Aplausos. Gritos de ovación. Luces estroboscópicas. Música de comparsa. Memi sonríe y saluda con dos besos a todas las personas que se acercan a felicitarla. Tiene los labios pintados de rojo brillante, los ojos verdes rodeados de glitter y una corona. Sonríe y saluda. Sonríe y saluda. Tiene también 12 años.
Encima de una carroza, al lado de una mujer que tiene una banda que reza “Reina Orfeo” en letras doradas —el nombre de la comparsa de Monte Caseros, Corrientes, que Memi representará en la división infantil—, estática, con su brazo extendido, sonríe y saluda. Sonríe y saluda.
***
“Esto es pesadísimo”, dice una mujer. La cámara no muestra quién es, solo que le da un corona o casco, parte del atuendo de la reina del carnaval, a la madre de Memi e indicaciones de cómo colocársela. Son cuatro kilos y medio de strass, cristales y piedras. Y lo que se ve es la cabeza de Memi vencerse por su peso. Las mujeres manipulan el artefacto real, lo acomodan sobre la cabeza de la niña. No le preguntan cómo se siente, si le pesa, si puede sostenerla. Memi, parada, intenta mantenerse erguida. Pero su cabeza se bambolea junto a la corona. Se toca un lado como si le doliera debajo de una oreja.
—¿Te apreta mucho acá, ese que te dolía la otra vez o no? ¿La oreja?—pregunta su madre.
—Todo me apreta, mamá.
—Se mueve mucho pero es porque le faltan los precintos. Con los precintos queda firme.
La corona brilla. Memi tiene cara de fastidio. De querer huir.
—¿Se aguanta el peso? ¿Lo vas a aguantar? —pregunta su madre.
María Emilia Fracalossi, “Memi”, es en 2013 la reina del chocolate en la comparsa que va a contar el origen del cacao y su evolución.
En la previa para la gran noche su madre le consulta a Noelia, la mujer que peina a la niña, si no tiene un producto para el pelo con silocaína “que le duerma el cuero cabelludo”.
—¿Anda eso?
— Sí, anda —responde la peinadora y cuenta que otra mujer es fanática del producto—. Dice que después duele cuando pasa el efecto.
—Ah, y bueno. Pero ahí le damos un somnífero —¿bromea?—. Y el casco duele mucho. Los últimos cinco minutos, esos que no llegan nunca. Cada vez se hace más pesado. Hasta que se te hace el cayo, no más. ¿No, Memi?
Memi no habla. Mira fijo a su madre o a algún otro punto que la cámara no muestra porque se clava en su mirada. Seria. Silenciosa. Apenas pestañea.
—Pobre —sigue su madre—. ¿Pero vos te acordás, Noelia, que pasaban la segunda noche las chicas con las ampollas en la espalda de las mochilas? Se ampollaban mal. Pero vos las veías y se ponían silocaína y se ponían de vuelta la mochila en la carne viva. ¡Eso es amor puro al carnaval!
En los preparativos, Memi se deja manipular. No se mueve. No emite una palabra, un sonido. Como una muñeca a merced de quienes la acicalan para desfilar. Hasta que el dolor la desborda.
—¡Ay perá, mami, no me apretes el cuello que no doy más! ¡Estoy haciendo mucha fuerza con el cuello, no aguanto más! ¡Me estoy por desmayar!
Memi llora. Suplica que se lo saquen. La madre le dice que ya está, ya está mamá. Que tomá una pastillita. Ajusta el casco. Memi llora con espasmos. Dice que no aguanta. Implora. La madre le limpia la cara y masculla que todo el mundo la mira. Que qué vergüenza.
—¡Nunca más hago la comparsa, mamá! —llora Memi rota de dolor—. ¡Ya ni siento la cabeza!
La música comienza a sonar. El maestro de ceremonia anuncia a la comparsa Orfeíto. A Memi terminan de pegarle el caso con Poxipol. Sobre su cara: Poxipol. “Noche de reinas”, dice el presentador, “su soberana ya se baila todo frente al público: ¡María Emilia Fracalossi!”. Memi camina con pesar a su destino. Su madre le sostiene la cabeza. El presentador celebra: “¡Así festeja Orfeíto!”.
Es carnaval. Y más allá de la algarabía, las plumas de colores y las comparsas, hace años que esta fecha me trae el recuerdo de un corto de 2013 que vi por el 2015 y se me quedó en la retina: La reina.
