Sus dudas acerca de su identidad empezaron a los 14 años. Cursaba el segundo año en el Colegio Inmaculada Concepción de Lanús cuando una clase de biología le resultó reveladora. Mientras la profesora hablaba de los parentescos y los grupos sanguíneos, María Estela Ramos comprobó que la denominación de su sangre era “Cero” mientras que la de su mamá era “A” y la de su papá “B”.
“Los grupos sanguíneos no coinciden, así que soy adoptada”, deslizó con sarcasmo frente a la sorpresa de sus compañeros. Luego, le hizo el mismo comentario a su mamá, Estela Avella, pero como lo negó de manera rotunda prefirió no indagar demasiado aunque no le cerraba que, a diferencia de sus amigos, tuviera padres “muy grandes”. En esa época ella tenía 47 y él 57.
En 2011, con el nacimiento de su primera hija, el tema genético volvió a colarse en su vida. La beba nació con una agenesia del dedo medio izquierdo (una malformación congénita durante el embarazo que hizo que le quedara ese dedo más chiquito que el resto), tuvieron que hacerle varios estudios y los médicos ahondaron en los antecedentes familiares, que Estela prácticamente desconocía porque era un tema del que no se hablaba.
“Vos sos hija mía”, le repetía su mamá una y otra vez ante sus cuestionamientos. Pero su instinto decía otra cosa y se propuso investigar, a sus espaldas, sin encontrar demasiadas respuestas.
El hermetismo de su entorno era total hasta que 7 años después, cuando su papá estaba por morir, una frase volvió a despertar sus sospechas. “Me pidió perdón por lo que había hecho pero sin darme mayores precisiones. Lo hizo reiteradas veces, incluso cuando ya estaba agonizando”, recordó Estela en diálogo con Infobae.
En 2020, plena pandemia, empezó a indagar en varios grupos de Facebook (incluidos la ONG Encontrarnos, de la que forma parte) sobre la búsqueda de personas para saber si alguien la estaba buscando pero no encontró ningún indicio. “Estaba en punto muerto. Pero insistí tanto entre mis familiares que, cuando murió papá y mi mamá empezó con demencia senil, uno ellos me contó que me habían comprado de bebé”, contó la mujer.
Lo primero que hizo fue contactar a organizaciones de DD.HH. “Me hice un ADN en la Comisión Nacional por el derecho a la identidad (CONADI), que determinó que no era de hija desaparecidos”, se desilusionó Estela. Otra vez, estaba empantanada.
Finalmente, una tía se apiadó de ella y le contó que había nacido en una clínica clandestina ubicada en la calle Rivera, en Avellaneda, donde atendía una partera que vendía bebés de mujeres que los querían dar en adopción.
“Lo mío fue una investigación al estilo CSI Miami. Me enteré que varias parteras, entre las que se encontraba la mía, habían armado una especie de petit hotel donde llegaban jóvenes traídas por sus padres para que nadie se enterara de que estaban embarazadas para luego deshacerse de los recién nacidos”, relató.
Con esta revelación, su deseo de conocer su orígenes se volvió en una prioridad. A través de Internet, contactó a la empresa MyHeritage -cuyo servicio es considerado el servicio número uno para las coincidencias de ADN en Europa- y días después recibió un kit para realizarse un test de saliva en su domicilio tras abonar 49 euros.
“En el ADN me salió que la mitad de mi etnia es armenia y la otra mitad es vasco francés. Lo que no precisó es qué mitad correspondía a la línea paterna y qué mitad a la materna. Empecé a analizar mis ancestros y descubrí que mi papá era el que tenía ascendencia armenia”, precisó Estela, quien al empezar a armar su árbol genealógico detectó un apellido que se repetía bastante.
“Empecé a llamar a todas las personas que aparecían en la guía telefónica con ese apellido que, por una cuestión legal, no puedo revelar”, se lamentó la mujer ya que uno de ellos, de nombre Jorge, resultó ser su medio hermano pero no quiere mantener ningún tipo de vínculo con ella.
Jorge vive en el barrio porteño de Flores y tiene 65 años. Estela lo contactó en junio de 2021 pero rechazó someterse a un ADN. Al continuar con su búsqueda, dio con un hombre y una mujer (compartían el mismo apellido que Jorge), que aceptaron muy amablemente a realizarse el test pero ambos dieron negativo. Nuevamente, sus ilusiones se vieron desmoronadas.
