A comienzos de 1812, el Primer Triunvirato encomendó a Manuel Belgrano instalar baterías a orillas del Paraná para desalentar las incursiones españolas en los poblados costeros, donde buscaban ganado y víveres.
A las cuatro de la tarde del 24 de enero de 1812 partió al frente del ejército compuesto por efectivos del Regimiento de Patricios, el antiguo N° 1 que, luego del Motín de las Trenzas de diciembre del año anterior, había pasado a llamarse N° 5. Llevaban 16 carretas con las municiones, tiendas de campaña, vestuario y los caudales. A las 9 de la noche llegaron a San José de Flores, un poblado que se estaba formando y donde no vivían más de 20 familias. La siguiente parada fue en la Cañada de Morón, y acamparon cerca de la panadería de Francisco Rodríguez.
El 28 entraron en Luján y descansaron al oeste del puente que cruza el río. El 30 estaban en la Cañada de la Cruz, en Giles y el 7 de febrero, cuando se encontraban a una legua de Rosario, se formó la tropa y con las banderas y en perfecto orden entraron a la ciudad, donde fueron recibidos por el alcalde y los vecinos.
El campamento se estableció a orillas del río, bajo una gran arboleda, para protegerse de las altas temperaturas del verano, mientras que Belgrano se alojó en una casa en el pueblo. Los capitanes Herrera y Rueda lo pusieron al tanto de los trabajos en la construcción de las baterías, “Libertad”, sobre la barranca y otra, “Independencia”, en una isla. Las obras estaban a cargo de Angel Augusto de Monasterio, un español que había adherido a la revolución de Mayo, que tenía estudios de ingeniería y de artillería.
Se rumoreaba que venían varios buques enemigos con cientos de hombres de desembarco.
El día 13, por carta, solicitó al Triunvirato el uso de una escarapela nacional. Fue por una cuestión práctica: evitar que sus soldados, muchos sin uniforme, se identificasen en el campo de batalla y no se matasen entre ellos. Ya lo había sufrido en la batalla de Paraguarí, donde en un momento sus soldados creyeron estar rodeados y en realidad eran refuerzos.
El gobierno lo autorizó cinco días después.
Si ahora contaban con una escarapela celeste y blanca, ¿por qué no tener una bandera?
Belgrano se animó a darle forma a una enseña, en base a los colores de la escarapela, cosida por la vecina María Catalina Echevarría de Vidal, una mujer de 29 años hermana de Vicente Echevarría, un abogado amigo suyo. María Catalina había sido criada por una familia que tenía un almacén de ramos generales, y de ahí obtuvo las telas.
A las seis y media de la tarde del jueves 27 de febrero de 1812 Belgrano le rindió honores a la nueva bandera, frente a las salvas disparadas por la batería Independencia. Algunas versiones sostienen que el santafecino Cosme Maciel fue el encargado de izarla. Maciel se dedicaba a la construcción de barcos y había prestado su ayuda en la construcción de las baterías, proveyendo maderas.
Belgrano le escribió al Triunvirato que “siendo necesario enarbolar una Bandera, y no teniéndola, mandé hacer una celeste y blanca, conforme los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de aprobación de V.E.”
Al conocer la noticia, el Primer Triunvirato, especialmente Bernardino Rivadavia puso el grito en el cielo. Es que entonces contábamos con el auxilio de Gran Bretaña para lograr el retiro de las tropas portuguesas de la Banda Oriental, siempre y cuando no disgustemos a España, aliada entonces de los ingleses. No era el momento oportuno para tener bandera propia.
Rivadavia le pidió que la escondiese. “La situación exige que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente…”
Pero como las comunicaciones demoraban semanas o meses en llegar, Belgrano no recibió a tiempo la respuesta. El 1 de marzo había partido para hacerse cargo del Ejército del Norte, en reemplazo de Juan Martín de Pueyrredón.
El 25 de mayo, aprovechando el segundo aniversario de la Revolución, la hizo bendecir en Jujuy por el cura Juan Ignacio Gorriti. Luego, le respondió al gobierno que destruiría la enseña.
Pero los vientos políticos estarían a su favor. El 8 de octubre de 1812 por obra de la Logia Lautaro y de la Sociedad Patriótica cayó el gobierno y asumió el Segundo Triunvirato, que dio un nuevo impulso al movimiento independentista. Entonces el abogado devenido en general, a orillas del río Pasaje, la hizo jurar a las tropas. Desde entonces ese río se llama Juramento.
Declarada la independencia en Tucumán el 9 de julio de 1816, era momento para un pronunciamiento sobre la bandera. Fue el diputado altoperuano Esteban Gascón quien puso en el tapete esa cuestión. Gascón, cuyo nombre había integrado la lista de candidatos a director supremo, en el que finalmente resultaría electo Juan Martín de Pueyrredón, argumentó que la bandera celeste y blanca ya era utilizada -tuvo su presentación en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813- pero que no existía una norma legal que fundamentase ese uso.
Como Gascón pretendía que la cuestión se aprobase, puso en consideración el tema de aprobar una bandera menor.
La bandera menor era la de uso civil, que no incluía las armas del país porque hasta entonces no nos habíamos puesto de acuerdo sobre la forma de gobierno que adoptaríamos. ¿Tendría que incluir el escudo de un monarca inca, tal los deseos de Belgrano? Ya habría tiempo de abocarse a la discusión sobre el diseño de una bandera mayor cuando se hayan establecido la forma de gobierno.
El 20 de julio Gascón presentó el proyecto que fue aprobado el 25 por unanimidad. “…será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo exclusivamente en los exércitos, buques y fortalezas, en clase de bandera menor, ínterin, decretada al término de las presentes discusiones la forma de gobierno más conveniente al territorio, se fixen conforme á ella los geroglíficos de la bandera nacional mayor”.
La bandera mayor sería aprobada el 25 de enero de 1818, cuando se le incluyó el sol de mayo.
¿Cómo era esa primera bandera? No hay certezas que luciera tal cual la conocemos. Cuando ocurrió la derrota de Ayohuma, Belgrano le pidió a su amigo, el padre Juan de Dios Aranívar de la iglesia de Macha -cerca de donde había establecido su cuartel- en Bolivia, que escondiese la enseña para que no cayera en poder de los españoles.
En 1883, el padre Martín Castro quiso sacar dos telas enrolladas que rodeaban unos cuadros de Santa Teresa, colgado al lado del altar mayor. Las telas, de color celeste y blanca, resultaron ser dos banderas.
No existen certezas si alguna de ellas fue la enarbolada en las barrancas de Rosario o si estuvieron en las batallas que libró en el norte. Tal vez no se sepa nunca.
El Museo Histórico Nacional conserva una de ellas, la que tiene los colores ordenados como la actual bandera nacional. La otra, blanca celeste blanca, está en el Museo Casa de la Libertad de Sucre, ambos valiosos testimonios de la época en que se peleaba por ser libres.
Fuentes: Autobiografía de Manuel Belgrano; Juan Manuel Beruti – Memorias Curiosas; Web del Museo Histórico Nacional.
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