Abogado de profesión y explorador deportivo de alma, Alfredo Barragán hizo historia cuando tenía 23 años, siendo todavía un estudiante, junto a sus cuatro amigos y hermanos de la vida, Rubén Tablar, José Luis Godoy y Jorge Iriberri. Pasó medio siglo desde el día en que se convirtieron en los primeros en navegar todo el Río Colorado, que atraviesa cinco provincias: Mendoza, Neuquén, Río Negro, La Pampa y Buenos Aires. Lo hicieron en dos gomones, remando a más no poder durante los 1100 kilómetros. Tardaron 27 días, de los cuales 23 tuvieron viento en contra. Para celebrar un nuevo aniversario, el próximo 11 de febrero revivirán un tramo de la emblemática travesía que fue el puntapié de otras 30 expediciones: la Balsa Atlantis, escalar el Aconcagua, el cruce de los Andes en Globo, Kilimanjaro, Mont Blanc, el Mar de las Antillas en Kayaks, Antártica Finis Terra, son algunas de las más renombradas.
Los cuatro universitarios se conocían hacía no más de tres años, pero lo que vivieron los unió para toda la vida. El logro que muchos veían imposible revalidó un mundo de aventura y exploración que forjó los cimientos de un proyecto sostenido hace 50 años por los valores y el enamoramiento por la actividad, tal como expresa Barragán en diálogo con Infobae. En ese entonces registraron cada tramo con una cámara Super 8, y cuando se cumplieron cuatro décadas estrenaron el documental que recopila todo ese material, Expedición Río Colorado 1973, disponible en YouTube.
En tiempos donde no existía el GPS, ni ningún medio de posicionamiento global, lo primero que hizo Alfredo fue agradecer mirando al cielo cuando estuvo frente a las vírgenes nacientes del río. La carga del equipamiento en los gomones les llevó unas cuatro horas: eran 150 kilos, entre los que tenían provisiones de comida, carpas canadienses, equipos de radio de la Fuerza Área Argentina para dar el parte y hablar con sus familiares; elementos de fotocine; un botiquín provisto hasta de un antídoto para serpientes que pudieran cruzarse en el camino -algo que sucedió-, y remaban diez horas por día.
Terminaban con las manos tan hinchadas que tenían que meterlas en agua fría para poder volver a mover los dedos. En los rápidos se sacudían mucho, y particularmente ese año el caudal se había acrecentado por una nevada excepcional que ensanchó los márgenes del Colorado. La primera noche estaban tan cansados que frenaron en una costa y sin armar el campamento, durmieron adentro de los botes. Para cuidarse de la constante exposición al sol usaban remeras largas, gorras y anteojos, y se subían montados como en un caballo, con una pierna adentro de la embarcación y la otra afuera en el agua.
Del 16 de enero hasta el 11 de febrero, estuvieron entre las olas, el sol y los tábanos, jineteando los gomones y viviendo inesperados percances como las perforaciones por las piedras que requerían parches y tiempo de secado. También tuvieron que quedarse tres días en 25 de Mayo, provincia de La Pampa, porque un oleoducto se rompió y hubo fugas de petróleo, que temían que pudiera afectar la tela de los botes. Una vez cada diez días un avión de la Fuerza Aérea los sobrevolaba para identificar su posición, y poco a poco se ganaron el apodo de “Los locos del Río”.
Alfredo aclara que no fue un “viaje improvisado”, sino más bien, todo lo contrario. Hubo once meses de investigación, pero la realidad es que no había mucha información, ni siquiera cartas náuticas que sirviera de guía, pero su espíritu apasionado por la geografía y las expediciones lo llevó a considerar todos los factores que pudiera para cumplir con el objetivo. Partieron de Butacó, Neuquén, y atravesaron Mendoza, Río Negro, La Pampa y finalizaron en Fortín Mercedes, provincia de Buenos Aires. No solo sentaron precedente, sino que fue un antes y un después desde aquel 11 de febrero en que los recibió una multitud en Pedro Luro, y los cuatro amigos firmaron primeros autógrafos de su vida.
