El jueves 8 de diciembre de 2022 había iniciado el último fin de semana largo del año. Ese mes 882.285 turistas arribaron a Mar del Plata: fue el mejor diciembre de los últimos siete años y el mejor diciembre de los últimos cinco en la provincia de Buenos Aires, impulsado por la actividad turística de la ciudad balnearia más elegida por los argentinos. Pero la madrugada de ese jueves, un fenómeno extraordinario amenazó con arruinar la proyección. A las 2:27 de la mañana, tres olas se retroalimentaron para invadir la playa, arrasar balnearios e intimidar el hormigón de los edificios. Barrieron mesas, sillas, lonas, tachos de basura, objetos inanimados que descansaban en la arena. El mar se tragó el mobiliario. Una cámara del parador Mariano, en el extremo sur de Punta Mogotes, documentó la intromisión de una marea voraz. Los meteorólogos del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep) concluyeron que se había tratado de un meteotsunami.
El acontecimiento fue inofensivo, aislado e inusual. Inspiró, a su vez, una retrospección, la indagación en los anales históricos. La biografía de la ciudad delata un antecedente. Las publicaciones de entonces también lo marcan. Investigaciones retroactivas de científicos le asignan verosimilitud al hecho. Es el relato de la primera y única vez que un tsunami asestó las playas marplatenses. No fue devastador ni fatal. No hubo saldo trágico. No fue como los asiáticos, el espejo del imaginario popular. Pero ocurrió un mediodía, en un enero caluroso, en las playas del centro, para la incredulidad de un público paralizado.
Once de la mañana del 21 de enero de 1954. El calendario marca jueves. Mar del Plata atraviesa un período de transformación: la sindicalización, la proliferación de hoteles gremiales, la conquista de derechos como el aguinaldo, el surgimiento de turismo de masas, la democratización de la cultura de las vacaciones, confeccionan un nuevo paradigma, un cambio de época. La ciudad deja de ser un balneario boutique y refinado para abrir su oferta a cualquier familia argentina. Las fotos de entonces retratan el escenario: playas más estrechas y abarrotadas, mujeres con gorro de baño en el mar, el uso homogéneo de las sillas Mar del Plata.
Es un hermoso día de sol, buena temperatura y un mar sereno. El área que conforman las playas del centro, Punta Iglesia y el muelle de pescadores está colmado. A cien metros de la costa, una lancha de dimensiones medianas navega. La escena ambienta un apacible mediodía de verano, con una amenaza de lluvia en los pronósticos, cuando en el horizonte se empieza a dibujar una ondulación en las crestas del mar. Esa curvatura pronunciada en los confines del paisaje se convierte en una ola, que se nutre de otra y de otra. Los turistas son testigos del crecimiento atípico del mar: van de la incredulidad al pánico y del pánico a la desesperanza.
Las aves adivinan con soberbia intuición lo que se avecina y huyen. La ola se expande y el mar sube. Conquista la playa, barre los toldos, las sombrillas, las sillas. Revuelve a los bañistas, los empuja. Los gritos de desesperación aturden. El muelle de los pescadores queda cubierto por la marejada. La embarcación de pesca se tambalea bruscamente. No se vuelca porque el oleaje decide replegarse. En su retroceso, arrasa de nuevo con lo que haya quedado desperdigado. El mar se verá horas después como un canasto de souvenirs: flotará el mobiliario de los balnearios y los productos personales de los turistas que las tres olas se robaron.
La playa se convierte en el escenario de un caos terminado. El nivel del mar crece un metro en seis minutos. La triada de olas, con cinco segundos de diferencia entre sí, siembra terror. Cuando se difumina, queda el saldo de un acontecimiento grave, no trágico. Hay más de cien personas heridas producto de golpes, contusiones o crisis. Madres y padres se desmayan buscando a sus hijos. Once personas sufren principio de asfixia por inmersión. El fenómeno -un notable e infrecuente suceso hidrográfico- no se lleva ninguna vida.
