Fue el mayor guía espiritual oriental de Occidente. Sus palabras se esparcieron durante décadas por el mundo. Celebración, auto conocimiento, sexo trascendental fueron el centro de sus enseñanzas. Revolucionó el mundo de la meditación. Su ashram era el sitio más codiciado para los que deseaban encerrarse a meditar y para vivir en comunidad, la meca de la nueva espiritualidad. Osho fue el gurú de las estrellas de Hollywood.
Pero detrás había otra historia. Oscura, con mucho dinero de por medio, luchas de poder y que ocasionó mucho dolor. Delitos graves, abusos, homicidios y hasta envenenamientos masivos.
Un joven estudiante de filosofía en la India de fines de los años cincuenta que se inicia en la meditación y en las enseñanzas espirituales. Su prédica es diferente a la del resto. Sus seguidores se multiplican. Habla de liberarse de ataduras, de aceptar la abundancia, se opone a las religiones. Es elocuente y su discurso es atractivo. Hay un aspecto más en sus enseñanzas que genera interés inmediato: predica el amor libre, el sexo sin ataduras.
Tiene otra característica fundamental, imprescindible para todo lo que vendrá: es convincente, muy convincente. Consigue que personas de fortuna le den dinero y le donen bienes. Un eficaz (e incansable) recaudador espiritual.
Muchos habitantes de buen pasar económico y poderosos se convierten en sus seguidores. Después de casi 10 años de prédicas dos hechos convergen para que se produzca la explosión y se masifique. Por un lado, los gurús de la India se convierten en un boom en Occidente a raíz de los Beatles y el Maharishi. Por el otro, la prensa de su país empieza a ocuparse de él. El mote que le ponen sirve como imán irresistible que atrae miles de seguidores. Lo llaman El Gurú del Sexo.
Nació como Chandra Mohan Jain el 11 de diciembre de 1931. Ya convertido en líder espiritual pasó a llamarse Bhagwan Shree Rajneesh. En sus últimos años y en las más de tres décadas que pasaron desde su muerte se lo recuerda con otro nombre, más corto, más efectivo y más sencillo para aparecer en la tapa de sus cientos de libros, que venden más millones de unidades por año: Osho.
Dentro de sus enseñanzas hubo algunas con mucho predicamento. En especial aquellas que se alejaban de los preceptos más habituales de las religiones monoteístas. No había culpa. Pero tampoco ascetismo: ni material ni físico. La riqueza (o la abundancia según sus palabras) y el sexo eran bienvenidos.
El Bhagwan era muy crítico con Mahatma Gandhi y su prédica de la contención y del desprecio por lo material. Para él el ascetismo no tenía nada que ver con lo espiritual. Nadie puede decir que no fue alguien consecuente con sus enseñanzas: Osho llegó a tener una flota –la más grande del mundo- de 93 Rolls Royce (algunos de sus seguidores inició una campaña para conseguir que la cifra llegara a 365, así el líder tenía un auto distinto para cada día del año).
El sexo libre fue otro de los grandes atractivos. Sus enseñanzas podían interpretarse, todas, en clave del sexo sin límites: dar el salto y después pensar, liberarse de ataduras, lanzarse al mundo, la vida comienza cuando se pierden los miedos.
Se hablaba de grandes orgías que mezclaban lo místico con lo más profano, de parejas que rotaban constantemente y de seguidoras que se peleaban para ser elegidas por el líder. Los voceros del ashram llegaron a decir que había gente que tuvo noventa parejas sexuales diferentes en tres meses, casi una por cada Rolls Royce del jefe. Lo presentaban al mismo nivel que los hábitos saludables que estamos acostumbrados a escuchar: una relación con una persona diferente después de cada comida (la cena era muy frugal). La prescripción del gurú: tres comidas diarias, tres relaciones sexuales diarias (cambiando el partenaire).
Osho creó la Meditación Dinámica. Un método novedoso que incluía gritos, saltos, bailes y también momentos estáticos (y extáticos).
Todas las mañanas daba charlas en el Ashram que podían durar entre una y dos horas. Era un orador hábil, que mezclaba las enseñanzas con anécdotas. Sus seguidores lo escuchaban con devoción. De esas conferencias improvisadas salieron los cientos de libros de su autoría que en las últimas décadas esparcieron sus aforismos y ocurrencias que lo convirtieron en un ícono de la new age y de la autoayuda.
El fenómeno del Bhagwan trascendió las fronteras de India y ya a mediados de los años setenta decenas de miles de occidentales llegaban hasta el ashram de Pura para pasar varios días escuchándolo y meditando. O, más aún, para instalarse y vivir para siempre en esa comunidad.
