Ricardo es odontólogo y Pablo estudiante. Son padre e hijo, pero además compañeros de una pasión que pocos experimentan como meterse en medio de la naturaleza para estar en la cotidianeidad de la fauna nativa y hacer fotografías extraordinarias. Para ellos, esto significa compartir mucho más que el lazo natural que los une ya que para cada toma hay una previa minuciosa: se visten con trajes especiales y quedan completamente camuflados con el paisaje para no alterar la vida de los animales que observan por horas.
Para esta familia cordobesa de Cruz del Eje, todo esto inició a finales de los años 90′s, cuando Ricardo Cassani Kazán descubrió que la fotografía de naturaleza y la astrofotografía eran disciplinas que lo tentaban, y no dudó en quitarle tiempo a las demás ocupaciones para desarrollarlas.
“Soy aficionado astrofotografía, a la fotografía de naturaleza y a la macro fotografía. Hace unos 28 años que me dedico a la astronomía, primero como astronomía visual y luego haciendo astrofotografía. Desde hace unos 14 años que me dedico a la fotografía de naturaleza. La observación y la contemplación del universo son para mi una herramienta muy importante para empezar a entender todas las cuestiones trascendentales de la existencia, además de la necesidad de satisfacer la curiosidad innata del ser humano”, define el hombre y cuenta que en ese ambiente creció su hijo y lo que siguió fue, lógicamente, inevitable.
Para el chico de 13 años, “sin duda que esto afianza el vínculo entre nosotros y crea aún más confianza”.
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La historia
Eran finales de los años 90 cuando Ricardo caminaba por el barrio. Sin buscar nada miraba vidrieras y se topó con la de una óptica. “Había un hermoso telescopio, nunca antes había visto algo igual, y en ese mismo momento sentí un llamado interior, una necesidad interior de tenerlo y empezar a observar el universo. Creo que respondió a esa necesidad interior que tenemos todos los seres humanos de entender el universo, la naturaleza, de entender ese por qué, el para qué estamos en este mundo”, recuerda la primera sensación aún sin comprender del todo que algo estaba cambiando en su vida.
Se dio el gusto y compró ese telescopio pese a que, admite, “no sabía absolutamente nada ni de astronomía, ni de telescopios, ni de óptica”.
“Pero empecé a estudiar, a instruirme de manera autodidacta con lo poco que había en esa época... ¡El acceso a Internet era mínimo, no existían redes sociales, ni había tutoriales como ahora! Pero fui a lo esencial, los libros. Compré libros, guías celestes y empecé a observar a las estrellas: vi lo que conocía como Cruz del Sur y de ahí pasé a la constelación contigua, la de Centauro; reconocí a las Tres Marías, que es el cinturón de Orión, y de allí pasé a la constelación del Can Mayor donde está la estrella Sirio, que era la más brillante del firmamento, por eso era fácil ubicarla. Todo fue muy todo manual porque recién estaban apareciendo las primeras monturas para telescopios motorizados no computarizados”, revive.
El mundo estelar lo maravilló aún más que el momento en que se paró frente al aparato por primera vez.
“Lo que vi frente a mis ojos fue un clic mental y espiritual; y luego de muchos años de observaciones sentí la necesidad de tener un recuerdo de lo que estaba observando y compré mi primera máquina de fotografía réflex, una Canon 450D, conseguí los accesorios y luego aprendí la técnica”, agrega y define: “Considero a la astrofotografía como la especialidad más difícil dentro de la fotografía, no sé si hay otra más difícil porque tiene muchísimas complicaciones como anular el movimiento de la tierra que hace que las estrellas tengan un movimiento aparente y anular ese movimiento de la Tierra para fotografías de larga exposición, es decir hay que tener abierto el obturador mucho tiempo y sacar fotografías durante mucho tiempo. Es todo un desafío”.
Inserto en ese mundo, unos años más adelante, encontró en el navegador de su computadora una página española de foto de naturaleza. Fue un nuevo clic. “¡Me encantó lo que vi! Las fotos eran increíbles y estaban sacadas con la misma la misma máquina que yo tenía, así que sumé un teleobjetivo, necesario para este tipo de fotografías”, revela.
Emocionado por las vivencias que tiene, reflexiona: “Creo que este tipo de afición en estos tiempos en los que todo es tecnología, virtualidad y digital; cuando es difícil compartir momentos al aire libre, esto aporta muchísimo. Para mi no es más que el ser humano volviendo a estar en contacto con lo que tiene que estar en contacto: la naturaleza, las especies animales y hacerlo desde el respeto y en equilibrio, porque más allá de la obtención o no de una imagen buena, lo importante es lo que uno ha vivido para lograr esa fotografía”.
Ese detrás de escena se traduce en una historia que observa, los intentos fallidos, las alegría por las tomas o las frustraciones; las horas de estudio previo y todo lo hace con Pablo. “La fotografía es la frutilla de la torta; pero lo que se comparte, lo que queda en nuestro interior es lo importante”.
