Ya de chiquito en este desconcertante lugar del planeta te condicionan a la dicotomía. Todo lo que no está comprobado, se discute. Y ahí siempre hay dos lados. Los creyentes y los ateos. Los pillos y los ingenuos. De niño aprendés que la neutralidad no encaja con nuestros ancestros. Nacimos y ya existían River vs. Boca, peronistas vs. radicales, comerciales vs. progresivos.
Desde la gráfica siempre fomentaron eso de las antinomias. En un lado se ponían los seguidores de Billiken, y en el otro los acólitos de Anteojito. Dos revistas semanales dedicadas a los chicos, en época de clases con mucho plan de estudio; en vacaciones se llenaban de historietas. Ciertamente cuando salió Anteojito, Billiken ya tenía como 50 años. Ese es otro dilema.
Una tarde con Gustavo Cerati en la radio -había pasado a anunciar un show importante de Soda Stereo-, polemizamos acerca de nuestras preferencias infantiles. Para mí se inclinaba la balanza hacia Billiken, para Gustavo hacia Anteojito. Nada, nuestras charlas eran así.
Casi me convenció Gustavo de las bondades de Anteojito cuando puso sobre la mesa Sonoman. Uno de los primeros superhéroes nacionales. Nacido de la pluma fértil de Oswal (Osvaldo Walter Viola), Sonoman peleaba contra los malos con el poder de sus sonidos. Si chiflaba desmayaba a los malhechores, si gritaba venían en su ayuda objetos de lo más imprevisibles, tenía una especie de laboratorio del que siempre supuse fue inspirador del protool tan en boga hoy, 60 años después. Sonoman salía en Anteojito.
En lo que sí estábamos de acuerdo era en que las viñetas de ambas revistas, en cada fecha patria, nos quemaban la cabeza de épicas imágenes por mucho dudosas.
Es decir, cada 25 de mayo las tapas eran iguales. Una oscura mañana de invierno cruel cientos de patriotas bien vestidos aunque mojados por el aguacero que había amanecido, levantaban la mano derecha porque en la izquierda sostenían los paraguas, exigiendo saber qué estaba pasando adentro del cabildo. En tanto a veces también dibujaban a French y Beruti repartiendo las escarapelas, a modo de credencial para entrar a la plaza. Heroicos e impolutos todos esos patriotas, así celebraron nuestro primer gobierno patrio. Pero a nosotros no lograron engañarnos.
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Nunca nos creímos esa jornada gloriosa en modo glam que nos vendían las revistas. No imaginábamos a esa gente de la plaza tan bien arreglados, a los galerazos tirando frases célebres. Más bien los supusimos a los resbalones por el barro de la plaza, empapados porque lo de los paraguas nos sonaba a sanata. Con el tiempo supe que en mayo de 1810 los únicos paraguas existentes en estos lares eran importados de europa porque acá no se hacían, estaban confeccionados en telas resistentes y pesadas pero no impermeables todavía.
Así que los portadores de paraguas terminaban llevando un elevado peso para una mano en alto, con la incomodidad que eso conlleva. Además eran pocos los que tenían paraguas. Y obviamente los de la Primera Junta de gobierno entre el ruido de adentro y el de la tormenta no escuchaban a la gente. Creo que ni ellos se escuchaban nítidamente. Claro que al no haber fílmicos ni fotos del evento, todo deja de ser incomprobable para convertirse en algo desmesuradamente dudoso.
Eso hablábamos con Gustavo Cerati cada vez que nos encontrábamos. Cuando te juntabas con estos tipos te pasaban estas cosas.
Recuerdo de la misma manera perfectamente a Charly Alberti sentado en el boulevard de Cerviño y el zoológico. 1992. Levanta su cara dejando la cerveza de lado para preguntarme cómo no tenía computadora. Muy bien sentado y con gesto canchero le digo que no la andaría necesitando por ahora. 1992, hacía unos meses que nos habíamos despertado en medio de ese sueño colectivo que fue el 1 a 1 menemista, todavía no sólo estaba lejos de la computadora, sino que todavía nos superaban las ventajas del CD. El DVD no era ni un proyecto para nadie. Charly me hablaba de Macintosh, mientras yo preguntaba por Billy Cobham. De más está decir que a los 3 dias me llega una Macintosh a casa, que no sabía ni enchufar.
Y de Zeta Bosio ni hablar. Ese espíritu superior que toca el bajo como pocos, sosteniendo desde su vértice el equilibrio de ese triángulo que brillaba cada vez más.
Ahí me quedé pensando en esos sucesos míticos que sostienen hasta culturas enteras. Lo que no te pasó, aunque sea cerca, eran siempre comentarios incomprobables. Más que incomprobables, extremadamente dudosos. Ahí ya te colocabas en otro lado, por las dudas justamente. Muchas veces, dos posturas diferentes se derrumban solo de ver un abrazo genuino y sincero entre dos líderes encontrados por la superstición popular. Aunque ciertamente acá no nos sucede mucho.
Ignoro cómo se verá el rock en un futuro no lejano pero ajeno a nosotros. Más que un estilo musical una cultura entera que marcó la última mitad del siglo pasado. Cultura joven que hoy ya madura toma el camino del jazz o el tango. El rock ha perdido las calles para aclimatarse a su ingreso a la institucionalidad. Un poco era hora, diría mi tio Licas. Pero del otro lado quedan los náufragos de siempre, sobre todo en el rock. Más parecidos a un homeless que a un artista consagrado hecho estatua. Como esos tipos rezagados que van a la cancha con la portátil para escuchar el relato de la radio en una oreja, que todavía veo cada tanto. Así que ahora es el momento de mirarlo seriamente.