Son muchos los casos que se conocen de personas y hasta familias que vendieron sus pertenencias en Europa o Estados Unidos y se fueron a la India. Entregaban su dinero al líder que se enriquecía, al tiempo que sus seguidores se quedaban sin nada.
El fenómeno tiene un componente difícil de comprender: se desprendían de todos sus bienes, trabajaban muchísimas horas por día –algunos llegando al límite del trabajo esclavo-, muchos perdían sus familias y sus parejas se iban con otros (o con el líder), y les era muy difícil salir de la comunidad una vez que entraban. El poder de seducción y convicción de Osho no debería ser menospreciado.
El Ashram de Pune ante el crecimiento de seguidores y el incremento de las cuentas bancarias, les quedó chico. Buscaron otras locaciones en India, más amplias, para instalarse. Pero ese movimiento fue el detonante para que las tensiones con el gobierno de su país explotaran. Además de las diferencias ideológicas, las denuncias sobre lo sucedido dentro de Pune se multiplicaban. Se hablaba de violencia, de prostitución, de drogas, de abusos.
El gobierno le reclamó el pago de una fortuna en impuestos atrasados, le quitó los beneficios impositivos de los que gozaba y hasta retacearon las visas de los extranjeros que iban a visitarlo. También inició varias investigaciones para determinar qué sucedía dentro del Ashram. La situación se había complicado.
Osho y sus más cercanos creyeron que era el momento de buscar otro lugar. Después de rastrear posibles lugares en todo el mundo se decidieron por un rancho enorme en Oregon, Estados Unidos. La propiedad salió casi 6 millones de dólares y fue comprada con el dinero del marido de Ma Anand Sheela, la mano derecha de Osho.
En los últimos años Sheela había ganado cada vez más poder. De mujer de confianza y consejera de Osho se terminó convirtiendo en la persona que tenía a cargo la gestión del Ashram y que tomaba las principales decisiones: una dictadora fría e implacable. Osho dejó de dar sus charlas diarias. Anunció un retiro, un tiempo de silencio, que se prolongó por muchísimos años. Recluido pasaba todo el día obnubilado por su adicción al Valium y al óxido nitroso. Una especie de zombie que saludaba con una sonrisa bobalicona mientras era adorado a su paso.
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En Oregon junto a él se mudaron muchísimos de sus seguidores que trabajaron con denuedo para levantar el lugar y ponerlo en condiciones mientras seguían con sus meditaciones y terapias, y vivían en comunidad. Montaron una especie de ciudad con su propia escuela y sus propios servicios médicos.
La radicación en Estados Unidos les trajo nuevos seguidores. La población fue aumentando. Eran muchos los matrimonios que iban con sus hijos. Allí dentro la familia dejaba de convivir. Los varones por un lado; las mujeres por otro, y los chicos en su sector con tutores y maestros.
Muchos de esos chicos se dieron cuenta recién cuando salieron que no las escuelas del Rancho Rajnish eran más que deficientes. Al llegar a escuelas tradicionales –luego de que alguno de sus progenitores lograra salir de allí o los rescatara otro familiar- notaron que no sabían casi leer y que desconocían hasta las operaciones matemáticas más sencillas. Son muchos los testimonios de chicos que ahora adultos cuentan que presenciaron cotidianamente escenas de sexo en el lugar y que se iniciaron muy tempranamente. Otros cuentan que en la primera adolescencia tuvieron en la comunidad de Osho sus primeras experiencias con las drogas.
Otros chicos relatan que su madre fue seducida por Osho y que cuando el padre se enteraba de la situación, era enviado a trabajar en otras dependencias lejanas, en otras sedes, para sacarlo del medio.
En Estados Unidos, Osho y su gente creyeron que empezaba un tiempo nuevo, una expansión que no tendría límites. La afluencia de público y de nuevo miembros de la comunidad crecía y también las donaciones.
Trataron de hacerse del poder del pueblo al que pertenecía la propiedad que ocupaban. Eso les daba la posibilidad de cambiar leyes a su antojo y de obtener beneficios. Las tácticas de seducción con los pobladores no resultaron: gente no acostumbrada a tantas libertades, de pueblo, conservadores y tradicionales. Veían con cierto espanto cómo esta gente invadía sus negocios cuando y sus calles cuando decidían bajar al pueblo. Se veían distintos, vestían distinto, pensaban distinto y hasta, parecía, se bañaban con distinta creencia.