La mirada aguda de Manuel Abramovich, director del corto que obtuvo el Premio CINE.AR y participó de varios festivales, muestra una situación que una década después todavía sucede: la presión de adultxs a niñxs y adolescentes para involucrarse en hechos que lxs satisfacen y enorgullecen a ellxs, sin preguntar por los deseos de esos niñxs o adolescentes. El llamado adultocentrismo.
“Mi primer concurso de belleza fue a los 15 años, en Sierra de la Ventana”, recuerda Eluney Quirós —que es psicóloga, acaba de cumplir 39 años, vive en Bahía Blanca y tiene una niña de dos—. “Desde un programa de tevé que mostraba la vida social de la ciudad habían anunciado que iban a hacer un concurso de belleza, iban a elegir una reina. Yo en ese entonces vivía en Sierra de la Ventana y por iniciativa de mi mamá me anoté. Yo ni sabía de la elección de la reina pero mi vieja me insistió para que me anotara. Me pareció bien: si mi mamá, que es la que vela por mí, me daba el aval, confié”, cuenta. “La elección era en un boliche, un sábado a la noche. Yo era menor. El jurado estaba conformado por los dueños de los locales que esponsoreaban la ropa, el director de Turismo (o sea, estaba metida la Municipalidad), y el dueño del boliche”.
En la previa a la elección le hicieron probar vestuario, probar la caminata. Como adolescente de 15 años Eluney se recuerda fascinada por ese mundo desconocido que se abría ante ella.
“Me sentía importante ya por el hecho de estar participando. Y ver a otras chicas con las que iba a competir también me motivaba a cuidarme, una cosa que me parece horrorosa hoy en día. Yo era la participante número tres. Mucho tiempo después me puse a pensar que ni siquiera éramos nombres, ni personas, ¡éramos números! Y no pude evitar relacionarlo con las vacas, por ejemplo, cuando están en La Rural, les ponen un número, pasan, desfilan y dicen sus características. Esto era casi idéntico. Cuando completé la planilla para inscribirme me preguntaban qué hobbies tenía, entonces mientras yo desfilaba, decían: ‘Le gusta jugar al volley, su comida favorita es la lasagna’, cosas absurdas que no le interesaban a nadie. Y me representaba un número”.
Eluney ganó. Fue coronada reina de Sierra de la Ventana.
A los 21 años, una obra social para la que trabajaba como promotora la empujó a participar de otro certamen aduciendo que era una forma de promocionar a la empresa. Aunque no lo deseaba, terminó por ceder. En ese ya no la pasó bien: “Se acercaba la fecha de la elección y entré en un frenesí con respecto a mi físico: tenía que tener los dientes blancos y estar bronceada y el pelo y depilada. Me aboqué completamente a eso. Ese día recuerdo haber tomado solo agua para no tener panza. Un absurdo total, porque además en ese entonces no tenía nada de panza, no sé qué más quería lograr. Y fue muy duro caminar por la pasarela. El juicio de la mirada del otro lo sentí muchísimo y lo que siempre menciono es cómo uno, en los concursos de belleza, hace propia esa mirada ajena. Recuerdo sentirme muy insegura con respecto a mi cuerpo, muy nerviosa y muy juzgada. Y esa sensación de estar entre compañeras y evitar caernos bien entre nosotras porque íbamos a tener que competir. Yo ahí no era Eluney, era un pedazo de carne”.
En Argentina hay cerca de 300 fiestas nacionales y otras tantísimas provinciales y municipales. Desde la torta frita hasta el carbón, pasando por la gallina hervida y el Festival Alienígena, se celebran todo tipo de productos, danzas, costumbres y creencias made in esta tierra. Febrero concentra una gran cantidad, es, junto con enero, el mes que más festejos tiene. Y lo que históricamente se hacía en muchas de estas celebraciones —en muchas se continúa haciendo—, era elegir entre las mujeres, adolescentes y niñas de la ciudad o el pueblo a la que sería reina de ese alimento o actividad que la fiesta estuviera promocionando. Para eso se realizaba el típico certamen que las evaluaba por sus características físicas y los estereotipos de belleza hegemónica.
Esto se hacía y se hace aunque no se entienda qué tienen que ver los camarones, el damasco o la chacarera con la medida de la cintura de alguien; ni cómo el Estado, responsable de proteger a las mujeres de todo tipo de violencia, incluso la simbólica contemplada en la Ley 26.485, sigue impulsando estos certámenes sexistas, estereotipantes y cosificantes.
