Cuando sabía que se moría, Güemes mandó llamar al coronel alsaciano Enrique Vidt, aquel que había combatido en Waterloo en el ejército napoleónico y, delante de los emisarios españoles -que llevaban el mensaje del jefe español Pedro Olañeta de asistirlo a cambio de su rendición- lo nombró comandante en jefe del ejército provincial y le hizo jurar que nunca bajase los brazos y que continuase la lucha contra los realistas.
Había nacido 36 años atrás en Salta, un 8 de febrero de 1785. El padre de Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Costa era el español Gabriel de Güemes Montero y su mamá María Magdalena Goyechea y la Corte, una jujeña que se había casado quinceañera.
Como los niños de familias acomodadas, tuvo su educación formal pero además se crió entre gauchos en las duras tareas rurales. A los 14 años, ingresó como cadete a la Compañía del tercer batallón del Regimiento Fijo de Buenos Aires, que estaba destacado en Salta. Su regimiento había sido convocado cuando los británicos se apoderaron de Buenos Aires en 1806.
Donde está emplazada la Torre de los Ingleses, en Retiro, en la época de la colonia eso era río. Durante la primera invasión inglesa, el buque de 26 cañones Justina se ocupaba de bombardear a la ciudad. El 12 de agosto de 1806 por la mañana, Santiago de Liniers ordenó neutralizarlo.
Al mando de un pelotón de Húsares, Güemes, un joven de 21 años, lo obligó a rendirse, aprovechando que una bajante de las aguas lo mantenía inmovilizado. Fue así como un barco inglés fue tomado por un grupo de jinetes.
A comienzos de abril de 1808 solicitó licencia y permiso para regresar a Salta al enterarse del fallecimiento de su padre. Además, el clima húmedo de Buenos Aires lo estaba enfermando. En la capital de virreinato haría amigos para toda la vida, como fue el caso de los Pueyrredón.
Cuando estalló la Revolución de Mayo, se movió para prepararle el terreno al ejército que había salido de Buenos Aires hacia el norte. Le habían dado la misión de patrullar la quebrada de Humahuaca. Como una suerte estímulo, fue ascendido a capitán al considerarlo “un oficial infatigable”.
Con su hermana Macacha tenían mucho en común, y no sólo por su vínculo familiar. Desde niños fueron amigos y compinches inseparables. Era dos años menor y con los años ella se transformaría en su mano derecha, en un ministro sin cartera cuando su hermano gobernador salía de campaña, y hasta mediadora de paz. El apodo puesto por la familia cuando era una criatura fue marca registrada en Salta y Jujuy. Lo cierto es que Magdalena Dámasa Güemes –Macacha- fue una mujer muy importante con la que contó el líder salteño. Resulta imposible contar la vida de uno sin mencionar la del otro. Macacha nunca fue la sombra de su hermano, sino que trabajó a su par.
Güemes tuvo un papel determinante en la victoria patriota en Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, aunque curiosamente no fue mencionado en el parte de batalla, posiblemente por haber disentido con los jefes. Él había propuesto perseguir a los españoles y terminar de aniquilarlos, cosa que no se hizo.
Fue por un escándalo del que Manuel Belgrano se arrepentiría que fue separado del Ejército del Norte en junio de 1812. Es que convivía con una mujer casada y, aparentemente, vivían junto al esposo quien aseguraba que el salteño lo había amenazado de muerte si denunciaba la situación.
Acusado por Belgrano de llevar una vida licenciosa, fue enviado a Buenos Aires. Muchos se habrían lamentado que, con el salteño al lado de Belgrano, posiblemente los resultados de Vilcapugio y Ayohuma hubiesen sido otros.
Pero esa suerte de destierro le vino bien: en la ciudad conoció a José de San Martín, y ambos armaron una dupla perfecta. Tiempo después Belgrano reflexionó, ya más sereno, y terminaron con Güemes como grandes amigos.
