El naranja chillón de unos caños contrasta con la fisonomía de la escena. Parece ser una intervención nueva. Son estructuras metálicas que procuran guiar y ordenar al público. Miran a las boleterías. Segmentan las filas. El espacio es estrecho. Los hinchas las sortean para comprar su entrada. Los pintaron porque estaban oxidados, descascarados, perforados. Representaban un riesgo para la salud. Lo que no se hizo con el techo de la platea lateral, se hizo con estos caños. El naranja es estridente, penetrante. Hay un contrapunto con lo demás. El resto de la postal devuelve una expresión deplorable. Es el ocaso de un gigante, la decadencia de un recinto histórico.
El óxido lo abraza todo. La emulsión del hierro metálico expuesto a la humedad y la intemperie corrompe las estructuras. La tonalidad marrón de la herrumbre -a veces más amarillenta, a veces más rojiza- concentra lo que antes era blanco. Las rejas, las vallas, las escaleras, extractos de las torres de iluminación: los colores cambian si hay inacción. La vegetación abrasiva rompe el cemento. Las malezas crecen por encima del metro si hay desidia. La basura se esparce y el viento la mueve. La suciedad y los desechos se congregan en las esquinas o en las grietas si hay olvido.
Hay una plaqueta que sobresale de una pared exterior que sostiene una botella de plástico y tiene herida su parte de abajo: es de mayo de 1978 y recuerda el proyecto y la dirección de los arquitectos Antonini Schon Zemborain y asociados, al ingeniero Rodolfo Bramante, a los asesores y a la empresa constructora. Hay carteles que rememoran tiempos mejores: sobreviven rotos y descoloridos, y hay que agudizar la vista para identificar las letras. Ni los grafitis que inundan la corteza de hormigón parecen nuevos.
Es un elefante dormido, lo queda del José María Minella. El retrato de la caída del estadio mundialista de Mar del Plata, un monumento del fútbol argentino que, tras años de penurias y desaprensión, habría hallado una solución. Pero antes de un futuro que asoma prometedor, la secuencia de un proceso que lo llevó al declive, a la ruina.
La cancha hoy luce un pasto desparejo y dos arcos tristes. Ya no hay líneas de cal. No hay fútbol desde hace 84 días cuando en la última fecha de la liga de Primera División, el local Aldosivi perdió 3 a 1 contra Talleres de Córdoba. Desde entonces todo está en pausa: la simulación de un reposo permanente. Su estructura más preponderante es un techo inútil que ya no tapa a nadie porque nadie puede ponerse debajo. Desde arriba llueven desprendimientos: hay un riesgo latente de caída de mampostería. Los únicos exceptuados eran la prensa de radio y televisión y los dirigentes, a resguardo en los palcos.
El 24 de septiembre de 2021, una semana antes del regreso del público a los estadios de fútbol luego de la pandemia de covid-19, el Ente Municipal de Deportes y Recreación había procedido a la inhabilitación de la platea techada con capacidad para 6.500 personas sentadas. Adujo fallas estructurales y dispuso la clausura del sector hasta que se presentara un informe detallado de su estado de situación. Un síntoma de deterioro más: no el único ni el último.
El catálogo de falencias empieza, como un cruel presagio, en sus inicios. Fue una obra de la dictadura militar para albergar seis partidos de la Copa del Mundo de 1978. Se inauguró el 21 de mayo con un duelo premundialista: Mar del Plata se enfrentó a Tandil en un empate que concluyó 2 a 2. Pero el frío de ese crudo invierno desnudó la falta de previsión estratégica: los panes de césped se despegaban de la superficie con facilidad. Tres enfrentamientos del grupo 1 -compuesto por Italia, Francia, Hungría y Argentina- y tres partidos del grupo 3 -formado por Austria, Brasil, España y Suecia- se desarrollaron en un terreno irregular, fangoso, imposible.
Hubo un tiempo de esplendor. Fue casa de los históricos torneos de verano, fue el escenario de apertura de los XII Juegos Panamericanos Mar del Plata 1995 con un pebetero olímpico que hoy es caso testigo de las consecuencias del abandono, hospedó la coronación panamericana con Daniel Passarella como director técnico, vio el último título de Diego Maradona con la selección argentina en la Copa Artemio Franchi de 1993, albergó el Seven Internacional de Rugby de Mar del Plata de 2000 y el Mundial Sub 20 de 2001. Cantaron Queen y The Police, también Luis Miguel, Joaquín Sabina, José Luis Rodríguez, Chayanne y La Renga. Recibió a líderes políticos de la región, apadrinados por Maradona y la izquierda latinoamericana, en la organización de una contracumbre, en oposición a la quinta Cumbre de las Américas que se realizó en 2005. Sus hitos contribuyen a alimentar la pena de su deterioro.
