|Las reuniones que se sucedían una tras otra en el fuerte, sede del gobierno, eran acaloradas y apasionadas. Los miembros de la Primera Junta no lograban ponerse de acuerdo y se abrió una profunda grieta que se abrió entre saavedristas y morenistas sobre la incorporación al gobierno de los diputados del interior. Uno de los que participaban era el presbítero Manuel Alberti -el único religioso en el ejecutivo- que si bien se oponía, junto a otros terminó cediendo “en obsequio de la unidad” y por “conveniencia política”.
El 18 de diciembre de 1810 hubo una asonada popular, liderada por los jefes del Regimiento de la Estrella, Domingo French y Antonio Beruti, partidarios de Moreno, junto a miembros de la Sociedad Patriótica, contrarios a la conformación de la Junta Grande.
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Saavedra estaba al tanto de los planes de los conspiradores. “Yo me río de ellos”, escribió. Señalaba especialmente a Matheu, Azcuénaga y al sacerdote.
Las discusiones, especialmente con el deán Gregorio Funes, y el trabajo sin pausa le habían pasado factura a este cura de 47 años. Cuando llegó a su casa se sintió mal. Llamó a su amigo, el boticario catalán Antonio Miró, tomó pluma y papel y redactó su testamento, que ocupó los dos lados de una sola hoja.
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Había nacido el 28 de mayo de 1763, de padre italiano y de madre porteña, que fueron los que donaron el terreno donde se levanta la Casa de Ejercicios Espirituales, un imponente edificio colonial que aún se levanta en avenida Independencia y Lima. Eran seis hermanos, tres varones y tres mujeres.
Estudió en el Real Colegio de San Carlos y luego viajó a Córdoba para cursar teología en el Monserrat, donde ingresó en marzo de 1780. Al tiempo tuvo la mala suerte de caer enfermo y debió volver a Buenos Aires. Retomó los estudios en 1785.
Ya como cura, fue destinado a la parroquia de Inmaculada Concepción, luego se desempeñó como teniente cura en Concepción del Uruguay y más tarde en Magdalena.
Cumpliendo tareas eclesiásticas en el Maldonado, lo sorprendieron las invasiones inglesas. Ayudó en la defensa, socorrió a heridos y cuando los ingleses descubrieron que intercambiaba correspondencia con los españoles, estuvo encarcelado por un tiempo.
Cuando regresó a Buenos Aires, se hizo cargo de la parroquia de San Benito de Palermo y también estuvo al frente de la San Nicolás de Bari, ubicada donde está el Obelisco.
Se había identificado con Cornelio Saavedra, a quien conocía de sus épocas de estudiante, pero simpatizó con el paquete de reformas que Mariano Moreno traía bajo el brazo.
Integraba un grupo de religiosos, entre los que se destacaban Antonio Sáenz, Cayetano Rodríguez, Luis de Chorroarín, además de personalidades del interior como el cordobés Gregorio Funes, el jujeño Juan Ignacio Gorriti y el sanjuanino Justo Santa María de Oro.
Cuando ocurrieron los sucesos de mayo de 1810, fue uno de los 18, de los 24 religiosos, que adhirió al cese del virrey Cisneros.
Estuvo de acuerdo en la mayoría de las medidas tomadas por la Primera Junta, y cuando Moreno fundó la Gaceta de Buenos Aires, Alberti fue el encargado de recibir las informaciones, ordenarlas para su publicación y escribir editoriales. “Todos los escritos relativos a este recomendable fin se dirigirán al señor vocal Dr. D. Manuel Alberti, quien cuidará privativamente de este ramo, agregándose por la secretaría las noticias oficiales cuya publicación interesa”. Hay historiadores que lo consideran haber sido el primer director de esta publicación.
De “consejo sereno y abnegado”, tal como lo describió Matheu en sus memorias, fue criticado por el secretario de la Primera Junta, quien no se mostró conforme de la orientación de la Gaceta. Moreno dijo que estaba “en manos inexpertas”.
Cuando se sofocó el intento contrarrevolucionario en Córdoba, Alberti fue el único miembro del gobierno que no firmó la orden de fusilamiento a Santiago de Liniers, amparándose en su condición de religioso.
En su testamento dejaba sus bienes, la casa con la huerta a sus hermanos, en partes iguales. Se acordó del cura Roque Illescas, y dejó escrito que su amigo revisase su biblioteca para recuperar los libros que le había prestado.
Los esclavos también fueron heredados por sus hermanos, menos uno, el anciano Antonio, a quien le dio la libertad.
En la noche del 31 de enero de 1811 un ataque cardíaco terminó con su vida. Fue el primer miembro de la Junta en fallecer. Lo reemplazó Nicolás Rodríguez Peña.
El 2 de febrero se lo enterró en San Nicolás de Bari. Era cura rector de esta parroquia. El costo de los funerales corrió por cuenta del cabildo.
Asistieron todos los funcionarios de la Junta, de la Real Audiencia y del Cabildo. El 4 se celebró una misa en la catedral, que se repitió el 13 de marzo.
“Hombre virtuoso, serio, íntegro, desinteresado y gran defensor de los derechos de su patria, y que no será fácil reelegir otro que ocupe su plaza, que tenga las cualidades generales que adornaban al referido finado”, consignó Beruti en sus Memorias Curiosas.
La parroquia de San Nicolás de Bari, donde descansaban sus restos, ya no existe más. El templo en el que fueron bautizados Mariano Moreno, Manuel Dorrego o Bartolomé Mitre, fue demolido en 1936 para dar paso al trazado de la avenida Nueve de Julio. Cuando al mismo tiempo se inició la ampliación de Corrientes, los obreros descubrieron restos humanos debajo de las baldosas del patio.
Tal vez aún permanezcan en lo que se transformó en el centro mismo de la ciudad o quizás fueron trasladados a un cementerio. Lo cierto es que nunca se supo la suerte que corrieron los despojos de Manuel Alberti, que dejó todo por el éxito de la revolución. Hasta la vida misma.
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