Un mensaje que publicó Facundo Calvó en su cuenta de Twitter fue el comienzo de una ola de felicitaciones para Cecilia, su madre, por la resiliencia con la que enfrentó cada uno de los desafíos que se fueron presentando hasta recibirse de abogada. En una profunda charla con Infobae, la flamante graduada en una maestría en Justicia Constitucional y Derechos Humanos repasó su historia, y asegura que no se trata de un caso aislado, sino de algo que se repite en las vivencias de una gran cantidad de mujeres, en cuanto a los prejuicios y los llamados “techos de cristal” que existen en la sociedad.
Una voz entusiasta y guerrera responde del otro lado del teléfono, contenta porque a sus 52 años le aprobaron la tesis que le permitirá obtener el título en la especialización y el máster en el que se embarcó hace dos años, cuando se postuló a una beca certificada por la Universidad de Bologna, Italia. Nació en Buenos Aires, pero sus dos padres son jujeños, y cuando tenía ocho años se mudaron a San Salvador de Jujuy. “Después ellos se separaron, pero ya nos quedamos acá, y por cosas de la vida, y que mi mamá tenía problemas de salud, a mí me crió mi papá”, revela.
Decidida a estudiar abogacía, empezó en tiempo y forma después de terminar el secundario, y a los 20 años ya estaba en tercer año de la carrera. “Estaba estudiando en Salta cuando quedé embarazada, así que pasé todo mi embarazo allá, y ahí nació Facundito”, cuenta, y rememora el impacto social que sintió cuando supieron que esperaba un hijo: “A mí de repente me sacaron toda la fe, pasé a ser poco creíble para muchos, porque no solamente iba a ser mamá soltera, sino que ya daban por hecho que ya no iba a cumplir con mis objetivos”. Resalta el apoyo que le brindó su círculo familiar, pero confiesa que la seguridad con la que otros le remarcaban que no podría continuar con sus metas, la hicieron dudar de sí misma.
“Si bien no era adolescente y ya estaba entrando en la adultez a mis veinte, igual me consideraban muy joven para ser mamá, y con el vapuleo emocional, la fragilidad que de por sí ya sentía, me preguntaba si iba a poder. Es violencia psicológica cuando en un momento tan delicado hay personas que descreen, que sentencian que no lo vas a lograr”, sostiene. Así comenzó una pausa de una década en el anhelo de convertirse en letrada, por una serie de acontecimientos que implicaron que postergara aquel deseo hasta que las circunstancias se acomodaran.
“Vine a Jujuy de nuevo, ya con Facu, pero todavía recién se abría la carrera para primer año, y tenía que esperar por lo menos otros tres años hasta que alcanzara cuarto año y se abrieran las vacantes para que yo pudiera retomar”, detalla. En ese lapso barajó varias alternativas, como la de irse a vivir a la provincia de Corrientes para ir a otra universidad, pero no resultó una opción viable por los cambios de logística que implicaba. “Opté por esperar, y en ese momento tampoco había educación a distancia, algo que me hubiera facilitado seguir estudiando, así que la espera para poder asistir presencial fue también lo que me demoró”.
A sus 30, el retorno se volvió una posibilidad firme, pero no fue fácil regresar a la rutina y la invadieron otros miedos sobre cuál era su futuro como profesional. “Nunca había tenido problemas con los estudios; estaba súper avanzada, pero el golpe fue más emocional que intelectual, y no por nada hoy tengo un hijo psicólogo, que sabe muy bien cómo te puede afectar cuando estás emocionalmente frágil que alguien te diga que vos no vas a poder, para asustarte, para que no lo hagas, por el motivo que sea”, reflexiona. En este sentido, confiesa que no le fue bien cuando volvió al aula, y que sufría ansiedad cuando iba a rendir.