El salteño se reincorporaría al Ejército del Norte cuando San Martín se hizo cargo de su jefatura. El vencedor de San Lorenzo lo reconoció como un líder y lo puso a cargo de las avanzadas del Río Pasaje. El 29 de marzo de 1814 fue llamado “benemérito” por San Martín cuando derrotó a los realistas en la ciudad de Salta. “Los gauchos de Salta, solos, están haciendo al enemigo una guerra de recursos terrible…”, escribió el Libertador.
Para entonces, sus acciones en el norte habían elevado la valoración del término “gaucho”, que hasta entonces remitía a algo peyorativo. Tuvo a maltraer a los españoles comandados por Joaquín de la Pezuela, a quienes atacó en distintos puntos en las provincias de Salta y Jujuy. El Directorio lo ascendió a coronel graduado del Ejército y jefe militar en Tucumán y Tarija.
Al mando de sus gauchos, “los infernales” como se los conocía, el 14 de abril de 1815 derrotó a la vanguardia del ejército enemigo en Puesto del Marqués. Tuvo serios enfrentamientos con José Rondeau, jefe del Ejército del Norte, a raíz de los cuales Güemes se separó junto a sus gauchos y en Jujuy se apoderó de valioso armamento. Rondeau lo declaró traidor, pero los hechos se precipitaron vertiginosamente. El director Carlos María de Alvear había caído por la sublevación de Fontezuelas y Güemes tenía otros planes: derrocar al gobierno conservador de Salta. Para ello, contaba con la colaboración de su hermano Juan Manuel, funcionario del cabildo local, que movió los hilos para que el 6 de Mayo de 1815 el cabildo local lo nombrase Gobernador de la Intendencia de Salta, un extenso territorio que abarcaba las actuales provincias de Salta y Jujuy, y Tarija. Cuando asumió como gobernador el 5 de mayo de 1815, su hermana se transformó en una suerte de ministro sin cartera.
La mujer había armado una red de espionaje, de la que intervenían mendigos, lavanderas y vendedoras callejeras, que tomaban nota de los movimientos de tropas o enviaban mensajes a través de buzones disimulados en huecos hechos en troncos de árboles. De ella dependió, además del espionaje, la organización y la logística, puestas al servicio de su hermano.
“Era ambiciosa, intrigante y animosa dotada de garbo y hermosura”, la describió el general José María Paz. Era una mujer que, a pesar que venía de una familia de buena posición social, supo hacerse querer por la gente más humilde.
Güemes aún no se había casado. Le habían presentado a Juana Manuela Saravia, hija de uno de sus mejores amigos, pero a la joven no le gustó el salteño. Fue su hermana quien le presentó a María del Carmen Puch y Velarde, una chica de 18 años, rubia, de ojos azules, cuyo padre le conseguía los caballos a Güemes. Se casaron el 15 de julio en la Catedral de Salta y tuvieron tres hijos: Martín (que llegaría a gobernador), Luis e Ignacio.
Vivió la guerra a la par de su marido; lo asistió y acompañó hasta que la llegada de los hijos se lo permitieron. Cambiaba regularmente de residencia, porque se rumoreaba de un plan español para secuestrarla y así doblegar al indómito salteño.
Por su rebeldía, Rondeau lo declaró reo de Estado y el cabildo de Jujuy desconoció su autoridad. Finalmente, el 22 de marzo de 1816, en la quinta de los Tejada entraron en razones y suscribieron lo que dio en llamarse el Pacto de los Cerrillos. En el acercamiento de las partes, Macacha tuvo un papel importante.
Cuando San Martín se enteró, escribió: “Más que mil victorias he celebrado mil veces la feliz unión de Güemes con Rondeau”. Tan satisfecho estaba el futuro Libertador, que hizo dar cañonazos y replicar las campanas en Mendoza. Por esta labor, el decreto 308 de 2016 la nombró a Macacha “primera mediadora de Salta”.
