La ciudad de Concepción, en el norte correntino, ya no se parece demasiado a la docena de ranchos que la componían cuando aún era pueblo, allá en los comienzos del siglo XIX.
Fue fundada como Yaguareté-Corá, que en guaraní significa “corral del yaguareté”, por la cantidad de estos animales que poblaban la región. Allí nació por 1798 Pedro Ríos y allí conocería a Manuel Belgrano.
En agosto de 1810 la Primera Junta decidió enviar una expedición militar al Paraguay a fin de respaldar a la facción que apoyaba la revolución. Se pensó que con un pequeño contingente, se volcaría la voluntad hacia los nuevos tiempos que corrían. Belgrano, por entonces vocal de la Junta, fue puesto a su frente. Demoró un poco en incorporarse porque cayó enfermo a comienzos de septiembre. Aún no se había recuperado cuando le ordenaron partir.
Lo hizo al frente de 200 hombres de la guarnición Buenos Aires, con efectivos del cuerpo de Granaderos y Pardos, jinetes de la Caballería de la Patria, algunos Blandengues de la Frontera, Blandengues de Santa Fe y milicias del Paraná. Llevaba cuatro cañones.
Debería enfrentar al general español Bernardo Velasco, quien gobernaba Paraguay. Este experimentado militar había combatido a los franceses en la Guerra del Rosellón entre 1793 y 1795, y en Buenos Aires se había destacado en la lucha contra los ingleses.
En el trayecto Belgrano tuvo deserciones, especialmente de hombres de la Caballería de la Patria. Cuando se capturó a dos de ellos, los mandó a fusilar. En sus memorias consignó que, a partir de esa drástica medida, nadie más desertó.
En el camino fundó los pueblos de Nuestra Señora del Pilar de Curuzú Cuatiá y el de Mandisoví.
En esa primera campaña militar, Belgrano fue un jefe multifunción: se ocupó de aplicar la vacuna antivariólica a la gente por los poblados que pasaba y dio indicaciones para la creación de un fondo destinado a la creación de escuelas. También informó al gobierno que en el interior no se estaba cumpliendo la disposición que prohibía “la absurda costumbre” de los entierros en las iglesias.
Esa expedición auxiliadora al Paraguay pasó por el pueblo de Yaguareté-Corá el 26 de noviembre de 1810. Lo primero que hizo fue entrar a la capilla a rezarle a la imagen de San Francisco de Asís, patrono del pueblo. A la salida, había gente que lo esperaba. Todos querían conocerlo y algunos deseaban incorporarse a su ejército.
Uno de ellos era el niño Pedro Ríos, que había nacido en el pueblo por 1798. Belgrano, al verlo, se negó de plano a sumarlo a su ejército. Fue cuando intercedió su padre, maestro rural: “No solo doy mi consentimiento, sino también ruego que lo acepte, porque yo con mis 65 años de existencia soy un hombre anciano y la entrega de mi hijo es la única ofrenda que puedo hacer a la Patria”.
Belgrano accedió y lo puso a las órdenes de Celestino Vidal, un capitán que ya había descollado en las invasiones inglesas y que acarreaba problemas de visión.
El 19 de diciembre de 1810 fue el combate de Campichuelo, una pequeña victoria de Belgrano, cuando su ejército cruzó el Paraná desde Candelaria. Un puñado de sus soldados puso en retirada a un pequeño grupo de paraguayos que estaban en la otra orilla.
Así ese ejército auxiliador ingresó a territorio paraguayo.
El niño vio la guerra de cerca el 19 de enero de 1811 en la batalla de Paraguarí, también conocida como batalla del Cerro Porteño, a unos 70 kilómetros de Asunción. En el lugar había un antiguo complejo jesuita con iglesia y colegio. En esa ocasión, Pedro se mantuvo en la retaguardia.
El 9 de marzo tuvo lugar el combate de Tacuarí. También conocido como Río de las Tacuaras, la leyenda dice que quien beba de sus aguas, no abandona el lugar. Es un curso de agua que nace en el Departamento de Cerro Largo y recorre de noroeste a sudeste hasta desembocar en la Laguna Merlín. Allí Pedro Ríos encontraría la muerte.
Luego de Paraguarí, Belgrano pensó en regresar por donde había llegado, y esperar en el río Paraná los refuerzos que desde Buenos Aires le habían prometido. El general ordenó acampar a orillas del Tacuarí, donde uno de sus flancos estaba protegido por un bosque.
Los españoles estudiaron la posición de los patriotas, los que fueron atacados por tres puntos distintos, desencadenándose un violento combate en distintos flancos.
El jefe español mandó a un parlamentario intimando rendición, y si no se la aceptaba, todos serían pasados a cuchillo. Belgrano respondió: “He contestado ya que las armas no se rinden en nuestras manos; dígale usted a su jefe que avance a quitarlas cuando guste”.
El mismo se puso al frente de sus hombres, dispuesto a marchar a pie con sable desenvainado. Sin embargo, por las reglamentaciones militares, ese puesto correspondía al segundo jefe. Su lugar fue ocupado por el capitán Pedro Ibáñez.
La lucha se reanudó desencadenándose un combate que habrá durado unos veinte minutos. En el fragor del tiroteo Vidal apenas podía ver, y fue ayudado por Pedro, que batía su tambor.
El niño fue alcanzado por dos tiros en el pecho. Vidal detuvo su avance para socorrerlo. Eso dijo que fue lo que le salvó su vida, porque de continuar el avance, hubiera caído bajo el fuego enemigo, tal cual pasó con el resto del ala que lideraba.
Ambas fuerzas se replegaron. Belgrano mandó a un emisario al general Manuel Cabañas con el mensaje que él había ido para auxiliar y no conquistar el Paraguay, y en vista de que eran rechazados, había resuelto evacuar la provincia. Cabañas le respondió que le daba un día para abandonar el suelo paraguayo, con la promesa de un cese de hostilidades.
El jefe patriota redactó un acuerdo, en el que declaraba liberado el comercio de los productos paraguayos con el resto del territorio; Asunción formaría una asamblea y enviaría un diputado a la junta de Buenos Aires.
El 10 de marzo las fuerzas patriotas abandonaron Paraguay.
La Plaza 25 de mayo, en Concepción, tiene la estatua del “niño héroe”. La “Oda al tambor de Tacuarí”, de Atilio Milanta, termina: “Sonría Pedro Ríos, honrado de laureles / sonrisa permanente desde hace tiempo y leguas / ¡la Patria está de duelo / ha muerto un grande!”.
Testigos aseguraron escuchar al creador de la bandera, cuando era conducido ya enfermo de Tucumán a Buenos Aires, lamentarse por la suerte corrida por ese niño que en medio del combate, guiando a un oficial casi ciego, cumplía con su deber de batir el parche, en una de esas tantas historias de las luchas por la independencia.
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