Desde hace 13 años existe la ONG Buceo Sin Barreras, fundada por el argentino Daniel Zuber, referente internacional del buceo adaptado, y apasionado por transmitir a través de su profesión una actividad igualadora que transforma, tanto a los participantes como a los instructores. Hace más de tres décadas se dedica a enseñar, pero mantiene intacta la vocación que sintió el día que lloró bajo el agua por primera vez. En diálogo con Infobae habla sobre el compromiso que asume la organización sin fines de lucro en materia de inclusión social de personas con discapacidad, y se emociona por el reconocimiento que les otorgó la Legislatura porteña en noviembre de 2022 debido a su trayectoria.
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Nació en Buenos Aires, pero sus ganas de aprender y formarse para hacer su sueño realidad lo llevaron a conocer otros lugares del mundo. Cuando tenía 22 años Daniel vivía en el sur de Israel, y trabajaba en un centro de investigaciones haciendo control de impacto ambiental del suelo marino en jaulas de cría de peces en mar abierto. “En 1989 viajé a Medio Oriente para trabajar en el ámbito científico, y empecé con el análisis de la polución en sedimentos marinos debajo de piscifactorías, algo que hice durante ocho años y en paralelo me dediqué a la enseñanza hasta hacerme instructor de buceo deportivo”, cuenta sobre los inicios de su carrera.
El año bisagra fue 1993, cuando conoció a un grupo de excombatientes que lo hizo comprender la sensación de libertad que podía generar un recorrido en las profundidades. “Venían a bucear al lugar donde yo estaba trabajando, y para ese momento yo no tenía idea de muchas cosas; no sabía cómo se metía al agua a alguien con doble amputación, o con algún tipo de discapacidad motora ni sensorial”, reconoce. Recuerda que cuando le preguntó a uno de los veteranos cuánto calzaba para ir a buscar el resto del equipo necesario, él le entregó sus dos piernas ortopédicas, y lo dejó sin palabras. Después de hacer el primer acercamiento al agua, y brindarle todas las explicaciones pertinentes, al momento de zambullirse fue testigo de la felicidad que transmitía mientras practicaban la actividad.
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“Ese fue del día que se me inundó literalmente la máscara de lágrimas, y así empezó el sueño de poder compartir mi trabajo con todo el mundo, porque yo hasta ese momento no sabía que lo que hacía generaba emociones”, confiesa. Los testimonios de aquella tarde inolvidable remarcaban “la falta del peso del cuerpo”, “la posibilidad de moverse libremente en el agua”, y “la sensación de ingravidez”, como las mejores características de la experiencia. “Es increíble cómo te recarga de energía, y te hace darte cuenta de que si fuiste capaz de bucear, podés hacer muchas otras cosas, porque tiene cierto efecto transitivo”, explica con pasión.
Daniel siguió capacitándose, viajó por proyectos científicos a Alemania y Chipre, y luego obtuvo la titulación de instructor de buceo. “Necesitaba aprender sobre temáticas que no son solamente sobre la profesión, sino que tienen que ver con derechos humanos y con leyes, con la accesibilidad a actividades acuáticas, lo que llamamos buceo adaptado o buceo asistido”, detalla sobre la temática que lo impulsó a querer saber cada vez más. En 2002 había hecho un primer intento de poner en práctica los conocimientos cuando abrió una escuela de buceo en nuestro país, pero a raíz de la crisis económica y las consecuencias del “corralito”, emigró a España por varios años, hasta que en 2009 volvió a Buenos Aires.
“La idea era capacitar instructores en buceo adaptado, así que me presenté en la Agencia Nacional de Discapacidad para contar todo lo que se podía hacer en relación al buceo”, cuenta. A los 54 años, no tiene dudas de que ese fue otro momento clave donde tuvo que reinventarse y aprender de términos como “personería jurídica”, contabilidad y soluciones creativas para los obstáculos que fue sorteando junto a amigos y colegas para poder fundar la ONG Buceo sin barreras, que surgió como una iniciativa de la Asociación Civil “La Amalgama”.
