El domingo 14 de enero de 1962 La Nación publicó una nota que causó revuelo en el mundo político de Buenos Aires. Era un artículo “especial” para el diario y estaba escrito por John Rutledge, quien sería internacionalmente conocido al año siguiente por su cobertura para el Dallas Morning News del asesinato de Lee Harvey Oswald (acusado del magnicidio de John F. Kennedy) por Jack Ruby en Dallas, Texas.
La nota llevaba como título “La acción de Cuba en América Latina” y se basa en confidencias de un ex secretario de la Embajada de la Argentina en La Habana. El periodista americano escribe que “Cuba proyecta infiltrarse en forma intensa y bien organizada [en la Argentina], ayudada por algunos compatriotas”.
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El diplomático argentino señaló que Ángel Borlenghi (ex Ministro del Interior de Perón) y otros integrantes del peronismo trabajaban intensamente con los cubanos. Las declaraciones no dejaban de ser sorprendentes: “Sobre América Latina pesa una sentencia de muerte, a menos que se emprenda inmediatamente un esfuerzo concertado. Cuba tiene las fuerzas armadas más poderosas de América Latina, mayores que las de México, Venezuela, Colombia y la República Dominicana juntas […] Hay bases de cohetes en la isla, pero no puede asegurarse que se trate de cohetes atómicos”.
Dos días más tarde –el martes 16– La Nación publicó, desde Madrid, una “rectificación de partidarios de Perón” tras la sorpresa causada por la nota de Rutledge. Se aclaraba que “Perón sintió simpatías por el movimiento político de Fidel Castro, hoy está en desacuerdo con aquél por su clara tendencia comunista”. Desde Roma, el ex ministro Borlenghi calificó de “ridícula” la nota y afirmó: “Soy antiimperialista, pero más que nada soy abiertamente anticomunista”. En la misma edición, apareció una declaración del presidente John Kennedy en la que adelantaba que “Castro será sancionado en Punta del Este durante la cumbre de la OEA”.
Como le había anticipado Kennedy a Frondizi en diciembre de 1961 durante la reunión en Palm Beach, Colombia presentó el 27 de enero un plan ante la Conferencia de la OEA. En él se determinaba la expulsión de Cuba de la organización panamericana. Faltaba un voto para llegar a los dos tercios e importantes países del continente (Argentina, Chile, Brasil, México, Ecuador) se mostraban reacios a la expulsión o la exclusión de Cuba del sistema interamericano. Unas horas más tarde, el voto de Haití aseguró los la mayoría requerida, sin la participación de la Argentina y Chile.
Cuba, afuera de la OEA
El 30 de enero se aprobó una resolución y se votó la expulsión por 14 sufragios a favor, 1 en contra (Cuba) y 6 abstenciones (Argentina, México, Chile, Bolivia, Brasil y Ecuador). Uno de los puntos de la resolución disponía: “El actual gobierno de Cuba, que oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista, es incompatible con los propósitos y principios del sistema interamericano […] Esta incompatibilidad excluye al actual gobierno de Cuba de su participación en el sistema interamericano”. Nótese que la resolución dispone excluir y no expulsar, sutileza que fue planteada por la Argentina en diferentes diálogos y negociaciones y que después no tuvo en cuenta. Otra decisión que se tomó fue la exclusión de Cuba de la Junta Interamericana de Defensa.
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Tras lo resuelto por la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, los más destacados defensores del gobierno de Arturo Frondizi dirían que Punta del Este dejó como herencia para los años venideros la instalación de la Guerra Fría en Latinoamérica. Los documentos desclasificados por algunos países del Pacto de Varsovia desmienten tales afirmaciones. Estados Unidos no trajo el conflicto al continente. Fue Fidel Castro el que llamó a la Unión Soviética a instalarse en Cuba. Y detrás de la URSS llegaron otros países del Pacto de Varsovia.
La Crisis de los Misiles de octubre de 1962 es la punta del iceberg de un enorme cuerpo que no se veía y que había sido instalado desde 1959 con la complicidad castrista y, por qué no, la desidia y la estupidez norteamericanas. La “exportación de la revolución” nació en las mentes alocadas de Castro y Guevara, pero la implementación a nivel continental se llevó adelante cuando intervino el KGB. La repercusión interna que provocó la abstención argentina sobre la cuestión cubana generó todo tipo de críticas y reuniones de los mandos militares en Buenos Aires.
