Los manuales de periodismo dicen que no se debe entrevistar a los amigos, igual que los médicos no deberían atender a su familia directa. Uno se vuelve más indulgente, menos incisivo, tiene menos permiso para preguntar sobre temas incómodos. Pero ni Florencia Etcheves ni yo somos muy apegadas a los manuales que nos indican lo que se debería. Nos conocimos hace ya casi ocho años en medio de la revolución que nos cambió las vidas y desde entonces no dejamos de hablar un solo día. Somos nueve en el chat de #NiUnaMenos, que empezó para organizar la primera marcha contra la violencia machista y se convirtió en nuestro confesionario 24x7.
Por eso me acuerdo tan bien de cuando nos contó que se había decidido a dejar la conducción del noticiero de TN, el canal donde se formó como periodista de investigación y cubrió como cronista algunos de los casos más sonados de las últimas décadas, de los femicidios de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso, al robo al Banco Río. Fue a fines de 2017, casi como una resolución de fin de año. Ya había escrito las novelas La virgen en tus ojos (2012), La hija del campeón (2014) y Cornelia (2017) y sentía que tenía que entregarse por completo a esa otra pasión: después de tres libros que fueron éxitos de ventas podía llamarse a sí misma escritora y dedicarse full time a su nuevo oficio. Nos pidió discreción absoluta.
Dos meses más tarde, en febrero de 2018, se despidió en cámara de la pantalla que fue su casa por 24 años y del oficio que le valió tres Martín Fierro consecutivos por mejor Labor Periodística. Ahora me cuenta que el momento en que entregó la credencial y la llave del locker fue “como cuando los policías devuelven el arma y la placa”. Y tiene sentido, porque quien fue la alumna más dilecta del recordado Enrique Sdrech, piensa y siente en clave policial, igual que en sus ficciones.
Cinco años después, la apuesta personal rindió con creces: no sólo escribió tres libros más –Errantes (2018), La sirena (2019) y La cocinera de Frida (2022)– que se tradujeron en los países más diversos, sino que su trilogía Los crímenes del Sur llegó a Netflix en forma de tres películas –Perdida (2018, adaptación de Cornelia), La corazonada (2020, sobre La virgen en sus ojos) y Pipa (2022, un spin-off escrito directamente para cine)– y con Luisana Lopilato en el papel de la heroína de la saga, Manuela Pelari. Pipa batió un récord en la plataforma: quedó primera en el Top 10 de lo más visto de películas de habla no inglesa en la primera semana de su estreno.
La cocinera de Frida deja atrás el universo de Pipa y también la zona de confort de su creadora: la mitad de la novela –entre el drama histórico y el policial– transcurre en México y requirió que Florencia se instalara varias semanas en la CDMX, a metros de la célebre Casa Azul, para desempolvar su oficio original: el de investigadora. El resultado es una historia tan atrapante como sensible y rigurosa. La historia de una amistad y de los lazos entre tres generaciones de mujeres entrañables.
Dicen los manuales que no se debe entrevistar a los amigos, y menos a los amigos como Florencia, que están siempre y para todo. Pero dos de sus mayores virtudes son la generosidad y la franqueza. Y mi amiga es una entrevistada generosa que no esquiva preguntas, porque sabe quién es y no tiene miedo de decir lo que piensa. Por eso, aunque sea por esta vez, quemamos los manuales y nos entregamos a charlar como nos gusta, pero con el grabador encendido.
–¿Cómo fue la experiencia de escribir en un registro y desde personajes que te son un poco ajenos, con otra nacionalidad, otras costumbres y otros sabores, que sin embargo suenan tan naturales para quien lee?
