Hoy, hace 116 años, nacía un personaje que, si bien no figura reiteradamente en los libros de historia, supo transitar el pasado argentino por su cercanía a figuras relevantes y por haberse sumergido sin complejos en los conflictos políticos que sacudían al país durante su existencia. Estamos hablando del cura Hernán Benítez, nacido el 12 de febrero de 1907 en la bucólica Villa Tulumba, provincia de Córdoba. El gobernador cordobés era José Vicente de Olmos (un hombre del Partido Autonomista Nacional) y el Presidente de la Nación era José Figueroa Alcorta. Pocos años más tarde su padre decidió instalarse con su familia en la capital de la provincia abriendo “La Artística”, un lugar donde se vendían desde obras de arte hasta máquinas de coser. Desde chico soñaba con ser sacerdote de la Compañía de Jesús y a los 12 años se incorporó a pesar de las protestas de su madre. Peleó por ser jesuita, como pelearía más tarde por otras causas. Hasta su hermano Enrique lo siguió a la congregación. Era un buen estudiante tanto es así que se le ofreció viajar a Europa para continuar sus estudios. Hernán Benítez rechazó el convite y fue trasladado al Colegio Máximo de Santa Fe. Poco tiempo después, como consecuencia de presentarse varias vacantes –y sin terminar sus estudios—lo enviaron a enseñar en el seminario de Villa Devoto.
Con el paso de los años fue ganando prestigio de buen escritor y eximio orador. El viernes santo del año 1942 le tocó pronunciar un sermón en la iglesia de El Salvador de la avenida Callao, regida por los jesuitas, que fue transmitido por Radio Municipal. Era la época de la Segunda Guerra Mundial en la que la Argentina se declaró “neutral”, en contra de la política de Washington y gran parte del continente latinoamericano. Un desconocido coronel, en ese momento, que se llamaba Juan Domingo Perón lo escuchó y pidió conocerlo. Allí nació una respetuosa relación. Sin embargo la historiadora Marysa Navarro tiene otro relato. Dice que se van a conocer antes, aunque no asegura una amistad entre ambos, tanto es así que el 10 de septiembre de 1938 el cura le administraría la extremaunción a Aurelia “Potota” Tizón la primera esposa de Perón. Con el paso de los meses Benítez intervendría en la conspiración del 4 de junio de 1943 para derrocar al presidente Ramón Castillo y, de acuerdo al historiador Robert Potash, el cura redacto algunos de los documentos del Grupo de Oficiales Unidos (GOU). En 1944 las autoridades militares le pidieron que sus sermones fueran transmitidos por Radio Belgrano. Lo que ignoraba Benítez era que detrás de los vidrios del estudio lo observaba emocionada una actriz que estaba en ascenso y se llamaba María Eva Duarte. Al terminar sus palabras la Duarte se le acercó y pidió conversar con él para hacerle una consulta. Benítez la citó para unos días más tarde en el Colegio de El Salvador. María Eva fue a la cita pero Benítez la dejó plantada. A mitad de 1945, en las semanas previas al 17 de octubre, Benítez fue a visitar a Perón a su departamento de Posadas 1567, entre avenida Callao y Ayacucho. Conversaron un largo rato y antes de retirarse el dueño de casa le dijo que su pareja deseaba conocerlo. Así entro en escena Eva Duarte, quien mirándolo desde una cierta altura, le dijo: “Usted me conoció en Radio Belgrano. Me citó en El Salvador y me dejó plantada”. Perón, tibiamente incómodo intentó hacer un chiste y Eva agregó: “¿No se acuerda? Claro, si yo hubiera sido una Anchorena…”. Años más tarde, Benítez comentaría: “Quién me hubiera dicho que pocos años después aquella pobrecita a la que dejé plantada por no apellidarse Anchorena moriría en mis brazos convertida en figura mundial.”
Eva ya en esa época era una artista en franco ascenso, salía en “Antena” y “Radiolandia” y Jaime Yanquelevich (el dueño de la emisora) le subía el sueldo con extraordinaria generosidad. En 1944, Eva ya ganaba 15.000 pesos mensuales. También filmaba películas. Como la retrató un periodista de Radiolandia en abril de 1945, Eva “ha estado más adentro del rumor del ambiente”. Para los miembros de la oposición al gobierno de facto era una “advenediza” de dudosa moral y Perón les contestaba con gestos: la invitó a un gran desfile militar y a un concierto en el Teatro Colón. Para Benítez “el genio de Evita era una intuición inmensa con una instrucción de escuela primaria, pero donde veía una injusticia no la perdonaba”.
