Ocho vecinos de Pinamar crearon una fundación que donó internet a 145 escuelas rurales de todo el país

En 2004, un grupo de docentes, ingenieros, profesionales de la salud y del rubro inmobiliario y un párroco se unieron en una causa solidaria. Claudia Gómez Costa y Alejandro Besteiro, presidenta y vice de la organización, contaron cómo surgió el proyecto, las experiencias que atravesaron en el camino y los próximos objetivos

Claudia Gómez Costa y Alejandro Besteiro (Matías Arbotto)

La idea surgió hace 18 años. La docente Claudia Gómez Costa (67) y el médico pediatra Alejandro Besteiro (66) venían de ejecutar una experiencia similar y sabían que iban a necesitar ayuda para encarar el nuevo proyecto. Entonces comenzaron a proponerlo en su entorno más cercano. Le comentaron a su hija, María Sol, y al hermano de la mujer, José Luis. Luego llamaron a amigos y vecinos de Pinamar con los que comparten “sueños y valores”. Se comunicaron así con la profesora Stella Manusia, la gestora inmobiliaria Verónica Cardozo, el ingeniero civil Ricardo Martín y el padre Pablo Etchepareborda, párroco de la ciudad. Y entre los ocho dieron origen a Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur, una organización sin fines de lucro que desde entonces trabajó -y lo sigue haciendo- a pulmón para llevar internet a más de 140 escuelas rurales de difícil acceso en todo el país.

Claudia y Alejandro son oriundos de Mar del Plata y hace 38 años están radicados en Pinamar. Sus cuatro hijos nacieron en esa ciudad y todos -al igual que sus nietos y una sobrina- en algún momento de sus vidas se abocaron a la fundación, de la cual también son pilares Adriana Liguori, el ingeniero en sistemas Juan Santoiani, el técnico en informática Guillermo Cerioni y sus esposas e hijos.

La Fundación Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur donó internet a más de 140 escuelas del país (Matías Arbotto)

La organización no tiene connotación religiosa ni política. Nació el 29 de noviembre de 2004 en una reunión en la casa de la pareja marplatense. Allí todos acordaron una condición inalterable: no aceptar subsidios estatales de ninguna naturaleza. “Para tener las manos libres y hacer lo que quisiéramos siempre”, aclara Claudia, que es licenciada en Educación.

En esa misma casa ambos reciben a Infobae y cuentan que su proyecto fue precedido de otro de implementación local. “En 1998 fui convocada por Telpin, la cooperativa telefónica de Pinamar, que me propuso llevar adelante un programa que consistía en dar conexión gratuita a internet en la escuela pública y capacitación a los docentes para su buen uso”, recuerda la mujer. Ese programa fue pionero en su época, cobró notoriedad nacional y despertó mucho interés en escuelitas rurales: “Desde todo el país nos llamaban para ver si les podíamos conectar internet”. Tras seis años, el proyecto con la cooperativa finalizó, con un balance exitoso. Sin embargo, la demanda de distintos interesados no cesó. ”Entonces, nos preguntamos: ‘¿Y si hacemos algo más?’”, continuaron el relato Claudia y Alejandro.

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Hasta hoy, Aprendiendo Bajo la Cruz del Sur le posibilitó el acceso a la red a 145 escuelas rurales repartidas en 19 provincias. Cerca de 44.300 personas resultaron beneficiadas, entre docentes, alumnos y vecinos de comunidades que se insertaron al mundo digital. Los mismos integrantes de la fundación son quienes se ocupan de trasladar el equipamiento hasta las escuelitas en cada “misión”, como llaman a esos viajes. Santoiani, en tanto, es el encargado de conectar las antenas satelitales.

Visitar esos lugares recónditos de Argentina demanda esfuerzos enormes. Implica caminar senderos agrestes durante varias horas, trasladando antenas a lomo de mula y atravesando yungas, montes impenetrables, ríos, lagos y trayectos de montaña con alturas que pueden sobrepasar hasta los 4.000 metros. En mayo pasado, por ejemplo, fueron a la N° 219 de Yaquispampa, en los valles tilcareños de Jujuy, un rincón en el que viven alrededor de 60 personas. Llegaron hasta allí a pie después de caminar cerca de ocho horas. No obstante, la recompensa por la exigente odisea valió la pena: en la actualidad, los chicos de esa escuelita ya hacen proyectos de robótica y están aprendiendo a programar.

