El sábado 27 de enero de 1923 el teniente coronel Héctor Benigno Varela salió de su domicilio de la calle Fitz Roy 2461, en el barrio de Palermo. En la puerta del número 2493 alguien lo esperaba. Al verlo, le tiró una bomba a sus pies. Varela, herido en sus piernas, intentó tomarse del tronco de un árbol para no caer. El agresor le disparó en el pecho. El militar hizo además de desenvainar su sable, pero el asesino lo remató de tres tiros. Se llamaba Kurt Wilckens, que fue detenido por el agente Nicasio Serrano. Dijo que lo hacía “para vengar a sus hermanos”.
Varela, agonizante, fue llevado a la farmacia de la esquina de Fitz Roy y Santa Fe donde el dueño, Julio Schectman intentó sin suerte salvarle la vida. A su velorio y entierro fueron las principales personalidades y funcionarios del país, empezando por el presidente Marcelo T. de Alvear
Así terminó la vida de quien fue el responsable de entre 1000 y 1500 fusilamientos de obreros que protagonizaron huelgas en la Patagonia en protesta por las condiciones laborales. Jornadas de 12 a 16 horas, bajos salarios pagados en bonos y con un solo día de descanso, eran algunas de las condiciones que los obreros pedían mejorar. La primera huelga había estallado en noviembre de 1920 y el gobernador Angel Yza instruyó al teniente coronel Varela no reprimir y llegar a un acuerdo con los huelguistas y sus patrones. Una vez que lo hicieron, se homologó un acuerdo y el militar regresó a Buenos Aires.
Sin embargo, los dueños de las estancias no cumplieron y en octubre se desató una violenta huelga, donde los trabajadores, liderados por anarquistas, requisaban estancias, se llevaban animales, víveres y armas. El presidente Hipólito Yrigoyen envió a Varela junto a 200 soldados del 10 “Húsares de Pueyrredón” a poner las cosas en orden. Cuando llegó a Santa Cruz, los hacendados le brindaron un panorama desolador y el militar puso manos a la obra. El 11 de noviembre fusiló al primer huelguista, el chileno Triviño Cárcamo.
Y no paró.
Fue avanzando por la provincia anulando los puntos de resistencia, con ejecuciones sumarias. Uno de los últimos focos fue el que encabezaba José Font.
Era un entrerriano nacido en Concepción del Uruguay por 1883, aunque para algunos sus padres españoles emigraron a esa provincia con José de entonces de cinco años. Su familia se había asentado al norte de esa ciudad entrerriana, cerca de Villaguay.
Era un hombre corpulento de 1,80 que, gracias a la descomunal arma blanca que llevaba, se había ganado el apodo de “Facón grande”. Había llegado a la provincia de Santa Cruz por 1904 o 1905 y comenzó como peón en la Estancia San José, cerca de Puerto Deseado.
Cuando reunió un capital y pudo independizarse, adquirió carros y chatas de cuatro ruedas por la zona de Cañadón León, que actualmente se llama Gobernador Gregores. Se dedicaba a transportar cueros y lanas junto a otros tres socios.
En la zona se lo tenía como uno de los mejores domadores.
No había tenido buenas experiencias con la ley. Cuando se había establecido en Bahía Laura, donde había levantado un rancho de chapas, el comisario local lo terminó desalojando. Con el tiempo le tomó inquina y desconfianza a los terratenientes.
Dicen que era un buen hombre, que sabía escuchar, que pedía consejos, y que siempre ayudaba, especialmente al más necesitado. La peonada lo tenía como un hombre decente. Habían llegado a compararlo con Martín Fierro, el personaje inmortalizado por José Hernández. Como aquel gaucho, Font estaba del lado de los humildes y de la vereda opuesta a la de la policía.
No fue casualidad que los propios obreros, cuando estallaron las huelgas, lo eligieran como su representante. No importó que no supiera leer ni escribir.
De pronto se vio coordinando la huelga entre Puerto Deseado y Colonia Las Heras. Lo seguían unos 300 hombres. Fue uno de los cuatro líderes máximos que tuvo esa protesta en la Patagonia.
La experiencia militar de Facón Grande se resumió en un tiroteo en los alrededores de la estación Jaramillo. Fue con el 10° de Caballería y en esa refriega, en la que los efectivos eran menos, tuvieron un muerto, el soldado Pablo Fischer, uno de los preferidos del jefe. Murieron tres huelguistas pero las fuerzas regulares -en inferioridad de número- debieron retroceder.
Facón Grande siempre creyó que se había enfrentado a la policía. El esperaba a las fuerzas del ejército, que habían mandado desde Buenos Aires, con el propósito de negociar y que hicieran cumplir con lo acordado en la huelga anterior.
