En solo veinticinco segundos, San Juan ya no existía. En menos tiempo que el que se tarda en leer este párrafo, la ciudad había caído, sepultada por un terremoto, convertida en un extraño océano de polvo y cenizas que tornaban el aire irrespirable, en medio de los gritos de terror y desconcierto de sus habitantes, de los que ya habían muerto cerca de diez mil y quedaban heridas y perdidas entre los escombros otras miles de víctimas. Una tragedia bíblica se había desatado sobre una ciudad pacífica, indefensa, inocente.
Sucedió el 15 de enero de 1944, hace 79 años. Nunca tanta desgracia había caído sobre una ciudad argentina, y nunca nadie había enfrentado una emergencia tal como la enfrentaron los sanjuaninos aquella noche terrible y espantosa. Era sábado. Faltaban ocho minutos para las nueve de una tranquila noche de verano. Como era tradición, sábado a la noche, cine, centenares de personas salían de la sala principal, la de los estrenos, y otros cientos esperaban entrar. Los principales restaurantes recibían a sus clientes, los bares estaban llenos, las mujeres habían ido a la zona norte de la capital, a la iglesia de la Inmaculada Concepción de María, a ver los casamientos de esa noche, los sanjuaninos más chicos, al cuidado de los abuelos para que los padres descansaran una noche de tanta niñez, dormían ya, o escuchaban el cuento que acercaba el sueño.
De pronto, nada existía: ni cines, ni iglesia, ni bares, ni restaurantes, ni infancia, ni nada. El ochenta por ciento de los edificios de la ciudad, de ochenta mil habitantes, se había derrumbado después de apenas veinticinco segundos de terror: miles de viviendas, de edificios públicos, de obras comunales, de sitios históricos, de monumentos en las plazas que consagraban a patriotas que iban ser eternos en el bronce, eran sólo escombros. El terremoto se había despertado veinte kilómetros al norte de la ciudad, cerca de La Laja, departamento Albardón. Fue violentísimo: 7,4 en la escala de Richter y se sintió fuerte en Córdoba, La Rioja, Mendoza y San Luis. La ciudad se derrumbó porque, en gran parte, sus construcciones eran de adobe, o de ladrillo cerámico: nada ni nadie estaba preparado para la tragedia que sacudió los departamentos de Albardón, Angaco, Ullum, Chimbas, San Martín y Caucete, que sería devastada por otro terremoto en 1977.
Al horror siguió de inmediato el caos. Todos lo habían perdido todo. Las operaciones de rescate dependieron en esos instantes de la voluntad de los héroes anónimos que se largaron a revolver escombros para salvar las vidas atrapadas o desenterrar a los muertos. Los cadáveres fueron llevados a la plaza principal y amontonados allí, en una tétrica pila iluminada por los faros de los autos porque San Juan ya no tenía luz, ni agua, ni futuro. Un radioaficionado alertó sobre la tragedia: José Laureano Rocha, que luego sería distinguido con una medalla por la presidencia de la Nación, a cargo del general Pedro Pablo “Palito” Ramírez, un gobierno surgido del golpe del 4 de junio de 1943, en el que ya descollaba la figura de un joven y ambicioso coronel: Juan Perón.
Al caos general le siguió la lluvia, otra desgracia bíblica, que entorpeció las labores de rescate. Enseguida siguió el calor del verano sanjuanino, los cadáveres podridos al sol, o izados desde las profundidades de la tierra, eran cremados en pilas a los costados de las calles o en el cementerio de la ciudad: había que evitar que a todo, se agregaran más plagas. Nadie tomó debida nota ni de nombres, ni de números; los sanjuaninos deambulaban destrozados por el dolor, hendidos por la angustia y acechados por el peligro: las réplicas del terremoto, leves, derrumbaban lo poco que había quedado en pie, mientras muy pocos cuerpos eran velados en capillas ardientes callejeras, los menos, dentro de un ataúd: no había cajas para tantos muertos.
