En “El libro de los abrazos”, Eduardo Galeano señala que recordar es volver a pasar por el corazón. Para eso sirve cada fecha conmemorativa. La de hoy pertenece a los guardavidas, que celebran su día en memoria de Guillermo Volpe, a quien reconocen como un héroe por haber dejado la vida en el mar durante un rescate, el 4 de febrero de 1978.
La mayoría de los actuales custodios de las playas marplatenses no lo conoció, pero todavía existen algunos que sí. Uno de ellos es Néstor Etcheverry, popularmente apodado “Tito”. Con 67 años, y 47 temporadas laborales en sus espaldas, este “Mitch” Buchannon de la realidad ya es una parte más del paisaje costero en el verano.
Al hablar de Volpe, el experimentado guardavidas se emociona. Pero no es ese el único momento en el que lo hace: también aparecen lágrimas en sus ojos al rememorar el complejo salvataje de un turista cuyano y se sonroja al contar que se enamoró de Ángeles, su mujer y madre de sus hijos Martín y Dolores, en el mismo sector de la arena donde ahora se emplaza la que casilla en la que narra su historia.
Las anécdotas a lo largo de casi medio siglo de rescates en el agua son innumerables, pero “Tito” escoge algunas. Primero, aclara que aprendió a nadar solo “en la playita de la Base Naval”. Tendría 11 o 12 años, dice, cuando comenzó a acompañar a su padre submarinista al trabajo. “Ahí nació mi pasión por el mar; él se iba a cumplir con sus tareas en la Armada y yo me metía al agua, al lado del Club Náutico”, explica.
Para ese entonces, “Tito” jugaba al fútbol y se notaba que su vida iba a estar ligada para siempre al deporte. No sólo en clubes de la liga local como Nación, Florida y Huracán, sino también en la playa. “Y en la pileta –agrega- porque a los 17, 18 empecé a nadar ahí y después hice la conscripción, donde conocí a Guillermo (Volpe). Cuando salimos de la colimba hice el curso de guardavidas y ya arranqué a trabajar en La Perla”.
Más precisamente, empezó su carrera en el balneario Alfonsina y luego de la primera temporada recibió una oferta para pasar a Playa Grande. Pero la rechazó. Ese mismo verano Volpe, quien había custodiado a los bañistas en la zona sur, el Puerto y el centro, sí aceptó el traslado. Lamentablemente sólo pudo cumplir una jornada laboral, puesto que al segundo día se produjo su trágico desenlace. “Yo no estuve en el rescate en el que murió Guillermo de casualidad. Antes de ese verano me habían ofrecido un puesto como el de él y dije que no. Al final, terminé aceptando al año siguiente y acá mismo estoy. Ya pasaron 45″, revela “Tito”.
Contrariamente a lo que ocurre hoy, en esa época la demanda laboral de guardavidas era alta. “El curso se hacía en el Centro de Educación Física, en la pileta cubierta que era del gobierno de la provincia. Lo daba un guardavidas de Punta Mogotes muy conocido, legendario, de apellido Concolino, y cuando lo terminábamos, entrábamos a trabajar todos”, apunta.
Las vivencias de “Tito” en el balneario del Ocean Club son muchas, puesto que, según calcula, debe haber realizado ya más de 2000 rescates. “Hacemos entre 40 y 50 por temporada”, indica, y a la vez se anima a trazar una comparación entre la actualidad y las décadas anteriores.
La principal diferencia que encuentra es que antes las tareas comenzaban el 1 de diciembre y terminaban en marzo. Ahora, en cambio, con la demanda turística y debido a episodios que se sucedieron antes o después de esos meses, se extendió, y el servicio se presta 150 días de corrido, desde noviembre hasta abril.
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“Tito”, quien durante el año lleva cabo trabajos de ganadería y también tiene taxis, sostiene que en el pasado “se hacían más rescates”. “No había tantos guardavidas –fundamenta- y la gente no tenía tanto conocimiento del mar”,
Y continúa: “Estaban las tablas de telgopor que usaban los chicos, que se volaban con el viento, y uno se quería ayudar con el otro, y entonces había que hacer rescates múltiples. Hoy muchos chicos van a pileta y con el tema de las tablas tienen la pita agarrada al tobillo, y aunque de pronto no sean muy buenos nadadores o tengan muy pocos conocimientos de flotación, se agarran de la tabla y quedan ahí arriba. Antes no pasaba eso. Y ahora además tenemos motos de agua y están los surfistas, que atrás de la rompiente ayudan hasta que uno llega y procede a rescatar a las personas”.
El salvataje más difícil
“Tito” dice que “gracias a Dios y a la vida” desde que él trabaja como guardavidas en su playa “nunca hubo que lamentar una tragedia”. Y cuenta que algunas temporadas atrás él y un compañero suyo le salvaron la vida a un turista cuyano de 27 años.
Al recordar dicho episodio, este vernáculo “guardián de la bahía” se sensibiliza. “Vimos el cuerpo flotando, corrimos hasta ahí y el chico ya estaba con rigidez cadavérica, tenía los ojos exaltados… Estaba con un paro respiratorio y cardíaco. Entonces procedimos con las maniobras de respiración boca a boca, le hicimos masajes cardíacos y lo pudimos resucitar”, recuerda. Pero la situación se complicó otra vez: “Después entró en convulsiones con estado de epilepsia... Había un puesto sanitario acá en la escollera Norte y ahí le pusieron inyecciones hasta que lo llevaron al Hospital Regional, donde estuvo como 15 días en terapia intensiva porque había tragado tanta agua que sufría infecciones internas. Pero revivió… Le salvamos la vida”, agrega entre lágrimas.