Por fortuna, incluso antes del Ni Una Menos y del auge de los movimientos feministas, algunas organizaciones comenzaron a poner el ojo en estas prácticas, a investigar sus orígenes y a trabajar para erradicarlas con resultados exitosos: en 2021 ya contaban más de 70 las localidades que habían eliminado las elecciones de reinas en las fiestas populares o las habían reemplazado por distinciones a hacedorxs de la cultura o personas destacadas por sus conocimientos o acciones solidarias. Este avance se lo debemos, en gran parte, a Verónica Bajo, integrante de Acciones Feministas, la agrupación que dio el puntapié inicial.
“Si bien los concursos y este tipo de eventos donde se cosifica a las mujeres con diferentes patrones de belleza impuestos han sido criticados siempre desde el movimiento feminista, nunca había existido en Argentina una campaña sostenida específicamente para visibilizar este tipo de violencia hacia las mujeres”, cuenta Verónica. “A partir del 2011 empecé a investigar estos concursos y me encontré con que hay cientos y cientos de elecciones de reinas en estas fiestas populares que se celebran a lo largo y ancho del país”, agrega.
Verónica y las integrantes de Acciones Feministas se zambulleron entre los reglamentos y los modos que estos certámenes tenían y tienen para atraer a las aspirantes a la corona de las diferentes celebraciones. “Nos encontramos con que son convocadas, en su enorme mayoría, desde organismos gubernamentales: municipios, secretarías de Turismo, de Cultura, direcciones de Cultura, etcétera. Y que siempre apuntan a cierto tipo de mujeres con determinadas características, por ejemplo: un rango de edad que oscile entre los 13, 14, 15 años hasta los 22 o 25. Los requisitos que demandan son sumamente estereotipantes y sexistas, como por ejemplo: no estar casadas, no ser madres y tener determinadas características físicas”.
Entre las bases de estos concursos también descubrieron que algunos incluso exigían que las aspirantes registraran las medidas de sus cuerpos bajo declaración jurada y aclaraban que luego esas medidas iban a ser corroboradas por un agente municipal (!!!!!). “Nos encontramos con que el mismo Estado está en franca contradicción con el espíritu de las leyes [contra la violencia de género]. Cosificando y llamando a que las mujeres, principalmente adolescentes, pasen a ser una especie de adorno. Que esa fiesta popular sea coronada por una figura de mujer joven, sexualizada. Recuerdo que algunos de los requisitos eran desfilar en traje de baño, en bikini, caminar sobre zapatos de plataforma y descalzas. Eso aparece en la mayoría de los reglamentos”, dice Verónica.
Otro de los hallazgos fue que muchos de esos concursos de reinas iban acompañados por la elección de “La reinita”. Es decir: ponían a competir a niñas de 5, 8, 10 o 12 años. “Había un montón de estas elecciones donde las hacían desfilar y las preparaban llevándolas al spa, con el criterio de embellecerlas. Y de elegir a una. Esto nos pareció terrible y empezamos a denunciar esta práctica que además de ser tremendamente sexista va contra los derechos de las niñas porque es un hecho connotado y sexualizado”.
La primera iniciativa para combatir estos concursos tuvo lugar en 2013, en Bahía Blanca. Acciones Feministas le envió una carta al secretario de Cultura de la ciudad para que cesaran la elección de la reina en la Fiesta del Camarón y el Langostino que se celebra allí. El pedido tuvo eco: fue tomado por los medios locales y generó revuelo. Entonces la organización se contactó con la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género (Consavig) para que apoyara su campaña. Y así sucedió. “La Consavig acompañó mandando una carta a Bahía Blanca para que desde un organismo gubernamental se ejerza mucha más presión de la que podíamos ejercer nosotras desde una agrupación de feministas independientes”, dice Verónica.
Ese primer paso quitó un tapón. Y las notas a los municipios por parte de la Consavig, con el apoyo de Acciones Feministas, para que se erradicaran estos certámenes comenzaron a llover.
El mismo año (2013) el organismo comenzó a registrar en un mapa online llamado “Ciudades sin Reinas” todas las localidades del país que eliminaban los concursos de belleza y elecciones de reinas de sus fiestas. En 2016 eran apenas 10, para 2017 ya sumaban 34 y el año pasado llegaron a 75.
