El sueño de Alberto London eran dos: tener una agencia de autos y una ferretería. A la agencia de una flota de casi 30 autos usados le sumó un taller, pero la economía de los años 90 hizo que fuera más barato comprar nuevos, y debió cerrar. Pero, lo siguió intentando y hace 25 años abrió la ferretería, que se convirtió en el centro de la vida del hombre, lugar donde además fue el centro reuniones con amigos y vecinos de Bahía Blanca.
Pero, la llegada del coronavirus lo impactó tanto que cuando ya podía comenzar a trabajar no pudo por el miedo a que le pasara algo. “No pensaba en que se iba a enfermar sino en que si sacaba un pie de la casa, se moriría”, reveló su hija, Silvia London, de 56 años.
Luego de tres años, su hijo Franco, de 31, y Lucio, marido de ella, apostaron por seguir con el negocio que Alberto tanto amaba. Con alegría, lo compartió en un posteo de Twitter y pronto logró más de 700 mil interacciones. “Mi viejo (84), mi hijo y mi marido reabrieron la ferretería de mi papá después que la pandemia lo volteara anímicamente y la cerrara, hace 3 años. Deséenles suerte. Venden cositos del coso, pendorchos, eso que va ahí, clavos con rosca, chirimbolos y todo eso”, escribió.
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La historia
Hace 56 años, que Alberto está en el local que luego de ser una agencia de autos y taller se convirtió en la ferretería. “Mi papá la abrió con un amigo y luego quedó solo. Pese a que viene de una familia de buen pasar económico, él siempre quiso trabajar y tener lo suyo, así que primero se dedicó a la compra-venta de autos usados, pero en algún revoleo económico del país la cerró y terminó siendo una ferretería. Esto pasó hace un cuarto de siglo”, inicia el racconto Silvia, la hija de Alberto, que es economista e investigadora de Economía y Ciencias Sociales del Conicet en Bahía Blanca.
Con entusiasmo, la también profesora de economía de la Universidad Nacional del Sur recuerda que el negocio era el epicentro de la familia y amistades de su padre. ”Es un poco el centro de reunión de toda la familia, de hecho, hacíamos comidas en la ferretería, es el punto de reunión donde nosotras, somos tres hermanas, llegábamos y nos quedábamos tomando mate con él al igual que los nietos. Es el lugar donde encontrarlo, era su espacio”, cuenta.
Pero, pese a eso, un día le llegó el cansancio y la vendió a un conocido, pero la extrañaba demasiado. “En ese tiempo, para él era difícil porque tiene la casa enfrente y aunque iba a visitar al hombre, no podía participar de nada, y ese señor un día también se cansó y la vendió... Y mi papá volvió a comprarla”.
Según cuenta Silvia, su padre es “un hombre muy dinámico, muy energético y el hecho de que todos los días estuviera ahí, sobre todo luego de separarse de mi mamá, el sacar y entrar todos los días todas las escaleras, las sillitas, lo mantenía vivo y activo”, describe.
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El golpe de la cuarentena
Pero cuando llegó la pandemia todo cambió. “Fue terrible porque se aterrorizó: sentía que si habría la puerta de la casa se moría directamente. Fue un momento muy, muy feo y, más allá de toda la incertidumbre que teníamos todos a nosotros, como familia nos preocupaba mucho porque de golpe dejó de ser ese hombre que tenía más energía que todos nosotros juntos y se empezó a venir abajo. Antes de la pandemia no miraba televisión porque no tienen la paciencia para mirar una película, por ejemplo, pero luego pasaba horas sentado frente a la pantalla”, dice consternada.
Afligida, recuerda: “Había que explicarle que n se iba a morir por salir a la vereda. Fue muy complicado, pero por suerte a principio del año pasado él empezó a ir, pero claro se encontró con la etapa de tener que remontar todo. Fue entrar y encontrar hasta la birome en el mismo lugar que al dejó en 2020...”.
Pese al agobio inicial, volvió a trabajar, pero se sentía muy estresado. “El año pasado, en noviembre, luego de tres años de encierro, prácticamente, fui a la casa y le conté que si ya no quería seguir en la ferretería que tenía un comprador. Volví a mi casa y le dije a mi marido que, como también es hijo de mecánico y nos criamos entre tornillos y tuercas, si quería que compráramos la ferretería con la idea que mi hijo Franco también estuviera porque siempre le gustó estar con el abuelo y escuchar sus historias y así nos metimos en el baile... Lucio se montó al hombro todo lo que significa levantar la ferretería y, me salió hacer el posteo el sábado por todo lo que significa para la familia”, dice emocionada.
Volver a ver a su padre entusiasmado con el proyecto, le devolvió a Silvia la alegría. “volví a sentarme en el mismo banquito que hace 25 años y volver a estar allí con él, tomando mate y riéndome de los chistes es impagable”, resume.
El clan familiar ferretero está pasando el mejor momento: “Mi hijo este súper contento y mi marido recontra entusiasmado. Ya le cambiaron los colores y la pusieron más modernas”, agrega.
Desde el sábado 4, el lugar volvió a atender s los vecinos que lo extrañaban. “Lo mejor también fue la alegría de la gente del barrio porque lo conocen de toda la vida y siempre preguntaban con él cuando veían las persianas bajas. Por suerte, salió este proyecto y ahora estamos más unidos que nunca para hacer que las cosas vuelvan a la normalidad porque la idea de reabrir siempre fue que mi papá siga atendiendo, hacer esto que tanto le apasiona”, finaliza.
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