y autobuses cómodos; y también nos sorprendió que cada pequeño restaurante tuviera manteles y una botella de vino en la mesa, incluso en las estaciones de autobuses”, expresa Jeffrey sobre el primer impacto cuando finalmente llegó a Buenos Aires. Antes de eso ya había derribado el concepto que tenía de “los gauchos” cuando estuvo en la provincia de Salta y vio un desfile en las calles que lo dejó maravillado por los trajes, las costumbres y la importancia del valor de la tradición.

Había conocido a Felipe en el colegio American International School de Viena, Austria. Hacía cuatro años que no se veían, y llegaron a las nueve de la noche a su casa en Acassuso. No habían podido avisarle que se había roto el micro en el camino, así que no los esperaban tan tarde, y cuando tocaron el timbre fue un momento inolvidable. “¡Qué bienvenida! Más de lo que esperábamos, y lo gracioso es que Felipe no estaba, así que nos atendió su madre, María Luisa Luque de Jolly, una mujer maravillosamente fuerte, madre soltera, que viajó por el mundo como traductora de la ONU”, dice con admiración.

Felipe Jolly Luque en su juventud: el argentino al que venían a visitar los tres norteamericanos
Felipe Jolly Luque en su juventud: el argentino al que venían a visitar los tres norteamericanos

“Una de las cosas buenas del colegio de Viena era la cercanía con la comunidad: podías conocer a las familias de tus compañeros y pasar tiempo en sus casas. La señora Jolly nos conocía bien y se alegró mucho de vernos. Recuerdo que nos dijo: ‘Entren, mi hijo no está, está tocando con su banda’, y fue la primera vez que tuvimos un hogar en meses, con comida casera, ¡y nos hizo bifes argentinos!”, cuenta emocionado por ese recibimiento. El departamento con alfombras, discos y una gran vista fue el oasis para los viajeros, que horas después finalmente se fundieron en un abrazo con su amigo argentino y le contaron todas las aventuras de la travesía que hicieron.

Felipe Jolly Luque también habló con este medio y reveló qué sintió cuando leyó los capítulos donde Jeffrey revivió aquel reencuentro. Arquitecto y músico, cuenta que gran parte de su vida dio clases de inglés, y que tenían en común la pasión aventurera por los viajes y el deseo de reunirse para tocar la guitarra siempre que pudieran. “Al repasar todo lo que escribió, realmente hay cosas que yo tenía completamente olvidadas, así que fue como volver a verlo entrar a casa y acordarme de que mi madre nos dejó el departamento para nosotros y se fue con mi abuela unos días, un gesto que ellos nunca olvidaron”, expresa.

Con honestidad y humor dice: “Tengo una memoria bastante chota, así que hay grandes porciones de mi vida que la saben mis amigos y yo no, entonces cuando me encuentro con ellos y me cuentan cosas, yo voy rellenando los espacios”. Ante la consulta de si esperaba que se cumpliera aquella promesa que le hicieron sus amigos norteamericanos cuando estaban estudiando de visitarlo en Buenos Aires, sin titubear afirma que sí. “A esa edad yo creía que todo era posible, sabía que iba a suceder, y además era un momento particular para mí, porque me sentía todavía medio extranjero en mi propia ciudad”, agrega.

Felipe Jolly Luque en la actualidad: arquitecto con alma de rocker que compone canciones y toca la guitarra en distintos grupos
Felipe Jolly Luque en la actualidad: arquitecto con alma de rocker que compone canciones y toca la guitarra en distintos grupos

Hasta los 15 años estuvo en Europa, luego fue a Nueva York y más adelante a Viena. “Aterricé en la Argentina teniendo casi 19 años y sentí el cambio cultural por haberme criado del extranjero, sobre todo en una sociedad argentina que en ese momento estaba bajo el gobierno militar, así que tardé un tiempo en acomodar mi cabeza y mis expectativas; y el hecho de que llegaran mis amigos fue una especie de alivio para mí, porque eran lo que yo conocía, lo que me hacía sentir bien, el hablar en inglés, la comunicación”, resume. Después de ponerse al día y trasnochar hablando hasta el amanecer, ofició de anfitrión de los tres norteamericanos, aunque algunas horas tuvo que irse a trabajar y les indicó qué lugares visitar para que pasearan solos un rato.

