¿Puede la moda matar y ser causas de masacres multitudinarias? La respuesta es: sí. Sabemos que el negocio de la moda mueve millones y a cientos de personas involucradas en este empeño. Eso queda bien en claro en el icónico film El diablo viste a la moda (The devil wears Prada) protagonizada por Meryl Streep y Anne Hathaway. Pero estamos hablando de muertes y no de feroces competencias sobre el arte de la moda y el vestir.
Veamos un poco de historia y cuáles fueron las modas más letales de la historia. En 1861 el poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow y su mujer Francis Appleton, estaban tranquilamente en su casa cuando él se dispuso a ir a descansar unos minutos dado el calor; su esposa aprovecharía ese momento para poder guardar en un sobre recuerdos de sus hijos los cuales cerrarían con lacre. Fue en ese momento que su vestido quedó envuelto en llamas y al oír los gritos desesperados de su mujer, Henry bajo rápidamente las escaleras e intento sofocar el fuego que estaba ardiendo por el cuerpo de su esposa enrollándolo en una alfombra que resultó ser muy pequeña. Francis murió al otro día a causa de las quemaduras y el poeta uso toda su vida brava para cubrir las cicatrices que en el rostro le dejo el fuego que consumió viva a su esposa. Pero ¿Cómo ocurrió esto? No se sabe si por la caída de una gota de lacre en el vestido de Francis o que se cayó el candil que estaba utilizando.
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En el siglo XIX las mujeres se convertían en antorchas vivientes gracias a los dictámenes de la moda. Es que las telas de las mujeres eran terriblemente inflamables y para peor, se había puesto de moda el miriñaque (también llamado crinolina). El miriñaque consistía en una estructura ligera con aros de metal que mantenía huecas las faldas de las damas, sin necesidad de utilizar para ello las múltiples capas de enaguas almidonadas, que había sido el método utilizado hasta entonces. No era en absoluto una estructura completamente rígida e inamovible, pues se balanceaba hacia cualquiera de los lados con los movimientos de la mujer, y cualquier presión sobre una parte de la falda provocaba un movimiento completo de la misma. Pero el tamaño de las faldas se desmesuró tanto con el uso del miriñaque que impedía a dos mujeres entrar juntas en una habitación o sentarse en un mismo sofá, ya que la gran amplitud de las faldas lo impedía. El diámetro llego a ser de casi 2 metros. Fue la emperatriz consorte de los franceses Eugenia de Montijo esposa de Napoleón II que la puso de moda en su momento.
La cuestión es que las telas, sobre todo en la alta sociedad, debían ser vaporosas y muy suaves; contrariamente las clases más humildes poseían telas más rusticas y duras. Y fue esta liviandad de los tejidos los que la hacían altamente inflamables. Tules, sedas, linos, etc... Los hombres, en cambio poseían telas más rígidas como la lana y brocados negros, que al no ser tan vaporosos y además estar ceñidos al cuerpo, no corrían peligro.
En los grandes salones de la alta sociedad, se podían observar cómo se deslizaban estos vestidos enormes. El peligro era que estos salones se alumbraban con velas, y lámparas de aceite, además de las chimeneas crepitantes y los señores que fumaban por doquier. Solo bastaba una chispa para comenzar el horror de un rápido incendio, lo que hacía que otros vestidos también ardieran al mismo tiempo. Solo en Inglaterra entre 1850 y 1880 murieron más de 3000 mujeres a causa del incendio de sus vaporosos vestidos. Por ejemplo dos medias hermanas de Oscar Wilde, Emily y Mary Wilde de 24 y 22 años respectivamente perdieron la vida por culpa de miriñaque el 10 de noviembre de 1871, en Irlanda. Mientras bailan un vals, un punto del vestido de Emily rozó un candelabro lo que hizo que el vestido se prendiera rápidamente fuego, a lo que su hermana corrió a socorrerla pero dado el diámetro de su vestido y la tela que estaba realizado (tules, gasa y sedas) rápidamente también cobró fuego convirtiendo a las dos hermanas en teas vivientes ante el horror de todos los presentes que casi nada podían hacer.
La archiduquesa Matilde Austria también fue víctima de esta moda el 6 de junio de 1867, a los 18 años, en el castillo de Hetzendorf. Se había vestido de gala para ir al teatro con un vestido de gasa, tules y seda. El diámetro del mismo era bastante imponente, dado que debía mostrar su rango y procedencia real. Pero para mantener su rigidez había aplicado una solución de glicerina.
Ya pronta para partir al teatro, decidió fumar un cigarrillo, cosa totalmente prohibida por su padre el archiduque Alberto de Austria-Teschen. Al ver que su padre se acercaba decidió esconder la mano con su cigarrillo encendido ubicándolo detrás de su cintura. Error fatal. Cayó una ceniza del cigarro encendida sobre su falda y al estar este impregnado de glicerina ardió rápidamente ante los ojos de su propio padre. Y de toda la familia real que estaba prontos a partir hacia el teatro. Falleció a causa de las quemaduras recibidas.
