Nilda Gómez veló a su hijo, Mariano, con la marca de la suela de una zapatilla en la cara. Su rostro todavía estaba manchado con el humo negro que lo mató en Cromañón el 30 de diciembre de 2004. Le explicaron que era la diferencia entre los que habían caído boca arriba y aquellos que lo hicieron boca abajo. “El que cayó boca arriba recibió la muerte más rápido, porque el humo iba bajando, y el que lo hizo boca abajo siempre tuvo un restito más para escapar o aguantar. Mariano cayó boca arriba, tuvo pocas oportunidades”, relata.
Su abogado le pidió que no mirara las fotos de la autopsia, pero eso, dijo, “es lo primero que mirás… querés ver a tu hijo no importa cómo esté”. Lo vio, pero nadie le pudo contar cómo fueron los últimos instantes de Mariano.
Aquella trágica noche, cerca de las 22.50, Callejeros, la banda liderada por Patricio Fontanet, dejó de tocar Distintos, el primer tema del que iba a ser su último recital del año. Lo interrumpieron, un músico detrás del otro, por la sinrazón del público, que arrojaba bengalas en un espacio cerrado, atiborrado con más de tres mil personas en un lugar habilitado (en forma irregular, además) para 1031 personas. Bastó que una de ellas se clavara como una flecha incendiaria en la media sombra de polietileno para desatar el espanto. Se produjo un fuego ”como una velita”, dijo un testigo. Suficiente para encender 177 metros cuadrados de la guata blanca de 6 centímetros de espesor y las planchas de espuma de poliuretano que colocaron en el techo para insonorizar el lugar. Estos últimos elementos desprendieron cianuro de hidrógeno, dióxido de carbono, monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, y vapores de isocianato. Eso fue lo que mató a 194 chicos y chicas en el boliche que regenteaba Omar Chabán.
Nilda, que luego de la masacre estudió abogacía, conoce todos esos detalles. Pero jamás el más importante: “Nunca supe qué pasó con Mariano, cómo murió exactamente. Los chicos contaron qué había sucedido ahí adentro, pero no concretamente qué sucedió con Mariano. A veces me lo imagino sentado contra la pared, con las piernas abiertas, las rodillas en alto, las manos extendidas y los ojitos... Me lo imagino mucho. Y a fin de año más. Pero nunca pude saber exactamente cómo murió”
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Aquel jueves, Mariano Benítez, que tenía 20 años, fue en una Trafic que compró con mucho esfuerzo desde su casa en José C. Paz hasta la de su amigo Gustavo Marchiano, en Grand Bourg. Dejó el utilitario allí, y los dos caminaron cuatro cuadras hasta la estación del tren. De allí, a Once. Nilda no supo más nada de él. Hasta que en la madrugada del día siguiente, a su hijo lo encontró la hermana, Carolina, que junto a sus tíos hizo el recorrido de los hospitales, como estaciones del calvario que atravesaron todos los familiares. “Los chicos estaban todos iguales, era verano, tenían el torso descubierto, la barba de Mariano se confundía con el tizne del humo. Carolina iba limpiando la carita de los chicos, uno por uno, hasta que lo encontró en un pasillo del Durán. Estaba tirado, como muerto, porque en realidad nadie sabía si estaba muerto o vivo”, lamenta.
Los dos amigos -porque Gustavo también murió allí- fueron velados juntos el 2 de enero, en el colegio Evangélico de Grand Bourg, al que asistían. Después, el cortejo fúnebre hizo el recorrido hasta el cementerio de esa localidad, y más tarde, con todos los amigos y familiares de ambos, al de San Miguel.
Pasaron 18 años desde aquella noche. La vida de Nilda Gómez se dividió en dos: una que sigue adelante con la ONG Familias por la Vida, que se formó luego de la tragedia; junto a su hija Carolina que espera un trasplante de riñón y debe conectarse a una máquina de diálisis; a su nieta Indira y a su pareja desde hace seis años, Willy. La otra, sin dudas, quedó colgada en la memoria de Mariano, en ese boliche de Once hacia el que mira cada vez que va a la oficina de la ONG en el primer piso de la Estación de trenes o, como esta semana, cuando cambian las 194 fotos de las víctimas en el Santuario ubicado frente a lo que fue el boliche.
Nilda aún llora cuando recuerda: “Todavía tengo una tristeza tan grande, que me cuesta pensar todo. Durante el año remonto, pero en diciembre vengo en caída libre, cansada. Mi pareja hizo un altar suyo en casa. Le pongo flores, le prendemos sahumerios. Ahí puedo hablar, es una manera de tenerlo vivo. Pero en estos días lo miro y es una foto, nada más. Puedo abrazar la foto, besarla, pero nada más. Estas fechas me traen la necesidad de mi hijo. Por suerte, el grupo que tengo en la ONG es maravilloso. Ahora pintaron un mural, hacen, hacen y hacen. Fuimos a dar charlas por todos lados, en enero voy a Brasil porque se cumplen 10 años de la tragedia del boliche Kiss. Entonces, no está permitido bajar los brazos”.