“Nuestro primer paseo en la gran ciudad fue maravilloso: recorrimos los hermosos y amplios bulevares de Buenos Aires, una hermosa ciudad, fácilmente comparable con París”, describe Jeffrey en su libro sobre aquella tarde. Y una vez más, le agradece a la mamá de Felipe: “Generosamente o quizás sabiamente, abandonó su apartamento durante unas semanas para nosotros, los hippies. que nos lo pasamos en grande, y fue como un hada madrina trayéndonos comida casi todos los días, pero por sobre todo permitiéndonos estar ahí”.

El escritor y multintrumentista norteamericano Jeffrey Oshins, en la actualidad
El escritor y multintrumentista norteamericano Jeffrey Oshins, en la actualidad

Durante su estadía Felipe los llevó en su Fiat 1500 rumbo a la Costa Argentina, pero nunca llegaron. “Frenamos en el Parque Pereyra Iraola, que no estaba muy reglamentado en esa época, pero conseguí que pudiéramos acampar ahí dos noches, en medio de la costa selvática, y la verdad es que éramos todos consumidores de porro y fumamos, la pasamos divertido como una salida de fin de semana y nos volvimos”, recuerda sobre lo que ahora considera “días locos”. Lo cierto es que el paso por Buenos Aires incluyó todo tipo de sorpresas, como el haber estado en el país el 1° de julio de 1974, cuando murió Juan Domingo Perón.

“Ellos se iban a ir y justo falleció Perón, entonces se tuvieron que quedar unos días más. Vivieron lo que fue ese momento, con todo paralizado”, cuenta Felipe sobre el giro que dio el viaje cuando la estadía se extendió un poco más. “Fuimos testigos del asombroso lamento de la gente que hizo cola durante kilómetros para ver su féretro”, acota Jeffrey en el libro. Ambos coinciden en que “el grado de riqueza cultural de Buenos Aires está a la par de cualquier otra ciudad internacional”, y prefieren dejar de lado las comparaciones económicas y políticas.

A pesar de ser un ciudadano del mundo, Felipe se quedó en la Argentina. “Este es un lugar amable en cuanto a las relaciones humanas, uno se siempre se siente acompañado, y para mí representa a la familia, porque yo venía cada dos años de visita durante un mes y me encontraba con todos mis seres queridos cariñosos que me demostraban afecto, que nos esperaban con todo lo que tenían, y eso fue determinante para elegir vivir acá”, explica. Esa misma cercanía y el amor con el que lo recibieron, es lo que conquistó a Jeffrey, que está contento porque cumplirá otra meta: “Buenos Aires me pareció moderna, con buenos medios de transporte, buena comida, y mujeres bellísimas. Me encantó y llevo casi 50 años queriendo volver”.

Felipe Jolly Luque durante una visita a Santa Bárbara en 2018: "A los 13 años yo ya decía que quería ser arquitecto, pero al mismo tiempo tocaba la guitarra con amigos, siempre fueron pasiones paralelas"
Felipe Jolly Luque durante una visita a Santa Bárbara en 2018: "A los 13 años yo ya decía que quería ser arquitecto, pero al mismo tiempo tocaba la guitarra con amigos, siempre fueron pasiones paralelas"

Desde aquel encuentro en la década de los ‘70 volvieron a verse dos veces mas, pero en Estados Unidos, y por primera vez en 49 años volverán a reunirse en la capital porteña el próximo 15 de marzo. El escritor norteamericano también es multi instrumentista y artista discográfico, escribe y produce su propia música bajo el nombre de Apokaful, y se juntará con Felipe en Unisono, el estudio de grabación creado por Gustavo Cerati. “Él no suele grabar en vivo y me gustaba la idea de viviera la experiencia de hacer sus canciones en una sesión donde estemos todos, y podamos tocar la guitarra como hicimos siempre, porque la diversión si es con amigos siempre es mejor”, sostiene el arquitecto argentino que siempre tuvo como pasión paralela su faceta musical.

Jeffrey duda si volvería a embarcarse en una aventura tan grande como la de un viaje por el mundo. ”He desarrollado un gusto por las camas cómodas, ya no soy tan arrogante, soy más temeroso o al menos más cauteloso”, reconoce en tono de humorada. “Sé que aunque estamos envejeciendo, hay otros viajeros que también recuerdan la libertad, y lo que hemos perdido en este mundo nuestro, con lenguas y culturas que mueren tan rápido como las especies se extinguen, es la capacidad de partir”, concluye a modo de reflexión. Tanto Jeffrey como Felipe estarán nuevamente reunidos en Buenos Aires, esta vez para presentar el libro Hippies en los Andes el 31 de este mes, a las 19hs, en la librería Eterna Cadencia.

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