Ese hombre de sonrisa franca y amplia, de impecable traje, sentado en un escalón en el puerto de Buenos Aires, que bromeaba con un grupo de chicos mientras esperaba su equipaje, no era uno cualquiera. A esa altura, 1914, era un verdadero ídolo popular, que había construido su imagen lejos de la política y de la mano de la práctica de todo tipo de deportes y de locuras, como era la de volar.
Se llamaba Jorge Newbery.
A mediados de enero de ese año había regresado de un viaje por Europa, de donde había traído dos motores y hélices para su avión Morane Saulnier, comprado gracias a la ayuda de sus amigos del Jockey Club. Esa máquina, de fuselaje claro, alas verdes y con el capot del motor pintado de rojo, lo usaría para cumplir la hazaña de cruzar la cordillera de los Andes.
Se había propuesto atravesar el imponente macizo por una de las zonas más altas, a la altura de Mendoza. Se sentía confiado porque el 10 de febrero, con esa máquina, que llevaba un motor francés Le Rhone rotativo de 80 hp, había alcanzado los 6250 metros de altura en los cielos de El Palomar. Al no haber superado por 150 metros el récord que ostentaba un piloto francés, no le fue reconocido este logro. Sin embargo, quedó satisfecho por la altura alcanzada.
Había nacido en Buenos Aires el 27 de mayo de 1875. En Estados Unidos había estudiado ingeniería eléctrica y había sido alumno de Thomas Alva Edison. En 1897 ingresó a la Armada y al comprobar que muchos marineros no sabían nadar, se transformó en profesor de natación.
Dejó la Armada en 1900 para asumir como director general de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la Municipalidad de Buenos Aires, cargo que mantuvo hasta su muerte.
También fue profesor de la Escuela técnica que se transformaría en el Otto Krause, y era un entusiasta practicante de boxeo, esgrima, automovilismo, remo, disciplinas en las que ganó muchos torneos y competencias.
En noviembre de 1908 se casó, a los 33 años, con Sara Escalante, de 19. Tuvieron un hijo, Jorge Wenceslao, quien falleció siendo niño.
Era lo que se llamaba un sportsman, que no fue ajeno al nacimiento de la aviación. Junto al estanciero Aarón de Anchorena cumplió la hazaña de cruzar el Río de la Plata en globo, en diciembre de 1907. Su propio hermano Eduardo desaparecería en un vuelo en octubre del año siguiente. Su papá Ralph, un dentista neoyorquino que se había establecido en Argentina por 1872, y tenía consultorio sobre la calle Florida, había muerto de pulmonía en Tierra del Fuego, en 1906.
Batió el récord sudamericano de altura en globo y en 1910 obtuvo su brevet de piloto. Sin embargo, insistía a los que quisieran volar, que antes debían hacerlo en esos gigantescos balones. En tres años realizó 40 ascensiones.
Cada uno de sus logros, que motivaron que lo llamasen “señor coraje”, eran celebrados por un pueblo que seguía ávido cada uno de sus pasos.
Hacía tiempo que tenía en mente el cruce de los Andes. El 22 de febrero viajó a Mendoza junto a su amigo, el piloto Benjamín Jiménez Lastra. En esa provincia se les unió Teodoro Fels, quien había participado el 12 de febrero de los festejos de inauguración del monumento al Ejército de los Andes.
Con Jiménez Lastra y Fels recorrieron la zona, la estudiaron y evaluaron los peligros, la meteorología, especialmente las corrientes de aire ascendentes y descendentes. Esos aviones no disponían del instrumental que se incorporaría años más tarde, lo que hacía mucho más arriesgada la travesía.
Newbery decidió emprender el vuelo siguiendo el valle de Uspallata. Ofrecía algunos lugares donde se podría realizar un aterrizaje forzoso, en caso de emergencia. Le daba algo de tranquilidad la proximidad de la vía férrea, por la que se podría acercar ayuda.