Un temporal escondió la cancha debajo del agua anegada el 21 de octubre de 2002. Solo asomaban los arcos en una postal apocalíptica que devolvió a la memoria la feroz inundación de la noche del 20 de febrero de 1992 que afectó a toda la ciudad y particularmente a las vísceras del estadio. Un año después del segundo gran anegamiento, al estadio mundialista le surgió un feroz competidor: el Único de La Plata. El Minella aceleró así su proceso de deslustre: un remolino de postergación, desamparo y desidia. La clausura de la tribuna techada no fue el coto.
El domingo 13 de marzo de 2022 Alvarado y San Martín de Tucumán iban a jugar por la quinta fecha de la Primera Nacional a las 19 horas. Tuvieron que adelantar el encuentro para las cinco de la tarde. El viernes 18 de marzo de 2022 Aldosivi y Patronato iban a jugar por la séptima fecha de la Primera División a las 19:15. Tuvieron que adelantar el encuentro para las cuatro de la tarde. No fue una decisión de los organismos de seguridad: habían robado cables y elementos técnicos del tablero eléctrico de la torre de iluminación sur del estadio. Desde entonces, los partidos del Minelli -salvo contadas excepciones- se jugaron con luz natural.
Aldosivi y Alvarado, ahora comparten la segunda división del fútbol argentino, disponen del escenario de manera gratuita por ordenanza municipal. Son los únicos que lo utilizan. Hace dos años que ya no es casa de partidos de Copa Argentina. Hace más de tres años que no hospeda partidos de envergadura: el último fue Racing ante Tigre el 14 de diciembre de 2019 por la final de la Supercopa. River y Boca jugaron ante Aldosivi en el Minella. Por la trascendencia de los clubes más convocantes del país, la prensa nacional descubrió el pésimo estado del campo de juego y las restricciones a las acreditaciones dadas la precariedad de la platea techada, donde hay 192 pupitres y pocas cabinas cubiertas.
A pesar del calamitoso estado actual, el estadio está operativo. En 2022 se jugaron 40 partidos y en 2021, 42. Hubo esbozos tímidos de resurrección, esfuerzos estériles de rejuvenecimiento de parte del municipio: revestimientos de cerámicos en baños, ampliación del sistema de seguridad por cámaras, trabajos de electricidad, reposición de vidrios rotos en cabinas de transmisión, limpieza de desagüe pluvial, fosa perimetral del campo, desmalezamientos. No alcanza. Los remiendos no combaten el problema de fondo. Un informe encargado a la Universidad Nacional de Mar del Plata a efectos de disponer de una evaluación técnica del estado general del Minella demanda un costo que oscila entre quince y veinte millones de pesos. El valor del relevamiento no fue incluido en la partida presupuestaria municipal.
Mar del Plata tiene otro plan. Guillermo Montenegro, intendente de la ciudad balnearia, guarda una excelente relación con Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. Hubo diálogo fluido durante la estadía del seleccionado en el Mundial de Qatar 2022. El viernes 7 de enero, un día después de que el mandamás de la AFA llevara la réplica de la Copa del Mundo a Punta Mogotes, se reunieron por primera vez desde la obtención de la Copa del Mundo. Retomaron un tema pendiente: la concesión del estadio José María Minella para que se transforme en la nueva casa de la selección argentina.
El proyecto se cocina a fuego lento. La intención lleva casi un año de charlas. Sigue vigente, pero embarga una situación de complejidad técnica y jurídica que ralentiza la formalización. Ambas partes sostienen el entusiasmo y la expectativa. Las declaraciones formales ilustran un escenario auspicioso. “Es una buena idea, me parece que hay que trabajarla. Hay que ver pero ojalá se pueda dar”, sostuvo Tapia en su última aparición pública.
El Minella presume de condiciones favorables que seducen a la asociación: cercanía con la ciudad de Buenos Aires, aeropuerto internacional e infraestructura hotelera para albergar tanto a la selección mayor como a combinados juveniles y femeninos. De hecho, AFA ya inició revisiones técnicas del estadio para la evaluación de los costos. La concesión sería de tres décadas para que la entidad madre del fútbol argentino lo restaure por completo y lo explote. Las conversaciones seguirán. El plan de resurrección continúa. El estadio mundialista marplatense tiene 44 años de vida: parece más viejo.
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