Luego de ese tiroteo, Facón Grande no se quedó quieto y recorría las estancias, tomando alimentos, caballos y armas. En algunos casos, se llevaban rehenes. Hacía inutilizar los vehículos para que la gente no fuera a otros poblados a denunciar su presencia y volteaban los postes de telégrafo.
Tuvo fuertes encontronazos con su gente, como cuando se enteró de que habían saqueado los almacenes de Pico Truncado. “Nunca hubiera creído que en las sierras hubiera tantos ladrones”, les recriminó.
Desconocía lo que era la táctica y la estrategia. Iba de un lado a otro más que nada para esperar al ejército con el que pensaba negociar. Varela buscaba capturarlo, herido en su amor propio por haberlo hecho retroceder y además haberle matado a un soldado y herir a otro. Buscaba un escarmiento.
En la estancia Guillermina, Facón Grande ordenó a los peones suspender la esquila, toman víveres y armas y en la estancia Lehmann, cerca del valle de Río Deseado, el dueño les tomó una fotografía. Eran el terror de la región y cuando en un pueblo se corría la voz de que llegaban los huelguistas, pobladores y hasta los policías huían.
No fueron días sencillos para Font, ya que muchos obreros le cuestionaban qué sentido tenía continuar con la protesta, si la situación continuaba sin cambios.
Font aceptó que Mario Mesa, que era uno de sus rehenes, mediase con Varela. No se sabe qué hablaron Mesa y el militar, pero a su regreso el primero les dijo a los huelguistas que el ejército aceptaba todas sus peticiones, y que todas las vidas serían respetadas. Pero con una condición: antes debían rendirse y entregar sus armas.
Se celebró una asamblea, en la que Font aconsejó aceptar. Finalmente el 22 de diciembre de 1921 se organizó la rendición en estación Tehuelches. Entregaron sus armas y sus caballos.
Cuando Facón Grande se encontró con el jefe militar, le preguntó si tenía el honor de hablar con el comandante Varela. Se presentó con el apodo con el que era conocido. Le extendió la mano pero el militar no le correspondió. “Desarmen a este hombre y pónganlo aparte”, ordenó.
Facón Grande no tenía cómo saber que Varela, en un parte militar escrito dos días antes, había consignado su propia muerte y de otros líderes en un enfrentamiento.
Cuando lo encerraron en un galpón de la estación comprendió que estaba perdido. A los gritos desafió a Varela a pelear a cuchillo, para ver si era tan valiente como decían. Como no se calmaba, lo ataron de pies y manos y lo dejaron tirado en el piso. Los soldados que lo custodiaban no dejaron de golpearlo.
El 23, dos suboficiales y dos soldados lo cargaron en la caja de un camión y lo llevaron a un descampado a fusilarlo.
Por lo general, era a la puesta del sol cuando se elegía pasar al otro mundo a los obreros, algunos huelguistas y otros que no lo eran. Los llevaban a un faldeo y elegían un terreno con pastos altos, y ahí se los pasaba por las armas.
Le habían quitado hasta la faja, así que hasta el último momento trató de sostener sus ropas para no morir con las bombachas de trabajo caídas.
La primera descarga pareció no hacerle mella. Se mantuvo parado. La segunda lo hizo caer de rodillas.
Los soldados se repartieron sus pertenencias, incluso unos dos mil pesos que guardaba en su tirador. El comisario Albornoz se quedó con cuatro de sus chatas y con sus caballos.
Su cadáver y el de otros obreros quedaron tirados a la intemperie. Osvaldo Bayer describió que en una de sus manos alguien había colocado un tarro de pickles y la otra había sido seccionada. Sus cuerpos fueron quemados con combustible.
Los cuerpos semicalcinados de los obreros tenían adheridos a los talones de los pies el cuero curtido de los botines de cuero muy grueso, usados tanto por los trabajadores como por los soldados, porque eran muy resistentes. Se sostiene que su cuerpo fue rescatado antes de ser quemado y enterrado en algún sitio cercano a Pico Truncado. Todos los testigos hace tiempo murieron y se perdieron las referencias de la ubicación de su tumba.
El hotel de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores lleva el nombre de Facón Grande, el 8 de octubre de 1999 inauguraron un monumento en el lugar donde lo mataron y en el edificio del ferrocarril de Jaramillo funciona el Museo Facón Grande. Y la película La Patagonia Rebelde, de 1974, dirigida por Héctor Olivera, Font fue interpretado por Federico Luppi y el implacable Varela por Héctor Alterio, el oficial que murió de cuatro tiros, el mismo número que él indicaba dar cuando ordenaba un fusilamiento.
Fuentes: La Patagonia trágica, de Osvaldo Bayer; colección revista Caras y Caretas.
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