En noviembre de ese año se le ocurrió abrir una página de Facebook donde publicó fotos suyas de bebé y le pidió ayuda a los usuarios para descubrir su verdadera identidad. “Supliqué que si había alguien con ese apellido aceptara someterse a un ADN para determinar si era compatible con el mío y meses más tarde quien se contactó conmigo fue la hija de Jorge. Ahí descubrí que ella era mi sobrina y Jorge mi medio hermano”, recordó. Hasta ese momento ya llevaba gastados casi 200 euros por la compra de cuatro kits.
La empresa My Heritage mide el ADN por Centimorgan, probabilidad del 1% de que dos marcadores de un cromosoma se separen uno de otro debido a un evento de recombinación durante la meiosis (que ocurre durante la formación de los óvulos y los espermatozoides). “De acuerdo a la cantidad de Centimorgan que vos compartís con alguien es el parentesco. El test te indica, del cromosomas 1 al 22, que cromosomas es igual al tuyo y eso te ubica si sos hermana, tía o prima de la persona que se hisopo. Busca antecedentes en 27 generaciones hacia atrás”, precisó Estela.
El día que recibió el resultado de compatibilidad con Vanesa difícilmente la pueda olvidar: “Fue el 22 de diciembre de 2022, día en que el presidente decretó un feriado nacional para ir a festejar el triunfo de la Selección Argentina en el Mundial de Qatar”.
Vanesa, de 38 años, se había hecho el ADN a escondidas de su padre y como se venían las Fiestas no quiso comentarle nada de su encuentro con Estela “para pasar un fin de año en paz”. Lo que ocurrió después fue algo mágico, que sirvió para superar el trago amargo de la indiferencia que tuvo que soportar.
“Por el árbol genealógico descubrí que Jorge tenía un hermano de nombre José viviendo en Mar del Plata y justo con mi familia habíamos decidido veranear los primeros días de enero allá. Así que lo busqué por la guía telefónica y le fui a tocar el timbre”, recordó. “Todo se dio muy naturalmente, fue re loco”, deslizó emocionada.
Apenas se vieron, lo primero que le preguntó Estela fue si su hermano Jorge le había contado de su existencia. José no tenía idea pero cuando vio que era tan parecida físicamente a él y a sus sobrinas, no lo dudó ni un instante. “Me miró, me abrazó y me dijo que no hacía falta un ADN. Fue muy amoroso y me decía ‘ya me encontraste ¿para qué querés que hagamos el test?’. Nada que ver a la reacción de mi otro hermano”, sentenció. “No esperaba que ninguno de los dos reaccionaran así, uno tan amoroso y el otro tan distante”, detalló.
“José enseguida me presentó a su mujer y a sus hijas e hizo subir al departamento a mi marido y a mis hijos que estaban esperando en la vereda. Días después me llamó para invitarnos a cenar y todos terminamos conversando como si nos conociéramos de toda la vida”, se enorgulleció Estela, que de ese encuentro guarda una emotiva foto junto a su hermano, a quien todos lo conocen como “Ricky” (diminutivo de su segundo nombre).
Cuando Ricky le contó algunas intimidades de quien fuera papá biológico, Estela encontró muchas similitudes con acontecimientos de su vida. “Al fallecer lo cremaron y arrojaron sus restos a la playa donde fui toda la vida de chica: la playa de Punta Iglesia. Encima él vivía a dos cuadras de donde paraba con mis viejos cada vez que íbamos a Mar del Plata, en Luro y Santa Fe”, señaló
Incluso, descubrió que su adoración por los zapatos era hereditario. “A pesar que soy terapista psiquiátrica, siempre me llamaron mucho la atención los zapatos. Indago sobre modelos, diseños y últimas tendencias. Y ahora me vengo a enterar que mi familia paterna se dedicaba a la compostura de calzados. Desde lo lejos, nuestras vidas estuvieron muy conectadas sin saberlo”, aseguró.
Lo que Ricky no sabe es quién pudo haber sido la mamá de Estela. “Me contó que el viejo era muy mujeriego y que se hacía llamar Fernando porque era un tramposo y no quería que se le juntara el ganado. Cuando mi mamá lo conoció él ya estaba casado y con dos hijos. Sospecho que el embarazo de mi mamá fue un desliz amoroso. Pero esa es una parte de la historia que tengo que seguir investigando”, deslizó de manera paciente.
Hoy, con 42 años, Estela asegura que no guarda ningún rencor contra su madre: “La perdoné porque siempre intenté comprender el contexto. Si ahora adoptar es difícil, imaginate antes. Y pensá que eso era una práctica común 40 años atrás porque somos casi 3 millones los que todavía buscamos nuestra identidad”.
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