Son días agitados en la agenda laboral de Clara Cullen, nacida en Buenos Aires, que está en pleno rodaje de un documental en París, al mismo tiempo que crecen las repercusiones por la película que dirigió: Manuela ganó como mejor filme latino en el Santa Barbara Film Festival, y también tuvo muy buenas críticas durante su paso por la sección Panorama Argentino del 37° Festival de Cine de Mar del Plata. En diálogo con Infobae mantiene una reflexiva charla sobre los temas que se desprenden de la trama, como la maternidad, la ambición y el trabajo, pero además se sincera sobre los elementos biográficos que están presentes en su ópera prima, y la infancia cargada de arte que vivió mientras acompañaba a su madre, Teresa Anchorena, en su trabajo en el ámbito cultural.
“Nunca pensé en dedicarme a otra cosa que no fuera el cine”, dice con convicción. “Me siento muy cómoda con las imágenes en general y todo lo que es memoria e historias lo veo en imágenes”, agrega. Estudió en la Universidad del Cine, y fue durante la cursada de la carrera que pasó algo increíble: los icónicos cineastas Spike Lee y Werner Herzog vinieron a la capital porteña a grabar un comercial y durante su fugaz visita visitaron la universidad. “Nos propusieron a los estudiantes aplicar para trabajar en la película que iban a filmar ese verano, que era Inside Man con Denzel Washington y Jodie Foster”, cuenta.
Clara mandó su solicitud, y sin poder creerlo, le llegó la confirmación de que había sido seleccionada. “Así me fui a Nueva York, ni sabía hablar inglés, y tuve la suerte de que estaba muy cerca de ellos así que aprendí un montón, porque era asistente en el departamento de video; tenía que conectar los monitores a las cámaras y estar pendiente de esos detalles”, revela. Su compañero de banco era Ariel Winograd -director de El Robo del siglo, Sin hijos, Permitidos, El Gerente, y que actualmente está dejando huella en México-, y atesora esos recuerdos que fueron un antes y un después.
Quedó fascinada cuando vio que filmaban a tres cámaras, plano, contraplano y general, y la magnitud del método de trabajo en escala. “Una cosa es estudiar y saber lo teórico, pero ahí ves de manera concreta por qué para algunas cosas es mejor un lente de 40 milímetros y uno de 80 en otras”, explica. Pudo ver en acción a los gigantes de la industria, pero no tiene dudas de que estudiar con Herzog fue lo mejor que le pasó.
“Lo primero que me enseñó fue a abrir una puerta con un clip de pelo, me dijo que las reglas no tenían ninguna importancia, que el guion de tres actos en la práctica no existía, y que lo único que importaba era mi proyecto”, recuerda. Todas sus afirmaciones tenían valor filosófico también, y la incentivaron a derribar puertas, por más que parecieran cerradas. “Me trituró todo lo que había aprendido, me motivó a que hiciera lo que yo quisiera, y sentí que al fin hablaba con alguien el mismo idioma”, reconoce.
Cada vez que se cruzaba con Spike le hacía la mímica de encestar la pelota en al aro de básquet, haciendo referencia a su fanatismo por Manu Ginóbili. Volvió a Buenos Aires, se recibió y supo que la próxima parada sería Estados Unidos. “Pero en realidad me vine porque me enamoré de mi marido, todo arrancó como una historia de amor, y después empecé a estudiar documental en la Universidad Parsons de Nueva York”, confiesa sobre los inicios de su noviazgo con Max Farago, fotógrafo de profesión. Después de 13 años y haber formado una familia juntos, no tiene dudas de que fue clave compartir la pasión por el mundo audiovisual.
“Hay directores que vienen del teatro y hacen dirección desde ese punto de vista, mientras que otros venimos del mundo de la cámara y contamos desde ese lugar. Y así hicimos esta película, porque no es que adaptamos una historia al cine, sino que adaptamos el cine a esta historia que quería ser contada”, indica sobre la forma en que llevaron a cabo la filmación en tan solo un mes. Funcionaron como una banda de jazz que sabía a dónde quería llegar, pero había un poco de espacio para la improvisación y desviarse en búsqueda de otros caminos si era necesario.
“Muchas veces estudiamos cine pensando que se hacía en fílmico, con luces, con un cine un poco más posado; entonces uno aprende a que tiene que hacer un guión técnico, presentarlo a un productor que te hace el presupuesto, y hay algunos proyectos que están súper bien para ser contados de esa manera tradicional, pero hay otros que si se siguen esos pasos pierde un poco la esencia”, opina. Y aclara: “No hay una manera de hacer cine, sino que cada historia llama a diferentes formas de hacerla y esta película está hecha de una manera más documental”.