Para muchos, era llamada “la madre del pobrerío”.
El salteño apoyó decididamente el Congreso que se reunió en Tucumán en 1816. “¿Cuándo llegará el día en que veamos reunido nuestro Congreso compuesto de sabios y virtuosos que formen una Constitución libre, dicten sabias leyes y terminen con las diferencias de las provincias?”, escribió.
El 28 de mayo de 1817, el Director Supremo Pueyrredón le reconoció los excepcionales servicios prestados. Le envió una medalla de oro, le otorgó una pensión vitalicia para su primer hijo, medallas de plata para sus jefes y escudos para sus soldados con la inscripción “A los heroicos defensores de Salta”.
Pero Güemes, más que reconocimientos, buscaba apoyo financiero. Esperó infructuosamente, la ayuda que su amigo Pueyrredón le había prometido para mantener un ejército que ya superaban los 5000 hombres. El jefe salteño seguía haciendo frente a los continuos intentos españoles por adentrarse en el territorio. Ya se había ganado el mote de “intrépido Güemes”. En carta a Belgrano, le comentaba sobre los españoles, que “mis guerrillas y avanzadas les siguen, persiguen y hostilizan con bizarría y les aumenta el terror y espanto con que vergonzosamente huyen…”.
Mientras luchaba contra las tropas de Juan Ramírez y Orozco, pidió ayuda a los gobernadores. El de Córdoba, Bustos le mandó 500 hombres, pero Güemes le pidió tiempo, ya que no disponía de recursos ni para alimentar a su propia tropa.
En medio del anárquico año 20, San Martín lo designó General en Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú. El salteño, preocupado por procurarse de fondos, hasta les había solicitado a las damas jujeñas que colaborasen en la confección de ropas para sus soldados. En esa tarea también colaboró su hermana, quien convirtió su casa en un taller, en la que vivía con su marido Román Tejada Sánchez. Para Macacha, coser fue lo más simple que hizo, ya que participó en arriesgadas misiones de espionaje en favor de su hermano.
No perdía de vista el panorama nacional, pero la disgregación interna lo distraía de la tarea en la que estaba en plena sintonía con San Martín. A la par que le proponía a Bustos celebrar un Congreso General para ordenar al país y coordinar las acciones militares, y terminar con los enfrentamientos entre las provincias, el 24 de mayo de 1821 miembros del Cabildo intentaron derrocarlo como gobernador pero, ante la aclamación popular, los golpistas huyeron. Algunos no tuvieron ningún empacho en refugiarse en el cuartel general de los españoles.
En toda historia, hay un traidor. Gracias a los datos provistos por el comerciante Mariano Benítez, y que le fueron recompensados económicamente, el 7 de junio una partida española, al mando de José María Valdés, conocido como “el barbarucho” entró a la ciudad de Salta y bloqueó las salidas cercanas a la casa de Macacha, donde estaba Güemes con una pequeña escolta.
Consciente de la encerrona, era medianoche cuando salió por una puerta trasera, montó su caballo y saltó un piquete enemigo, blandiendo su sable. Cuando atravesaba el segundo piquete, recibió un disparo en la cadera derecha, y el proyectil se le alojó en la ingle. Agonizó en la Cañada de La Horqueta.
Güemes -que había logrado rechazar media docena de invasiones españolas- falleció el 17 de junio, dicen que en los brazos de sus hermana, y sus restos fueron enterrados en la capilla de El Chamical. Actualmente descansan en el panteón de las Glorias del Norte, en la Catedral de Salta.
La tradición popular cuenta que su esposa Carmen, al enterarse de la muerte de su marido, al que seguiría la de su enfermizo pequeño hijo Luis, se encerró en su habitación, se cortó sus cabellos y dejó de comer. Tenía 25 años cuando el 3 de abril de 1822 falleció la esposa de aquel que, en soledad, frenó una decena de incursiones realistas en el norte, cuando lo que estaba en juego era la libertad y la independencia.
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