Hace un poco más de un año empezaba la guerra de Ucrania. La invasión rusa al territorio de su vecino que cambió el mapa mundial para siempre. Cambió la vida de millones de personas a los dos lados de la frontera entre los países en conflicto. Dos territorios que habían vivido unidos en la vieja Unión Soviética y que tenían miles de lazos sociales que iban de Moscú a Kiev.
Ryszard Kapuscinski sostiene que “la guerra, vista a distancia y hábilmente manipulada en una mesa de montaje no es más que un espectáculo. En la realidad, el soldado no ve más allá de la punta de su nariz, tiene los ojos cubiertos de polvo e inundado de sudor, dispara a ciegas y se arrastra por la tierra como un topo. Y, sobre todo, tiene miedo”.
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Al igual que los soldados, los habitantes de los países en conflicto intentan sobrevivir o escapar de la guerra. Fue lo que le pasó a este matrimonio mixto, compuesto por una ucraniana y un ruso, que cuando vieron que el conflicto escalaba tanto en Kiev como en Moscú, decidieron patear el tablero y emigrar a la lejana Argentina.
De la guerra a Palermo sin escalas
Lurii Kakashnikov, ruso de Moscú, y Liliia Shapoval, ucraniana, recibieron a Infobae en su amplio departamento de Palermo, ya instalados en Argentina desde mediados del año pasado. Entre un poco de castellano, otro de inglés y mucho de la aplicación Google Translate reconstruyeron su historia desde los comienzos de las primeras tensiones entre los dos países hasta su actualidad alejados de las bombas.
Liliia nació en la región ucraniana de Vinnytsia. Se trata de un distrito en el sudoeste del país que no había sufrido bombardeos en el comienzo del conflicto. Sin embargo con el recrudecimiento de los ataques a mediados del año pasado misiles rusos impactaron en edificios de viviendas y oficinas de la ciudad capital, que contaba antes de la guerra con unos 300 mil habitantes.
La mujer estudió en su ciudad natal y primero se casó con un ucraniano con el que tuvo a su primera hija, Aleskandra. “Mi primer matrimonio no funcionó y me separé al poco tiempo cuando mi nena tenía unos 5 años, en el año 2000″, recuerda la mujer ucraniana desde su departamento de Palermo.
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Tras el divorcio, Liliia abandonó Ucrania y se fue a probar suerte a Moscú. La mujer se tomó de esos trenes de la era soviética en la estación de su ciudad con su hija de la mano. Apoyó la cabeza en la ventanilla helada y se despertó cuando la formación larguísima hacía su entrada en la capital rusa. Nunca antes había tardado tanto desde que empezó a ver casas y bloques de edificios de estilo comunista hasta llegar a la estación en el centro de la ciudad.
La mujer, que lleva la voz cantante de la pareja, intenta contar en castellano esta parte de su historia. Cuando llega, el país de Putin había dejado atrás el comunismo y se presentaba con oportunidades laborales para muchos inmigrantes de la región. “Llegué sola a la inmensidad que era Moscú con mi hija de la mano que no entendía nada –relata la ucraniana-. Pero enseguida pude conseguir trabajo y alquilar un departamento. Ahí fue cuando arrancó mi nueva vida, la que después de varias vueltas me trajo hasta Buenos Aires”.
Encontrar el amor en Moscú
La vida en Moscú de Liliia iba de maravillas. Casi no extrañaba su Ucrania natal. “Me pude comprar un departamento en Moscú y mi hija Aleksandra estudió en muy buenos colegios. Nadie podía anticipar el odio y la violencia que ibamos a vivir entre los dos países unos años después. De hecho, en esos momentos todos me trataban como a una rusa más”, admite la mujer, mientras recuerda su vida en las tierras de Putin.
En 2011 Liliia conoció a su actual marido Lurii. Fue amor a primera vista. Enseguida se fueron a vivir juntos y tuvieron una hija Olga, que hoy es de los tres la que habla un poco de castellano gracias a la escuela porteña a la que concurre.
Mientras arrancaba una nueva vida de casada, Aleksandra, la hija de Liliia se volvió a Ucrania a vivir a Kiev, la capital del país. Allí se graduó de la Universidad y ahora vive y trabaja todo lo que los bombardeos rusos la dejan.
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“Mis chicas son muy lindas, tienen una relación muy cálida y también mi hija mayor ha desarrollado una relación de confianza con mi nuevo esposo. Alexsandra ya no amaba a Moscú, y estaba muy atraída por Kiev. Ella ahora vive bajo constante alarma aérea. Es su elección quedarse en su lugar de origen, pese a que casi no sale a la calle”.
“Además de mi hija, tengo a mi mamá, dos hermanos y una hermana con sus familias en Ucrania – se lamenta la mujer, mientras acaricia con sus manos la mesa del living comedor de su casa de Palermo-. Los hombres luchan y las mujeres cuidan de las familias y trabajan”.
Liliia recuerda todo su pasado en los que vivía entre Rusia y Ucrania con total paz y libertad. Se queda en silencio ante de seguir con su historia desde estas playas lejanas del sur de América en la que el idioma aún le es ajeno y el sol del verano porteño, muy agresivo para su blanca piel ucraniana.