–Fue el mayor desafío. Esta fue una novela por encargo, la gente de la editorial Planeta en México me había conocido en Buenos Aires, ellos habían leído lo que yo hacía, les había gustado, y tenían ganas de hacer una novela policial en donde estuviese Frida Kahlo. Es un personaje universal, entonces no importaba tanto la nacionalidad de quien la escribiera, porque Frida es Frida. Y a mí me pareció un planazo. Dije a todo que sí, súper entusiasmada, y esa noche no pude pegar un ojo. Pensaba: “No, ¡es una locura! ¿Cómo un policial con Frida? No tiene ni pies ni cabeza. Sí, conozco a Frida Kahlo y a Diego Rivera, ví algunas de sus obras en museos, pero la verdad no tengo idea de cómo hacer esto”. Yo nunca había profundizado en ellos, menos para meterme en una novela y encima en clave policial.
–¿Y cómo te convenciste de avanzar de todas formas?
–Hay algo que nos pasa, no sé si tiene que ver con el oficio de periodista, pero cuando se te planta una curiosidad ya no la podés soltar. Y en ese momento dije: “Está bien, entiendo que Frida es un personaje universal y que todo el mundo sabe quién es, pero, ¿por qué? ¿Por qué Frida sí y otras artistas no? ¿Qué es lo que tiene Frida que la convierte en icono pop?”. Esa curiosidad fue lo que me motivó a querer saber más. Y me relajaba muchísimo saber que era una ficción, que no me estaban encargando una biografía, porque biografías de Frida Kahlo hay un montón y son buenísimas –¡lo sé porque me las leí todas para este laburo!–, no hay nada que no se haya dicho que yo pudiera decir. Por otro lado, era una ficción y uno en una ficción puede estirar los elásticos hasta donde se le cante, porque los personajes son inventados. Yo hago y deshago como quiero y si en la mitad no me interesa más ese personaje, lo mato y ya. No hay ningún tipo de prurito, la ficción me da esa libertad. Pero, claro, esta era una ficción con personajes que existieron, que ya no están, pero existieron. Por eso el punto hasta donde yo podía extender el elástico estaba más limitado.
–¿Cómo sorteaste esa dificultad?
–Ahí fue cuando empezamos a pensar en la posibilidad de, en esa trama de pasado, meter un personaje de ficción que me permitiera estirar el elástico hasta donde se me antojara. Ese personaje es un artificio que me dejó entrar en ese universo con los ojos absolutamente vírgenes, como esta niña que yo inventé, Nayeli. A mis editores mexicanos les pareció genial, nos juntamos en 2019, antes de la pandemia, en Lima, a mitad de camino y ahí todo parecía más encaminado. Hasta que me encontré con un problema que no había tenido en cuenta y que fue tal vez el mayor escollo, y es el que me llevó a tomar una decisión. Y cuando uno escribe, toma decisiones, pero sólo se da cuenta si las tomó bien o mal cuando el libro ya está en las librerías. Es como la bala de plata: yo no puedo ir ahora a recorrer las librerías y decir: “No, espere. Quiero hacer otra cosa”.
–¿Cuál era el problema?
–Me empezó a pasar que el libro desde un primer momento se llamó La Cocinera de Frida. A mí me gusta trabajar con un título, como decía Silvina (Ocampo, la escritora que más admira): “Las cosas sin nombre son una desgracia”. Yo necesito un nombre porque siento que es como el puerto al que me dirijo. Y el libro de Frida, cada vez que lo comentaba incluso con ustedes (nosotras, las nueve del confesionario 24x7), todas decían “¡Ay, Frida! ¡Qué divina Frida!”, y ahí dije, ¡qué problemón! Porque el título es La cocinera de Frida y ya solamente con escuchar su nombre, Frida se comía el protagonismo. Me di cuenta de que yo misma no me podía olvidar nunca de que la protagonista era la cocinera y no Frida.
–¿Y cuál fue esa decisión que decías que tomaste?
–Decidí que para el momento en el que Frida y Nayeli finalmente se encontraran cara a cara, Nayeli tenía que ser lo suficientemente robusta como personaje para que Frida no se la devorara dentro de la Casa Azul y la novela terminara siendo “Frida, la que alguna vez tuvo una cocinera que Florencia inventó”. Entonces, la decisión fue retardar ese encuentro, que estuviera en la página 125, que para una novela es un montonazo, y el desafío fue crear un personaje atractivo, de aventuras, una heroína en riesgo que despertara el interés del que está del otro lado.
