La joven ucraniana que vive en Argentina y el pedido desesperado por su hermano capturado por los rusos

Oleksandr fue secuestrado hace ya casi un año. La breve carta que recibieron del prisionero como única prueba de vida y la incertidumbre de su paradero. Ya la abuela de Anna Khobta había sido prisionera de los nazis y su mamá sufrió las consecuencias de la radiación de Chernobyl. La historia de una familia atravesada por las tragedias que sacudieron a Europa

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Anna estuvo en Ucrania en
Anna estuvo en Ucrania en 2018 y visitó a su hermano Oleksandr (Instagram: @annakhobta)

Los hechos históricos siempre son contados por los libros, pero siempre tienen detrás dramas de personas reales que sufren las consecuencias. Es el caso de Anna Khobta, una ucraniana de 31 años, que llegó a la Argentina cuando tenía apenas 7 junto a parte de su familia.

La familia de la chica sufrió todos los embates que calaron en forma profunda en Europa Oriental durante parte del siglo XX y el XXI. Desde una abuela que participó de la Segunda Guerra Mundial y fue capturada por los nazis, hasta una mamá que sufrió las consecuencias en el cuerpo del desastre de Chernobyl y un hermano capturado por los rusos hace casi un año.

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Capturada por los nazis

La abuela de la chica había sido enfermera militar durante la Segunda Guerra Mundial en el ejército de la Unión Soviética (en esos momentos Ucrania era parte del bloque comunista). Muchos años después, la mujer contaba las atrocidades que había vivido. Primero como enfermera curando a los soldados y luego como prisionera de los nazis.

La abuela de Anna contaba sin metáforas el estado en que se encontraban los heridos que volvían del frente de batalla. Con el avance alemán, la mujer fue capturada y llevada a un campo de concentración. En diálogo con Infobae, la joven que vive en Argentina recuerda: “Nos contaba que había sido violada, rapada y que le habían quebrado varios dedos. Crecimos con esas historias y la verdad que nosotros no pensábamos que iba a volver a pasar una situación similiar como la que ahora vive Ucrania”.

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Una tarde de invierno a la abuela de Anna la pusieron en la fila para las cámaras de gases. En ese momento fue u n soldado nazi que la conocía quien la salvó. “La escondió en una carreta y la llevó al campo. Allí trabajo en la casa de una familia como mucama. Es muy difícil pensarlo desde la actualidad, pero mi abuela tenía 16 años cuando vivió toda esta situación”.

Una foto de la infancia
Una foto de la infancia de Oleksandr

Atravesar la bomba nuclear de Chernobyl

Muchos años después, el 26 de abril de 1986 se produjo el mayor desastre nuclear de la historia. Explotaba el cuarto bloque de la central atómica y eléctrica de Chernobyl, ubicada en Ucrania (en ese momento parte de la Unión Soviética).

La nube radiactiva cubrió gran parte de Ucrania, el oeste de Rusia y Buelorrusia. Es más Europa occidental se puso en alerta ante la posible llegada de la toxicidad. El Gobierno de la Unión Soviética tardó semanas enteras en evacuar y avisar a la población de los peligros. “Mi familia no sabía nada y mi mamá sufrió los problemas de la radiación –explica Anna de relatos familiares de antes de su nacimiento-. Tuvo mucho tiempo la mitad de su cuerpo paralizado. Es más aún ahora viviendo acá en Argentina tiene problemas graves de movilidad”.

La Navidad de 1991 se desintegra la Unión Soviética y muchos países del bloque socialista empiezan a independizarse. En ese momento, Ucrania entra en una grave crisis económica que incluía un muy alto desempleo. El papá de Anna, Viktor, había nacido en Rusia, es ingeniero nuclear y ya no había lugar para él en la nueva Ucrania independiente de Rusia.

Vivir en Argentina

En 1998 Viktor se decide a emigrar de Ucrania. Eligió un país dolarizado que le prometía buenos ingresos: la Argentina de Carlos Menem. “Llegó a Buenos Aires, pero no pudo revalidar su título de ingeniero. Se puso a trabar haciendo pozos para Edesur y de albañil en la construcción de supermercados”, relata Anna.

Anna participó de las marchas
Anna participó de las marchas en Buenos Aires para pedir por el fin de la invasión rusa a Ucrania (Instagram: @annakhobta)

Dos años después, Viktor pensó que era tiempo de traer a toda su familia a la Argentina. Sin embargo, los dos hermanos Inna y Oleksandr prefirieron quedarse a vivir en Kiev con la abuela. Entonces, viajaron su mujer y Anna con 7 años.

“El cambio fue terrible. Pasamos de vivir en una casa amplia en Ucrania a una pensión en San Telmo. Y enseguida empecé a ir a la escuela a primer grado. Por suerte ahí en el grado me encontré con un chico ruso que todavía hoy seguimos en contacto. Él está en contra de Putin y es solidario con la situación de mi país”, sostiene Anna.

En tres meses la nena ya hablaba un castellano casi perfecto. Hoy, 24 años después es una porteña más sin ninguna señal de haber nacido en Europa Oriental y con el mate de compañía mientras charla con Infobae para esta nota.

“Al principio dibujaba las letras que la maestra escribía en el pizarrón –recuerda la chica-. Volvía a mi casa con esos dibujitos y con la ayuda de un diccionario me enteraba por ejemplo que al otro día tenía que llevar un mapa”.

Pasó el tiempo y Anna se hacía cada vez de más amigos porteños con los que jugaba. Era una más en el recreo e iba perdiendo el acento ucraniano y lo reemplazaba por los modismos porteños.