Pasiones que se heredan
Ricardo asegura que este tipo de fotografía “tiene la particularidad de mostrar en detalle cosas que normalmente pasan desapercibidos por el común de la gente”. “La fotografía ayuda a entender, a valorar, a comprender lo que se está viendo y es inevitable encontrar belleza en todo lo que se observa”, dice.
Sin temor a exagerar, agrega: “Contemplar y observar la naturaleza y el universo es algo sumamente enriquecedor, tanto interior como intelectualmente porque el solo hecho de ver cómo determinadas especies animales, tanto reptiles como aves, insectos y mamíferos hacen para poder sobrevivir, para alimentarse, cómo se defienden, cómo se interrelacionan... la relación que existe entre presa y predador es impactante. El rol del ser humano es algo sumamente interesante y muy enriquecedor, y mostrarlo a través de una imagen hace que la gente se concientice y aporte un granito de arena para lograr el respeto y trate de vivir en armonía y en equilibrio con la demás especies porque lamentablemente el ser humano es el único ser vivo al que la inmensa mayoría de los animales silvestres le escapan, y con razón”.
Es por esto que deseó compartirlo con su hijo Pablo, quien aunque no tiene en claro aún qué hará cuando deba decidirse por una carrera universitaria, sabe que la fotografía nunca quedará de lado. “Será siempre un hobby”, dice. “Me gusta mucho compartir con mi papá y poder descubrir los misterios de la naturaleza. Disfruto de esperar el momento justo para capturar la imagen que busco, la adrenalina que me produce el tener el animal cerca para capturarlo en una imagen. Sin dudas, hacer esto afianza el vínculo y crea aún más confianza entre nosotros”, asegura.
Los preparativos
El día previo tratan de planificar la salida fotográfica que dependerá de la época del año, del lugar al que irán, de cómo estará el día. También preparan todo el equipo en la mochila fotográfica: lentes limpios, baterías, tarjetas de memoria, los trípodes, el mono pie, flashes, redes de enmascaramiento, ropa de camuflaje.
“Hay épocas para fotografiar aves acuáticas, otras veces aves rapaces. Por ejemplo, hay aves rapaces en la zona donde estamos y durante el invierno tienden a bajar de las sierras de Córdoba”, explica y detalla las diferentes posibilidades.
Cuando ya saben a quiénes retratarán y dónde, lo que sigue es definir los detalles: “Si la vamos a fotografiar en vuelos, en el salto... El 70% de las aves son migratorias, por eso es importante conocer las épocas en la que se ven en cada zonas. Hay épocas en las que sabemos que en el dique Cruz del Eje o en las represas de la zona o en los ríos encontremos flamencos o cigüeñas, por ejemplo, y en otras épocas serán aves más pequeñas como el churrinche. Lo importante es conocer y recorrer las zonas, hacer estudios de campo para poder hacer la fotografía de todos modos. Siempre tenemos que tener también armado un plan B porque no siempre se da lo que uno espera o planeó, pero queda la posibilidad de aquello que la naturaleza nos ofrezca, porque siempre nos sorprende. Solo hay que tener los ojos abiertos, saber buscar la fotografía y el momento adecuado”.
La salida ocurre, generalmente en el mismo día. “Salimos a la mañana temprano porque los horarios de fotografías son cuando se obtienen buena luz y son acotados. En invierno entre las 8 hasta las 10.30, por la tarde desde las 16:30 hasta las 18:30, después la luz se pone muy dura. En verano, podemos empezar a las 7 de la mañana hasta las 10.30: y por la tarde desde las 17:30 hasta las 19:30″, explica.
Las fotos de Pablo, el orgullo de Ricardo
El chico creció en un ambiente de fotografía y cuando tuvo edad para aprender a manejar una máquina, su papá lo llevó a hacer fotografías a un lugar donde sabía que había muchas chances de que tuviera éxito.
“Era muy chiquito y era importante que la primera impresión y la primera experiencia fuera positiva y favorable, así que lo llevé un lugar donde nos escondimos y luego de esperar un rato pudo fotografiar a un Martín Pescador con un pececito en el pico y quedó fascinado. Creo que ahí ya se enamoró de la fotografía de naturaleza porque vio de cerca a las aves”, cuenta el odontólogo.
Orgulloso, cuenta que ahora su hijo “maneja la máquina con mayor conocimiento y sabe cómo encarar una fotografía, cómo buscarla, posicionarse, conoce las especies. Ha tenido una curva de aprendizaje bastante rápida y lo más importante es que compartimos momentos increíbles e inolvidables, de emociones impagables e inigualables como irrepetibles. Eso genera una satisfacción interior que va más allá de lo material porque nuestro vínculo que se afianza y poder compartir algo hermoso como aprender a respetar la naturaleza le deja enseñanza para toda la vida porque al respetar la naturaleza se respeta así mismo”, finaliza.
*Puede ver todas las fotografías en la páginas de Facebook Ricardo Gustavo Cassani
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