–El personaje de Nayeli también era complejo de crear, porque además es tehuana, tiene una identidad particular con la que tampoco estabas familiarizada.
–Claro. Yo viajé a fines del 2019 a Ciudad de México y me instalé un tiempito a investigar todo lo que tenía que ver con el universo de Frida y de Diego, pero también a sumarle un universo propio a Nayeli, uno bien distinto en donde la competencia entre esos dos personajes no la dejaran a ella en inferioridad de condiciones. Me llamó mucho la atención cuando estaba leyendo una biografía de Diego que a él el Ministerio de Cultura lo hace volver de Europa en la Revolución Mexicana para que México pudiera disfrutar de la obra de los artistas mexicanos que estaban por el mundo. Entonces Diego hizo una recorrida por todo México llevando su arte y, cuando llega a Oaxaca, a Tehuantepec, dice que conoció el paraíso, que si el mundo tiene un paraíso ese paraíso es Tehuantepec y que las diosas del paraíso son las tehuanas. A mí eso me encantó y cuando, en mi ignorancia total, voy a ver que son las tehuanas y me compro libros de tehuanas, me encuentro con algo que me dejó helada y es que los trajes típicos de las tehuanas son exactamente los mismos con los que habitualmente vemos vestida a Frida Kahlo: los huipiles, esas faldas largas, esas trenzas, esas flores en la cabeza, esos collares, los anillos. Eso que para todos era –entre comillas– el disfraz de Frida, es un traje típico: Frida había adoptado el universo de las tehuanas. Me pareció fascinante.
–Es decir que vos llegaste primero a las tehuanas por Nayeli, y sólo después supiste que ése era el origen de los trajes de la Kahlo. Estaba convencida de que el camino había sido inverso.
–Yo primero me puse a investigar para armarle una historia a Nayeli, porque sabía que la otra historia ya estaba armada, ya existía, era sólo buscar la información. Tenía que armarme una línea de tiempo de la vida de Frida y elegir qué momento me servía para mi ficción. Y lo que me servía era del año 39 hasta su muerte, porque es cuando ella se divorcia y empieza a producir obra, es su año más rico. Pero eso era lo de menos, a mí lo que más me preocupaba era contar a Nayeli, la huida de esta chiquita, que es una niña de 14 años analfabeta, que lo más lejos que sus pies la llevaron fue al río de su pueblo, Tehuantepec, en el 39, en Oaxaca, y pensar cómo llega esa niña a Ciudad de México, que es lejos. Es el momento que yo tengo para crearle la aventura al personaje, para que nos importe, para que la veamos en acción y nos divierta o nos angustie o nos preocupe. Entonces el transporte era el tren, así que estuve en el Museo del Ferrocarril viendo los mapas y la red ferroviaria de entonces en México, que obviamente no es la de ahora. Y leyendo sobre esa época me encuentro con una historia que me pareció hermosa, que es la de las viajeras mexicanas, un grupo de mujeres de distintos lugares de México que habían quedado solas por distintas circunstancias, o eran viudas, o solteras, o sus maridos trabajaban en otros lugares, pero tenían que llevar el pan a la mesa y vendían en los trenes productos típicos de sus pueblos. Así se armó una red de mujeres que se llamó las viajeras que fue como una de las primeras formas de comercio interno mexicano, llevado adelante por mujeres.
–Y ahora que La cocinera está en las librerías, ¿estás contenta con la decisión que tomaste?
–Me pone contenta que en las devoluciones en las redes sociales me hablan de la chiquita, de Nayeli. Y eso era lo que yo necesitaba, que les importara la vida de la que en definitiva es la protagonista del libro, y que Frida sea parte de ese universo. Es el recorrido de la heroína, que en el medio se topa con Frida Kahlo y Diego Rivera. Podría haberse topado con otras personas y su historia hubiese sido otra, pero la protagonista habría sido ella siempre. De eso es de lo que trataba de no olvidarme, que Diego y Frida fueran una circunstancia enriquecedora en la vida de esta niña, pero sólo una circunstancia.