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“A veces preparaba materias y después no podía presentarlas; en esa época era difícil tener una red de apoyo porque se hablaba mucho menos de un montón de temas y estaban más invisibilizado los límites que padecemos las mujeres”, comenta. Y recalca: “No es lo mismo cuando una mujer deja a su hijo para ir a estudiar que cuando un hombre deja a su hijo para estudiar: Del lado del hombre no se cuestiona, se considera que el padre está haciendo algo para su hijo, para progresar, poniéndolo en la imagen del rol de proveedor, que está perfecto, pero hoy la mujer también es proveedora”.
En medio de todos los estigmas, por ese entonces ya la consideraban “rebelde”, por cuestionar por qué algunas situaciones eran puestas bajo la lupa cuando se trataba de un género, y otras no. “No hubiera sido lo mismo si yo hubiese sido hombre, pero siendo un entorno social pequeño el que me rodeaba la pregunta giraba en torno a mis capacidades, a relacionarme solamente a la tarea de cuidado, que las mujeres la hacemos maravillosamente bien, pero también somos todo el resto, eso es lo que no hay que olvidar, que no somos solamente eso”, sentencia.
“Me rodeaban las cargas, las vergüenzas, los estereotipos, y aunque dicen que siempre hay tiempo para hacer las cosas, una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque la gente le pone un tiempo estimado a las metas, y hay muchas presiones. Yo sentía que si no me recibía a los 20 y pico iba a ser una abogada vieja, que no iba a lograr cosas, que nadie me iba a tomar en un trabajo, y como la sociedad es bastante compleja con la edad, también me cargaba con la culpa de no haberme recibido cuando me tenía que recibir”, describe. En ese contexto descubrió otra veta que la acercó hacia una faceta que la ayudó a salir del molde y encontrar otras alternativas.
“Siempre digo que a mí me salvó el teatro, porque soy actriz vocacional, y cuando pasó todo esto y todo el mundo perdió la fe, me concentré en esa otra parte artística”, explica. Aunque a su padre no le parecía una opción laboral viable, se mantuvo firme y siguió yendo a las clases. “Pude sacar cosas mías y empezar a actuar, gracias a que el teatro me enseñó que lo que había que hacer era salir y hacer, no había otra forma, había que ir a hacer, mal o bien, pero intentar”, expresa. Siente que esas herramientas fueron esenciales para reencontrarse con sus objetivos e ir en búsqueda de conseguirlos una vez más. Lo logró, y se consagró como letrada en materias de lesa humanidad y derechos humanos.
“Creo que mi situación fue bastante más aliviada que lo que les sucede a muchas otras mujeres que han pasado situaciones muchísimo más difíciles que yo, y han logrado cosas extraordinarias. Aunque fui una mamá soltera, no teníamos problemas económicos, y si bien dejé mi carrera, tuve la posibilidad de retomar más adelante, algo que no les pasa a todas, o que directamente no lo pueden ni pensar”, se lamenta. Al vivir la disparidad en primera persona y comprobar en carne propia que sigue faltando mucho por abordar en perspectiva de género y patriarcado, eligió abrazar también el movimiento feminista.
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“Me dediqué a esa temática con todo mi corazón, primero desde mi maternidad, que la disfruté profundamente, y la sigo disfrutando, pero con la convicción de que la maternidad tiene que ser elegida, y para que eso pase, hay que darle a las mujeres las herramientas, sobre todo desde la información, y que sepan que tienen derecho a planificar su maternidad, que siempre son dos personas las involucradas, donde el otro también tiene que poner de su parte”, argumenta con seriedad. “Parece mentira que con todos los avances de estos últimos tiempos siga costando tanto llevar la ley a la aplicación social, y no relacionarla con el combate, con el resentimiento, o con la idea de que las mujeres que nos decimos simpatizantes del feminismo odiamos a los hombres, algo que es totalmente mentira”, agrega.
“Yo he sido muy amada por hombres, tengo hijos varones a los cuales amo profundamente, y no pasa por ahí, pasa por tener conciencia de que la sociedad tiene una brecha social en cuanto al género que deviene de una cuestión histórica, desde los albores de la humanidad”, enfatiza. Retoma la línea cronológica de sus estudios y cuenta que cuando cumplió 50 decidió anotarse en la convocatoria a becas de la Universidad de Bologna por un programa en conjunto que le interesó, y para su sorpresa, fue seleccionada. “Fue la primera vez que se hizo todo en modalidad virtual, por la pandemia, así que hice todo online”, revela.
