El año comenzó con funk. Dante Spinetta tiene obra nueva. Ya no se festejan discos, se transitan plataformas. Así que las nuevas obras desfilan y se nos adhieren a través de nuestras pantallas personales. Más allá de que Mesa Dulce tenga naturaleza de disco. Dante hace obras bastante conceptuales, siempre detrás de búsquedas musicales.
Es verdad que te pueden gustar o no, pero él es grande y sabe lidiar con el halago y con quienes lo detractan con idéntica elegancia.
Lo que se hereda no se roba.
Mesa Dulce es funky music. En mas de 40 años que llevo en el supermercado que es la industria musical en este pintoresco rincón alejado del planeta, puedo asegurar que por primera vez hay un disco de música funk que, anunciado como tal, es considerado el lanzamiento más importante. No con la importancia que otorga la prensa o las oficinas de difusión de artistas de las compañías, sino con la trascendental importancia del público. Algo que no solo vislumbro bastante desde la radio: he oído hablar de él en estudios, en shoppings, en disquerías y en estaciones de servicio. No todo el tiempo, claro, pero he escuchado ecos del disco de Dante en esos lugares tan disímiles.
En este crisol de razas que es la música popular por aquí, el funk te la debía. Rock, latino, folklore, tango, clásico, reggae, cumbia y siguen las firmas, pero el funk no asomaba.
Ahora sí. Mesa Dulce es una obra que instala el funk como método. Ya hemos hablado del funk en Infobae, pero desde ahora se hablará de otra manera, ya con varias cartas en la mano.
Funk argentino, ya los veo venir. Tuvimos funk pero siempre marginalmente. Nunca hubo un movimiento, fueron destellos fugaces.
Algo de Los Abuelos, Charly García esporádicamente, La Groovísima, La Doblada, IKV, Tony 70 que estaba mas vinculado a la disco music, más recientemente Palta & The Mood, algo de Nico Cota. El funk estaba, pero poco.
No sería raro geográficamente hablando que el funk florezca. En Uruguay hay bastante, muy fusionado con el candombe. De hecho el inolvidable Claudio Taddei, uruguayo/suizo, con su disco del 95 La Iguana en el jardín -en el que junto a Rubén Rada- sentó jurisprudencia del bellísimo CandombeFunk, y dio noticias de que la bestia estaba viva, chiquita, humilde, una bestia funk nacida en esta orilla del gran río con Los Abuelos de la Nada mandando.
Curiosamente, o no tanto, por esos días del 95 también Willy Crook lanzaba en España su álbum debut Big Bombo Mama, que cuando llegó a Buenos Aires fue furor. Vale la aclaración que cuando hablo de furor me refiero con exageración al beneplácito de la parroquia poprocker exclusivamente. No inclusivamente.
Todo esto sumado a que en Brasil Tim Maia todavía funkeaba en alto nivel y Cidade de Deus daba la vuelta al mundo en los cines con una banda de sonido a todo funk carioca, donde es la música de las favelas. Aunque ya se sabe de la relatividad de esas estúpidas etiquetas de música de tal o cual. Los jóvenes de los countries escuchan la misma música que los garotos de la rua. Un fenómeno que es muy de las grandes ciudades: los chicos de un lado quieren vivir como los del otro lado. Muy juvenil como actitud, universal como conducta.
Vale decir que como el Sol de Marilina, aunque no lo veamos, el funk siempre está y estuvo siempre, a veces como un niño en Belén otras como fruto de un huevo de serpiente.
Ahora está sano y fuerte.
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Mesa Dulce está como un mojón en la ruta. Y cómo bien le escuché decir a Dante: ”Cantar con Stevie Wonder, tocar con Bootsy Collins y ser hijo de mi padre es todo lo que está en este disco”.
Una obra con canciones originales de Dante, que desde la pandemia no grababa, si tenemos en cuenta la aparición en 2020 de Niguiri Session, una prodigiosa presentación a solas en Nare, diminuto y reservado local de sushi porteño, con toda la banda entre mostrador, mesas y platos cantando algunos éxitos conocidos. Hay en Niguiri Session una sola canción nueva, que hoy vemos como la llave del mandala que venía, Funk Warrior, una composición rítmicamente frenética con una mínima letra cantada con voz absolutamente distorsionada que no pareciera tener mucho que ver con lo escuchado en la sesión. Bueno fellas, aca está la explicación. Como bien le gustaba cantar a Luis Alberto Spinetta, un vestigio del futuro, eso era Funk Warrior.
Dante nos va desgranado su obra como en saga. Stevie, Bootsy, Luis y ahora desde él algo de lo que vendrá.
Es que Dante en este disco, quizás también en un acto saludablemente heredado, habilita nombres que a los mayores no les sonaban hasta que aportan sus voces en Mesa Dulce. En el disco Dante comparte Sudaka con Trueno y Gambito con Ca7riel, dos de los mas encumbrados cantantes de la ultima generación.
Fui testigo de la presentación para los íntimos de Mesa Dulce en una cálida noche en el espacio Saldías, cerca del río, con la fresca del agua que no alcanzó para enfriar la chalada excitación de los asistentes que no dejaban de bailar.
Funk es en un argot negro neoyorkino: “sudado”, “chivado” podríamos traducirlo mejor.