–¿Cómo fue presentar La Cocinera…, este libro con tanto de México, en la Feria de Guadalajara? Lo imagino como una prueba de fuego.
–Obviamente me puso muy nerviosa. Ir a presentar una novela en la Feria del Libro de Guadalajara, y encima esta, fue como mi Mundial. Me sentí como un jugador de fútbol yendo por primera vez a jugar por la copa. Y me gustó no sólo el recibimiento espectacular, sino que muchos lectores mexicanos, tehuanos incluso, me dijeron que sentía que hablaba de ellos. Que la de Nayeli era una voz reconocible y querible también para ellos.
–Todo esto que me contás, el rigor con el que investigaste hasta las redes ferroviarias, me hace pensar que a lo mejor este libro por encargo logró que se cruzaran más que nunca la periodista y la escritora de ficción.
–Yo me crié como periodista, siempre fui y voy a seguir siendo periodista. Cuando tengo que llenar el formulario en los hoteles, siempre escribo que soy periodista, la verdad es esa. Y lo que nos mueve a los periodistas principalmente es la curiosidad, el querer saber. Tenemos preguntas absolutamente para todo, de la más tonta a la más elaborada, todo es un cuestionamiento. La motivación de mi curiosidad es enorme. Y si no tengo respuestas, soy como los chicos –”¿y por qué? ¿y por qué?”–, me vuelvo loca; eso es lo que me pasó con esta novela. En todas mis novelas, aunque escriba ficción, yo hago investigación. Tal vez es mi excusa para de alguna manera seguir ejerciendo el periodismo. ¡Pero encima acá era un Disney de investigación!
–¿La idea de viajar a México para investigar estuvo pautada desde que aceptaste escribir la historia?
–Sí, y fue genial, porque estuve instalada a dos cuadras de Casa Azul y a la vuelta del mercado de Coyoacán que es el mismo mercado que existía en su momento. Entonces yo hacía el camino de Frida. Después de ver cómo era el mapa histórico de Coyoacán, recorría los lugares y trataba de imaginarmelos, hacía como una puesta en escena. Con la suerte de que México tiene una preservación muy importante de su patrimonio histórico, entonces las cosas siguen estando ahí. También me sirvió mucho hablar con las personas que trabajan en el Museo de Trotsky y en Casa Azul, porque me interesaba saber cómo fue su primera vez, esa entrada que iba a ser la misma que la de Nayeli.
–¿Y a vos que te pasó cuando entraste por primera vez a Casa Azul?
–Me quedé como en estado de shock, porque es una cosa increíble, el museo más lindo que he visto en mi vida, una casa más que un museo. Y te podés quedar y tomar café en el mismo jardín en donde Frida pintaba. Iba todo el tiempo y me quedaba sentada en unos bancos que hay en el jardín, justito mirando hacia la puerta donde hay un pasillo con unos diablos de papel maché, que están ahí desde la época de Frida, y me quedaba horas mirando la primera reacción de las personas, porque es muy impactante entrar a ese lugar. Ya no miraba las cosas, ya las había visto, pero seguía a la gente y me ponía cerquita y trataba de escuchar lo que decían y ver cuál era el impacto al ver la ropa de ella, su estudio de pintura donde las cosas están exactamente en el mismo lugar donde ella las dejó, hasta la silla de ruedas. Por supuesto, me interesa más el impacto ajeno al mío, porque me gusta salir de mi lugar. Cuando escribo no me interesa ser yo, no es divertido eso para mí.
–Además de Nayeli, hay otro personaje fuerte y actual en la novela que es Paloma, su nieta, que a la vez es muy diferente de las heroínas de tus novelas anteriores. ¿No extrañaste a Pipa, que te acompañó tanto tiempo incluso en el cine, en los guiones de las películas basadas en tu trilogía? ¿Fue una despedida o qué imaginás que va a ser de su vida?
