La supervivencia de los últimos paragüeros de Buenos Aires en una ciudad donde llueve cada vez menos

Elías Fernández Pato y su hijo Víctor son los últimos de un oficio que supo ser fundamental décadas atrás. Pero la sequía de los últimos tiempos amenaza la continuidad de su trabajo. Historia de un negocio que abrió en 1957 y resiste al paso del tiempo y al cambio climático

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Víctor Fernández, propietario de la Paragüería Victor, junto a su papá Elías Fernández Pato, fundador en 1957 de este negocio en el barrio de Boedo (Adrián Escandar)
Víctor Fernández, propietario de la Paragüería Victor, junto a su papá Elías Fernández Pato, fundador en 1957 de este negocio en el barrio de Boedo (Adrián Escandar)

Como los tranvías de la vieja Buenos Aires, la lluvia en esta ciudad dejó de ser parte del paisaje posible. Muy de tanto en tanto reaparece en su versión cambio climático, una garúa que cae un rato, casi como una brisa inocua. Sus microgotas apenas humedecen el asfalto, las ventanas y las hojas de las plantas de las casas. Ya nadie recuerda cuál fue el último aguacero. Pronto, de seguir así, los más jóvenes no sabrán qué significa la palabra “chaparrón”.

Víctor Fernández lo padece. Mira hacia la calle desde el mostrador del local de Independencia y Colombres, corazón esencial de Buenos Aires, una esquina de Boedo que abrió su papá hace más de 40 años. El sol del verano porteño estalla sobre la avenida. El termómetro marca más de 30 grados afuera. Víctor resopla y parece que busca en su reloj, ese “pequeño infierno florido”, según palabras de Cortázar, alguna respuesta que no llega.

Elías Fernández Pato, el padre de Víctor, no quiere saber nada con el sol. Arregla un paraguas negro y enorme en el sótano, donde la luz siempre es la misma, de día y de noche, en verano o en invierno: blanca y artificial, un filtro que detiene el tiempo.

Elías Fernández Pato tiene 92 años y empezó a vender paraguas en 1957 en la calle: "Mi vida es esto, necesitamos que llueva" (Adrián Escandar)
Elías Fernández Pato tiene 92 años y empezó a vender paraguas en 1957 en la calle: "Mi vida es esto, necesitamos que llueva" (Adrián Escandar)

Tiene 92 años, nació en Orense, Galicia, una de las regiones más lluviosas del planeta, y aunque su memoria es capaz de evocar hasta los números de las casas que habitó, el hombre no recuerda, lo jura, una sequía tan larga como esta. Ni siquiera la última vez que llovió.

Elías y Víctor son los últimos paragüeros porteños. Su local, “Paraguas Victor”, es un pedazo de historia porteña. Funciona desde 1957 en Boedo, cuando el cambio climático no era ni ciencia ficción. Pero el futuro es hoy. Y si no llueve, para qué queremos paraguas.

¿Cómo sobreviven Víctor y Elías a la crueldad de la corriente climática La Niña y a la caída histórica de las precipitaciones en Buenos Aires, consecuencia, entre otras cosas, de los desmontes, las emisiones de gases y el monocultivo? Una respuesta posible: con cándida e inevitable esperanza.

Elías y Víctor, padre e hijo, una vida esperando que llueva (Adrián Escandar)
Elías y Víctor, padre e hijo, una vida esperando que llueva (Adrián Escandar)

“Hace ocho meses que no llueve”, afirma Víctor. “Me fijo en la recaudación y te puedo decir cuándo llovió porque el día que llueve los paragueros somos millonarios”, bromea. Que no llueve en serio, aclara Fernández. De esas lluvias que duran días y obligan a prepararse: como mínimo, con un paraguas.

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Las largas temporadas de lluvia son cosa de otros tiempos. Ahora Elías comparte lo que todos vemos, desde su punto de vista particular: “No llueve nunca y cuando llueve es de noche, llueve poquito, o es fin de semana, justo cuando estamos cerrados”.

Elías es como Messi pero al revés. Salió de España el 29 de diciembre de 1949 en el buque Tucumán, que había servido para socorrer heridos de la Segunda Guerra. Y llegó el 16 de enero de 1950, hace casi exactamente 73 años. Es como Messi pero al revés porque a pesar de las más de siete décadas de vida en el estuario del Río de la Plata, Fernández Pato jamás perdió ni un canto ni una letra de su acento gallego.

Elías, décadas atrás, en la puerta de su paragüería de Boedo
Elías, décadas atrás, en la puerta de su paragüería de Boedo

Con esa tonada protesta: “Vaya si notamos la sequía. El que sufre más es mi hijo. Uno se levanta a mirar el cielo. No pido que venga toda junta porque habrá gente que sufra, pero vamos, día por medio o una vez cada ocho días, así podemos trabajar”.

