La Navidad en la vieja Buenos Aires: el primer árbol con velas, los bailes de Rosas y la cena a la madrugada

En la época virreinal y hasta entrado el siglo XX, la Navidad era la fiesta más importante del calendario porteño. El irlándés que trajo el arbolito, el “Manuelito” de Mamá Antula, las naciones africanas que pasaban la Nochebuena con Rosas y la introducción del pesebre por los inmigrantes

El primer árbol de Navidad que se vio en la Ciudad de Buenos Aires fue instalado en su casa por el irlándes Michael Hines y era similar al de la imagen, con velas sobre las ramas (Photo by Hulton Archive/Getty Images)

“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad”. Este es un cántico que de niños escuchábamos por doquier. Hoy la Navidad ha sido vaciada de su sentido religioso: no es “políticamente correcto” decir “Feliz Navidad” porque alguien que no profesa la fe cristiana se puede “ofender” por mencionar esta festividad religiosa. Se debe imponer el laicismo por sobre toda la sociedad y relegar la fe al ámbito privado.

Los políticos son los primeros en plegarse en vaciar de sentido a esta celebración y vaya paradoja: son los primeros en buscar los votos católicos o evangélicos. Son los que emiten saludos para estas festividades sin mencionarlas, y a muchos les nota la vergüenza de profesarse cristianos delante de otros. Otra paradoja: muchos se avergüenzan de su fe, y la ocultan para “no ofender a los que no la practican”, pero si proclaman a los cuatro vientos la pertenencia a un club de fútbol. Y así, ¿no ofenden a los que son del club adversario? Es decir: solo les da vergüenza decir que son cristianos.

Y lo más extraño es que se sigue utilizando el término de Navidad, que según la RAE significa “fiesta con la que la comunidad cristiana celebra el 25 de diciembre el misterio de la Natividad del Hijo de Dios, preparada, en el rito romano, por cuatro semanas de Adviento (en los ritos hispano y ambrosiano son seis) y prolongada por la octava de Navidad hasta el 1 de enero y el resto del tiempo de Navidad hasta el domingo siguiente a la Epifanía, que es el domingo del bautismo del Señor.”

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La beata María Antonia de San José, conocida como Mamá Antula, fue la impulsora de colocar el "Manuelito", la figura del Niño Jesús que se veneraba en la Buenos Aires colonial

Pero en este vaciamiento del sentido de esta festividad religiosa, también tiene gran yerro las confesiones cristianas. Sus pastores no han hecho el menor esfuerzo por mantener la tradición. El término “tradición” suena mal, muy mal, horrorosamente mal; suena a retrógrado, a enquistado, a poco moderno. Por tanto, no se debe mantener ni propiciar.

Y ante la celebración de este día, en el cual no se puede manifestar los motivos de su celebración (vaya paradoja esquizofrénica), ¿cómo eran antes las fiestas de la Navidad, cuando nadie se ofendía si se mencionaba el motivo?

En la época virreinal, al contrario de lo que sucede ahora, todo giraba en torno al calendario litúrgico. Y la Navidad era la fiesta entre las fiestas. No había “arbolito”, dado que este fue introducido en Buenos Aires recién en diciembre de 1828 por el irlandés Michel Hines, que armó el primero. Profesaba el cristianismo anglicano y trajo la tradición de su país. Armó el árbol con lo que tenía a mano por estos lares: la punta de un cedro de la cual colgó velitas en cada rama y manzanas en las otras. Y al estar cerca de la ventana y su casa en el centro de la ciudad, llamó la atención a todos los que pasaban delante de ella.

La gente, en aquella época, iba a los oficios del día y luego de la misa del Gallo se presentaba el “Manuelito” a la veneración de las personas que concurrían. El “Manuelito” no es otro que la imagen del Niño Dios, y la gran propagadora de la devoción a esta imagen fue la beata María Antonia de San José, la fundadora de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales de la ciudad de Buenos Aires, popularmente conocida como “la Mama Antula”. Se volvía de la misa del Gallo, la cual comenzaba a la medianoche y culminaba alrededor de la 1.30 de la madrugada, y se iban a dormir. Punto, eso era todo. Al otro día, por la mañana, se volvía a ir a la misa del día de Navidad y luego, sí se hacía un almuerzo con amigos y familia.