–No sé, ahora está viviendo en Netflix, ¡ella se fue con otro! Pero sí, es bien distinto, porque Pipa resolvía todo sola, es un personaje que me facilitaba bastante todo. Porque cuando uno escribe un personaje que es un policía o un investigador, tiene una habilidad para salir de determinados escollos que ponés en la trama. Le puede costar más o menos, la idea es que le cueste mucho, sino no tiene gracia, pero tarde o temprano lo va a terminar resolviendo. En este caso, yo hablé con mis editores mexicanos y les dije que la trama policial iba a estar en Argentina: “¡Yo necesito un break! Piensen que la parte mexicana es una época que no es la mía, un país que no es el mío, y un género que no es el mío, porque no voy a convertir a Frida en una asesina. Y todo lo de Frida y Diego es tan interesante que nada que yo agregue lo va hacer mejor, ¡lo va a arruinar! Entonces quiero tener un espacio de confort, un escenario que sea mi lugar, que es Argentina y que es la ciudad de Buenos Aires”. Hacer acá la trama policial, que es lo que más fácil se me da al escribir, fue un remanso para mí. Para la trama de México tenía que estar con todos los mapas de época colgados y acá no tenía ni que abrir el Google para saber cuál era el subte que se tomaba Paloma.
–¿Cómo trabajás la trama policial?
–En todos mis libros pienso cuál va a ser la mecánica criminal y, obviamente, esta historia me pedía una mecánica que tenía que ver con el arte, con los falsarios, con el tráfico de obra. Y es una mecánica fascinante, porque pone en juego esto de qué es verdad y qué es mentira. Una persona que tiene un talento supremo para falsear la obra de un artista, ese falsificador, también es un artista, ¿o no?
–Hay una pregunta que se plantea de manera concreta en la novela que es cuál es el valor de la verdad.
–Es que, claro: ¿esa obra es falsa? ¿por qué si está ahí y es igual? ¿La persona que copia de manera excelente un Picasso, está cometiendo un delito? No, porque el delito es venderlo a un tercero haciéndole creer que es de Picasso cuando no lo es. Es un delito tan difuso y tan increíble, que además mueve millones y millones de dólares, que me pareció perfecto para la mecánica criminal que necesitaba la novela. Recuerdo una nota donde un falsario contaba que los museos estaban llenos de obras de él, y a mí me estalló la cabeza con eso. Porque a vos te dicen “ese es el Guernica” y se te llenan los ojos de lágrimas, y mañana te enterás que no es el Guernica, que lo pintó José Pérez que está preso, pero vos te emocionaste igual. Y la protagonista de la trama actual, Paloma, tiene algo que para ella es muy valioso y se lo quieren sacar, pero el valor es distinto, porque precio y valor no son sinónimos. Me divertía mucho jugar con eso. Como dice uno de los personajes: “La verdadera obra de arte es la historia”.
–Me hablaste de Frida como icono pop, pero hoy también es un icono feminista. Y esta novela tuya en particular, donde todos los personajes son femeninos y los varones están en función de esas mujeres, también es muy feminista. ¿Cómo atravesó el feminismo tu obra? Pienso también en Cornelia, donde trabajás el tema de la trata, y me pregunto si hubo un antes y un después también en tu manera de escribir a partir del #NiUnamenos.
–Nunca de manera consciente. Cuando me siento a escribir una historia no me pongo a pensar “Voy a escribir una historia feminista”. Yo pienso en escribir una historia que sea atractiva, que lleve a los lectores a universos nuevos, ¡lo que quiero es entretener! A mí no me interesa hacer declamaciones feministas en lo que escribo. Ahora, es inevitable, creo, que siendo feminista determinadas cuestiones se metan en las novelas. Básicamente porque son las cuestiones que a mí me interpelan, son mi mirada y mis cuestionamientos sobre el mundo, incluso mis cuestionamientos hacia mí misma, que creo que son cuestionamientos del recorrido feminista que muchas mujeres –no digo todas y está bien que no sean todas– nos estamos haciendo. Es el camino que elegimos transitar, y es inevitable que eso se mezcle. Hay algo que me llamó la atención de Frida como ícono feminista. A mí no me gusta estar señalándole el feminismo en sangre a las mujeres, bastante si puedo con mi feminismo como para encima estar midiendo el de las demás, que cada una haga su proceso como quiera y pueda, ¡así que mirá si voy a venir a cuestionar a Frida Kahlo! Pero hay algo que me llamó la atención que es que incluso ella dice: “Yo sólo me pinto a mí misma porque soy lo que mejor conozco”. Esta chica que tuvo ese accidente tremendo que la dejó postrada meses y meses tenía en su cama un techito de madera azul con un espejo donde para pasar el tiempo se retrataba a sí misma con una habilidad pasmosa.