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El 27 de octubre de este 2022 que se va, pareció que la política le daba un espaldarazo a los familiares de las víctimas, cuando el Senado de la Nación transformó en ley la autorización para expropiar el inmueble de Bartolomé Mitre número 3038/3078 donde funcionó el boliche Cromañón, con 60 votos a favor y sólo uno en contra de la senadora cordobesa del PRO Carmen Álvarez Rivero. El 12 de octubre había sucedido algo similar en la Cámara de Diputados, donde se aprobó por unanimidad con 207 votos positivos, a pesar de que 49 legisladores estuvieron ausentes. En su texto, la ley señala que el predio debía ser destinado “a la creación de un espacio dedicado a la memoria de lo ocurrido el 30 de diciembre del 2004″
La ONG Familias por la Vida había presentado un proyecto de ley similar en 2019, poco después de que Rafael Levy, dueño de “Nueva Zarelux S.A.” y propietario del predio donde funcionaban Cromañon y el hotel contiguo, el Central Park -quien fue condenado a cuatro años y medio de prisión por el caso- recibiera las llaves del lugar tras quedar en libertad.
“Tengo una bronca con eso. Cuando se cumplió la condena de Levy, él ya no estaba en la cárcel, por eso de los beneficios. Yo creo que los jueces (María Cecilia) Maiza, (Marcelo) Alvero y (Raúl) Llanos salieron corriendo a la casa de Levy con las llaves en la mano. Y ese mismo día, no él pero sus empresas, entraron, sacaron todo, pintaron todo, tiraron todo lo que había desde hacía 18 años y blindaron todo el lugar como para que nosotros no pudiéramos ingresar”, cuenta Nilda indignada.
Ellos, en la ONG, vieron venir esta movida: “Nosotros le avisamos a todo el mundo que eso iba a pasar, que nos iban a madrugar de esa manera. Hacía mucho tiempo que no marchábamos o estábamos en algún escenario leyendo documentos. Empezamos a prender velitas en la puerta, 194 velas, entendíamos que eso es iba en consonancia con el proyecto de expropiación que habíamos presentado. No queríamos que Levy se adueñara otra vez del lugar, porque entonces sería muy costoso conseguirlo…”
La idea de los familiares, que sintetiza Nilda, es que ese predio -incluido el hotel- se transforme en un “espacio de memoria en conjunto con el Instituto Nacional de la Música. Con ellos teníamos un proyecto muy lindo para que los artistas ya grandes, que ya no están tanto en los escenarios, que no los llaman, tuvieran un lugar para tocar. Y además, que se convierta en una especie de Museo de la Memoria, para transmitir la experiencia a los jóvenes músicos, a los chicos que recién empiezan, a los de los colegios secundarios. Tenés un montón de pibes que tienen su banda, que tocan la guitarra y podrían recibir las recomendaciones de esos músicos adultos, del que pasó por miles de escenarios”.
Pero, por ahora, los familiares de las víctimas deben seguir esperando. La decisión del Congreso aún no fue reglamentada. Nilda, que se emociona cuando habla de su hijo, se endurece al comentar los vaivenes políticos que rodean a la masacre: “Para mí eso de la expropiación fue un golpecito de campaña política nada más, realmente la vamos a tener que pelear mucho. Ya acercamos una carta al Presidente Alberto Fernández para que nos atienda, pero él está como muy encerrado y no quiere atendernos. Yo creo que va a ser una pelea muy fuerte porque no está reglamentado, solamente se aprobó. Es algo que tiene un efecto político más que práctico”.
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Pero luego se quita la decepción de encima y recobra la fuerza: “La ley está, así que yo me agarro de eso y le voy a dar para adelante. Es una ley y como tal hay que cumplirla, hay que pedir la reglamentación. Pero en cuanto y en tanto no se arranque de una buena vez con la reglamentación de la ley y se le dé participación a todas las ONGs de Cromañón, a todo el movimiento Cromañón, por ahora es humo”.
Hoy, a las 20.00, en la ONG Familias por la Vida -que también incluyen a familiares de la tragedia del boliche Beara- van a inaugurar un mural que pintaron entre todos. Luego se encenderán velas en el Santuario. Y para finalizar, a las 22.50, la misma hora en que hace 18 años se desató el horror, tendrá lugar una suelta de globos. Para que los 194 chicos y chicas que sonríen desde las fotos que sus parientes y amigos dejaron allí, sepan que jamás van a estar solos.
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