“Somos muy amigos, ‘familieros’ como se dice acá –se sonríe Liliia-. Antes de la guerra pasábamos mucho tiempo libre y vacaciones en Ucrania”.
Ucrania y su revolución Maidan
En 2013 Ucrania vivió una verdadera revolución. Los eventos conocidos como el Maidan, cientos de miles de manifestantes salieron a las calles para pedirle al presidente Víktor Yanukóvich que cumpliera su promesa y habilitara el ingreso del país a la Unión Europea.
Con la resistencia de Rusia, Yanukóvich cambió de opinión y las manifestaciones tomaron la plaza principal de Kiev por largos meses, incuídos el duro invierno de Europa oriental.
En ese momento, recuerda Liliia viajó con su familia a la capital de su país para estar en las protestas. “Juntos defendimos la dignidad de Ucrania. Luego estuvo Crimea y la guerra en la región de Donetsk. Apoyamos al ejército Ucraniano y participamos activamente en las protestas en Moscú. Fuimos golpeados y perseguidos por la policía. Todo culmina en enero del 2021, tras el regreso de Navalny a Moscú, en una marcha golpearon a mi marido en la cabeza y lo tuvieron que coser”, recuerda la mujer mientras su pareja detrás asiente tratando quizás de olvidar el mal momento.
La conmoción de la guerra
El 24 de febrero del 2022, Liliia se despertó en Moscú con la peor noticia posible. Liliia había recibido whatsapp desde Kiev de toda su familia. Entonces prendió la TV y vio a los tanques rusos cruzar la frontera hacia su país. La guerra había comenzado.
Al recordar este momento, la mujer abre bien los ojos y toma las manos de su marido y su hija. “Me enfermé. Estaba como conmocionada por el comienzo de la invasión. No podía comer ni trabajar –relata Liliia-. Nos miramos con Lurii y dijimos nos tenemos que ir de acá, no podemos vivir esto”.
De inmediato, mientras seguían las noticias de las atrocidades del Ejército ruso en sus incursiones en Ucrania, comenzaron a solicitar visas en las embajadas europeas. “Todas rechazadas”, se indigna Liliia cuando lo cuenta ante Infobae.
Fue así, que Argentina se presentó como una opción muy tentadora. No necesitaban visa para entrar y algunos compatriotas le hablaron de la hospitalidad de este pueblo del sur del mundo.
“Decidimos viajar a Buenos Aires. Nuestro único objetivo era alejarnos de la locura violenta que se vivía y que aún continúa en Rusia”, relata Liliia.
Ya instalados en Palermo comenzaron la nueva vida de porteños. Su hija Olga, de 11 años, concurrió a una colonia de vacaciones donde tuvo sus primeras amigas. Y el lunes pasado arrancó las clases en la Ciudad como miles de chicos más. La nena aprendió el castellano mucho más rápido que sus padres. “Los chicos son así muchos más abiertos a los cambios. Un poco también nos vinimos a Argentina por ella, para que pueda vivir y desarrollarse en paz”, resume Liliia con la mirada puesta sobre la cabellera rubia de Olga.
Por ahora viven del alquiler de un departamento en Moscú y de los ingresos de Lurii que trabaja en forma remota como programador.
La vida en Buenos Aires
“Nos gusta Argentina. Su comida y cómo nos tratan acá pese a que por ahora nos cuesta un poco hacernos entender. Estamos aprendiendo el idioma”, dice la mujer en un castellano aún entrecortado. Quizás por el calor de Buenos Aires que los tiene a maltraer, la pareja dice al unísono que extrañan los veranos ucranianos con días que pueden llegar a durar hasta casi 17 horas. “Amanece un rato después de medianoche y se mantiene la claridad hasta la hora de la cena”, recuerda Liliia. En realidad lo que anhela la ucraniana es volver a pasar esos momentos de tibio sol de Kiev junto a su familia que quedó asediada por las bombas rusas. “Pese a que la tecnología nos acerca, me gustaría volver a abrazar a mi hija Aleksandra. Pero ella decidió quedarse en Kiev”.
Pese a estar muy bien en Buenos Aires, la pareja sueña con el momento del reencuentro con sus familias en Ucrania. Por ahora, al tener pasaporte rusos se les impide el ingreso a Kiev. “Mi esposo es ruso, pero odia el régimen de Putin y siempre luchó contra él. Apoyamos y amamos a Ucrania. Así por ahora nos vamos a quedar en Argentina”, se resigna Liliia.
Por último, la mujer agrega un dato más a los cruces sociales que la guerra hicieron estallar por el aire desde la primera bomba que cayó sobre suelo ucraniano. “Mi suegra tiene 83 años y mi marido es su único hijo. Pese a todo, ella ama a Putin, apoya la guerra y considera a su hijo un traidor a la patria”. Pese a todo, la pareja, mientras se vuelven a tomar de la mano, asegura que el proyecto futuro es traer a la mujer a vivir a Buenos Aires para que esté cerca de su nieta Olga. “Tal vez aquí, lejos de las bombas se pueda cerrar esa grieta entre las formas diferentes de ver el mundo”, se esperanza Liliia.
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