El funk es eso, sudor, baile, joda extrema, nada hay sagrado para el funker. No hay cosa que merezca seriedad excepto el funk.
En escena, Dante y su impresionante banda dieron cátedra de groove, tan bien vestidos con trajes rosa eran puro glam en esa zona del puerto que tan bien conocemos.
Inevitablemente en situaciones como ésta de pasar una noche de elegancia y dance dentro de un local muy bien puesto y al salir y pisar la vereda encontrarnos en una calle de la zona portuaria mas oscura de la gran ciudad, hace que el Buenos Aires de hoy me remita más a la Berlín de pre guerra que a la ciudad de la furia que inspiró a Gustavo Cerati hace 35 años.
Así se presentó Mesa dulce.
Pero sigamos con el show. La banda integrada por el bajista Matías Méndez, las teclas de Axel Introini, Pablo González en batería y Carlos Salas en la percusión, son una máquina preparada para tomar por asalto cualquier sistema nervioso humano en los primeros acordes, dejándolos en estado funk para siempre. Ignoro historias personales o profesionales de estos sujetos, si estudiaron o vienen de tocar con alguien o si son de River, si son capaces de otra faceta... pero tocando funk son adorables.
Son los mismos músicos que tocan en el disco, donde se los puede disfrutar en plenitud con los Minneapolis funk de Deja Boo y Rebelión. Es celebrado el magistral aporte del colaborador de Prince, Michael Nelson, quien le aporta a Dante el toque power que completa el modelo. Bien ganado se lo tiene desde los discos de Illya Kuryaki & The Valderramas sumado a su brillante comienzo solista del 2000 con Elevado. Dante ya mostraba sus cartas alejándose de todo para acercarse antes que nadie a músicas mas avant garde. Con el riesgo que eso conlleva.
Habría que sumar los invalorables aportes de Mariano López, ingeniero de grabación de Luis Alberto, de Charly y de Fito Paéz por ejemplo, además de los arreglos a cargo de Claudio Cardone, otro pez gordo de la saga Spinettiana.
Este es el disco que coloca al funk en la alta esfera de nuestras músicas.
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El funk lo inventó James Brown.
Por lo menos el primero que incluyó esa palabra en un tema fue él en Papa’s got a brand new bag part II. La parte I era un standard fantástico de Mr Dynamite, pero la parte II era la que te pagaba el disco. Ahí es donde pasan al frente el bajo y la batería, los teclados sostienen toda esa locura y la mano derecha del guitarrista vuela mientras JB grita frases de argot imprevisibles bailando como un loco.
Eso es el funk.
Una deconstrucción del soul, quitándole seriedad a todo, no en pos de la banalidad sino detrás de no perder los orígenes del soul bailable y celebratorio.
Con un discurso políticamente indeseable más que incorrecto, donde nada hay muy sagrado.
En The Payback de Brown exclama en un momento “Hey!, nena, ya sabes que en esta vida todo vas a pagar/ pero no te preocupes, acá tenés el vuelto”.
De la misma forma, George Clinton, líder de Parliament y Funkadelic, capaz de titular un disco Free your mind, and your ass will follow en 1970, consultado una vez acerca de qué diferenciaba a sus dos bandas, si eran los mismos integrantes y ambas tocaban funk, Clinton -que a veces cantaba con tres pelucas una arriba de la otra- respondió casi sorprendido: ”¿Cómo qué las diferencia? Pues el vestuario tío...”.
Para tocar funk hay que saber mucho, los Ohio Players hacían un solo con una tuba. En un show del brillante brasileño Cassiano, viejo amigo de Tim Maia, uno hacía el solo principal de la canción con esa especie de gallinita con una piola abajo que venden en la playa para los nenes.
Una banda enorme que a veces se asomaba al funk desde su lugar de maravillosos creadores eran Steely Dan, Donald Fagen y Walter Becker, quienes en medio de una complicada partitura metían un largo solo de melódica, ese pianito que se sopla de costado. Debo admitir que cuando los vi en el Greek Theatre de Los Ángeles dejé de pensar que eso solo se tocaba en el jardín de infantes.
El funk es eso, inclusivo desde lo musical, exclusivo desde sus ritos.
El guitarrista de Funkadelic toca hace 50 años en pañales, Earth Wind & Fire en su época rabiosa llegaban al escenario en un plato volador de hule y hierro.
Digamos en una apretada síntesis que el funk lo trajo James Brown, Sly & Family Stone lo remontaron y Parliament/Funkadelic lo detonaron. Ahora, que todo hay que decirlo, se lo empezó a tomar en serio cuando Miles Davis experimenta funk en On The Corner en 1972 y Herbie Hancock grabó con sus Head Hunters en octubre del 73.
Esos dos discos hicieron que toda la intelligentzia musical que les hacía la vida difícil al rock y al soul, tomaran al funk como su nuevo nutriente.
Willy Crook fue nuestro James Brown si de funk hablamos. Illia Kuryaki & the Valderramas nuestros Parliament/Funkadelic, ahora Dante es el Herbie Hancock.
Es una línea de pensamiento demasiado lúdica.
Bueno, estamos hablando de funk en argentina.
Quizás todo no deje de ser un juego.
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