El mundo pareció romperse en un instante, para repararse en los minutos siguientes. Lo que no había pasado nunca en la ciudad, al menos en los registros oficiales, transcurrió esa mañana de jueves de 1954. El diario La Capital informó, por entonces, una lista oficial de heridos que fueron trasladados al hospital: Enrique Gómez (26), José Veiga (40), Humberto Mastronardi (37), José Piñobelli, Santiago Lanfranco, Juan Carlos Anselmo, un hombre de apellido Elías, Obdulia de Fernández (38). Un informe de Prefectura Naval reportó: “Una creciente extraordinaria que alcanzó su mayor altura en la Playa Popular provocó once casos de personas semiasfixiadas que al ser auxiliadas a tiempo quedaron fuera de peligro. El mar recobró placidez y los espacios reservados a los bañistas se despoblaron casi por completo”.
El tiempo pasó y certificó eso de evento excepcional. No volvió a repetirse nada similar en las costas argentinas. El meteotsunami de la madrugada del jueves 8 de diciembre de 2022 simuló un acercamiento nostálgico al acontecimiento de 1954. Ese mediodía de verano marplatense permaneció décadas teñido de un halo de misterio. Dos investigaciones científicas del nuevo siglo recuperaron y estudiaron el curioso caso de la ola que se subió a las playas del centro de la ciudad: buscaban respuestas sobre las causas, la presunta excepcionalidad del hecho, el océano Atlántico Sur como generador de tsunamis.
Federico Ignacio Isla es doctor en ciencias biológicas y licenciado en geología. Su disciplina científica es Ciencias de la Tierra, del Agua y de la Atmósfera. Es investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de Mar del Plata. El domingo 13 de julio de 2014 publicó un artículo titulado: “La ola, el tiburón y la isla”. Desarrolla los hechos del 21 de enero de 1954: “Era un día de calor con amenaza de lluvia. Una única ola llegó al mediodía a la concurrida Playa Popular de Mar del Plata y provocó pánico entre los bañistas que fueron arrojados desde la zona de surf hacia los sectores con carpas. Si bien no hubo muertes, once bañistas debieron ser socorridos por la Asistencia Pública Municipal. La ola llegó a cubrir el Muelle de Pescadores y puso en peligro una lancha. El fenómeno pudo ser registrado por el mareógrafo y fue interpretado como una marea bárica por el doctor Balay del Servicio de Hidrografía Naval”.
Su investigación fue publicada en La Capital y destaca la cobertura periodística de ese mismo diario. El viernes 22 de enero de 1954, la tapa del periódico informa sobre una catástrofe ferroviaria en Pakistán, anuncia que personal de bomberos desfilará ante el General Perón en febrero, cuenta que se aplicaron fuerte multas en el comercio de vinos y reserva su área central a suceso insólito: “Un oleaje de extraordinaria altura y violencia sorprendió ayer a los millares de bañistas que se hallaban en las playas”. Debajo agrega que “se registraron verdaderas escenas de pánico y se produjeron casos de principio de asfixia”. Incluye dos fotos: una de la playa más castigada y otra del encargado del mareógrafo fundamental. Y anexa un recuadro titulado “Pescadores de parabienes” en el que consigna que luego de que la ola retrocediera se pescaron tiburones de más de dos metros de largo. Isla tiene una teoría.
Rubén Medina es licenciado en geología y en geografía; Walter Dragani es licenciado en oceanografía, doctor en ciencias de la atmósfera e investigador independiente del Conicet en el Servicio de Hidrografía Naval; y Roberto Violante es licenciado en geología, doctor en ciencias naturales e integrante del grupo de Geología Marina del Servicio de Hidrografía Naval. Juntos escribieron un artículo titulado “Un tsunami no reconocido en Mar del Plata”. Fue publicado en noviembre de 2018 en el número 162 del volumen 27 de la prestigiosa revista Ciencia Hoy.