Rosas se mezclaba con las naciones africanas para bailar en la Nochebuena

El tiempo transcurrió y luego de la declaración de la Independencia y las guerras libertadoras llegaron los tiempos de “restaurador de la Leyes” Don Juan Manuel de Rosas. El historiador y escritor argentino Omar Freixas, en su texto “Rosas y el candombe” nos señala que: “en Navidad y Año Nuevo, (las “naciones”de africanos y sus descendientes) se congregaban alrededor del Restaurador y éste les devolvía el gesto. En la víspera de las festividades, cada nación enviaba un delegado para tratar con él y su familia. No había música. Rosas luego enviaba su delegación, incluidas a las damas federales, encabezadas por Manuelita. En Nochebuena estallaba la algarabía. La fiesta consistía en comer, beber, cantar y, también, hacer candombe. Rosas se fundía entre la multitud, aunque al comienzo se presentaba vestido con uniforme y revistaba las filas de alegres bailarines. Más tarde se hacía ver como soldado, engañando y entreteniendo a los negros que al comienzo lo veían desaparecer y, preguntándose dónde estaría, luego lo reencontraban vestido como uno más, tras la pequeña broma. Finalmente, se mostraba ataviado como paisano, y a caballo”.

Las tradiciones fueron cambiando, y con el arribo de los primeros inmigrantes se unieron otras costumbres a las virreinales, aún imperantes. La revista Caras y Caretas del 23 de Diciembre de 1916 recuerda cómo eran las Navidades de 1860: “Durante el día 25 de diciembre, empleábase la mañana en descansar y en asistir de nuevo a la iglesia, siendo de rigor oír las tres misas reglamentarias de la fecha. Y por la tarde, sucedíanse diversiones de carácter francamente popular organizadas por las autoridades o por los vecindarios, las que se realizaban en las plazas de la ciudad. Carreras de sortija en la plaza de las carretas y en Palermo, palo jabonado, acróbatas, muñecos de goma con premios de dinero en una mano y un látigo en la otra para azotar al audaz que pretendiera apoderarse de él, y otras de idéntica naturaleza se desarrollaban desde mediodía hasta la caída de la tarde”

Ya consolidada la Nación Argentina como tal, y con la llegada de, ahora sí, una gran masa inmigratoria a finales del siglo XIX, estos trajeron sus costumbres y sus comidas para la celebración de este día. Y como la gran mayoría provenía de Europa, con temperaturas bajo cero y metros de nieve, la comida para esta celebración casi siempre fue híper-calórica, con temperaturas que no bajan de 30 grados (con suerte).

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Las familias católicas de fin del siglo XIX iban a Misa de Gallo a medianoche y luego, a eso de las dos de la madrugada, comenzaban a comer

Ellos introdujeron los pesebres para cada casa, que se pondrán debajo del arbolito, creando una fusión entre la tradición protestante y la católica. También llegarán los regalos, y por dos. El 24 por la noche llega “Papa Noel”, que no es otra cosa que la traducción al francés de “Padre de la Navidad” pero vestido con la usanza tradicional norteamericana (disfraz comercial de San Nicolás de Bari, inventado por Frank Braun para una famosa gaseosa) y también recibíamos un obsequio el día de Reyes, el 6 de enero.

La Misa del Gallo seguía siendo tradicional, y al volver de la misma se comía la cena de nochebuena. Es decir que se comenzaba a comer a las 2:00 de la mañana. Así se amanecía, bailando y comiendo comidas de invierno con calor tropical.

Con el paso del tiempo, los oficios litúrgicos se adelantaron a horas más tempranas, entre las 20:00 y las 21:00. ¿Por qué? Porque había que estar a las 24:00 en casa para brindar por la Navidad.

El pesebre fue otra de las costumbres europeas que introdujo la inmigración a finales del siglo XIX (Foto: Cuartoscuro)

Y ahí volvemos al principio de esta nota: brindar por la Navidad significa brindar por el recuerdo del nacimiento de Jesús en Belén. Sabemos que esta fecha no es la fecha calendaria verdadera de su nacimiento, pero poco importa: lo que importa es que nació.

Hoy, en todas las iglesias se leerá el evangelio se Lucas 2.1-20: “… mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el ángel les dijo: ‘No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Y junto con el ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él’. Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: ‘Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado’. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido”

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