Algunas materias de la cursada eran en italiano, y otras en español. “Soy malísima con los idiomas, sobre todo para hablar, quizás para leer me defiendo un poco, pero traducía todo y pude completarlo”, celebra. La diferencia horaria de cuatro horas con Europa implicaba que a veces tuviera que conectarse a clases de Zoom en horarios exorbitantes, e implicaba también estar enfocado en los contenidos de la especialización. “Hasta hace poco tenías que irte un año y dos meses a Italia para terminar de rendir allá, pero dado el contexto mundial fue todo a distancia, y coincidió que también que fue la primera vez que pusieron la materia de género en la maestría, así que se alinearon todos los astros”, remata con alegría.
“Hoy ya no se usa decir madre soltera, porque no hay madres solteras, lo que hay es padres abandónicos”, sentencia. Y agrega: “Era un estigma decir ‘madre soltera’ tiempo atrás, porque significaba que no habías podido retener un hombre, que tenías un hijo que no era considerado legítimo, porque en su momento existía la figura legal de hijos naturales, algo ridículo porque son todos naturales, pero así lo definía el derecho romano por ser nacidos fuera de un matrimonio”. Con más razón, considera una victoria personal haber podido ofrecer su granito de arena al elegir la temática de género para su tesis, que representa un aporte justamente al derecho italiano.
“La verdad es que no cambiaría nada de lo que hice en mi vida, por los hijos que tengo, pero sí insisto en que en mi caso yo pude elegir. No es cierto que parte del costo del amor maternal para la sociedad tiene que ser postergarte, porque un hijo es una responsabilidad compartida”, aclara. En base a su experiencia, se pregunta: “¿Qué más quiere un hijo que ver a su madre realizada?”. A raíz de su trabajo fue conociendo a otras mujeres que conformaron una red de apoyo, y está convencida de que “nada se logra sola, completamente sola, se necesita la compañía de otros”.
“Más adelante me casé y tuve a mi otro hijo, Máximo, que tiene 16 años. Cuando Facu cumplió 15 nació su hermano”, revela sobre cómo evolucionó su vida familiar a la par de sus estudios. Sobre el sistema judicial como elemento de acompañamiento, repudia cuando es la propia Justicia la que desampara. “Es terrible y lamentablemente he visto muchos casos que me generaron impotencia, porque el aprendizaje del género no es una cuestión de leer una ley, es una forma de vida, no es una ideología; es una manera de ver la vida socialmente, y se han naturalizado cosas que son gravísimas”, indica. Y reclama: “Se necesita que sea más equitativo, también desde el entorno social, que no haya ese doble discurso de ‘qué buena madre’, ‘que hermoso cómo criaste a tus hijos’, cosas que se dicen para tranquilizar la moral propia, pero después ni les pregunta cómo están, ni les llevan un litro de leche”.
“Si no se puede acompañar, entonces hay que tener la humildad de tratar de entender al otro. Es un gesto, no hace falta andar salvando el mundo porque no se puede con todo, pero es una palabra, un abrazo, desde cualquier lugar se puede ayudar”, remarca. Y añade: “Las mujeres todavía hacen muchas delegaciones, todavía están muy solas en muchos aspectos, y me sigo preguntando por qué no hay la misma presión para el hombre que no se puso el preservativo cuando una mujer se embaraza”.
“Los hombres se relajan porque no hay una mirada estigmatizante sobre ellos, no hay escarnio social, como si la responsabilidad no fuese suya”, agrega. Si la mujer se embaraza le preguntan mil cosas, mientras que al hombre formar una familia lo nivela socialmente. Si la mujer si va a tener hijos, a nivel laboral ya están pensando que seguramente después no va a poder ir a trabajar porque tiene que maternar, dar la teta, etc”, ejemplifica. Y agradece que actualmente existen “nuevas masculinidades”, y hombres que asumen compromisos, y conserva la fe por los cambios sociales que se están dando en estos tiempos.