Pero no solo eran las mujeres de alta sociedad que morían a causa de esta moda. Había también una profesión que era “altamente inflamable” estas eran las bailarinas clásicas de los grandes teatros. Los escenarios eran iluminados con velas o con lámpara de aceite o con gas. Esto hacia que sus vestidos los cuales eran de tules, rápidamente se prendieran fuego, como ocurrió el 14 de septiembre de 1861 en el teatro Continental de Filadelfia donde, estando la sala llena e interpretándose la obra La tempestad y ante los ojos atónitos de los espectadores y los actores la bailarina británica Celia Gale cruzó el escenario envuelta en llamas ante los cual sus hermanas, también bailarinas intentaron ayudarla pero sus trajes también comenzaron a arder. El cómputo final del horror fueron 7 bailarinas muertas y el teatro completamente incendiado.
Pero también el ego y la testarudez formaron parte de este horror de la moda. Tal como aconteció con la muerte de la bailarina francesa Emma Livry. A causa de los múltiples accidentes por los vestidos utilizados por las bailarinas, los empresarios teatrales comenzaron a imponer otro tipo de tela para la representación de los espectáculos de ballet. Pero no eran tan níveos y vaporosos como los terriblemente inflamables. Emma decidió no utilizarlos y durante un ensayo de la obra La muerte de Porciti de Auber, haciendo su entrada en el segundo acto, sacudió sus faldas, que se incendiaron en una lámpara de gas. En llamas, corrió por el escenario tres veces antes de que la atraparan y extinguieran el fuego con la ayuda de los bomberos y otros bailarines. Sus quemaduras eran más extensas que profundas. Tenía quemaduras en los muslos, la cintura, la espalda, los hombros y los brazos. Sufrió durante meses, pero se mantuvo en contra de las faldas ignífugas: “Sí, son, como dices, menos peligrosas, pero si alguna vez volviera al escenario, nunca pensaría en usarlas, son tan feas” En 1863, sus heridas se reabrieron y sucumbió de septicemia, tenía solo 20 años. Los restos supervivientes de su traje se pueden ver en el Musée de l’Opéra de París.
Pero no todo ocurría en Europa y América del Norte. En Sudamérica también tuvimos nuestra cuota de horror. Y esta vez, si bien no fue por culpa directa de los miriñaques, tuvieron un 50% en parte de la tragedia. Ocurrió al atardecer del martes 8 de diciembre de 1863, durante la clausura del «mes de María» y la solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la iglesia de la Compañía de Jesús en Santiago de Chile. Dicha festividad es muy apreciada por la comunidad católica y por tanto cientos concurren a los templos ese día. En esa ocasión, extrañamente, era una tarde fresca en Santiago de Chile, por tanto las mujeres de la alta sociedad sacaron sus mejores trajes con miriñaque para concurrir a la función religiosa.
Como era costumbre en aquellos tiempos, las mujeres de las familias principales se ubicaban lo más cercana al altar principal del templo; claro, con el inmenso inconveniente de sus gigantescos vestidos de tules y gasas. Además había que engallarse dado que se bendeciría el retablo de la Virgen recién restaurado.
Comenzó el oficio y de una medialuna de vidrio que contenía abundante aceite se desprende un pequeño trozo de pabilo encendido que cae sobre unos adornos de papel con forma de flores. Ese fue el comienzo del fin. Prontamente comenzaron a estallar las lámparas de aceite y las velas y a hacer combustión. Trozos de papel encendidos caían sobre los inmensos vestidos de las damas, las cuales ardían rápidamente. La muerte final llego a causa de las puertas las cuales se abrían hacia adentro del templo y dada la presión de las personas que huían del incendio y de las teas humanas crearon un bloqueo de las mismas lo que impidió que pudieran salir del templo. Dos mil personas murieron ese día en la iglesia de la Compañía de Jesús de Santiago de Chile. El 80%, mujeres cuyos vestidos se convirtieron en mortajas ígneas a causa de sus telas. Santiago de Chile tenía, por aquel entonces, 10.000 habitantes, no hubo ni una sola familia de Santiago que no tuviera alguna víctima o más de una en esa catástrofe.
Pero no todas las prendas asesinas mataban mediante el fuego. Algunas eran más sutiles como en las que se utilizaban el arsénico. La humanidad sabe desde hace milenios que el arsénico es extremadamente tóxico y muchas veces se ha empleado como veneno para cometer asesinatos, pero también es cierto que, usado como tinte, genera un bonito color verde muy intenso, y además es barato. En la Inglaterra victoriana lo usaban para teñir de verde todo tipo de productos: desde cortinas a zapatos, guantes, papel pintado, velas o vestidos. Dos de los compuestos químicos más famosos por su letalidad fueron el verde de Scheele y el verde de París. Lo cual eran mortal, no solo para quien portara estas prendas, sino también para quien estuviera cerca de quien las usaba. Ni hablar de quien las fabricaba.
Ya en el siglo XX también la moda fue y sigue siendo mortal. 14 de septiembre de 1927, en Niza, Francia, la gran bailarina Isadora Duncan iba de pasajero en un automóvil Amilcar CGSS propiedad de Benoît Falchetto. En ese momento ella llevaba un largo pañuelo de seda pintado a mano creado por el artista ruso Roman Chatov, un regalo de su amiga Mary Desti. Media más de dos metros y con la velocidad del coche descapotado y el viento que la velocidad generaba parte del pañuelo se enredó alrededor de las ruedas abiertas y el eje trasero sacándola del auto abierto y rompiéndole el cuello. Su muerte fue instantánea.
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