Cuando Eduardo de Windsor, Príncipe de Gales, visitó el país en agosto de 1925, se maravilló con la orquesta de Julio de Caro, y especialmente con uno de los tangos que interpretaba. Se titulaba Buen Amigo, y el británico quedó tan entusiasmado que se aprendió el nombre y lo pedía en cuanta cena de gala en su honor se hizo.
Lo que no quedó claro si al futuro rey inglés le explicaron el origen de esa pieza.
Su origen había sido reciente. La escena transcurrió en uno de los ambientes donde el reconocido cirujano Enrique Finochietto sería habitué. El Chantecler, de Paraná 440, recientemente inaugurado, rápidamente se había puesto de moda. Una noche, mientras cenaba escuchando el sexteto de Julio de Caro, el propio director de orquesta se acercó a su mesa.
Le señaló a un atribulado violinista que se deshacía en lágrimas en una mesa cercana. De Caro le contó que estaba así porque los médicos no encontraban cómo tratar a su esposa, que se quejaba de fuertes dolores abdominales. Finochietto pidió que lo llevasen a verla. “Debe ser un susto, nomás”, intentó tranquilizar. A la madrugada la operó de urgencia en el Sanatorio Podestá, y le salvó la vida.
De Caro, como agradecimiento, compuso en su honor el tango “Buen amigo”.
Sus padres eran genoveses. Enrique nació en Buenos Aires el 13 de marzo de 1881 y él y sus hermanos fueron criados por su madre Ana, ya que el padre Tomás había muerto.
Hizo la primaria en la escuela Nicolás Avellaneda y en el bachillerato en el Colegio del Salvador descubrió su facilidad para las ciencias y el dibujo.
Tenía 16 años cuando ingresó en la Facultad de Medicina de la UBA. Fue Disector de Anatomía en los primeros años, y luego practicante del Hospital de Clínicas, donde ya se perfilaba como cirujano. Allí estudió dos años con Alejandro Posadas, aquel cirujano, docente e investigador que filmó la primera operación de la historia en el Clínicas y que se enorgullecía de los tremendos bigotes que lucía.
Se recibió de médico a los 23 años. Ilustró con sus propios dibujos su tesis “El pie bot varo-equino congénito”.
Con el diploma bajo el brazo ingresó como médico interno ad honorem en el Rawson, un hospital que había surgido por la necesidad de atender a los heridos de la guerra de la Triple Alianza.
Luego de un intenso trabajo de dos años, donde no existieron ni fines de semana ni feriados, viajó a Europa a perfeccionarse. “Solo cumple con su deber quien va más allá de sus obligaciones”, explicaba.
A su regreso, volvió al Hospital Rawson como Jefe de Clínica, y a los 33 años, fue nombrado a cargo de Cirugía en la Sala 8. Allí lo acompañó su hermano Ricardo, que se había recibido hacía poco.
Juntos harían historia en la medicina. Describían las operaciones que hacían juntos como las de un solo cirujano con cuatro manos.
Tenía la costumbre de convocar a médicos menores de 30 años, a quienes formaba, tanto al pie de la cama del paciente como en la mesa de operaciones. Con el tiempo estableció los días de docencia en lo que se llamó “los viernes de Finochietto”.
Hacia el fin de la Primera Guerra Mundial ofreció sus servicios a Francia para atender a los heridos. Llegó a París a principios de 1918 y se le confió la jefatura de cirugía del Hospital Argentino Auxiliar 108, cuyo funcionamiento era costeado por la comunidad argentina en París. Su fama de cirujano había trascendido las fronteras, así que su llegada fue muy celebrada.
Muchas veces permanecía más de un día en el quirófano, operando sin pausa, aún en condiciones dramáticas, como cuando debió hacerlo en medio de un bombardeo. El quirófano, que estaba ubicado en el último piso, con techo vidriado, lo hizo mudar por precaución al tercer piso.
Su actuación fue brillante, tanto que el gobierno francés le solicitó que permaneciera casi un año más, luego de finalizada la guerra. Por sus méritos recibió la Medalla de la Guerra, y la Legión de Honor -creada por Napoleón Bonaparte en 1804- en grado de gran oficial.
También fueron reconocidos otros colegas argentinos, como Rafael Cisneros, Enrique Beretervide y Horacio Martínez Leanes.
Ayudado por su talento en el dibujo, diseñó cerca de 70 instrumentos quirúrgicos, empezando por la característica luz en la frente. También el «empuja ligaduras», para detener las hemorragias; el aspirador quirúrgico para limpiar la sangre del campo operatorio, las «valvas de Finochietto», para separar órganos; el porta agujas; la pinza doble utilidad; la cánula para transfusiones, la mesa quirúrgica móvil que permite colocar al paciente en cualquier posición; el banco para que cirujanos puedan operar sentados y el separador intercostal a cremallera para operaciones de tórax, que su hermano Ricardo llamaba “el embajador”.
Finochietto transmitía tranquilidad. Prefería convencer antes de imponer sus ideas a la fuerza. No era de brindar grandes elogios, por eso los que trabajaban con él se sentían más que satisfechos cuando aprobaba alguna acción con breves palabras.
Tranquilo y de buenos modales, era de estatura mediana, delgado, con brazos que denotaban que no había hecho ningún deporte.
En el quirófano, los que operaron con él dicen que era famosa la habilidad de su mano izquierda.
Tanto él como su hermano eran conocidos en el mundo futbolístico como “los carpinteros”. Cuando un futbolista se lesionaba, la indicación siempre era la misma: “Que lo lleven a lo de Finochietto”. Gracias al arreglo de meniscos y quebraduras en el Rawson se ganaron el apodo de “carpinteros”. La única vez que Enrique pisó una cancha de fútbol fue cuando se hizo un partido a beneficio de su querido hospital Rawson. En cambio su hermano, en su juventud, había sido un temperamental y discutidor wing derecho.
En 1922 presidió la Sociedad de Cirugía de Buenos Aires, y el Quinto Congreso Argentino de Cirugía.
La Academia Nacional de Medicina lo designó en 1934 Miembro Honorario. Con su hermano y sus discípulos publicó once tomos de la Técnica Quirúrgica, obra que quedó inconclusa.
El 19 de marzo de 1947, sufrió un episodio cerebral del que no se recuperó. Falleció el 17 de febrero de 1948. Le faltaba menos de un mes para cumplir los 67 años.
“Aquí operó y enseñó Enrique Finochietto”, indica una placa de bronce en la entrada de la mítica sala IX de cirugía del Rawson. Los hermanos, con su talento y dedicación, habían convertido el apellido en una suerte de marca registrada. Cuando alguien intentaba exagerar un logro o aparentaba saber de todo, la reprobación era instantánea: “¿Quién te creés que sos? ¿Finochietto?”
Fuentes: Alfredo Buzzi - Enrique Finochietto: cirujano, docente, investigador e inventor. En Almarevista; Apoyo de sanidad de los argentinos a los franceses en la Primera Guerra. Héctor C. Gotta y otros.
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