Su hijo, Facundo Calvó, también habló con este medio y contó que como psicoterapeuta siente que los valores que le transmitió su madre fueron cruciales para tomar postura sobre muchos conceptos. “Creo que tuvimos la oportunidad de recomponernos a todo lo que pasó, que pudimos dar vuelta a la página y orientarnos al sentido que para nosotros como vínculo es importante. No fue nada fácil, pero todo lo que vivimos hizo que podamos concentrarnos en las cosas importantes y buenas que nos han pasado y que nos constituyen”, asegura el joven de 31 años.
“La mayoría de las personas que me consultan son mujeres que atraviesan situaciones de dolor y malestar; y una historia como la nuestra también te da la posibilidad de entender de otra manera la realidad, y asumir otro tipo de responsabilidad, demostrando que existen diferentes formas de ejercer nuestra masculinidad”, resalta. Y agrega con admiración: “Lo que yo soy como hombre tiene que ver con mi vieja, que siempre fue muy clara conmigo sobre mi identidad”.
Admite que vivió momentos difíciles en su infancia, y que sintió impotencia por la forma peyorativa en que miraron a su madre más de una vez, como una forma de desaprobación social que lo hizo comprender rápidamente que jamás tomaría ese camino como forma de vida. “Me dediqué a intentar encontrar fuentes de sentido, que nos den dirección, y ese es uno de los grandes desafíos, porque prácticamente no hay ninguna historia que no involucre sufrimiento, renuncias, o decisiones difíciles, y también hay toda una negación al malestar, a ocultarlo o forzarse a estar bien”, expresa.
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“No hay que quedarse enfrascado en una sola identidad, porque si nosotros nos hubiéramos quedado en la identidad del abandono de mi viejo biológico y de lo que tuvo que renunciar mamá, no nos hubiéramos permitido generar nuevas identidades y formas de habitar lo que nos tocó vivir”, sostiene. Cuando tipeó los caracteres del tuit donde contó la historia de su madre dudó si publicarlo o no, pero pese a la reputación de la red social del pajarito en cuanto a los haters, se sorprendió por la gran cantidad de mensajes positivos: “Por suerte tuve muy buenas reacciones, donde me dicen que la admiran mucho, y todo el que la conoce sabe cómo es ella, que siempre va para adelante intentando dar una mano, y celebran que pudo reconstruirse”. Sobre el mensaje que quiso transmitir, aclara que la superación de su madre no fue una vivencia en solitario. “Hay una filosofía presente en las redes de ‘dale, si te lo proponés lo vas a lograr’, o ‘todo es actitud, cambiá y se te va a dar’, y la verdad es que no siempre está todo en uno, porque a veces se necesita una red de apoyo, y detrás de eso está el concepto de que nadie se salva solo, nos salvamos entre todos”, concluye.
El 2020 fue especial para Cecilia, y a su vez transformador a nivel personal, porque pese a la cuarentena por el coronavirus pudo continuar con su trabajo como abogada y apostar por su educación mediante las herramientas digitales. “El año pasado salió también la sentencia de uno de los juicios más grandes de lesa humanidad en Jujuy, que fue contra los Apagones de Ledesma, donde yo soy querellante, y por primera vez se habló sobre las violaciones de delitos de lesa humanidad durante la época del proceso militar”, manifiesta con orgullo.
“Mi clienta se llama Enriqueta Queta Herrera, tiene 99 años, y es la última madre que queda en Jujuy que reclama por su hijo, Hugo Antonio Narváez, desaparecido a los 24 años durante la última dictadura cívico militar”, revela. En el presente asegura que está “muy contenta” con sus logros, e incluso siente el impulso de seguir sumando herramientas a su formación. “Una vez que empezaste ya no querés parar, es como un training que vas adquiriendo, y ya sueño con anotarme en otro curso o en alguna especialidad”, proyecta con alegría.
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