Cincuenta años después, el mismo grupo integrado por Barragán, Tablar, El Vasco Iriberri, y Godoy, hará una navegación simbólica durante dos días para conmemorar el aniversario de medio siglo de la expedición. Arribarán remando, solos con el río, como lo hicieran ese día. “Felizmente estamos todos estamos muy bien, activos y lo más curioso es que en 50 años nunca nos hemos separado, nunca nos hacemos alejado, siendo algunos Mar del Plata, otros de Mendoza, de Buenos Aires, siempre estamos hermanados”, cuenta Alfredo con emoción.
“Nos seguimos juntando, primero con las novias, después con las esposas, después con los hijos, y ahora con los nietos; y todos participan de esta actividad que hemos desarrollado con orgullo genuino”, agrega quien está casado con Graciela, su compañera de vida hace cinco décadas, es padre de Paulina y abuelo de Ana y Lola. “Ellas son el equipo que armé para jugar el partido de la vida; no hay vacación sin ellas, no hay este plan sin ellas”, expresa el expedicionista. No hay mejor palabra para definirlo de manera integral que “romántico”, porque se dedica con pasión a todo lo que emprende, y no cede frente a convicciones que lo hacen sentirse pleno a los 73 años.
“La pureza que pretendemos darle a nuestras expediciones nos hace sólidos porque estamos enamorados de lo que hacemos. Si tengo que armar una tripulación no tengo dudas que busco deportistas enamorados, porque son los mejores para esto, los que no miden el esfuerzo, no calculan qué tiempo va a llevar, ni cuánto dinero va costar, sino más bien contempla todo esos factores con efectos de solucionarlo”, ejemplifica. Siente que la unión se basa no en lo que han hecho, sino en cómo lo llevaron a cabo.
“El enamoramiento con lo que hacemos es la única explicación para que en nuestro grupo de unas treintena de personas, no hay ningún disidente en 50 años”, reflexiona. En todo ese tiempo, ninguno desistió del proyecto, ni se distanció o tuvo otros intereses que le dificultaran continuar. Han ido a casamientos de los miembros del equipo, han sido padrinos de hijos de otros, y se han acompañado en cada uno de los aniversarios. Siempre hay una excusa para reunirse, sin importar las distancias.
La unidad que transmiten los amigos de toda la vida, tiene como eje una forma de vivir, y las ganas de ser un faro cultural que represente mucho más que lo que algunos llamarían “hazaña”. “Nunca aceptamos sponsors comerciales y siempre llevamos como único emblema la bandera nacional, porque sigo sintiendo la misma emoción que me transmitió la maestra en cuarto grado cuando nos hablaba de la bandera de la patria”, reconoce conmovido.
“Nunca podríamos colocar una marca comercial, y lo dice alguien que ha ejercido 44 años como abogado de empresas, así que tengo una relación fluida con el capitalismo y con el empresariado; pero no pasa por ahí, pasa porque al lado de la bandera no puede haber un signo pesos”, explica. Cuando llegaron a Fortín Mercedes algo cambió en su interior: “Tenemos claro que la expedición a Río Colorado nos abrió la puerta al mundo de la exploración, nuestra pasión por la naturaleza, el espíritu deportivo, y la curiosidad, un cóctel que da como resultado un explorador deportivo”.
“Nos demostró que podíamos, nos sentimos plenos, porque habíamos hecho una expedición como la que leíamos de chicos en novelas de aventuras y crónicas de viaje”, indica con entusiasmo. Fue el puntapié, además, para la creación del Cadei (Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación], con el que realizaron más de 30 expediciones en cinco continentes.
La más conocida fue Atlantis, con el lema: “Que el hombre sepa, que el hombre puede”. Una vez más superaron las expectativas y recorrieron en balsa 6000 kilómetros que separan Tenerife, en España, con La Guaira, en las costas de Venezuela. Sin motor y sin timón, confió en los estudios que recopiló sobre vientos y corrientes durante la preparación previa. Lo caracterizan el instinto y ponerse en acción para analizar cada detalle cada vez que escucha la palabra “imposible”. Con esa misma impronta se animó a cruzar la Cordillera de los Andes en globo aerostático.