El sábado 28 de febrero de 1914 por la noche asistió a una función en el Teatro Nuevo, donde fue ovacionado. Al día siguiente, almorzó en la finca del gobernador Rufino Ortega, perteneciente a una influyente familia mendocina.
Ese domingo 1 de marzo por la tarde tomarían el tren a Buenos Aires. El plan era volver con el avión y realizar el viaje. Alojado en el Grand Hotel, algunas familias conocidas le insistieron en que hiciera una pequeña exhibición para ellos.
Jiménez Lastra dijo que era imposible porque Newbery no contaba con un avión. Este le pidió a Fels que averiguase con su mecánico si ya había desarmado el suyo.
Como aún el mecánico no lo había hecho, Newbery terminó aceptando y salieron hacia Los Tamarindos, en las afueras de la ciudad. Ese era el punto de donde pensaba partir para cruzar la cordillera.
Sería la primera vez que no cumpliría con su cábala: siempre volaba con un retrato de su madre Dolores Malargie, “Lola”. Como en Mendoza no pensaba volar, había dejado la fotografía en el avión en Buenos Aires.
Hacía poco que una publicidad de cigarrillos 43 lo había sacado de sus cabales. En un afiche que tituló “Las cinco armas. La cuarta Aviación”, en el fuselaje de un aeroplano aparecían los nombres de Manuel Félix Origone, Lorenzo Euzebione, José María Pérez Arzeno, él, Fels y Macías. La cuestión era que los tres primeros habían fallecido en accidentes aéreos, entre enero y abril de 1913. Envió una carta solicitando se quitase esa publicidad, que no era más que un fatal presagio. La empresa lo hizo.
Se subió al Morane de su amigo Fels e invitó a Jiménez Lastra a acompañarlo. Fels quiso probarlo antes porque le advirtió que tiraba el ala izquierda. Se negó.
Una de las mujeres que le habían pedido volar le acercó una medalla de la Virgen de Lourdes.
El mecánico impulsó la hélice y en instantes la máquina despegó. Enseguida Newbery notó que el avión se inclinaba hacia su izquierda y que lo hacía en forma brusca. Comenzaron a ascender y alcanzaron los 500 metros de altura. La máquina continuó inclinándose y era imposible cumplir con alguna acrobacia. Al comprobar que no podía estabilizar el avión, Newbery gritó “¡Agarrate Tito!”, y se precipitaron a tierra, ante la mirada atónita de los que presenciaban el vuelo. Eran las 18:40.
Cuando Fels llegó junto al ingeniero Babacci, Newbery yacía muerto, entre hierros retorcidos, recostado sobre una de las alas. Por el impacto Jiménez Lastra había sido despedido y se quejaba de dolor. Tenía el brazo izquierdo fracturado y una luxación de muñeca, además de heridas superficiales. Ambos fueron trasladados a la Asistencia Pública.
El 2 a la tarde sus restos fueron llevados a Buenos Aires, donde llegaron al día siguiente a las 8:45. Los funerales fueron dignos de un jefe de Estado. Fueron velados en el Pabellón de las Rosas, cerca del predio de la Sociedad Sportiva de Palermo, desde donde en 1907 había partido junto a Aarón de Anchorena en globo y cruzó el Río de la Plata con el Pampero.
El velorio fue multitudinario y del sepelio participó el personal del Departamento Aeronáutico del Palomar y el cortejo fue encabezado por la máquina con la que el muerto pensaba cruzar los Andes, seguido por los aviones de la Escuela Militar de Aviación, que había ayudado a fundar. Cuando el féretro fue sacado para llevarlos al cementerio, soltaron mil palomas.
El día 4 su cuerpo, que había sido embalsamado, fue inhumado en la bóveda de la familia Fernández en el cementerio de la Recoleta. En 1937 se inauguró su mausoleo en la Chacarita.
Le faltaban un par de meses para cumplir los 39 años a este hombre que su motivación era el próximo desafío a enfrentar.
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