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Pasó el 17 de octubre de 1945, Perón ya tenía 50 años recién cumplidos y en febrero de 1946 ganaba las elecciones presidenciales. Semanas más tarde se casarían. “Evita”, así la llamaba Perón a su esposa, declaró tener 27 años. Benítez, altamente consustanciado con el naciente peronismo, es encomendado a viajar a Europa para preparar el viaje de la Primera Dama. Además, junto con Francisco Muñoz Azpiri (autor de novelas en Radio Belgrano), le prepararían los discursos. Las gestiones fueron autorizadas por el superior Jean Baptiste Jassens con la condición de que no entrara en el terreno político. En Roma va a mantener una entrevista con Giovanni Montini (más tarde SS Paulo VI) y no le fue bien. El 10 de junio de 1947, Benítez le contará a Perón que “las oligarquías han arrojado espesas nubes de calumnias e injurias”. Sin embargo la gira fue un éxito. Ella representaba a un país económicamente sólido, acreedor de varias naciones, que se había mantenido al margen del conflicto mundial, y recién declarado la guerra a la Alemania nazi cuando los rusos estaban a escasos kilómetros del bunker de Adolfo Hitler.
Nada fue gratis, lo he contado en mi libro “Entre Hitler y Perón”, sobre el crucero Graf Spee: El 30 de abril de 1945, mientras el Führer se suicidaba en la soledad de su refugio, la delegación argentina todavía no estaba segura si entraba en la organización de las Naciones Unidas, reunida en San Francisco, EE.UU. A pesar de todo, Evita fue muy bien recibida en la España de Francisco Franco y condecorada con la Gran Cruz de Isabel la Católica. Al despedirse de España, en un abrazo de agradecimiento con Benítez, exclamó: “¡Que a mí, una india de Los Toldos, una bastarda, hagan estos homenajes!” Evita siguió con su gira pero Benítez debió retornar porque la orden no lo autorizó a seguir. Hubo solo una excepción. Pudo ir a Italia por un día y de manera discreta. A partir de ese momento, el cura argentino es citado por Jassens que lo trata de “fugitivo” y comienza a alejarse de la orden jesuítica. Durante su visita a París, en Notre Dame, el 22 de julio, Evita mantuvo un encuentro a solas con monseñor Roncalli (más tarde ss Juan XXIII). En la ocasión el alto sacerdote se atrevió a decirle: “Señora de Perón, usted debe saber que si sigue su lucha por los pobres y si esta lucha la emprende de veras, termina en la cruz” (relato de Lillian Lagomarsino de Guardo). El 23 de agosto, luego de seguir la ruta Lisboa-Río de Janeiro-Montevideo, Evita llega en el barco a la Dársena Norte donde es recibida triunfalmente por Perón, su gabinete y miles de ciudadanos.
Al retornar a la Argentina, Hernán Benítez fue designado director del Instituto de Publicaciones de la Universidad de Buenos Aires y consejero espiritual de la Fundación Eva Perón, siempre cerca de Evita como su confesor. Entre 1947 y 1952, fue partícipe y actor del encumbramiento de la señora de Perón. Eva figuraba en todas partes. Su nombre iluminaba hospitales, puentes, buques, barrios, un territorio nacional (La Pampa) y hasta homenajes en el Congreso de la Nación y los altares. Todo fue tomado con la pasión que ella exultaba. “El que no me quiere a mí, no lo quiere a Perón” le diría a su secretario privado Atilio Renzi.
Cuando Evita fue víctima del cáncer el padre Benítez, por expreso pedido de Perón se convirtió en apoyo espiritual de la enferma y ella lo convocaba para rezar juntos. A veces lo llamaba a horas insólitas y rezaban por teléfono. El 20 de julio de 1952, contó Renzi, pidió escuchar por radio lo que decía Benítez en la misa. Una vez, contó Benítez, “la Señora” lo reto. Cuando su enfermedad estaba avanzada lo llamo a la residencia, a su habitación, con los caniches sobre la cama, echó a Héctor Cámpora, Raúl Apold y los demás y me dijo” “Que otros me hayan mentido y hayan callado, pero porque usted no me dijo que tengo cáncer, por qué me calla eso. Me lo dijo a mí, quizá un mes antes, y salí del paso diciéndoles usted tiene algo peor que un cáncer. Usted se está matando, no duerme dos horas seguidas, entonces esto se precipita, no tiene salida. Ella me contesta, no tiene salida, se precipita, se confesó y seguí preparándola para el final.” Otro día apareció Juan Duarte y exclama: “Mirá cómo estas, con todo lo que has hecho, mira cómo te paga Dios” y la respuesta de ella fue: cállate imbécil”. Al morir se la vistió con el hábito franciscano que le había dado Pedantoni, el superior de la orden franciscana de Roma.