Desarrolla los hechos del 21 de enero de 1954: “Poco después de las once de la mañana de una calurosa mañana de verano, tres enormes olas que llegaron seguidas hicieron ascender un metro el nivel de las aguas costeras en Mar del Plata. La fuerte corriente hacia la costa inundó una franja ribereña seca de unos 50 metros de ancho, los espigones quedaron sumergidos a pesar de encontrarse en marea en media bajante, una lancha estuvo a punto de naufragar a causa de un remolino originado bajo su quilla y, cerca de la orilla, los bañistas en un mar hasta entonces apacible quedaron sin hacer pie mientras quienes correteaban por la playa fueron barridos por el oleaje”.
El título del artículo anticipa y revela la conclusión. El informe técnico de la entonces Dirección General de Navegación e Hidrografía del Ministerio de Marina descartó -recaba el estudio- que se haya tratado de un maremoto, término usual en aquellos años, empleado frecuente como sinónimo de tsunami pero etimológicamente restringido sólo a violentas sacudidas del fondo del mar generadas por sismos y erupciones voIcánicas expIosivas.
“¿Qué pudo haber ocurrido?” se preguntan los autores. La escala cualitativa de Sieberg-Ambraseys categoriza los tsunamis según sus efectos, desde el uno (muy suave) hasta el seis (desastroso). El marplatense de la década del cincuenta tuvo categoría dos (suave), dado que fue percibido claramente por los bañistas. Abonan la exclusión de la hipótesis del terremoto submarino porque el Instituto Nacional de Prevención Sísmica y el Servicio Geológico de Estados Unidos no documentaron sismos submarinos, porque no se registraron erupciones volcánicas explosivas ni se identificaron caídas de meteoritos ni se anunciaron ensayos nucleares.
Sugieren, a su vez, que constatar la existencia de un proceso de remoción en masa o perturbación atmosférica como responsable del tsunami es complejo. Resta abierta una posibilidad: que el suceso haya tenido origen atmosférico. “Ese día -apuntan los investigadores-, los datos de presión atmosférica en el nivel del mar brindados por la National Oceanic and Atmospheric Administration de los Estados Unidos indican que hubo en la región un sistema frontal de tormenta propagándose hacia el este. Tanto por observaciones de campo como por modelado numérico se ha verificado que, asociados con tales sistemas frontales, se propagan ondas de gravedad atmosféricas sobre la región costera bonaerense”. Ondas imperceptibles al ojo humano pero capaces de generar meteotsunamis de varias decenas de centímetros de altura, define el estudio. Sus autores concluyeron sobre las razones del suave tsunami regional: “Resultados preliminares indican que si su dirección, velocidad de propagación, amplitud y periodicidad alcanzaran determinados valores, podría producirse una resonancia en la plataforma continental interior que cause una fuerte amplificación de la onda oceánica. Esto permite suponer que el episodio del 21 de enero de 1954 no fue un maremoto, según la definición clásica, y que es altamente probable que haya sido un tsunami provocado por causas meteorológicas”.
Isla propuso una mirada distinta: un fenómeno oceanográfico como causa de la gran ola. El director del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario, organismo dependiente de la Universidad Nacional de Mar del Plata y de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires, descubrió que un remoto punto triple del Atlántico Sur en que convergen las cordilleras meso oceánicas, donde las erupciones volcánicas o el desplazamiento de grandes masas de tierra son capaces de crear, eliminar o modificar islas, pudo haber sido la raíz del pavor de los bañistas en Mar del Plata. El punto de origen: la isla Bouvet, noruega, subantártica, volcánica, deshabitada, llena de glaciares, el territorio más alejado de cualquier otra porción de tierra en el planeta. Documentos fotográficos cercanos a la fecha del tsunami encontraron variaciones en la geografía de la isla.
El geólogo sostiene una teoría relativa al efecto residual del fenómeno. El título de su artículo de 2014 aborda tres conceptos: la ola, la isla que podría haber dado inicio a la ola y el tiburón. El viernes 22 de febrero de 1954, el día después del tsunami, un tiburón blanco mordió a un joven de 18 años en las costas marplatenses. Para Isla es demasiada casualidad: insinúa que existe una relación directa entre el tsunami y el ataque de un tiburón, dos hechos inéditos en la historia del país que se registraron en la misma ciudad con horas de diferencia.
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