Una mujer que apoyaba el pie en la esquina del Parque Rivadavia, con sus problemas del día, al bajar la vista se encontró con un mosaico de un patito amarillo que le alegró el día. Para su autor, Héctor Ortiz, que rellena con su alegre arte veredas que presentan alguna grieta, rotura, eso le da sentido a sus intervenciones y lo pone “chocho”.
El hombre, nacido en Pompeya y vecino de Caballito, que está por cumplir 74 años, prefiere ocultar su cara en redes y también en medios, no porque tenga algo que esconder, sino porque no le gusta la exposición. Son muchas las obras que pueblan su barrio (varias se encuentran en Parque Rivadavia), y cada vez más vecinos están detrás de sus huellas: se alegran si descubren otra obra y están atentos a cuál será la próxima. Nadie sabe quién es. Excepto los que tienen la fortuna de verlo colocando con “las manos en la masa” colocando su trabajo. Ahí sí, se le acercan y le comentan que vieron tal o cual obra del él. Lo felicitan. Le agradecen.
Para el resto, se mantiene en el anonimato. Sus obras que tienen la firma de @holortiz dirige a una cuenta de Instagram donde se ven más trabajos, donde hay muchos comentarios de la gente, siempre afectuosa, pero su cara continúa siendo un misterio. “Yo no soy importante”, dice.
Héctor domina el arte de los azulejos partidos que se unen en un juego de rompecabezas pero poco y nada de redes sociales, que se la manejan sus nietos. El solo está concentrado en su próxima pieza, en su próxima intervención callejera y en darle una alegría a alguien. Es su propósito.
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“Yo me dedicaba a la parte técnica, trabajaba en la reparación de equipos viales, máquinas y siempre me gustó meterme en cosas para hacer con las manos”. Héctor, que también vivió en Lanús tuvo como primer hobby el vitraux. Después de mudarse a Capital, se quedó sin espacio físico para trabajar, porque requería andar con grandes placas de vidrio, sumado a que ahora tienen un piso de parquet y más complicaciones, por lo que se volcó al mosaico, que “es más o menos la misma técnica”.
Cuenta que el último vitraux que hizo está en una capilla de Lanús, Ermita Oratorio Virgen De Schoenstatt, en esquina de Dean Funes y Francisco García Romero. “Se hizo una capilla con los vecinos de la zona y yo doné los vitraux, los dos de la cabecera del techo que más o menos tienen tres metros por un metro y medio de alto y el que está detrás del altar, que tiene la figura del Espíritu Santo. En la entrada está el copón y después hice otros para las seis ventanitas”, precisa. En cambio su labor con los mosaicos se adapta mejor a las medidas de su departamento en el que vive ya que puede trabajar con piezas más pequeñas. “El mosaico es un mundo que te atrapa porque podés no sólo usar la venecita, usar el azulejo, sino que podés usar cualquier tipo de material, como platos rotos, vajillas y más”, explica.
Esa libertad que ofrece esta actividad hizo que incorporara juguetes dentro de uno de ellos, donde está precisamente la Feria del juguete en Parque Rivadavia (en la entrada de Rosario y Doblas). “Le puse autitos, muñecas, que eran de mi nieta. Pero lamentablemente lo tuve que retirar porque lo vandalizaron un par de veces. Entonces me sentí mal y lo retiré”, comparte con pesar.
Cuesta comprender que alguien hago algo así, pero al mural le habían arrancado piezas y le habían pegado como con un martillo según contó el artista. “Cuando me descomprima de lo que estoy haciendo, en su lugar tengo programado hacer un pequeño mosaico enfocado a la no violencia. A mí me gusta dar un mensaje o una alegría a alguien con cada uno de ellos”, destaca.
Quien viva en Caballito y frecuente el Parque Rivadavia, imposible que no haya posado su mirada en cualquiera de sus mosaicos. En la Feria de libros, colocó uno con tres libros apilados. Y en el ingreso, en un respiradero, la cara de un perro. “Sí porque hay mucha gente que los adora y fue como un homenaje a ellos”, explica.
¿Por qué Caballito? Porque Héctor camina mucho por su barrio y es ahí donde detecta cuando hay alguna rotura. “Los lugares que intervengo están rotos y si hay un hueco o adhiero algo en una pared pido permiso”, asegura. El patito amarillo que despierta sonrisas al cruzar al parque, por Doblas y Avda. Rivadavia, fue idea de su nieta mayor. Con ella buscaron diseños. Siempre que detecta una rotura para rellenarla de arte, Héctor hace una foto, para tener el antes y después. Su familia lo sube al Instagram.
“Resulta que la gente se enamoró del patito”, dice. Cómo no enamorarse. Esta misma periodista, puso un día su pie al lado y al “descubrirlo” le despertó una sonrisa.
La gente le hace fotos a los mosaicos, arroban a @holortiz y también le dejan comentarios a sus fotos, como este del patito. -“Que felicidad cuando lo vi ahí, entre tanta gente, entre pisada y pisada... Te escribo para decirte gracias!!!! Me encantó!!! El arte transforma, repara, expresa.... Es una gran forma de que tome protagonismo en cada rincón de nuestra ciudad”.
U otra. -Me alegraste el día con tu trabajo, era algo que no esperaba encontrar. Tan pequeño pero tan inmenso. Gracias!
O quien dijo: -Escandalosamente poético.
El mosaico de El Principito, de Saint-Exupéry, está en la ochava de Campichuelo y Rivadavia, sobre la pared de la escuela Primera Junta. Este trabajo lo hizo en colaboración con Majo, otra artista con quien trabaja en murales colectivos. “Fue un trabajo en conjunto”, quiere destacar.
Mientras estaba haciendo un mural colectivo para el Hospital Penna, una guarda en homenaje a los médicos, su hijo le mostró el trabajo que hacía un artista francés, a quien llaman el médico de las calles. Se trata de Ememem, un artista callejero que rellena grietas con venecitas y actúa de noche, en el anonimato. “Me pareció tan interesante y empecé a estudiarlo. Es dejar huellas en la calle”, cuenta el hombre que uno de los primeros trabajos que hizo fue un tranvía para Los amigos del Tranvía, en Avenida Directorio y Bartolomé Mitre.
Otras de sus intervenciones fue un zorro junto a la puerta de la casa donde vivió el músico Luca Prodan. “El zorro era la tapa de un long play”, explica.
Lo más emocionante le ocurrió hace pocos meses cuando hizo un colorido colibrí para la escuela Escuela para niños, niñas y jóvenes de educación especial N°33 “Santa Cecilia” para niños ciegos de 0 a 14 años, también, del barrio de Caballito, de 1,20 m de alto x 0,50 cm de ancho. En su Instagram define a la pieza con relieve especial para identificar las partes que componen la figura, así como también, la elección de colores contratantes para estimular lo visual. Es una propuesta pensada para una infancia con ceguera y baja visión. Está en el patio descubierto. A la pieza le sacó todo el filo, para que no se lastimen. Lo terminó justo cuando cerró el ciclo lectivo. Este nuevo años los alumnos podrán verlo, otros sentirlo. “siempre quise hacer algo para una escuela”, revela mientras se deshace en elogios por las maestras de Santa Cecilia por el empuje que tienen. “Cuando cerraron el ciclo lectivo, me enviaron una invitación para que fuera, y disculpá, tengo 73 años para 74, pero llené un pañuelo llorando”, comparte el artista.
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