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Luego de la revolución de 1955 el cadáver de Evita desapareció y poco más tarde fue enviado secretamente a Italia hasta su devolución por el teniente general Alejandro Lanusse en 1971. A fines de los años sesenta la aparición de los restos de María Eva Duarte de Perón era el reclamo de una gran parte de la sociedad argentina. Constituía una espina en el alma nacional. Al mismo tiempo, sobre la figura de Evita comenzaba a trazarse una conducta, un relato, para convertirse en una bandera, que poco tenía que ver con el peronismo que representaba Juan Perón. Jorge Daniel Paladino, el Secretario General del Movimiento –y poco después su delegado personal-- le advertía por escrito el 22 de julio de 1969 (carta que poseo): “el peronismo, y sobre todo los dirigentes, han pasado todas las persecuciones, los intentos de captación, las infiltraciones y la corrupción planificada. Pero estoy seguro que nunca como ahora ha estado expuesto a un peligro mayor con este neo-trasvasamiento que se han inventado los ideólogos falsificando sus palabras, mi General (…) A propósito del dirigente sindical Raymundo Ongaro, creo entender el ‘modus vivendi’ que Ud. me indica. En realidad nunca dejó de existir ese ‘modus vivendi’, de mi parte y unilateralmente, claro está. Aunque él haya adoptado como propia la tesis marxista sobre Eva Perón, como Ud. podrá ver por un artículo que aparece con su firma en una revista (…) Le ruego que le dedique unos minutos a la tesis marxista sobre Evita que desarrolla Ongaro. La conclusión es muy clara: separar a Eva Perón del Peronismo como paso previo para una transformación y utilización posterior.”
En mayo de 1970 era secuestrado Pedro Eugenio Aramburu y surgía Montoneros, que reivindicaba la figura de Eva (como una manera de empequeñecer a Perón). Benítez lo explicó así a un periodista: “Del asesinato de Aramburu más responsables que los curas del tercer mundo es usted, soy yo, es el cardenal Caggiano y el propio Aramburu. Porque los jóvenes señalados por la policía como ejecutores del hecho no son de extracción peronista. No son gente del pueblo. No son ni hijos ni parientes de los 29 argentinos, unos asesinados, otros ejecutados en junio de 1956. Huele a Barrio Norte. Católicos de comunión y misa regular. Algunos, hijos de militantes de los comandos civiles. ¿Qué los lleva a reaccionar violentamente contra el medio social en que acunaron?” Confusamente, con enormes contradicciones, en plena Guerra Fría, un sector de la Iglesia apadrinó a la guerrilla, sin escuchar a Evita que había sostenido: “La consigna de la hora es estar alerta, cada descamisado ha de ser una célula, una célula de la Patria, pero no una célula comunista que trabaja para Stalin”. Perón, entre tantas cosas, diría: “El comunismo es como un chicle, se lo mastica pero no se lo traga”.
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Eran los tiempos de una violencia desbordante y el muro de los jesuitas se agrietó. El 11 de septiembre de 1970 los sacerdotes Hernán Benítez, Carlos Mugica, Jorge Vernazza, Rodolfo Ricciardelli, Domingo Bresci y Jorge Adur concelebraron una misa de cuerpo presente para Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, los secuestradores del presidente de facto. El padre Adur terminaría como capellán de Montoneros. Mugica y Benítez tomaron distancia del terrorismo. El primero, Carlos Mugica, fue asesinado por Montoneros, sobran los testimonios al respecto (Antonio Cafiero, Jacobo Timerman, Antonio Nelson Latorre (a) El pelado Diego, Rodolfo “El Loco” Galimberti, Luis Labraña (a) Mariano, María Elena Cisneros Rueda y otros). La Argentina había entrado en su era de cotidiana vehemencia y plomo. Hernán Benítez –víctima de polineuritis muscular— tomaría distancia de todo, incluso de Perón, se recluyó y falleció a los 89 años, el 22 de abril de 1996.
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