–Lo dice en La Cocinera… Natalia, la mujer de Trotsky, “esta mujer tiene un narcisismo tan grande que hasta cuando hace un regalo de cumpleaños te da un retrato de ella”.
–¡Y fue así! El cuadro está en la casa de Trotsky. En toda su obra, basta con googlear, siempre está ella: su interior, su columna, su útero, sus abortos espontáneos que sufría muchísimo, porque su deseo era ser mamá y no podía; ella con pelo corto, con pelo largo, con lágrimas, sin lágrimas, siempre ella. Y, sin embargo, hay un cuadro de ella que se llama Unos cuantos piquetitos, que tiene que ver con una noticia de la época en México de un tipo que mató a su mujer a puñaladas y, cuando lo detienen, porque los vecinos hacen la denuncia por los gritos de la mujer, llega la policía y el tipo todo lleno de sangre y con un cuchillo en la mano dice: “Pero si yo sólo le he dado unos cuantos piquetitos”. Y Frida pinta una cama con la mujer y el tipo con el cuchillo y arriba con los banderines en que ella suele escribir pone: “Unos cuantos piquetitos”. Y a mí me llamó mucho la atención ese cuadro porque es una de las pocas veces que Frida sale de su cuerpo, de su yo, para pintar otra cosa. Pinta algo que la interpela y eso que la interpela es ni más ni menos que un femicidio, ni más ni menos que la violencia machista. No la interpeló otra cosa, sino eso. Entonces, yo no sé si Frida era feminista o no, tampoco me importa, pero sí noté que a Frida en ese momento, en ese cuadro, la interpeló algo que a mí en otro país y muchísimos años después también me interpela, que es la violencia contra las mujeres.
–También está su relación con Diego, muy de avanzada para ese momento.
–Sí, yo me encontré con una mujer que, para la época, tanto ella como Diego, ahora que acá todos se hacen los modernos hablando poliamor, eran precursores. Ella conocía a las amantes de Diego, con muchas tuvo relaciones de amistad profundísima, se las llevaba a vivir a Coyoacán cuando él las dejaba, y él también conocía a los amantes hombres y mujeres de Frida. Por supuesto que a Frida había algunas amantes que le gustaban más y otras menos. En su biografía, Diego cuenta que ella le dice: “¿Pero en qué momento yo te prohíbo estar con otras mujeres? Es solamente que a mí me parece que tienen que ser mujeres dignas de vos”. No era una relación tradicional ni de fidelidad: para ellos la fidelidad absoluta pasaba por otro espacio que era sólo de Diego y de Frida y en el que nadie podía entrar, porque cuando estaban juntos y se ponían a hablar o a pelear, el mundo alrededor desaparecía.
–Recién a propósito del feminismo, me dijiste: “Yo no quiero declamar, quiero entretener. ¿Esto de asumirte como una escritora que busca entretener te aparta a veces de la crítica supuestamente más seria?
–No, o no me preocupa. Porque mi motivación siempre fue entretener, ¿y sabes quién me hizo dar cuenta de que yo tenía esa motivación? Una señora que me escribió por Facebook por mi primera novela y, muy amorosa, me dice: “Estaba leyendo tu libro y ahora te quiero decir que te voy a tener que mandar un taxi y que vengas a cocinarle a mis hijos a casa, porque yo metí las milanesas en el horno y se me quemaron”. A mí me hizo mucha gracia, pero después me quedé pensando: “Esto es lo que yo quiero, yo quiero escribir para que se te quemen las milanesas. Quiero escribir para que cuando te llevás el libro a la playa y te sentaste a leer, en un momento estés todo colorado de un costado porque te olvidaste de ponerte protector solar. Yo quiero escribir para eso”.