Las estadísticas del Servicio Meteorológico Nacional confirman lo que Elías y Víctor ya saben. En enero de 2022 los valores de precipitaciones del mes estaban a la par del promedio histórico medido entre 1981 y 2010.

Sin embargo, desde febrero y hasta diciembre los milímetros de agua del año pasado fueron quedando muy abajo respecto de la estadística, y los meses comprendidos entre junio y septiembre estuvieron casi al nivel del piso histórico. En diciembre pasado representó directamente la mitad del promedio de ese mes.

El más caro, austríaco, de tela Loden con mango de asta de ciervo, y el más barato, originario de china, la oferta de la última paragüería de Buenos Aires (Adrián Escandar)
El más caro, austríaco, de tela Loden con mango de asta de ciervo, y el más barato, originario de china, la oferta de la última paragüería de Buenos Aires (Adrián Escandar)

La vida de la paragüería cambió como cambió el planeta. Pero algo pasa cuando cae el agua. “El día que llueve se vende de todo”, dice Elías. Víctor recuerda que una década atrás pasó un tiempo sin llover y cuando finalmente ocurrió “no entraba la gente en el local, había incluso gente afuera”. Jamás volvió a pasar.

En “Víctor” no sólo venden paraguas, también los arreglan, aunque no aceptan cualquier cosa. Las estadísticas de los paragüeros indican que aceptan solo el 5% de lo que les traen para reparar.

El resto, explican, demanda un trabajo que es más caro que comprar un paraguas nuevo. En este mítico local porteño venden de todo. Hasta los 90, fabricaban en el país sus propios ejemplares y además traían algunos importados, de máxima calidad, especialmente los ingleses, franceses y alemanes.

Víctor es el encargado de las llamativas decoraciones de la vidriera del local: desde hace un mes en honor a los campeones del mundo (Adrián Escandar)
Víctor es el encargado de las llamativas decoraciones de la vidriera del local: desde hace un mes en honor a los campeones del mundo (Adrián Escandar)

Elías renunció a su trabajo en la Papelera Argentina el 15 de abril de 1955. Al otro día comenzó en el negocio de los paraguas. Primero como vendedor ambulante. Viajaba hasta Mercedes o hasta Berisso.

Dos años más tarde, con su esposa Haydeé abrió el primer local en Boedo. Las paradojas de la lluvia lo persiguen desde aquellos años: “Era un local viejo y al principio llovía y se nos metía el agua porque el techo era de chapa, lo tuvimos que cambiar”.

En 1980 se mudaron a la esquina actual. Hace unos años el sótano, donde funciona el taller y el depósito de paraguas, se inundó entero por una lluvia. Hicieron obras para que no vuelva a suceder. “Casi no llovió desde entonces”, ríe Víctor, responsable de las vidrieras llamativas de su negocio. “Siempre son temáticas, hice una sobre la serie Los Vengadores, otra sobre los objetos musicales, o el Día de la Niñez. Ahora tenemos una que honra a los campeones del mundo”, exhibe.

Elías nació en Orense, España, una de las zonas más lluviosas del planeta (Adrián Escandar)
Elías nació en Orense, España, una de las zonas más lluviosas del planeta (Adrián Escandar)

Todo sea por vender paraguas. Actualmente “Víctor” ya no fabrica. Los encarga a los mayores -y quizás únicos- fabricantes del mundo: los chinos. Hay multicolores, sobrios como en los años 50, de plástico, de caña. Hay futboleros, con los colores de los equipos grandes, y los hay carísimos: como el paraguas con tela Loden, que se arma en Austria, tiene vara de madera de arce y asta de ciervo. Cuesta 200 mil pesos.

“Y tenemos algunos que lo compran”, aclara Víctor, que empezó a trabajar con su papá en el año 2000, cuando se murió su tío y Elías quedó solo en el local: “Yo quería hacer otra cosa pero uno se da cuenta que tiene que volver al lugar de la familia”.

Elías empezó a trabajar en el campo a los 12 años allá en Orense. Nunca más paró. A pesar de su edad, su memoria y su cuerpo conservan el vigor. “Trabajar me mantiene así”, avisa. Los paraguas son la vida de Fernández Pato. A veces sueña con paraguas. “Con un arreglo que no pude resolver y cuando estoy en la cama, zas, me doy cuenta cómo hacerlo”, sonríe.

Cuando despierta, Elías mira el cielo. Hace ya muchos meses que allí no encuentra ni respuestas. “Antes pedía que lloviera hasta poder tomar agua de pie”, ríe, y cierra: “Ahora, al menos que llueva un poco, como para que entre gente a mi negocio y pueda seguir con todo esto”.

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