“Nuestra intención era facilitar el acceso de la actividad a personas con y sin discapacidad, y yo como coordinador, director y fundador, también tenía que formar un equipo, y la mayoría de los que hoy son parte son mis ex alumnos; porque la experiencia se gana trabajando en el agua, es práctica, y se transformó también en un espacio de instructores y voluntarios”, celebra. La sinergia comenzó a fluir, y las jornadas gratuitas que organizaron fueron la oportunidad perfecta para que los instructores pongan en práctica lo aprendido, y a su vez, los participantes disfruten de una vivencia única.
“De repente ves padres con hijos con alguna discapacidad o al revés, que están juntos abajo del agua, y ves lo contentos que están, las sonrisas, la alegría, y eso es alucinante”, manifiesta, y asegura que los comentarios positivos que reciben los recargan para seguir cumpliendo sus sueños. “Personas ciegas que dicen que al escuchar su respiración no tuvieron miedo de caerse, personas con discapacidades motoras que de repente no sienten la restricción de estar en una silla de ruedas y se puede mover libremente, que sienten como si volaran”, refleja emocionado.
Por supuesto que detrás existe un esfuerzo conjunto de los integrantes de la ONG para mantenerse a flote en cuanto a los recursos económicos. “Es a pulmón, porque hay que reparar los equipos que se rompen; comprar nuevos; las recargas de aire de los tanques; hacer las pruebas hidráulicas; ahora estamos en búsqueda de un compresor, que es lo que permite cargar los tanques de buceo, para no tener que pagarlos y gastar dinero por fuera”, enumera. Y agrega: “Tenemos algunos donantes, y los propios miembros aportamos una cuota anual para poder sostener la personería jurídica; a través de nuestras redes sociales -en Instagram @buceosinbarreras y en Facebook Buceo Sin Barreras- también vamos contando lo que necesitamos, y todo aquel que quiera donar equipos de buceo, usados o no, también bienvenido sea”.
El orgullo lo invade por la decisión de haber sentado precedentes en nuestro país, y con honestidad, asegura que aunque planteó ideas similares en otros lugares del mundo, la recepción que obtuvo en Argentina fue maravillosa. “Me emociono que estamos haciendo todo esto acá, y no sé si tiene que ver con lo idiomático, o con que nosotros estamos acostumbrados a los esfuerzos extremos para conseguir cosas, pero todo fue fluyendo casi como el agua, fue dándose de manera natural y orgánica”, asegura, mientras sueña con que la ONG tenga una sede propia donde puedan hacer jornadas más seguido y los profesionales puedan capacitarse de manera periódica.
La experiencia de ingravidez acuática
Ante la consulta de quiénes pueden inscribirse para participar de las jornadas, la respuesta de Daniel es clara: “Todas las personas que tengan un apto médico para hacer buceo, y en nuestro país la edad mínima determinada por Prefectura Naval son 12 años, y máxima no hay”. Mientras recuerda experiencias recientes, asegura que asistieron tanto niños como adultos mayores, accidentados post traumáticos, personas con discapacidad motora, cognitiva, sensorial, y personas neurodiversas. “Nosotros proveemos todo el equipamiento de buceo -cilindros de aire, chalecos compensadores, reguladores con instrumentos, máscaras, máscaras faciales, silla anfibia para transferencias, aletas, accesorios, un arrecife multi sensorial-, y el proceso dentro y fuera del agua es gradual acompañados de los instructores y asistentes de superficie”.
Por el momento, el anuncia se realiza a través de sus redes sociales cuando disponen de los medios y una locación para la jornada. “Afortunadamente siempre se llena, pero nos gustaría hacerlo más seguido; la idea es volver al origen de nuestro existencia, porque en definitiva todos venimos del vientre materno, con o sin discapacidad, y por eso estar en el agua nos conecta con ese espacio natural, nos iguala y nos une a todos de alguna manera”. Una y otra vez, cuando observa las reacciones a su alrededor, la máscara vuelve a empañarse por las lágrimas, y la mejor palabra que encuentra para definir lo que sucede debajo del agua es “magia”.