Después de recibir el alta médica, y antes de volver a su lugar de origen, el joven se apareció por la casilla de guardavidas, donde compartió una charla con quienes lo habían rescatado. Entre otras conjeturas, juntos llegaron a la conclusión de que su descompensación en el mar había sido producida por un golpe provocado posiblemente por una tabla de surf, lo que le causó el desmayo y casi le ocasiona la muerte por ahogamiento.
Una familia que se formó en la playa
Mientras “Tito” habla, su hijo Martín le ceba unos mates. Tiene 25 años y no está ahí sólo como acompañante: cumple su labor como guardavidas del Yatch Club, el balneario lindante al Ocean. Es decir, padre e hijo ahora están unidos también por el mismo trabajo y la misma vocación.
“Él viene acá desde chiquitito. En realidad nació acá, si yo conocí a su mamá en la playa”, remarca, sonrojado. Y sus palabras llegan justo como respuesta a la consulta sobre la fama de “ganadores” que tienen los guardavidas en la playa.
“Ángeles era socia del Ocean y venía al balneario, así nos enganchamos”, contesta “Tito” ante la mirada cómplice de su hijo, quien hace un gesto risueño que pareciera dar a entender que con eso su padre lo ha dicho todo.
Lo cierto es que tanto Martín, como su hermana Dolores, 5 años menor, se criaron en la arena y en el agua, y ambos siguieron los pasos de “Tito”. Recientemente, hicieron el curso de guardavidas y ahora él es compañero suyo. Ella, en cambio, no ejerce.
“Martín había hecho algunas suplencias y justo se dio que había una vacante en el Yatch. Lo tomaron y ahora somos compañeros de casilla”, relata el experimentado socorrista. Y automáticamente suelta el elogio, con amor incomparable de progenitor: “Anda muy bien… Aprendió bien. Él es genial, me supera”.
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En tanto, el joven aclara: “Acá tratamos de trabajar como compañeros, más allá del vínculo familiar. Y siempre que me hace una corrección, me enseña: he aprendido un montón con él, incluso antes de ser guardavidas lo acompañaba, venía a visitarlo… Vengo acá desde que nací, y conozco a los guardavidas que trabajan a la tarde y también he aprendido con todos ellos porque tienen mucha experiencia y son muy buenos”.
Durante la temporada, padre e hijo cumplen el turno mañana en la casilla. Llegan a las 8 y se van a las 14, aunque tres veces por semana además van a nadar antes, muy temprano, a las 6, en el Club Once Unidos. “En ese sentido soy un privilegiado. La experiencia que tiene mi papá no la tiene nadie, pero en el día a día trabajamos como compañeros. Cada uno tiene su sector (en total, ambos suman aproximadamente 300 metros de playa de custodia) y coordinamos la prevención y los rescates”, describe Martín, y poco después se acerca a la orilla para darle indicaciones a un grupo de jóvenes que están en el mar.
Juntos, padre e hijo llevaron a cabo el salvataje “más gracioso”, según dice “Tito”. “Fue cerca de la escollera Norte, donde cuando hay mucho viento del este el agua sale pegada a las piedras y se hace una canaleta que te lleva para adentro. Esta persona también estaba con su hijo. Tenían unas tablas y no podían salir. Él (Martín) fue al chico y yo al padre… Cuando llego, el hombre me dice: ‘Yo a vos te conozco’, y me causó gracia porque estaba en una situación difícil… Después me empezó a contar de dónde y bueno… Era alguien que se había ido hace 20 años a vivir a Miami pero que antes venía a esta playa y me recordaba... ¡Y los sacamos! ¡Nos costó pero con la ayuda de todos los muchachos, los sacamos!”, subraya.
El futuro
¿Y cuántos veranos quedan de aventuras? La pregunta es obvia. Porque con 67 años, si bien “Tito” se ve impecable, cada rescate cuesta más. “Si es por mí quiero seguir hasta los 70. Estoy físicamente bien, entrenando como siempre. Esa fue una recomendación que me hicieron cuando era futbolista, de un técnico, Abel Pacheco, que siempre me decía que entrenara. Y siempre la tomé… En esa época no se entrenaba con la dedicación de ahora. Pero si vos no estás bien físicamente no te podés sacar del mar ni a vos mismo”, reconoce sonriente.
Para eso, además de nadar periódicamente, “Tito” corre y practica ciclismo. Incluso, ha competido en triatlones. “Lo que más esfuerzo te requiere en la playa es correr… Levantás pulsaciones, vas rápido al agua y después te tenés que largar a nadar. Pero acá estoy bien cuidado, por Martín y también por Cristóbal, que es hijo de un compañero mío del principio de la carrera. Es un satisfacción para mí esto”, expresa.
De todos modos, si bien reconoce que su trabajo requiere una exigencia física difícil de alcanzar a medida que pasa el tiempo, resalta que la experiencia también lo mantiene vigente. “Es que la eficiencia en esta tarea no te la da sólo nadar o correr rápido, sino también conocer los vientos y cómo va a seguir el clima para prevenir los rescates, porque además se aprende a leer los cuerpos de las personas en el mar”, justifica.
Como conclusión, y en la víspera de otro 4 de febrero, vuelve a sobrevolar la charla la imagen de Volpe, y con ella las lágrimas de “Tito”. “Uno lo recuerda con mucho afecto y cariño. Es difícil, era una buena persona… Una vida que se truncó, tan joven”, dice y se quiebra. Pero poco después se recompone y deja para el final de la conversación una enseñanza vinculada a su experiencia atlética: “Al final, la vida es como el deporte, podés ganar o perder, pero lo que dejás son amigos”.
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