Te puede interesar: Ciudades antisísmicas: el origen del terremoto de San Juan y los factores que evitaron una catástrofe
El interventor provincial, David Uriburu, dio una muestra de estoica estupidez y culpó de la tragedia a los “pecados del liberalismo”. Dijo que los sanjuaninos habían expiados “por sí los vicios propios y de país entero”. Pobres sanjuaninos, además de la tragedia, semejante tonto. La respuesta popular saltó por encima del disparate y los sanjuaninos se lanzaron de lleno a la reconstrucción: esa es otra epopeya. Cercados por la fatalidad y por los cadáveres descompuestos a punto de desatar más plagas, el ejército, decisivo en esas primeras horas, cavó una fosa de cuatro metros de ancho, cien de largo y tres de profundidad que sirvió como tumba masiva para los cuerpos que fueron llevados en camiones para ser incinerados allí.
La ayuda llegó de todo el país, en especial de la vecina Mendoza, que habilitó su Hospital Central para recibir a los heridos, y envió a médicos, enfermeras y voluntarios que se unieron a sus pares sanjuaninos en la dura tarea de aliviar dolores y acercar consuelo. Al día siguiente de la tragedia, fue habilitado un puente aéreo con Chile que envió también médicos, ropa, carpas de campaña y medicamentos. También con Chile se ensañó la tragedia. El 20 un avión bimotor Lockheed que había despegado de El Plumerillo a San Juan con médicos y damajuanas de leche, cayó a tierra: murieron sus doce tripulantes. El nombre del piloto capitán Eduardo Lazo, es recordado hoy en varios sitios de la provincia.
La proeza que siguió a la tragedia, el heroísmo sanjuanino que se alzó sobre la tierra sacudida, es otra historia a ser narrada.
En Buenos Aires, el terremoto de San Juan, cinco palabras que se hicieron historia, abrió las puertas de otro terremoto mucho menos cruento: hizo posible que se conocieran Juan Perón y Eva Duarte. El coronel, un hombre anhelante y ávido que había entendido ya que aquella revolución le quedaba chica: ella, una muchacha herida en su orgullo por una infancia que la había humillado, soñaba con ser actriz y algo más. Lo de actriz estaba claro; el algo más, estaba por verse.
La historia es cómo fue que se conocieron Perón y Eva. Las versiones son muchas y apasionantes. Todas tienen un poco de verdad y el resto de no verdad. La historia oficial dice que ambos se conocieron en el Luna Park, el sábado 22 de enero, durante el festival organizado para recaudar fondos para las víctimas. Pero aún si eso fuese cierto, y no tiene porqué no serlo, hay versiones sobre ese encuentro. Durante años, la versión oficial aseguró que un camarada, amigo íntimo de Perón, el coronel Aníbal Imbert, llegó al festival con Eva y otra muchacha. Que ubicaron a Eva al lado de Perón y que allí fue cuando empezó todo.
Ignacio Cloppet, de la Academia Argentina de Historia expuso otra versión. Perón convocó a una reunión a artistas, dirigentes gremiales y empresarios en la sede de su secretaría, la de Trabajo y Previsión, en el 160 de Perú, donde funciona hoy la Legislatura de la ciudad. Al lado de Perón se ubicaron Domingo Mercante, gobernador de Buenos Aires y Raúl Apold, que sería el “cerebro” del peronismo que todavía no existía. Una foto eternizó ese momento. En ella se ven, en primera fila, a Olinda Bozán, Pierina Dealessi, Francisco Álvarez, Oscar Valicelli, Niní Marshall, Leonardo Barujel y Enrique Muiño, todas grandes figuras de la escena y del mundo del espectáculo. También está en esa primera fila Eva Duarte, una figura todavía en ascenso, con cierto éxito en radio y unos pininos en el cine.
Perón apeló al patriotismo para pedir a los actores a colaborar con el festival solidario en favor de San Juan y para aliviar la tragedia de sus habitantes. Según esta versión, Eva Duarte se paró frente al coronel Perón y le prometió una férrea movilización de sus colegas. Perón recordaría años más tarde aquel encuentro: “Hablaba vivamente, tenía ideas claras y precisas, e insistía en que se le asignara una misión”. Si todo es cierto, y no tiene porqué no serlo, ese fue el primer diálogo entre los dos y recién después, el sábado 22, se produciría el mítico encuentro, reencuentro en ese caso, en el Luna Park.