El 1º de febrero, en medio de rumores de golpe de Estado, los secretarios militares y Frondizi mantuvieron una prolongada y álgida reunión. De acuerdo con lo informado por una nota de La Nación del día siguiente, el presidente ofreció: 1) convocar sine díe a Julio Amoedo, el embajador en La Habana; 2) revisar la política exterior, y 3) pedirle la renuncia al canciller Cárcano. El 3 de febrero, desde Paraná, Frondizi defendió su gestión política y criticó a las minorías que –según él– no entendían el momento que se vivía y de forma angelical dijo: “Lo que se está discutiendo en América no es la suerte de un caudillo extremista que se expresa a favor de un orden político que nada tiene que ver con la realidad de nuestros pueblos, sino el futuro de un grupo de naciones subdesarrolladas que han decidido libremente ascender a niveles más altos de desenvolvimiento económico y social”. El presidente aventuró que, si no se respetaba esta regla de hierro, “un continente entero se convulsionará política y económicamente”. Para ese momento, Cuba entrenaba a terroristas argentinos y había atacado Dominicana, Panamá y Venezuela.
Arrastrada por presiones militares y civiles, el 8 de febrero de 1962 la Argentina rompió relaciones diplomáticas con Cuba. Tanto en Buenos Aires como en La Habana, ambos países comenzaron a desalojar sus edificios y trasladar sus documentos secretos y sus muebles. En Cuba, la embajada suiza se hizo cargo de los asuntos argentinos.
En 1973, cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas, el gobierno argentino abonó una suma cercana al medio millón de dólares al gobierno suizo por el depósito de sus muebles, archivos y otros enseres en La Habana. Entre esos “enseres”, los diplomáticos del Palacio San Martín se encontraron con objetos de valor entregados a la Embajada de la Argentina por ciudadanos cubanos temerosos de ser robados por las triunfantes fuerzas revolucionarias: alhajas, fuentes de plata, cuadros y una caja con medio millón de pesos cubanos de fines de los cincuenta.
Las relaciones de Argentina con Cuba
El consejero Héctor Tejerina fue uno de los funcionarios. La crisis generada por la “cuestión cubana” desgastó al gobierno de Frondizi. Ahora llegaría el golpe final con la victoria del peronismo en las elecciones provinciales del mes de marzo de 1962. Tras once años y cinco presidentes constitucionales y de facto, el 28 de mayo de 1973, oficialmente, la Argentina y Cuba restablecieron sus relaciones diplomáticas con un protocolo que firmaron los cancilleres Juan Carlos Puig y Raúl Roa García.
El texto del documento era un ejemplo de la liviandad diplomática por cuanto se sabía y sospechaba que Cuba intervino, intervenía e intervendría en la Argentina de manera solapada. A comienzos de mayo de 1973, Carlos Alberto Cámpora había viajado a La Habana con una carta de su padre, invitando al gobierno cubano a la asunción presidencial el 25 de mayo de 1973. Fidel Castro no viajó pero sí lo hizo el presidente Osvaldo Dorticós Torrado, acompañado por el canciller Raúl Roa y Emilio Aragonés, un funcionario que trataba a Perón desde hacía un largo tiempo y que sería designado embajador en Buenos Aires.
Desde Washington se observaban estos movimientos y con toda presteza Richard Nixon movió a William Rogers, su secretario de Estado y meses más tarde se designaría a Robert “Bob” Hill embajador en Buenos Aires, quien había tratado a Perón en Madrid desde sus tiempos de embajador ante el gobierno de Francisco Franco.
A las 18.30 del 24 de mayo de 1973 el avión IL-62 Ilishyn de Cubana de Aviación llegó a Ezeiza y Dorticós era esperado por el presidente electo Héctor Cámpora. Entre los funcionarios argentinos se pudo ver a Benito Llambí oficiando de Jefe de Ceremonial, el mismo que cincuenta días más tarde sería el Ministro del Interior durante el interregno del diputado Alberto Lastiri, una vez que Perón echó a Cámpora del gobierno.
El 6 de junio de 1973, el embajador estadounidense en la Argentina, John Davis Lodge, firmó un cable cifrado para el subsecretario de Estado Kubisch en el que dice: “Muchos antiperonistas tradicionales están cambiando su punto de vista debido a su convicción de que Perón es la única persona que puede salvar a la Argentina en este momento. Hay una marea considerable a su favor. Basado en las conversaciones que he tenido con personas notables, creo que lo que Perón realmente quiere es el reconocimiento público por parte de los Estados Unidos de su papel único de liderazgo en la situación argentina actual […] Sería apropiado, creo, que le entregue a Perón una carta personal del presidente Nixon. El asunto es urgente y, si podemos manejarlo de manera efectiva, podría producir beneficios de incalculable importancia no solo en las relaciones entre Estados Unidos y Argentina, sino en toda América Latina.”
La deuda cubana
“A través de Vázquez—relató el entonces consejero Héctor Tejerina (mi cuñado fallecido), un diplomático que siguió de cerca esos trámites—nos enteramos que Argentina había concedido un crédito a Cuba de más de mil millones de dólares para la compra de productos argentinos, principalmente automóviles Fiat y Ford Falcon, para renovar el parque automotor, deteriorado por el embargo y consecuentemente con la falta de repuestos para los antiguos vehículos estadounidenses.
Con el regreso de Perón a la Argentina, el 20 de junio de 1973, la iniciativa Cámpora-Vázquez siguió su curso administrativo. El primer candidato a ocupar la jefatura de la Misión Argentina en La Habana fue el embajador “Manucho” Figueredo Antequera. Éste funcionario comenzó a ocuparse en los temas propios de instalación. Se necesitaban partidas para cubrir los gastos de sostenimiento, representación, alquileres de residencia y cancillería, coeficientes y partida para el pago al gobierno suizo, a cargo de nuestros intereses desde la ruptura de relaciones.”
Según me relató Tejerina, “en medio de éstas circunstancias el embajador Figueredo Antequera recibió la noticia de que Perón no estaba dispuesto a reabrir una embajada en un país que no reconocía el derecho de asilo. Estas versiones llegaron de fuentes directas confiables de la Presidencia de la Nación. Tan evidente parecía ésta postura que llevó a Figueredo a abandonar su candidatura”. Pero, según parece, pudieron más los intereses de los empresarios argentinos, entusiasmados por las líneas de créditos para colocar sus productos que la idea de Perón. Además, para el gobierno argentino, era una oportunidad de vender productos industrializados y adquirir una suerte de “póliza de seguro” para frenar las actividades castristas en el país.
Fue así que se designó a Fernando Torcuato Insausti, ex Encargado de Negocios en Brasil en 1955, un embajador político de origen marplatense y socio de Mario Amadeo en una empresa de exportaciones. Lo acompañaron dos funcionarios diplomáticos (uno de ellos Tejerina), dos administrativos y el consejero comercial Honorio Pueyrredón. Tras la renuncia de Héctor Cámpora, el 23 de julio de 1973 Juan Domingo Perón mantuvo un encuentro privado en su residencia de Gaspar Campos con el embajador Emilio Aragonés y según relatara “Tembo”, su nombre de guerra, trataron la relación comercial entre ambos países. Según le contó al ex corresponsal de la Agencia Prensa Latina en Buenos Aires, Perón hablo de la posibilidad de un crédito de 200 millones y “en esa época que Cuba obtuviera 200 millones de dólares de crédito de un país era celebrado como un triunfo”.
El 4 de agosto de 1973 el ministro José Ber Gelbard anunció el otorgamiento de un crédito de 200 millones de dólares a Cuba. Se trataba de un préstamo anual por el término de seis años, lo cual significaba un monto total de 1200 millones de dólares, y permitía al régimen de Fidel Castro adquirir maquinaria liviana, agrícola y sobre todo del sector automotriz, proveniente de empresas extranjeras radicadas en la Argentina. Principalmente a los cubanos les interesaban los autos fabricados por las empresas norteamericanas Chrysler, Ford y General Motors, pero no podían adquirirlos a causa del bloqueo. Luego de serias discusiones entre el ministro Gelbard y el encargado de negocios norteamericano Max V. Krebs, las automotrices norteamericanas, junto con la italiana Fiat y las francesas Citroen y Renault, firmaron un acta de producción de autos para Cuba en abril de 1974.
A las 9.30 del lunes 25 de febrero de 1974, una numerosa delegación comercial presidida por José Ber Gelbard fue recibida en el aeropuerto José Martí de La Habana, por el canciller Raúl Roa y el secretario general del Partido Comunista y Viceprimer Ministro, Carlos Rafael Rodríguez. La delegación se instaló en el hotel “Habana Riviera” y al día siguiente comenzaron las actividades.