La fundación llega a las escuelitas con la ayuda de los lugareños

Además de llevar, instalar y poner en funcionamiento las antenas, en el marco de la iniciativa se dan capacitaciones de uso educativo de la red, se brinda atención médica y, dependiendo de las colectas que también llevan a cabo, se donan computadoras, medicamentos, materiales escolares, libros y juguetes. Y a veces también se donan hasta filtros de agua, como lo hicieron en abril último en un paraje llamado La Esperanza, en el Chaco salteño. Allí hay una aldea wichi, “muy aislada, a 45 kilómetros de la señal más cercana de algo, donde la gente bebía agua sucia, marrón, como la que toman los animales”, dice Claudia, mientras algunas lágrimas asoman en sus ojos por las condiciones en que viven los lugareños: “Es fuerte ver que le falta todo, hasta lo básico”.

Llegar a las escuelitas demanda mucho esfuerzo

Cada viaje les deja historias entrañables. Algunas relacionadas a la educación, otras a la salud. “Ha pasado que a Alejandro le han hecho consultas de chiquitos que nacieron prematuros”, comenta la mujer y enseguida recuerda otro episodio: “Un hombre que iba a caballo se despeñó por el precipicio. Estaba muy mal herido y el amigo que lo acompañaba no sabía qué hacer. Justo vio una escuela y fue. Se encontró con la sorpresa de que tenía internet, entonces pidieron auxilio, un helicóptero fue hasta ahí y lo salvó”.

Fomentar la telemedicina es un objetivo colateral al desarrollo de la educación. Otro es poner en valor el patrimonio de la humanidad. “Más allá de que las escuelas y comunidades se encuentren con el mundo con internet, a nosotros también nos importa la vuelta de eso, es decir que ellos produzcan información y puedan contarle a todos de su cultura, de su riqueza”, amplia la presidenta de la organización.

Con la fundación, los impulsores visitaron establecimientos educativos rurales en 19 provincias

Proveer de internet a un colegio es caro. La logística, los traslados, la instalación y todo lo que implica la conectividad inicial supone costos que para Claudia, Alejandro y el resto de los integrantes de la ONG son imposibles de solventar. Y después está la mantención: un promedio mensual de abono satelital cuesta casi 400 dólares por escuela, según explican. Entonces, lo que hacen es golpear puertas de personas y empresas particulares en busca de recursos. Les presentan el proyecto, les muestran el impacto social y les proponen participar, en caso de que les interese, bajo la figura de sponsor.

Varias donaciones fueron en el marco de programas específicos. Uno, por ejemplo, fue “Conectar”, que comenzó en 2007 y duró una década, enfocándose en las escuelas que estaban muy cerca de 34 Parques Nacionales que tampoco tenían conexión en ese momento. “En aquel entonces, la idea era que pudieran trabajar juntos los guardaparques, los maestros y los chicos poniendo el valor en el patrimonio natural del lugar”, apunta la docente.

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Otro proyecto se centró en espacios educativos de Humahuaca, Salta rural y Chaco. “Su necesidad nos conmovió de entrada. Allí vimos otra Argentina, para bien y para mal porque tienen una cultura tan rica y maestros que son héroes civiles, que hacen patria, mientras trabajan en condiciones paupérrimas, sin calefacción, incomunicados, descansando 10 días en sus casas y estando los otros 20 en la escuela”.

Claudia capacita a docentes para el buen uso de internet desde hace más de 20 años (Matías Arbotto)

El trabajo de Claudia y compañía fue reconocido a nivel nacional y también desde el exterior. En 2008, ella fue convocada por la ONU para que detallara la tarea que realizaban en la Unión Internacional de Telecomunicaciones. “La explicación fue que querían esa información para futuros programas. Para ese entonces ya teníamos experiencias y acciones en escuelas de muy difícil acceso geográfico, ya teníamos ese bagaje, además de la experiencia en Pinamar”. Viajó a una cumbre en Ginebra, disertó ante representantes de diferentes organizaciones y al año siguiente la volvieron a contactar.

“Me llamaron y me preguntaron si aceptaría encabezar un proyecto de conectividad en escuelas de la selva de Nicaragua. Eran escuelas con condiciones inenarrables, a las que había que llevar antenas en carretas con ruedas de madera y bueyes”. Estuvo seis meses instalada en el país centroamericano.

El reconocimiento a Claudia por su labor en Nicaragua (Matías Arbotto)

Hoy, doce años después de esa experiencia en Nicaragua, la docente sigue al frente de una fundación que creció exponencialmente desde aquella reunión en 2004. A los ocho pioneros se le fueron sumando incontables voluntarios: vecinos de Pinamar, de Mar del Plata, gente de otras organizaciones y también de las comunidades que visitaron. Claudia y Alejandro dicen que tienen cientos de solicitudes de establecimientos educativos rurales interesados en recibir su ayuda. En la agenda de 2023 están programadas las visitas a uno en Jujuy, otro en Misiones y uno más en Córdoba. Desde el primer contacto con las escuelitas hasta que se concreta la conexión suelen pasar alrededor de tres meses.

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