Te puede interesar: Catástrofes naturales en Argentina: ¿cuáles son las mayores amenaza a las que nos enfrentamos?
Fermín Chávez, historiador del peronismo y testigo de buena parte de la época y de los personajes que historiaba, narró más de una vez que en realidad el coronel Perón y la actriz Eva Duarte se conocieron en la calle Florida. Eva y sus colegas recolectaban fondos para las víctimas del terremoto en la zona donde Perú, la histórica que vio el suicidio de Leandro N. Alem, se convierte en Florida que por entonces era coqueta y no el mercado persa que es hoy. Y que Perón dejó por un rato su despacho en Trabajo y Previsión para ir a saludar a esos voluntarios. Si todo esto es cierto, y no tiene por qué no serlo, tal vez haya habido un encuentro anterior al del lunes 17 en la sede de Trabajo y Previsión.
Y si todo lo anterior es cierto, y no tiene por qué no serlo, Eva Duarte llegó al Luna Park dispuesta a reencontrarse con Perón. Enrique Pavón Pereyra, el gran biógrafo de Perón, y Arturo Jauretche, un escritor y analista que pasaría del radicalismo al peronismo en 1945, coinciden en una escena singular. La que cuenta Pavón Pereyra es muy divertida. Dice que Eva llegó al Luna Park junto a una amiga, Rita Molina, y en un momento se le oyó gritar en la puerta de acceso: “¡Mirá Homero! ¡Aquí nos están tocando el culo! ¡Hacénos pasar que tenemos las entradas”. El Homero al que hacía referencia Eva Duarte era Homero Manzi, un poeta santiagueño que también pasaría del radicalismo al peronismo en 1945. Jauretche recordó a menudo haberle oído relatar esa misma escena a Manzi, que hizo pasar a las dos muchachas. Las dos subieron una pequeña escalera vecina al escenario y quedaron frente a la primera fila del patio de butacas. Allí fueron ubicadas al lado de Perón y del coronel Imbert.
Cuando el festival terminó, el presidente Ramírez habló poco y mal y Perón habló mucho y muy bien, saludó luego con los brazos en alto en un gesto que todavía no era famoso. Alguien le dijo al coronel que los artistas y demás voluntarios que habían tomado parte de la colecta callejera querían agasajarlo, tomar una copa con él; en total, la Secretaría de Trabajo y Previsión había recaudado treinta y ocho millones de pesos para las víctimas del terremoto, una fortuna de la época. Perón declinó la invitación con una frase sugestiva: “Dígale a los muchachos que me perdonen, pero nos vamos a ir a comer con estas chicas. Que me disculpen, les ahorramos la copa”. La cena debe haber durado hasta entrada la madrugada porque la leyenda dice que esa noche, Perón y Eva, amanecieron el domingo 23 de enero de 1944 en el departamento del coronel, Arenales 3291, casi Avenida Coronel Díaz.
Hay una tercera versión. Pero es falsa. Es la que afirma que Eva le dijo a Perón, esa noche inaugural, al menos la noche, en la vida de ambos y en el Luna Park: “Coronel, gracias por existir”. Es un invento del inolvidable Tomás Eloy Martínez, maestro de periodistas y novelista, autor, entre otras obras de “Santa Evita”. Tomás Eloy solía decir a sus ávidos oyentes que todo lo que figura debajo de la palabra “novela”, es ficción. Y debajo de “Santa Evita”, se lee “novela”. Y contaba: “En la investigación que hice para escribir “Santa Evita”, conseguí varias filmaciones de un instante en el que Eva le dice algo a Perón. Contraté a expertos en la lectura de labios para que vieran una y otra vez esas escenas que provenían de noticieros argentinos, americanos y hasta japoneses. No hubo forma de descifrar qué le decía Eva a Perón. Entonces, se me ocurrió hacerle decir eso: “Coronel, gracias por existir”.
Es falso, pero bien pudo ser cierto.
Seguir leyendo: