A los 18 años, Javier Romero hizo un clic que le cambió la vida radicalmente. Había llegado a un límite en el que sabía que de ese modo no iba a ser feliz. “Y yo quería ser una persona feliz. Entonces, me decidí a cambiar”. A esa edad, con una altura de 1,85 (hoy mide 1,90 mts) pesaba 185 kilos, en un momento en que su vida social empezaba a ser intensa, más tratándose de un chico abierto, amigable como él, que siempre había practicado deportes.
Fue un verano que lo cambió todo. Estaba en una playa espectacular de Río de Janeiro y no pudo disfrutarla. No salía del complejo al que había ido a vacacionar con su familia. “Creo que del departamento habré salido cinco veces. Y me dije, no puedo seguir así. Sentía vergüenza y estaba pendiente si la gente me miraba”, recuerda sobre esas vacaciones para el olvido, pero que fueron cruciales para su determinación.
Cuenta que de chico, no sufrió bullying por parte de sus compañeros de escuela. Por su personalidad, siempre recibió afecto. Eso no fue un problema. Fue a los 17 cuando advirtió que su mundo se limitaba y no se quiso conformar. “Yo siempre fui alegre, sociable. Nunca me costó relacionarme con las chicas. Pero empezaba a notar limitaciones. Era amigo de todas las chicas del colegio pero no le gustaba a ninguna. Para pertenecer a cierto grupo social, un poco más elitista, está el tema de la ropa que usás. Y en los grupos, había muchos deportistas”, cuenta sobre esta etapa difícil en un mundo con el que era difícil encajar, pertenecer y que más tarde, supo ver con otros ojos. Porque Javier considera que él en esencia es la misma persona de siempre.
A su regreso a Buenos Aires, el adolescente nacido en La Rioja, vivió su momento bisagra. Lo que más le dolió fue que como deportista, fanatizado en ese momento con la “Legión Argentina”, en el club de tenis al que iba no querían tenerlo jugando con ese sobrepeso en las canchas. Le dijeron que era peligroso. “En ese momento me acuerdo que estaba Lentini, el doctor de Gabriela Sabatini. Bueno, me acuerdo que me comprometí con todo el equipo médico del club a bajar de peso y que si no, de alguna manera me iba del club. El primer mes bajé 30 kilos solo haciendo dietas”, relata.
Javier se alimentaba pésimamente. Su estilo de comidas era un compendio de comidas rápidas, asado, sushi, alimentos procesados, galletitas, alfajores. Mucha comida envuelta en paquetes y nada de frutas ni verduras. Dietas ya había hecho. Había ido a muchos nutricionistas de renombre y sin renombre. Había probado todo, hasta la acupuntura “y todo lo que se imaginen”.
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Pero le faltaba el clic. Esa decisión de vida. “No me enganchaba, no lo veía como una opción viable para toda la vida. Y empecé a ir de mayor a menor. En principio saqué todo lo que eran galletitas, dulces, alfajores, y comía lo típico, no sé, fideos, arroz, papa, batata, milanesas caseras. A medida que iba adelgazando iba bajando más las calorías, porque me amesetaba con el peso”, explica sobre su dieta, que fue brusca, por el gran descenso de peso acelerado, en el que el cuerpo quedó aturdido. “Empecé a tener desequilibrios hormonales, empecé a tomar medicación porque en una época tenía presión alta. Pero eso se estabilizó todo. Lo que pasó fue que el cambio era muy radical, en poco tiempo”, explica. Y cree que al final de cuentas lo ayudó mucho su edad. “Mi organismo nuevo se adaptaba rápido”.
Con los nutricionistas no mostró la misma perseverancia que para hacer dieta, porque dejaba de ir. “Estuve un tiempo corto con Cormillot, pero después no quise volver, como que tenía que ir a las charlas, los controles y no fui más. Después, pasé por lo de Máximo Ravenna, porque estaba amesetado y me daban las viandas adaptadas a mi actividad física y retomé el descenso rápido y no volví a ir”, cuenta. Javier sentía que se podía manejar solo, porque se interiorizaba sobre alimentación sana, tiene amigos nutricionistas, dedicados a la salud y además, siempre fue medio autodidacta. “Aunque alguna que otra vez recaí en nutricionistas para aclarar ciertos conceptos y también para que me brindaran un nuevo conocimiento”, manifiesta.