“Muchos se sorprenden de lo fácil que es respirar debajo del agua, porque utilizamos válvulas de demanda, equipos que no exigen ningún esfuerzo, y al respirar el aire fluye de manera natural. Nos transformamos en facilitadores de la experiencia subacuática que comienza fuera del agua en el momento de adaptación, porque es un proceso gradual y amable, donde todo tiene que ser según el tiempo del participante”, describe. Aplican el método de “enseñanza en espejo”, ubicándose el alumno frente a frente con el instructor, para inspirar confianza sobre cada elemento que utilizan para bucear.
“Para poder enseñar buceo, como en cualquier actividad, la conducta tiene que estar regulada, y los instructores nos damos cuenta también con la mirada, con el flujo respiratorio, si la persona está cómoda, y no hay ninguna exigencia, todo lo contrario. Es hermoso porque escuchás tu propia respiración, y eso te hace mucho más consciente”, señala sobre los beneficios terapéuticos.
En cuanto a quiénes pueden sumarse para enseñar en la ONG, existen varios requisitos a considerar. “Cualquiera que quiera sumarse tiene que comprender las reglas básicas de la inclusión, que no son solamente una infraestructura accesible; no significa solamente rampas, sino también asistencias visuales, temperaturas del agua correcta, equipamiento adecuado y personal capacitado en la temática”, sostiene Daniel. “No puede sumarse alguien sin tener ningún conocimiento, y por eso recientemente implementamos asistentes de superficie para el voluntariado, y a todo el equipo les damos capacitaciones, porque hacen falta más voluntarios”, reconoce, e invita a todo el que esté interesado en ofrecer su colaboración a enviar un e-mail a buceosinbarreras@gmail.com.
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“Capacitar profesionales en el ámbito del buceo adaptado es también aportar sensibilidad, porque en la enseñanza no hay ángulos rectos. Hay que entender que para enseñarle a alguien que sople o que respire profundamente, podés decirle que tiene una torta adelante con un montón de velas y que tiene que apagar todas esas velas”, ejemplifica. Actualmente trabajan más de 40 Instructores especializados, colaboran más de 100 personas ad honoren, y ya han realizado más de 5000 sesiones buceo para personas con discapacidad completamente gratuitas.
“Hace poco una nueva instructora que se sumó, de 55 años, me mandó unos mensajes que atesoro, donde me dijo que sentía que era lo que necesitaba para sentirse bien, formar parte de un grupo humano que tenga ganas de aportar, y si la persona que enseña está feliz, y el participante que asiste también, entonces es una retroalimentación de emociones muy satisfactoria”, expresa. Debido al renombre que fueron ganando con su trayectoria, la organización se convirtió además en un nexo entre instructores especialistas de otros países y las personas que los contactan para consultarles a dónde pueden acudir.
En su rutina del día a día, Daniel tiene un emprendimiento de reparaciones de piscinas y fugas, donde puede detectar la falla sin vaciar la pileta, haciendo uso de su experiencia profesional. “Mi vida por fuera de la ONG son mi esposa y mi hija de 6 años, y durante la semana paso un mínimo 15 horas abajo del agua”, admite con humor, convencido de que tomó la decisión correcta 30 años atrás, cuando empezó su camino para ser buzo profesional.
“La emoción fue combustible todo este tiempo, el poder compartir algo que a uno le apasiona, gracias a todo el voluntariado, a los instructores, los asistentes, los fotógrafos, y el reconocimiento de la Legislatura porteña fue la cosecha de todo lo que soñamos”, festeja. Con la esperanza de que cada vez se sumen más personas a la iniciativa, solo queda un pendiente: la sede propia para Buceo Sin Barreras. “Si conseguimos eso, voy a llorar otra vez, porque ahí sí vamos a haber cumplido realmente con todo lo que promovemos”, proyecta.
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