Los herederos de la receta secreta de un dulce platense único: la invención del abuelo y sus bromas pasteleras

Héctor Velasco, un alegre panadero de Berisso, creó junto su mujer Mabel, un derivado de la torta imperial, en versión reducida, con un merengue que se deshace en la boca. El llamado “imperialito” que compartía el mostrador con otras masas finas y terminó convirtiéndose en el único producto estrella. La receta secreta y la historia de la familia que continuó con el legado

De izq. a der., tres nietos del creador de los imperialitos, Juan Manuel, Germán y Facundo Velasco, que continúan apostando por esta elaboración que le puso sabor a La Plata

La historia de los imperialitos, el dulce más icónico de la Plata, comienza hace un poco más de cincuenta años de la mano de Héctor Velasco, un hombre de Berisso, que empezó a trabajar como peón a los 14 años en un despacho de pan. “Ahí aprendió el oficio de panadero y luego comenzó un emprendimiento con un primo como socio y más tarde le compró la parte y se quedó con la panadería”, cuenta su nieto Facundo Velasco, que estudió administración de empresas y apostó por el legado familiar, junto a su padre Hugo y sus hermanos Juan Manuel, Germán. Hoy, están al frente de Imperialitos del Plata.

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La confitería, llamada Hispana Argentina, estaba en las calles 44 y 15 de La Plata, una esquina céntrica de la ciudad. Era una confitería tradicional, donde se vendía pan, facturas, masas finas, tortas. “El pan se cocinaba en cuadra, un horno de 6 metros por 6 metros y pala. Una confitería bien a la antigua”, explica Facundo, de 35 años.

Héctor estaba casado con Mabel, una taquígrafa, dactilógrafa y bilingüe que trabajaba en un frigorífico de Berisso y había decidido acompañar a su marido en el negocio, como lo hacían muchas mujeres en esos tiempos. El sentido del humor del panadero, era más que conocido y singular. “Era una persona muy alegre, de hacer chistes con los amigos. En los cumpleaños, cuando era el encargado de llevar la torta hacía dos: una verdadera que era una mil hojas, por ejemplo y otra que era una guía telefónica forrada en chocolate. Entonces, cuando iban a cortar la torta se encontraban con que era falsa y después sacaba la verdadera. Y hacía lo mismo con las roscas de Pascua. Cuando se juntaban dejaban una escondida y ponía sobre la mesa una que era una tabla de inodoro decorada”, cuenta sobre la personalidad de ese hombre que marcó el rumbo de la familia.

El abuelo Héctor fue peón de un despacho de pan y más tarde emprendió su propio proyecto, donde nacieron los imperialitos icónicos de La Plata

La pareja vendía hasta entonces masas finas tradicionales. Fue en 1972 cuando incursionaron en la receta de tradición familiar que son los imperialitos. “Una variedad del imperial grande, del que aún se vende en las panaderías, en formato de torta, que consiste en planchas de merengue, rectangular para cortar en porciones. Esto es un derivado, que lleva un merengue mucho más suave, que el que lo prueba tiene la sensación de que se deshace en la boca, a diferencia del merengue tradicional de confitería que es más duro y consistente.

La idea de hacer una versión reducida de la torta imperial, un sabor típico argentino de principios del siglo XX, fue de sus abuelos. Para eso cambiaron la cocción, que modificó la consistencia del merengue. Pero hasta ese momento, eran una opción más de las variedades de masas finas que estaban a la venta.

A los 10 años, Héctor y Mabel cambiaron de local porque en el que estaban quisieron comprarlo pero no se lo vendieron. Por lo que decidieron mudarse bajo en nombre Confitería del Plata, en la 47, entre 11 y 12. A partir de esa mudanza, los imperialitos comenzaron a ser más requeridos por los clientes. Facundo lo compara con el sabor del dulce de leche en las heladerías, el que todos piden. Entonces, cuando se llevaban 1 kilo de masas, la mitad era de imperialitos y la otra mitad, el resto de las variedades.

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Un retrato de Héctor y Mabel, los creadores de un sabor bien platense

Hasta que llegó un día en que los imperialitos se impusieron por sobre el resto de las masas finas, y la familia, “apuntó todos los cañones” al producto que tenía más salida. Por lo tanto, a mediados del 2000, el negocio pasó a vender este monoproducto, completamente artesanal, que empezaba a vivir un furor entre los platenses, por el boca a boca.

Su abuelo Héctor se había jubilado en los 90s y su hijo Hugo fue quien continuó con el negocio. Mabel, que enviudó en 2017, tiene actualmente 88 años. Iba al local religiosamente unas 4 horas por día al local, porque era su lugar en el mundo, allí detrás del mostrador. Hasta el inicio de la pandemia que se vio obligada a dejar de ir y después no volvió más.

Un producto que ya tiene más de 50 años y ahora desde las redes sociales piden sucursales en todas partes

Su padre Hugo, que creció en la panadería y empezó a trabajar en su adolescencia por la mañana bien temprano, antes de entrar a la escuela ayudando a su progenitor, no le hizo ninguna modificación a esa gran receta. Solo los agrandó un poco, conservando los mismos ingredientes y tiempos de cocción. Un imperialito está hecho con 2 tapas de merengue, en el medio una crema que tiene una base de dulce de leche y está recubierto por un praliné de maní y azúcar impalpable arriba.

La producción es limitada, están hechos de manera artesanal, uno por uno. No quieren industrializarlos porque perdería la esencia del producto. Elaboran unos 10 mil imperialitos por mes. Y se venden en bandeja, apilados, como las masas finas, porque es la mejor manera de llevarlos, ya que son frágiles. Por esa misma razón, no se venden por unidad. Nadie quiere que se desarmen en un papel, solo en la boca. En las juntadas familiares o con amigos, especialmente los fines de semana, quien llega con estas bandejas no sorprende al abrir el paquete, porque ya saben que es: el envoltorio siempre es colorado y su cinta, dorada. Así de festivo, como la Navidad.

Los imperialitos se sirven en bandeja y se deshacen en la boca

Los hijos de Hugo, hicieron su camino y tuvieron estudios universitarios antes de ayudar a tomar las riendas del negocio a su padre, a la vez que desarrollan actividades paralelas. “Cada uno tenía su actividad y empezamos a hablar y abrimos un local en City Bell e incursionamos más en las redes sociales, explica Facundo. Y agrega: “Somos cuatro hermanos, pero solamente tres participamos de la actividad. Mi hermana tiene otra actividad paralela y no participa, pero sí mi cuñado en uno de los locales. Mi papá continúa en negocio de la calle 13, entre 34″.

La cuenta de Twitter (@imperialitosdp) la maneja un miembro de la familia y supo despertar más interés. Crecieron mucho las interacciones en una red que no está asociada a fines comerciales, pero en este caso les funciona muy bien. “Genera muy buenos contactos, que el producto sea conocido. Nos piden sucursales del negocio o que lo llevemos para venderlo en cualquier lugar del país. Nos escriben desde Córdoba, Zona Norte, Capital, Mar del Plata, Lomas de Zamora, Quilmes…”, enumera.

Por el momento para probar la receta secreta de Héctor y Mabel habrá que viajar hasta La Plata o City Bell. El local que abrieron los hermanos sí hace envíos por la zona. El próximo paso sería abrir un local en Capital en un corto plazo, que puede ser el año que viene, o el otro. No hay fecha establecida. “Es una empresa familiar que tenía un solo negocio, abrimos un segundo y entonces vamos a paso lento pero firme”, concluye.

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