Con su metro noventa, había llegado a pesar 82 kilos y tenían intenciones de seguir bajando pero le recomendaron que pusiera un freno. “Estaba re flaco y muy venido abajo, físicamente en cuanto a masa muscular. Tenía colgajos en la piel. Mientras iba adaptando la dieta empecé con el gimnasio. Unos conocidos entrenaban de noche, hacían físico culturismo y me asesoraban. Volver a reconstruir mi cuerpo no solo fue un proceso de descenso de peso, sino también de ascenso en cuanto a masa muscular. Y fue ahí como me di cuenta y me dije ‘ok, esto es un trabajo para toda la vida, no uno de un año y medio”, que era lo que le habia llevado sacarse 100 kilos de encima.
El trabajo era para siempre. Mientras se ocupaba de su nuevo cuerpo, Javier se formaba también en lo académico. Pasó por la carrera de administración de empresas, y la dejó, y finalmente se decidió por abogacía, donde obtuvo su título. También hizo postgrado y maestría. Actualmente, trabaja en el Poder Judicial.
La elasticidad de su piel joven hizo que después del descenso de peso volviera a su lugar, de todas maneras, a los 21 años, se operó la panza. Se hizo una abdominoplastía y una dermolipectomía. “Me sacaron alrededor de tres kilos de piel”, revela. También recurrió a una estética en sus pectorales. Ya ningún resto de ese chico que había sido quedaba en su cuerpo, en el plano físico. Después, en el plano espiritual es el de siempre. Javier es sociable, siempre está de buen humor. Disfruta mucho de los deportes y de viajar a la Patagonia con sus amigos, donde tiene senderismo y escalada asegurados.
En una época no contaba el proceso de transformación que había vivido. Era como un secreto de su pasado. También pasó a estar obsesionado por su cuerpo, y contar cada caloría de todo lo que comía. Finalmente llegó a una etapa de relajarse con todo eso y pensar en una alimetación en base a alimentos naturales, no tan procesados. Un día contó el proceso de su transformación en su cuenta de Instagram donde una foto que podía parecer superficial estaba muy lejos de eso. Lo que se veía era el resultado de “mucha fuerza de voluntad y de creer en mí mismo”.
En ese club de tenis dejó a todos boquiabiertos. La gente no podía creer lo que había logrado. “Yo digo que un poco el tenis me salvó, porque fue como el deporte que yo agarré. Solo dependía de mí. Era ir a jugar con alguien y nada más. No dependía de tantos como en el fútbol o básquet. Y me fue bien, en el sentido de que jugué durante muchos años. Después dejé por una lesión que tenía a nivel lumbar generada por el peso en el pasado. Hoy en día también sigo jugando al paddle y al tenis, normalmente. Son mis deportes primordiales”. Que además, lo complementa con el gimnasio, que no puede faltar en sus rutinas.
Sus amigos de la escuela con los que se encontró 15 años después, cuando lo vieron no lo podían creer. “Me causaba gracia porque algunos estaban gordos y yo estaba flaco. Y me decían, ‘¿ya no sos más gordo, no te podemos decir el gordo’. El chiste era, ‘nosotros estamos arruinados, vos impecable’, dice riéndose.
A quienes no lo conocieron de chico, al contarles su pasado como que al principio no lo creen y tiene que mostrar fotos. Su familia, que lo apoyó en este gran cambio, hoy le pide consejos cuando necesitan eliminar unos kilos de más. Lo tienen como un ejemplo.
“Mi esencia no cambió. Sigue siendo la misma que cuando pesaba 180 kilos. Cambió la confianza en mi mismo, en cómo relacionarme, cómo entrar en un lugar. Todo eso cambió para bien”.
Reconoce que un tiempo se había fijado en su cabeza la idea que cuanto mejor físicamente estaba, más lo iban a aceptar, o más chicas iban a gustar de él. “A medida que fui creciendo me di cuenta de que no era así. O por lo menos no era tan como yo lo pensaba. En ciertos círculos sociales puede llegar a ser, pero no es excluyente. No es todo físico. Sin embargo, a nivel social, emocional y psicológico el cambio fue sumamente positivo”, concluye quien busca permanentemente el equilibrio en cada aspecto de su vida.
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