–No es fácil entretener, ¿tenés un método?
–Hay una mecánica que uso para que eso suceda. Me gusta hacer capítulos cortos, me gusta que haya dos líneas de tiempo, me gusta que haya universos distintos porque en un momento me aburro de estar siempre en el mismo y necesito ir a otro, entonces tengo la sensación de que tal vez a los lectores también a veces les embola estar mucho rato en México, entonces vayamos un ratito al barrio de Boedo. Me encanta el movimiento en la lectura, ir y venir y en ese ir y venir ir metiendo las tramas policiales. Al lector de policiales uno lo tiene que engañar más –no lo debe estafar, que no es lo mismo– para que al final de la historia diga: “Ay, claro, pero si esto me lo dijo, ¿cómo no me di cuenta?” Y si yo no te lo dije, te estoy estafando. No te puedo poner de asesino a un personaje nuevo que aparece en el último capítulo, entonces en el medio te hago viajar de un lado para el otro y te voy a engatuzando. Mi editora, Graciela Gilemmo, usa una frase que tengo pegada en mi pizarra: “El lector olvida”. Si vos lo entretenés, el lector olvida. Entonces yo lo que quiero hacer es entretenerte para que vos te olvides y en el medio te estoy contando. Yo tengo una novela que dice en el primer párrafo quién es el asesino y cuando vos terminás decís, “Claro, ¡si me lo dijo!” Y no te estafé nunca, sólo hice todo lo posible para distraerte. Me gusta ser como una ilusionista. Por supuesto que hay un tipo de literatura superior y un tipo de literatura que está para quedar como huella en la historia, pero yo no creo tener la capacidad para estar en esa shortlist y tampoco me interesa.
–Pero también hay mucho pretencioso que vive convencido de que su obra hace huella y no logra entretener.
–Pero, ojo, yo no desprecio la alta literatura. Consumo a esos autores y autoras y aprendo de ellos. Se aprende muchísimo leyendo. Desde que empecé a escribir, ya no leo como antes: ahora presto atención, busco dónde están los trucos. Antes, cuando leía marcaba las frases que me parecían lindas o me emocionaban o las que me identificaban, hoy trato de ver las tramas y la estructura, y me voy dando cuenta. ¡En realidad era más lindo leer antes que ahora! Es como cuando a un mago le enseñan los trucos, ya no vas a disfrutar nunca más del show de Copperfield de la misma manera. Pienso: “Esto lo está poniendo por algo, no es porque sí”, y trato de aprender también esas técnicas para no repetirme y para tener siempre nuevos trucos. Pero lo que me gusta de verdad es entretener, ¡yo quiero que se te quemen las milanesas!
–Durante años fuiste muy activa en Twitter, pero hace unos meses que sólo usás tu cuenta en ocasiones especiales, como la final del Mundial, ¿qué te hizo dejar esa red de la que participabas a diario y donde además tenés muchísimos seguidores?
–Una tarde, hace 2 meses, vi que tenía muchas notificaciones y me asusté; pensé: “¿Qué dije? ¿Me cancelaron?” Al final eran reacciones lindas a una foto de mi gata. Y ahí me quedé pensando en la ansiedad que me había empezado a provocar Twitter y dije, ¿por qué pasar por esto? Fue también un ejercicio para calmar el ego, Twitter a veces me hacía creer que mis opiniones eran importantes, y la verdad que no es así. Desactivar mi cuenta me calmó ansiedades y narcisismo.
–Si hiciéramos una trama con ese ir y venir que te gusta en tus novelas, una trama donde pensemos tu vida, hay un momento que es 2015, con tu participación activa en la convocatoria al primer #NiUnaMenos y, apenas unos años después, en 2018, cuando decidiste dejar TN después de pasar toda tu vida profesional en el medio. ¿Cuánto tuvieron que ver esas revoluciones que se dieron casi en paralelo, la personal y la colectiva, la decisión de escribir más y a la vez descubrir una militancia?