Anna estsuvo en Ucrania en
Anna estsuvo en Ucrania en el 2018. Fue la última vez que pudo ver a su hermano Oleksandr

Anna estudió en el Nacional Buenos Aires. Tiene fotos en su Instagram de un reencuentro de egresados en las aulas del colegio. Ahora es abogada, traductora pública. En su casa, su mamá le hablaba en ucraniano y su papá en su ruso de origen. “Era para que sepa los dos idiomas”, explica la chica.

Otra vez la guerra

Todo iba bien hasta que la guerra volvió a atravesar el corazón de la familia Khobta. Ese 24 de febrero del 2022 se despertaron con una serie de whatsapp de su hermano que había empezado la invasión rusa a Ucrania y que el lugar dónde vivían en Výshgorod estaba asediado por decenas de tanques rusos y soldados que tomaron las calles.

“Volvieron a mi cabeza los relatos de mi abuela de las atrocidades de la guerra que ella había vivido -sostiene Anna-. No podía ser que vuelva a pasar lo mismo”.

Desde ese 24 de febrero. Oleksandr abandonó su casa con su esposa y el hijo de ella para esconderse en un sótano con otras personas. Dejó para siempre sus pertenencias y se fue solo con un bolsito. Allí abajo, nacieron nuevas relaciones interpersonales de solidaridad ya sea para compartir la comida, el agua, que era escasa, o hasta la carga del celular para comunicarse con familiares. “Con mi hermano al principio hablábamos bastante por whatsapp. Casi todos los días intercambiábamos mensajes -recuerda Anna-. Con el paso de los días los mensajes eran cada ves más esporádicos. Desde Argentina teníamos cada vez más miedo”.

La tarde del 5 de marzo, apenas a dos semanas de la invasión, pleno invierno ucraniano, Oleksandr salió de su búnker en busca de una mejor señal de celular para mandar un mensaje a su familia en la lejana Buenos Aires. Quería contarles que estaba bien que el pueblo ucraniano seguía en la resistencia. En la esquina fue interceptado por un grupo de soldados rusos. Le pidieron el documento y le revisaron el celular. En el aparato le encontraron mensajes en contra de la invasión, de la resistencia de su pueblo y hasta unas imágenes que tenía de su participación en la llamada revolución del Maidán, cuando los ciudadanos de todo el país tomaron las calles para pedir por la incorporación a la Unión Europea. “Mi hermano estuvo en la toma de la plaza central de Kiev todo ese tiempo. Allí aprendió de solidaridad y resistencia”, resalta Anna.

El auto de Oleksandr quemado
El auto de Oleksandr quemado por las bombas rusas (Instagram: @annakhobta)

Tras revisarle el celular, los soldados rusos detuvieron a Oleksandr tras darle una brutal paliza que fue observada por algunos vecinos que pudieron asomar apenas los ojos de los sótanos en los que estaban escondidos.

La búsqueda de Oleksandr

Desde ese momento, el hermano de Anna pasó a ser una especia de desaparecido. “Hicimos todos los intentos en la cancillería ucraniana para que nos den información y decían que no sabían nada. Que estaban trabajando para el intercambio de prisioneros pero que no podían dar más información”, explica la chica.

El primer dato que tuvieron de Oleksandr es que aparecía en una lista de prisioneros que difundió Rusia a mitad del año pasado. No informaban lugar de detención, ni sus condiciones. “Ese nombre en ese listado nos daba la esperanza de que estuviera vivo”, se entusiasma Anna.

Así quedó el frente de
Así quedó el frente de la casa del hermano de Anna abandonada ante el avance del ejército ruso

La protestas ante todos los organismos internacionales siguieron pero por mucho tiempo no hubo más datos. “Una familia buscando a un familiar sin saber dónde está ni en que condiciones. Peregrinando por diferentes organismos me hace acordar a lo que Argentina vivió con la dictadura militar -explica Anna-. Pero no vamos a parar hasta saber dónde está mi hermano y liberarlo”.

En agosto del año pasado, recibieron un pedazo de hoja sucia escrita en ucraniano que decía “Soy Oleksandr, estoy bien”. Primero se sorprendieron, no lo pudieron creer. Después se dieron cuenta que era la letra de él. A través de la Cruz Roja, los prisioneros pudieron enviar los primeros mensajes a sus familias para dar cuenta de que estaban vivos. “La esposa de Oleksandr le contestó la carta, también con muy pocas palabras para evitar la censura del Gobierno de Putin -explica Anna-. Esa fue la última comunicación que tuvimos, el último dato de esperanza de que mi esté con vida”.

Anna cuenta que toda la familia sufre la ausencia de Oleksandr, en especial mi papá Viktor que no habla mucho pero se lo nota triste, como ausente. “La última Navidad fue muy triste por la incertidumbre del paradero de mi hermano. Este 5 de marzo se cumple un año de su cautiverio y el 10 de marzo es su cumpleaños”, recuerda Anna con la voz segura de alguien que no piensa bajar los brazos.

La chica intenta darle la mayor difusión posible al caso de su hermano. “Los pueblos tienen muchos lazos sociales. De hecho, mi papá es ruso y inculcó su idioma desde que yo era muy chica -sostiene Anna-. Debemos unirnos para terminar con este horror de la invasión”. Así, mientras se ceba otro mate en una tarde de calor en Buenos Aires, la joven tiene su corazón y su mente en la helada estepa ucraniana. Sueña con reencontrarse con su hermano Oleksandr, abrazarlo y escuchar algunos de los chistes que le hacía a la hermana menor de la familia.

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