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“Íbamos a 110 kilómetros por hora, porque tenía que ser tan rápido como se pueda, para llegar a Argentina antes que se acabe el gas estando arriba”, dice sobre aquella epopeya. Con sus exploraciones contribuyeron al conocimiento geográfico, algo que consideran esencial. “Cuando alguien llega a un lugar nuevo, apenas baja los bolsos empieza a mirar para todos lados, a registrar los alrededores, a ver qué hay, porque reconocer la geografía es la forma de desarrollar conocimiento”, señala. La fortaleza que transmite hace que más de una vez le pregunten cuál es el secreto para mantener la motivación, ser perseverante e ir tras los logros.
“Cuando me dicen qué me hace tan potente a los casi 74 años, que voy a cumplir el mes que viene, la respuesta es que cuando lo que hago coincide con mis principios, con mis ideales, con mis valores, soy muy feliz y poderoso. En cambio cuándo flaqueo, algo que a todo el mundo le pasa, no me siento ni tan pleno, ni tan fuerte. Por eso trato de no dedicar ni un minuto del tiempo a cosas con las que no concuerdo”, sentencia. En este sentido, desde hace 20 años está detrás de un proyecto paralelo que todavía no se concreta, pero sueña con que se vuelva realidad: la creación de un Museo de la exploración, algo que hasta el momento no existe en el mundo.
Una vez más, serían pioneros y tienen valioso material para exponer, que justifica que su anhelo exista. “Lo concebimos como un medio de comunicación, porque creemos que hay mucho para decir, mucho patrimonio cultural que puede transmitir ideas, principios, valores, y podemos demostrar con hechos”, manifiesta. No tiene dudas de que el mensaje que representaría sería contundente, porque cada visitante sería testigo de hechos consumados, las expediciones realizadas, las dificultades superadas, y la meta lograda.
“Hay muchas entidades, tanto nacionales como fundaciones del extranjero que ya nos han ofrecido material para sumar, pero lamentablemente todavía no existe. Nos gustaría que fuese en Dolores, primero porque se nos ocurrió a nosotros, y yo soy de acá, de toda la vida, pero también porque pasan 20 millones de personas por año, así que sería una excelente locación también”.
“Todos los días de mi vida, hace dos décadas lucho por este proyecto, y me está costando más que cualquier expedición”, se lamenta. Y agrega: “La historia de los descubrimientos geográficos es suficiente para empezar, pero tener la posibilidad de consultar el conocimiento de los descubrimientos geográficos, debería conmover y mucho”. Recuerda que en cuando algo no salía como esperaba, y se frustraba porque no podía conseguir el objetivo logrado, escribía poesías, y una frase de su autoría resuena en su mente para darse fuerzas: “Podrán golpear el leño, pero nunca el fuego; y con esto es igual, lo podrán demorar, pero no parar”.
La celebración de los 50 años de la expedición de Río Colorado será una verdadera fiesta, y allí espera poder compartir los aprendizajes que le dejó la vivencia, la alegría, el atrevimiento, el esfuerzo, la permanente capacitación, y la tenacidad. “Nos emociona sentir que vinimos a la vida a poner y no a sacar, y nos hace sentir espléndidos porque es una realización muy grande; hasta me han confirmado algunos vecinos de Pedro Luro que estuvieron ese mismo día hace 50 años, que sobreviven, que nos van a ir a recibir, tal como aquella vez”, revela a pura felicidad.
Otra de las claves de la entereza que evoca Alfredo recae en los afectos, y siempre con la palabra justa para expresarlo, arroja una frase que habla por sí misma. “Siempre pensé: ‘Pobre el que llega a una cumbre y no tiene a dónde volver, y esa cumbre puede ser de piedra, una cumbre empresarial, o tener un significado metafórico, pero pobre el que llegó y no tiene a dónde correr”. La sensación de orfandad, asegura, que es de los peores enemigos del ser humano, y la contracara es la fortuna de tener con quién compartir los méritos.