Por eso, a quienes hemos crecido llegando a todo lo importante desde el rock, los relatos nos salen amorfos. Más que rejuntados, los hechos que formaron nuestra cultura joven nos salen en modo patchwork. Un poco de acá , otro de allá, y nos vamos armando este puzzle de 100.000 piezas. Con sucesos comprobables y otros que no. Y ya crecidos, nos vamos encontrando con lo que creíamos inherente a nuestros predecesores.
Crecer llenos de preguntas recelosas ante los incomprobables. Como mi viejo cuando me contaba del abrazo entre Anibal Troilo y Vinicius de Moraes. Hecho que hizo que mi padre y sus amigos comenzaran a reconocer que ese brasilero valía la pena. Ignoro de dónde había salido la historia pero la daban por cierta.
Que había sido una noche de semana en la que Vinicius estaba tocando en Baires y Pichuco también. Ambos se profesaban una respetuosa admiración, pero nunca se habían cruzado. Esa noche parece que ambos se pusieron de acuerdo para conocerse por fin.
Ahí nace la leyenda, por mi escuchada en muchos pasillos radiales, unos decían que había sido en La Fusa de Santa Fe y Riobamba, otros en Caño 14, ahí cerca digamos. Caño 14 estaba en Talcahuano y Marcelo T. De Alvear, la zona era concordada. Que se abrazaron, tomaron unos whiskys y tocaron unas canciones. Que la gente los ovacionó, aunque había quienes decían que la gente no entró del todo en la propuesta. Que algunos tangueros cuadrados chiflaron a Vinicius en Caño 14. Por otro lado también decían que algunos parroquianos se fueron de La Fusa cuando Troilo sacó el fuelle. Que después la joda siguió grosa hasta altas horas, que nunca más se vieron, que terminaron re amigos para siempre, y demás relatos nunca directos, siempre de observatorios.
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Una década después de haber conocido la historia, me tocó hacer algunas noches en Bajo Harlem, el boliche de Marcelo T. Y Talcahuano, pero a diferencia de Caño 14 que todavía estaba sobre Talcahuano, Harlem estaba sobre Marcelo T. Con los que trabajaban en el Caño coincidíamos en El Cuartito, donde cenábamos bastante temprano para encarar la tarea. Algunas veces les pregunté sobre la noche de Troilo y Vinicius. Nadie había estado, ya habían pasado como 20 años del encuentro de esos dos gigantes de la música, no eran los mismos empleados obviamente, aunque con sus sonrisas intuía que algo que desconocía ellos lo sabían.
Trabajando en esas noches porteñas había aprendido bien que la discreción es una virtud muy valorada en determinados ámbitos. Así que nunca pregunté de más. En principio porque a mi lo que no me dicen espontáneamente no lo pregunto, por una cuestión de respeto digamos.
Una de esas tardes bien atardecidas, un mozo de Caño 14 me llama para decirme que pase por El Cuartito que había algo que me interesaría. Cuando llegó a la pizzería, estaban los de Caño 14 sentados con un señor bastante mas grande que nosotros, al ubicarme en la larga mesa del fondo uno nos presenta diciéndome:
-Acá el señor estuvo la noche de Vinicius y Troilo…
Sin profundizar en el relato, el hombre me aclaró que de verdad se encontraron una noche en Caño 14. Fue casi de día, con el boliche casi cerrado ya. Vinicius había terminado su show en La Fusa y encaró para Caño 14 como a las 4 bien pasadas. Alguien le había avisado a Pichuco de la visita, así que cuando entró Vinicius, Troilo levantándose del sillón donde estaba agarrado a un vaso de buen scotch, lo recibió con un abrazo quedándose ambos de tertulia íntima con una botella en la ratona, rodeados de algunos de sus músicos y el encargado del local más un par de allegados casuales. Al rato, se despidieron afectuosamente y ya.
Al otro día alguno comentó el encuentro en una radio, y chau.
Recuerdo que le dije al señor que había escuchado tantas historias al respecto que estaba agradecido por su testimonio y me contestó algo que marcó mi vida entera. Sin sacarse la sonrisa de la cara me dijo
-Mirá pibe, si todos los que dicen que estuvieron esa noche dijeran la verdad, en vez de encontrarse en Caño 14 se tendrían que haber encontrado en la cancha de River...
Como en las figuritas del Billiken, la postal es divina pero no es fiel a los hechos. La estampita siempre favorece al santo, pero es más fruto de la imaginación de un dibujante que un fiel reflejo fotográfico.
La mística es justamente eso, una situación que supera el misterio de lo que en realidad pasó. Una postura romántica si se quiere. El romántico es una persona que escucha más de lo que la banda está tocando. Hay artistas que generan eso, pero nunca desde ningún punto de partida. Más allá del arte, hay tipos que suponemos hacedores de hechos que no vimos pero imaginamos.
Siempre pensé que el que llamó a una radio para contar el abrazo de Troilo/Vinicius contó lo que vió, que tal vez no fue exactamente lo acontecido, pero debió serlo. Esos misticismos son los que propagan una cultura. Y nuestro rock está plagado de mística. Incomprobabilidades. Eso lo hará eterno.
Como las tapas de Billiken, como la obra de Soda Stereo. Más allá de las certezas, generalmente bastante aburridas. Pero eficaces.
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