Si con el encanto y hasta el intento de compra de favores fracasaron, la gente de Osho intentó con copar la elección comunal. Sheela hizo traer de diferentes partes de Estados Unidos unos 4.000 homeless para anotarlos en el padrón y así vencer en la votación. El plan fue descubierto y fracasó. Y la gente quedó vagando por las calles del pueblo. El estado norteamericano debió hacerse cargo de repatriarlos a sus diferentes ciudades de origen.
Después probaron un último método, el más extremo: un envenenamiento masivo. Contaminaron con salmonella los salad bar de diez diferentes restaurantes de Dalles, Oregon. La intoxicación fue masiva. Las autoridades tardaron un tiempo en encontrar las causas y a los responsables. Fue considerado el primer ataque de bioterrorismo dentro de Estados Unidos.
Hubo muchos otros delitos. Estaban los mismos por los que se los acusaba en India pero ahora se sumaban intentos de asesinatos por cuestiones internas, secuestros y espionaje y escuchas ilegales. Las luchas intestinas por el control del lugar y, en especial, de la caja eran terribles. La situación se había salido de control.
Sheela y varias de las personas de su grupo más cercano, cercadas por la justicia, se fugaron (con mucho dinero al parecer). Osho, para mejorar su imagen, volvió a hablar dentro del ashram y también dio entrevistas. Dijo que él no sabía nada, que nunca se había enterado de los delitos cometidos.
La justicia de Estados Unidos lo acusó, como suele suceder en estos casos, por delitos que no eran los denunciados públicamente pero que permitían su persecución penal. Se centraron a la violación a las leyes migratorias. Osho sabía que su tiempo se estaba acabando e inició su escape. Iría a Bahamas y desde allí repensaría su futuro. Sabía que muchos de sus seguidores lo acompañarían.
Fue llevado a un pequeño aeropuerto en el que lo esperaba su avión privado. Es posible que una vez que se acomodó en su butaca se haya convencido que estaba a salvo. Pero mientras acondicionaban la nave para el despegue, el FBI abordó y detuvo a Osho. Llevaba encima casi 60 mil dólares y joyas por un valor de un millón de dólares. Era el 28 de octubre de 1985. El imperio tambaleaba.
Siguieron varias semanas de traslados, declaraciones ante jueces, presentaciones de los abogados y negociaciones. Pesaban sobre Osho 35 cargos. Los abogados negociaron y tras declararse culpable de dos delitos y aceptar una multa de varios cientos de miles de dólares, Osho fue expulsado de Estados Unidos.
Alegó que fue maltratado y que los norteamericanos habían iniciado una injusta persecución. Pensaba aprovechar el escándalo y las tapas de los diarios en beneficio propio. Una especie de gira mundial predicando sus enseñanzas y victimizándose para limpiar su imagen. Pero los planes se frustraron. Muchos países occidentales le prohibieron la entrada. El suyo se convirtió en un avión errante, en un paria del aire, que no era aceptaba en ningún país. Uruguay lo recibió y pareció que se iba a instalar allí. Pero a las dos semanas también lo expulsó. Todos acusaron a Estados Unidos de haber presionado a los sudamericanos.
Después se enfermó. Su círculo dijo que, otra vez, el causante había sido Estados Unidos. Adujeron que lo habían envenenado en su estadía en las cárceles de ese país, que habían irradiado premeditadamente talio en los colchones en los que él dormía. Y que esa contaminación produjo su deterioro de salud.
En 1987 volvió a instalarse en su ashram de Pune en donde, cuando su salud y el cansancio y el debilitamiento crecientes se lo permitían, daba sus charlas diarias.
Murió el 19 de enero de 1990. Tenía 58 años pero parecía de muchos más.
Con los años sus enseñanzas se siguieron difundiendo. Las charlas se convirtieron en centenares de libros. A principios de los años noventa esos libros vendían varias decenas de miles de ejemplares anuales. En los últimos tiempos, se venden más de tres millones por año en todo el mundo. Sus charlas fueron convertidas en textos aunque muchas de ellas fueron expurgadas para eliminar el contenido políticamente incorrecto o directamente inaceptable en estos tiempos.
Se convirtió en el gurú más difundido en Occidente. Sus delitos y las acusaciones graves que pesaron sobre él y sobre su comunidad fueron olvidadas durante décadas. Muchas figuras de Hollywood (y de Bollywood) esparcieron sus enseñanzas y su imagen, se convirtió en su maestro espiritual. Eso comenzó a cambiar unos años atrás cuando la serie documental de Netflix Wild Wild Country expuso la historia de lo que ocurrió en Oregon.
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