“No tengo ningún interés en llegar a una cumbre con un desconocido”, remarca, porque la buena compañía es parte de la fórmula que le ha funcionado siempre, se alcance o no la meta. “El Aconcagua me llevó cinco intentos, y volvía sintiendo que no fuiste capaz, que no se pudo, por eso es tan importante regresar a los afectos, al amor, la amistad, la contención, el café de siempre con los amigos, y en poco tiempo uno se reacomoda, curan las heridas y sale otra vez de la trinchera”, enfatiza.
Nunca sintió arrepentimiento por haber estudiado Derecho, una carrera que tiene tradición en su familia, de más de 150 años de trayectoria. “El estudio jurídico lo fundó mi bisabuelo en 1870, que era procurador y abogado. En 1975 yo me recibí, falleció mi padre, y quedé a cargo. Han sido 44 años alternando la abogacía con las expediciones”, revela. Risueño, confiesa que su esposa lo conoció en Dolores después de la expedición del Río Colorado, y supo desde un comienzo que esas dos facetas formaban parte del hombre del que se enamoró.
Barragán no tiene redes sociales, pero su hija Paulina es administradora del grupo de Facebook “Alfredo Barragán, Expedicionario Argentino”, donde muchos vuelcan su admiración hacia el referente que les demostró que lo imposible a veces solo es un sinónimo de “un poco más difícil”. “La gente a veces cree que yo vivo arriba de una montaña, en una cueva, o en una balsa en el medio del mar. Pero yo vivo en Dolores, me siento Dolores y no me imagino en otro lugar. Parte de mi fuerza es saber de dónde soy y a dónde volver”, sostiene.
Durante un año o dos planificaba los proyectos, los ejecutaba en un margen de uno a tres meses y volvía a su casa, a reencontrarse con su lugar en el mundo. Con humor, asegura: “Sigo siendo el petiso Barragán de Dolores, que de vez en cuando hace alguna cosa muy divertida”. El gran día de celebración será el próximo sábado 11 de febrero, en un homenaje del que participan la Armada Argentina, Prefectura Naval Argentina, Instituto Geográfico Nacional, Servicio de Hidrografía Naval, Academia Nacional de Geografía y Centro Argentino de Cartografía, entre otros.
El cronograma comenzará a las 11 de la mañana en Fortín Mercedes con el Arribo de los cuatro expedicionarios, remando, como entonces. Luego habrá una recepción por parte de autoridades, invitados y público. Luego se inaugurará la Plazoleta Expedición Río Colorado 73 y se hará el descubrimiento de placas alegóricas. El cierre estará a cargo de la Banda de Música de la Armada Argentina, y a las 20.30 se exhibirá la película documental Expedición Río Colorado 1973 en el Anfiteatro del Playón Ferroviario. Los expedicionarios responderán preguntas de los interesados y también será una oportunidad para agradecer, tal como hizo Alfredo aquella primera vez que se adentraron en el curso de agua, por todo lo que surgió a partir de la vivencia y el apoyo que le brindaron los pueblos ribereños.
Uno de los temas de debate durante la conmemoración será la administración del agua y el impacto del cambio climático, debido a que el panorama actual del Río Colorado es muy diferente. Fue afectado por la sequía y la disputa por el agua, dando como resultado un bajísimo caudal. En 1973 tenía un ancho de 200 metros y dos de profundidad, mientras que en estos días el cauce es de 20 metros y el agua llega solo hasta la rodillas. Alfredo siente tristeza por las condiciones actuales, pero se refugia en el legado que intentan transmitir. “Sentimos que si podemos expresar la alegría de habernos atrevido, de haberlo intentado, de habernos esforzado, del trabajo, y del logro merecido, habremos sido útiles, porque aunque el otro día se olviden de nuestros nombres, queremos que les quede la idea de que ellos también pueden”.
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