La primera ciudad en suprimir los certámenes de sus fiestas fue Chivilcoy, en 2014. Desde 2016 Gualeguaychú no elige más reinas de carnaval sino representantes culturales. En 2019, la Fiesta Nacional de la Flor, en Escobar, suspendió el concurso infantil que coronaba a la Reina Nacional del Capullo, una competencia dirigida a niñas desde los 5 años a las que se hacía desfilar delante de jueces que evaluaban, entre otras cosas, “la belleza física, la simpatía, la creatividad y el desenvolvimiento”, tal como lo marca El Día de Escobar en una nota publicada en 2015. “Lejos estaba de nuestra intención ofender ni dañar a nadie ni suscitar malos ejemplos o valores. La elección del ‘Capullito’ correspondió a una época de antaño que hoy, entendemos, cambió”, argumentó la organización. Dos años después, en 2021, también transformaron la elección de la reina en la de embajadoras y embajadores.
Claro que hay fiestas y localidades que oponen mucha resistencia. Como ocurrió con la elección de la Reina de la Vendimia en Guaymallén, Mendoza, que después de eliminar el concurso en ese municipio, en 2021, porque cosificaba a las mujeres, fue restablecido por un fallo de la Corte Suprema provincial a favor de una demanda iniciada por asociaciones de exreinas que argumentaban que el certamen era “patrimonio cultural” y defendían la libertad de elegir.
Claro que tampoco todas las exreinas están a favor de estos certámenes. En este desafío que se propusieron Acciones Feministas junto a la Consavig trabajan también exganadoras y exparticipantes de los concursos, como Eluney, que da su testimonio para aportar a la eliminación de estos certámenes y que no haya más mujeres que se sometan a que las evalúen como piezas de carnicería. “Ellas se han deconstruido, porque eran muy chicas cuando concursaron en estas fiestas. Hay que decir que en los pueblos más pequeños hay mucha presión para que las chicas se presenten. Es mentira que todas se quieren presentar y ser parte. En muchos lugares las empujan”, dice Verónica. Y como se ve en el corto La Reina y en el testimonio de Eluney, en muchos casos son sus propias madres las que ejercen esta coacción: las niñas y adolescentes obligadas a cumplir expectativas, deseos no realizados o utilizadas para el simple divertimento de lxs adultxs.
Eluney dice que empezó a cambiar su mirada respecto a los concursos de belleza cuando entró a la universidad y comenzó a hacerse preguntas al respecto. Cuando conoció a docentes que la invitaron a reflexionar y advirtió todo lo que rodea a ese universo se sintió estafada: “Me pareció terriblemente cruel, me sentí vulnerada y al mismo tiempo dije: ‘Esto no tiene que seguir así’”. “En la actualidad siento que se han aggiornado [los concursos], en algunos aspectos, pero me sigue costando creer que en 2023 todavía haya concursos de belleza”. “El mercado que hay detrás de todo ese físico perfecto al qué llegar también es atroz y sigue funcionando. Creo que han hecho una lavada de cara para hacerlo un poquitito más aceptable, pero cambios estructurales no hay. Hoy soy mamá de una nena y me pongo a pensar que a mi hija la juzguen de esa manera y me parece horrendo. Por más que haya cambiado en muchos aspectos, siguen siendo alienantes”.
Verónica coincide en que los certámenes “siguen aportando a la cosificación y a la violencia simbólica que es el germen de otras violencias”. Pero sí ve que de a poco algo cambia. “Con adelantos y retrocesos, creo que se va seguir avanzando para su total erradicación”.
Un ejemplo de estos cambios progresivos es la manera en la que en Guaymallén se resolvió la elección de la Reina de la Vendimia luego de que la Suprema Corte de Justicia de Mendoza determinara que era inconstitucional la eliminación del certamen. El intendente sostuvo su postura: “Se acabaron los desfiles de belleza”, aseguró, por lo que este año la votación se realizó de forma electrónica, sin basarse en los aspectos físicos de las candidatas sino en aquellos vinculados a las historias de vida, proyectos y aportes a la comunidad que debieron escribir para postularse. Ni siquiera se publicaron fotografías para evitar la cosificación y la violencia simbólica.
“Va a llevar tiempo pero somos optimistas —dice Verónica— y por eso hacemos lo que hacemos: para cambiar un poco esta cultura violenta”.
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