A los 18 años, Rodolfo Cardozo pasaba música en un boliche de Lima, la ciudad bonaerense en la que nació. Había terminado la escuela secundaria, no encontraba su vocación y por eso no quería seguir estudiando. Decidió, entonces, dedicarse de lleno a trabajar. Fue en ese tiempo en que “estaba un poco perdidito”, admite, cuando conoció a Aldo Alberto Ibarra, un bombero del partido de Zárate que deseaba fundar el primer cuartel en ese pueblo que hace 59 años vio nacer al exarquero Sergio Goycochea.
“Pibe, ¿vos no querés ser bombero?”, le preguntó a Rodolfo, que llevaba unos discos debajo del brazo. Le dijo que sí, sin tener muy en claro qué haría, pero emocionado por saber que iba a lucir el traje que tanto admiraba cuando era niño.
“Él buscaba armar un grupo de chicos para comenzar el pedido formal para tener un cuartel de bomberos en el pueblo. Fue mi mentor, el que me enseñó mucho de lo que sé”, agradece y recuerda con detalle todo lo que pasó en la fundación del primer cuartel que tuvo esa ciudad bonaerense, vecina de ruta 9 y de las centrales nucleares Atucha I y II.
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En ese lugar, el hombre que acaba de soplar las 53 velitas, pasó 25 años. “Al cumplir ese tiempo nos pensionan y pasamos a ser reserva activa, y las obligaciones son menores”, cuenta. Por ello, decidió mudarse a la ciudad de Zárate y comenzar una nueva vida junto a su esposa Rocío y Alma, su hija de 4 años.
Pensando en ella, en plena cuarentena, el hombre que además de bombero fue trabajador en distintos oficios, comenzó a recopilar aquellas hojas en las que escribió sus vivencias dentro del cuerpo voluntario. “La idea del libro tiene dos raíces, como fui padre a los 47 años, ya de grande, quise que mi hija pudiera conocer quién era su papá y qué mejor que dejarle unos escritos para que sepa qué hice y qué pienso porque me tocó vivir cosas muy lindas y también tristes. Todo eso, solía escribirlo en mi cuenta de Facebook y mis compañeros del cuartel de Lima me cargaban preguntando que por qué no escribía un libro... La idea me quedó en la cabeza y tuvo que salir”, admite sobre cómo decidió dar vida a Alma, Corazón y Fuego.
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Vivir entre siniestros
Aunque admite que antes de conocer a Ibarra no había pensado en ser bombero, poder hacerlo fue, sin dudas, un objetivo en su vida. Y con los años se convirtió en una pasión inexplicable porque “no se trata solo de ayudar a las personas”, dice.
“Hubo personas como él que me forjaron en valores, que me hicieron ser un poco mejor persona y a poder apreciar la vida. En este tiempo, las vivencias son muchas, diferentes, pero no fue hasta 1996, aproximadamente, cuando tenía 25 años, que me di cuenta de lo que significaba para mí ser bombero, qué era en realidad, más allá del traje que me encantaba vestir. Le salvé la vida a una persona y esa experiencia fue la que lo cambió todo”, inicia el recuerdo.
En la mañana que su vida se resignificó, en medio de la ruta 9, un camión chocó contra un colectivo, que se dio vuelta y decenas de personas quedaron atrapadas durante más de una hora.
“Parecieron 10 años, en realidad, pero pudimos sacarlo. Fueron momentos de mucha tensión porque entre los atrapados había un nene de unos 6 o 7 años. Mientras hacíamos las maniobras para rescatarlo buscamos la manera de mantenerlo despierto porque a causa del golpe se estaba quedando dormido y tenía que permanecer consciente. Al cabo de una hora, un poco más, lo sacamos, y fue internado. Ahí fue cuando me di cuenta de que gracias a mi accionar salvó su vida. Supe en ese instante que después de tanto tiempo, de todo lo que me llevó estudiar para lograrlo, de tantas que un pasa para llegar a ser bombero, todo valió la pena”.
Emocionado, sigue: “Al llegar a casa entendí que le había salvado la vida a alguien y eso me marcó para siempre. Ese nene fue a visitarme al cuartel con su familia, pero yo justo no estaba y me dejó saludos. Fue uno de los pocos que regresó luego de un siniestro, diría que el 1% de los casos lo hace porque los demás no. Y no por desagradecer sino que es normal que se alejen de todo lo que les recuerde el trauma”.
Desde hace unos años, el bombero visita escuelas y habla con los niños para contar cuál es la tarea que tienen en el cuartel. “El cariño de los chicos es impagable: nos abrazan y nos dan esas palabras sinceras que no se encuentran muy seguido”, reconoce.
Pese a las dificultades que también existen en el oficio, “nada ni nadie me quitó el sueño de ser bombero aunque muchos compañeros no aguantaron y dejaron porque las cosas no siempre salen como uno desea”.
El lado más triste, sin dudas, es ver morir a las personas. “Hablé con colegas de toda Latinoamérica y coinciden en que trabajar con una criatura, ver a un chico sin vida o que muera en tus brazos, es algo que duele muchísimo. Me tocó ver morir a personas conocidas del pueblo, a vecinos, como una chica que iba a bailar al boliche donde yo pasaba música y la conocía desde hacía años. Me toco también levantar el cuerpo de un colega de un cuartel vecino, en la tragedia de 2008 ocurrida en el pueblito de Alsina, en un incendio de grandes magnitudes que no pudo ser sofocado de inmediato”.
Todos esos recuerdos, además de un apartado sobre cómo realizar RCP, Maniobra de Heimlich, primeros auxilios y un instructivo para prevención de incendios en el hogar, son parte del libro que publicó en una primera tirada de 200 copias (que ya vendió) y le siguieron 200 más, “de los que faltan vender unos ochenta”, se entusiasma.
El objetivo de esa venta fue recaudar fondos para crear un monumento a los bomberos de Lima y del país. “Pese a todo, hace falta reconocimiento de esta actividad. Hay muchas cuestiones internas que habría que rever para que haya más jóvenes interesados en ser parte. Somos 46 millones de argentinos y solo 58 mil bomberos. Hay que tratar de que se acerquen, que se motiven con esta tarea que es tan gratificante, no solo para quienes la ejercemos. Repito: esto no es solamente ayudar a las personas, es darle una mano en su peor momento, mientras están sufriendo. Hay que hacer este trabajado sabiendo que podemos ser la ultima cara que una persona vea. Chocamos constantemente con el dolor del otro y hay que respetarlo, por eso esto es más que ayudar. Es servir. Eso es”, finaliza.
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