Antes de partir hacia Cuba, Gelbard sostuvo que “la incorporación del mercado cubano, ávido de materias primas y productos manufacturados en nuestro país, representará una expansión de nuestro comercio exterior a niveles realmente excepcionales”. Todo era optimismo, reinaba la alegría en ambas partes, y surgieron las fantasías: El 24 de febrero, Julio Broner, titular de la CGE, anuncio que “los cubanos han manifestado su interés en construir en la Argentina barcos graneleros de 15.000 toneladas”.
La relación Argentina-Cuba
El martes 26 de febrero, Fidel Castro, en una entrevista privada de tres horas con el Ministro de Economía, le dijo que consideraba a la Argentina “el país más avanzado de América Latina”. Gelbard, complacido, le entregó dos cartas, una del presidente Juan Perón y otra del ministro José López Rega. A la salida Gelbard opinó que “Latinoamérica no se concibe sin esta islas”. En la tapa de La Opinión del 28 de agosto de 1973 se publicó que el crédito ascendía a 1.200 millones de dólares.
Con fecha 28 de febrero de 1974, Fidel Castro le respondió a Perón y, entre otros conceptos, le decía: “Quisiera expresarle en cuánto apreciamos esta misión de amistad que ahora trabaja entre nosotros y el hecho de que a su frente venga el Ministro doctor Gelbard, que tan importante papel ha jugado en el desarrollo de nuestras relaciones en cumplimiento de los principios por usted enunciados”.
Los años fueron pasando, sumaron décadas, y Cuba nunca devolvió los préstamos argentinos. Entre aquel entonces y ahora pasaron por la Casa Rosada no menos de doce mandatarios. Concretar el valor de la deuda, ciertamente, nadie puede dar un número certero. Durante la gestión de Alberto Fernández, el canciller Felipe Carlos Solá (ya renunciado) dijo, sin que nadie se lo preguntara, que pretendía que Cuba devolviera lo adeudado desde hace 47 años. Para unos los 1.200 millones de dólares con el paso del tiempo se transformaron en 4.805 millones sin tomar en cuenta los intereses punitorios que lo transformarían en 6.800 millones.
En 2015, un grupo de diputados nacionales presentó un pedido de informes al canciller de ese momento Héctor Timermann, sosteniendo que “a pesar de la estrecha relación que une al gobierno de la señora presidente de la Nación con su homólogo de la República de Cuba, en ninguna de las numerosas reuniones bilaterales celebradas parece figurar como tema de la agenda la deuda contraída por Cuba con la Argentina que oscilaría, con intereses acumulados, en varios miles de millones de dólares.
Algunos la ubican en montos superiores a los US$ 8 mil millones, y en el caso de Orlando Ferreres, consultor y ex viceministro de Economía la estima en US$ 11 mil millones. El monto original responde a beneficios otorgados en los años 1973-1974 - cuando fue ministro de Economía José Ber Gelbard -y durante la gestión del presidente Alfonsín. Preguntado nuevamente por Infobae (se encuentra en el exterior), Ferreres dijo que la deuda era “muy confusa” y que “sumados los intereses con el IBOR a tasa 2%, la deuda total podría ascender a 11.000 millones de dólares.” El cálculo lo realizó en 2009 y lo volvió a confirmar, esta vez, sin tener en cuenta los once años que pasaron.
Ni Carlos Menem ni los Kirchner lograron cobrar un dólar. A partir del 2003, el canciller Rafael Bielsa, por indicación presidencial, analizó alternativas de pago con el Banco Central cubano. Las gestiones continuaron en el período 2005-2007. No hay registro público que se hayan mantenido.” El 20 de enero de 2009 Cristina Kirchner firmó con Castro once acuerdos y en ninguno de los mismos trata el problema de la deuda cubana.
En definitiva, un país del cual huye la gente (177 mil desde octubre pasado); el régimen cleptocrático manejado por la oligarquía militar del Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), la familia Castro y los “favoritos” del Partido Comunista llevó al país al colapso y se encuentra sumergido en un caos sanitario-alimenticio; con serias manifestaciones de hartazgo y viviendo bajo un control policial; abastecida con dinero “fácil” de Venezuela, que intenta “exportar” servicios médicos y deportivos, no está en condiciones de devolver nada a la Argentina.
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