La cámara en mano, las partes de los diálogos que surgieron sobre la marcha porque la pequeña Alma aportaba frescura y naturalidad, sumada a la complicidad de la dupla protagónica, hicieron que el film fuese posible. “Bárbara (Lombardo) fue una actriz increíble porque nos dio la solidez dramática que necesitábamos, y encima la llamé ni bien tuve la idea, para ver si se animaba a hacerla; después conseguí la casa de unos amigos que quedaba libre porque se iban de vacaciones, y como mi hija empezaba la escuela más adelante, era ese el momento”, dice sobre el ajustado cronograma con el que se lanzaron a grabar.
Agradece que pudieron filmar con libertad, y ahora que está terminada y el público ya puede disfrutarla., dice: “Siento que dentro de 20 años la voy a volver a ver y lo que más me va a gustar de la peli es ver a Alma, que formó parte de todo esto y lo hizo conmigo”. El nombre que le puso a su ópera prima también tiene simbolismo: “Manuela era la señora que me cuidaba cuando yo era chica, y era muy cercana a ella; yo le decía ‘Meme’, casi como mamá”. Cuando creció siguió en contacto con ella, mantuvieron una amistad que trascendió décadas, y la mejor imagen que pudo ver fue la de su niñera y su madre juntas en el estreno del film. “Para mí ellas dos son el summum de la maternidad, porque las dos me aportaron mucho a mi vida en diferentes aspectos”, expresa.
Resignificar los prejuicios
Decidida a crear obras sinceras, todo comenzó con una imagen muy nítida que llegó a su mente cuando estaba en cama, convaleciente después de haber pasado unos días enferma. “Tuve un sueño y vi a una mujer que estaba con mi hija, Alma, cruzando a pie la frontera hacia México; y cuando ves una mujer latina con una niña rubia, el prejuicio hace que la mayoría piense: ‘Se la está robando’; y no, lo que yo quería decir es: la está salvando”, manifiesta, sin dar más detalles para no spoilear.
La trama se centra en la historia de Manuela, una joven latina que emigró a los Estados Unidos en búsqueda de trabajo para poder enviarle dinero a su familia. Ellen (Sophie Buhai) la contrata como niñera de su hija, Alma, y el vínculo que entablará con la pequeña invita a repensar la maternidad, las culpas, el trabajo y la mirada social sobre todos esos temas. “Todavía hoy, en 2023, el viaje de negocios para el hombre está aceptado, pero para la mujer es sinónimo de abandonar a sus hijos”, remarca Clara.
Movilizada por la sensación de que aunque percibe avances y cambios de mentalidad, todavía hay concepciones negativas muy arraigadas, eligió retratar dos mujeres que parecen diferentes, pero en realidad tienen mucho en común. “Me parecía importante analizar cómo se ve a una madre de una clase acomodada que deja a su hija por trabajo, y otra madre de clase más humilde que también deja a su hija por trabajo, porque tenés dos lados de la sociedad enfrentándose al mismo problema, y lo relaciono con que hay otro estigma enorme con la ambición femenina”, sentencia.
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Siente que muchas veces “maternidad” y “ambición” son catalogados como polos opuestos, como si no pudieran ir de la mano, y deja asentado su desacuerdo en este primer largometraje. “La mujer puede ser ambiciosa y seguir siendo buena madre, porque una cosa no descarta la otra; de hecho yo crecí con una mamá que trabajaba un montón, y nunca sentí que me abandonaba, me encantaba que ella trabajara y acompañarla a la oficina, me hacía sentir que me invitaba a formar parte de su día a día”, reflexiona. Aquellos recuerdos son los que la motivaron a aplicar la misma filosofía con su primogénita, y la llevó con ella a los rodajes muchas veces, a tal punto que para su hija, que ahora ya tiene 6 años, una cámara encima de un trípode son como otro mueble de la casa.
“Lo toma con total naturalidad, y me encanta porque las chicas que trabajan en la producción y en la cámara, ven que pueden traer a sus hijos, que se puede encontrar un lugar para estar con sus hijos en el trabajo. El cine parece un lugar como de mucho rigor, pero en mi experiencia se puede combinar y cuando se les explica a los chicos lo que está pasando, se portan súper bien y para ellos es muy divertido estar en un set de cine”, explica. Reconoce que algunos de los conflictos que plasma la película los ha transitado en primera persona, y cuando tiene temporadas de trabajo muy exigentes que implican ver menos a su hija, la invade la frustración, pero luego se propone derribar sus propias culpas.