–Si tengo que pensarlo objetivamente, no es que un hecho trajo a otro, pero sí creo que tuvo que ver que antes del 2015 yo era una chica que te decía “ni machismo ni feminismo”, porque no tenía la menor idea de lo que significaban las palabras y me parecía que las dos cosas estaban mal. No tenía idea y de todas maneras, como siempre hice policiales, siempre me interpelaron también los casos de violencia contra las mujeres. Lo que no tenía era el vocabulario ni la información para poder ponerle palabras. Yo he dicho en la tele mil veces “crimen pasional”, cuando hoy sabemos que un femicidio no tiene nada que ver con la pasión. Me interpelaba muchísimo eso, y capaz me decían: “En este caso fulano mató a la mujer, es un problema de pareja”, y yo decía: “Claro, claro”. Pero en el fondo había algo que no me cerraba: si era un problema de esta pareja y de esta pareja y de esta pareja y de esta pareja, ya dejaba de ser un problema de pareja, era un problema social.
–¿Y cómo se fue hilvanando todo eso?
–Todos estos pensamientos sin ningún tipo de marco teórico me daban vueltas en la cabeza y no podía darles un contexto. Después de 2015, cuando empiezo a conocer a mujeres que militaban hacía mucho y tenían estudios al respecto, conversando con ellas empecé a entender que lo que me pasaba se llama proceso feminista, que esto tenía una lógica. Empecé a entender y a relacionarme más con feministas, que es algo que nos pasó a muchísimas mujeres: sentimos una revolución y empezamos a mirar hacia atrás en nuestras vidas y a darnos cuenta de que muchas de las cosas que nos habían pasado, no tenían que ver con nosotras ni con que éramos locas, exageradas o dramáticas, sino que tenían que ver con distintos tipos de violencias machistas que habíamos sufrido. Y puede ser que yo le haya empezado a dar más pelota al deseo, a deseos que –y hablo por mí, no lo quiero hacer extensivo a las demás mujeres– a veces encuadraba en el marco de la chica soñadora, no les daba la importancia de algo a cumplir. Cuando empecé a estar en contacto con militantes feministas me di cuenta de que había cosas que tenían que ver con el deseo de las mujeres que me empezaron a movilizar. A lo mejor eso tuvo que ver con mi decisión tres años después. Hay algo que aparece en este libro en tres mujeres, que es el diario íntimo. Por empezar, en Frida, que escribe un diario que está publicado, es un libro que vale cada dólar, porque tiene sus dibujos con lápiz, con tintas, una cosa espectacular. En la novela, Nayeli también escribe el de ella, y escribe también el suyo otro personaje. Eso a mí me llevó a pensar en el tema del diario íntimo, ¿viste que las chicas antes teníamos un diario con nuestro candado y la llave?
–¡Claro! Todas teníamos que tener nuestro diario. Todas las chicas, las mujeres.
–Yo me acuerdo de que les regalé a mi hija y a mi sobrina un diario íntimo a cada una cuando eran chiquitas y es algo de lo que me arrepiento profundamente. Porque ahora me parece un espanto. ¿Qué se nos decía que teníamos que escribir? Los sentimientos, las broncas, los enojos, los deseos. Y eso había que escribirlo y cerrarlo con candado, esconder la llave y guardarla bien para que nadie lo viera. Cuando empecé a escribir esta novela, dije: es el símbolo de ponerle llave y candado a lo que nos pasa. Yo he tenido diarios íntimos hasta de grandulona, y las cosas más profundas estaban ahí escondidas, no las podíamos poner en palabras en el exterior. Y cuando éramos niñas, eso estaba guardado con un candado. Entonces, cuando vos me hablas de 2015, si lo tengo que definir, para mí es el momento en el que yo le saqué el candado al diario íntimo y pude revolear la llave a la miércoles.
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