“Esas son las cosas de las que hablamos, de una elección de maternidad, de repensarla y redefinirla, de cómo se cría un hijo en este contexto y cómo se puede compartir esa maternidad, sin que esté tan sobrecargada de prejuicios, perdonando y entendiendo los límites de cada uno”, expresa. Vuelve a su niñez y rememora un hecho que fue inolvidable para su madre: “Yo nací y mi mamá estaba trabajando, nunca dejó de trabajar, y cuando estaba embarazada de mí le ofrecieron el primer cargo político importante que tuvo, que fue durante el Gobierno de Alfonsín”. Su madre es Teresa Anchorena, nombrada directora de Artes Visuales por el ex presidente y quien, durante su gestión, organizó más de 200 exposiciones de artistas argentinos tanto a nivel nacional como internacional y fue el alma mater de la restauración del Palais de Glace.
Trae a colación esa anécdota porque considera maravilloso que en los años ‘80 su mamá haya podido elegir trabajar durante la gestación, y que todo su entorno, tanto laboral como personal, la apoyara. Y también cuenta otra feliz noticia: “Ahora mismo yo estoy embarazada, y a veces tengo un poquito de miedo de decirlo porque quizá no me den tal trabajo, porque sigue pasando que sentís que la sociedad te descarta, por la vulnerabilidad, y es importantísimo reforzar el mensaje y darle poder a las mujeres para que no lo escondan, que hablemos del tema y motivemos el cambio de pensamiento”.
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Otro de los cuestionamientos que vivió en carne propia son los preconceptos asociados a su procedencia familiar. “Estoy muy acostumbrada desde que nací a eso, porque mi mamá es una persona maravillosa, pero vino con un apellido que carga mucho en la sociedad argentina”, reconoce, y hace mención de la larga trayectoria que cultivó en gestión cultural en el ámbito público, con gran visibilidad desde que asumió la responsabilidad de estar al frente de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, y asesorar al Teatro Colón en temas de patrimonio. “Tener ese apellido en Argentina te marca mucho, y yo sabía que si quería hacer algo en el arte siendo la hija de Teresa Anchorena iba a ser bastante difícil que me tomen con seriedad, entonces sin querer me fui afuera a hacer mi camino, donde empecé de cero, 90% remo y 10% de presupuesto”, confiesa.
El reconocimiento de su ópera prima la invade de felicidad porque representa una forma de regresar a sus raíces, con un nombre propio y una carrera que fue en ascenso. La han contratado marcas de lujo para la dirección de comerciales, e incluso realizó entrevistas para The New York Times a figuras de talla internacional en una lista que encabeza el mismísimo Quentin Tarantino, además de John Waters, Jeff Koons, Michele Lamy, Raf Simons y Kristen Stewart’s.
En paralelo a Manuela, estuvo al frente de otro proyecto, cargado de la misma sensibilidad y la perspectiva que la caracteriza. Es la directora del documental Lo que no se ve ni se oye, una investigación sobre su bisabuela, Enriqueta Salas, considerada pionera por haber filmado una película en 1928 en Buenos Aires. “En abril será el gran estreno en el Centro Cultural San Martín, y tengo muchas ganas de ir para presentarlo; es un documental sobre las mujeres de mi familia, pero también es una búsqueda sobre los mismos temas, la maternidad, el trabajo, e incluye las imágenes que filmó ella”, anticipa. Recuperar ese material de hace un siglo no fue una tarea sencilla, ya que gran parte desapareció o fue quemada, y lo que primero que rescató fueron los descartes de las escenas que no fueron utilizadas.
Antes de terminar la charla, resulta imposible no hacer mención del film argentino que resuena como candidata a mejor película internacional en los Oscar, Argentina 1985, luego de la aclamada proyección en los Festivales de Venecia y San Sebastián. “Es una película cercana a mí porque Luis Moreno Ocampo -el fiscal adjunto del Juicio a las Juntas que en la pantalla grande fue interpretado por Peter Lanzani- es mi padrino, y porque Mariano Llinás -el coguionista- fue uno de mis grandes maestros”, revela. Con ilusión y admiración, proyecta que el presentimiento se convierta en realidad y el largometraje de Santiago Mitre obtenga la estatuilla dorada.
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