- Negrito -dijo Vitaca
- ¿Qué? -dijo Rocamora
- ¿Sobreviviremos?
“Los reventados”, Jorge Asís
“Bien fría como el pecho de Mbappe”. Franco escribió los carteles anoche, a mano, sobre cartulinas celestes compradas, originalmente, para anotar los precios de la cerveza, el agua y la espuma y pegarlas en las ventanillas. La frase le invadió la mente a la velocidad que gambetea el ídolo francés. Un rayo.
Imaginó lo que, unas horas después, finalmente ocurriría: su Traffic en el corazón de la multitud, detenida con la impunidad que da -merecidamente- un campeonato mundial, en el medio de la avenida Corrientes, un bar sobre ruedas en el momento justo y el lugar preciso, apenas a unos metros del Obelisco (desde cuya ventanita asomaba a 74 metros un hombre en cueros flameando una bandera argentina), entre miles y miles de argentinos empapados de gloria pero sobre todo, sedientos.
Jugados a ganadores, Franco Navarro y dos amigos juntaron la guita para comprar la mercadería y para la nafta ayer lunes después de ver los festejos descomunales del domingo y salieron desde San Justo muy temprano con destino al epicentro de la felicidad. Objetivo: vender lo que el pueblo futbolero argentino que celebra semejante gesta necesita bajo el sol ardiente de diciembre. Y terminar con los números en verde el final de año: aguinaldo inesperado, bonus track del 2022.
“Mis amigos me dieron un empujón”, admite Franco. Los tres viven en Villa Constructora. En la semana, en la vida ordinaria, Navarro usa su camioneta de flete y hay días que gana hasta 20 mil pesos. El otro maneja un auto para una app y “El Gordo” compra y vende ropa. “La que ganemos la vamos a invertir en mercadería”, avisan. Las cervezas salen sin parar.
Buenos Aires fue un carnaval de tres estrellas con una única comparsa, la celeste y blanca. La cantidad de personas que aprovecharon el feriado para festejar en toda la ciudad es incontable. Se habla de cinco millones de ciudadanos pero ¿cómo medirlo? Parecía que nadie se quedó en su casa. No se recuerda -no hubo- una celebración como esta. Alguien al pasar, ayer comentó en la calle, con asombro, que la multitud era equivalente a “los funerales de Evita, Perón y Maradona juntos”. Y otro respondió: “O sus resurrecciones”.
Mientras tanto, Franco y sus dos amigos estuvieron donde tenían que estar, tres cazadores alegres de ganarle a Francia. Doble felicidad: juntar unos mangos y festejar. “Te digo la verdad, dudé. Yo no quería arriesgar. Pero bueno, tenía un filo y puse la camioneta. Y el Gordo me insistió. Setenta y cinco gambas más la nafta”, cuenta Franco, apoyado sobre la trompa de la Traffic mientras alrededor la locura es tal que pasan como truenos tres Mirage de la Fuerza Aérea. Ojalá el Apocalipsis se parezca a esto. La multitud grita, aúlla “muchaaaaachos” bajo un cielo celeste por el que vuelan miles de globos celestes y blancos y aviones de guerra.
Cien metros más para el lado de Callao, otra camioneta. Matías Cavieres, fletero de 26 años, improvisó una barra con una tabla de madera y desde la caja de la Ford despachó todas las bebidas que pudo en la larga jornada de alegría popular y así, pasado el mediodía, ya supo que se estaba pagando las vacaciones con Paula, enfermera, también de 26, su novia.
“Invertimos 80 y ya le sacamos más del doble”, sonríe él y sonríe ella. “Somos busca, busca, como se puede”, remarca Matías. El agua 400, la birra 500, bien fría.
Nadie los ve a los buscas. Pero están aquí, allá y en todas partes. Listos para cuando las multitudes que bajan a celebrar se tientan con una camiseta, una bandera o un póster. Presurosos para los sedientos. Son un montón. Son millones de motores para la inmensa rueda de la economía popular. Tan argentinos como el fútbol y como Messi, si es que fútbol y Messi fueran cosas diferentes (no lo son).
“Al fin y al cabo, todos estamos acá en esta fiesta buscando algo. Algunos la felicidad que no tienen en la vida ordinaria, otros una guitita, otros ver de cerca a Messi y al Dibu”, filosofa Diego, un hincha llegado de Olavarría y le saca fotos con el celular a unos jóvenes que trepan del techo de un puesto de diarios a una marquesina y de ahí al alero de un edificio y luego a un balcón de unas oficinas desde donde saltan y gritan y no lo pueden creer, campeones del mundo.
Matías cuenta que la noche del lunes se fue para la zona del predio de Ezeiza de la AFA y vendió todo lo que llevó. “Le sacás el triple, el cuádruple. Llevamos 100 sánguches de milanesa a 600 pesos y también los vendimos todos”, detalla. Ni él, ni Paula, ni Brenda (24) ni Kevin (20), sus cuñados que los acompañan, durmieron en las últimas 24 horas. De Ituzaingó a Ezeiza, de Ezeiza al Obelisco.
“Ayer a eso de las 14 le dije ‘gorda vamos a hacer plata, nos tenemos que ir de vacaciones’”, se alegra Matías, más cerca de Mar de Ajó que cuando Argentina le ganó a Países Bajos.
Claudio C. (pide que no publique su apellido) tiene 47 años y el domingo, cuando Messi levantó la copa, se acordó cómo a los 10 años, en 1986, acompañó a vender gorros, banderas y vinchas a su papá a este mismo sitio, la esquina de Uruguay y Corrientes. “Había mucha menos gente, me re acuerdo. Y el domingo Argentina salió campeón y pensé ‘tengo que laburar’. El domingo me fui a vender a los festejos de La Plata, donde se puede vender más caro, hoy vine para acá, y anoche estuve en Ezeiza. Me está yendo muy bien, vendí muchísimo”, cuenta y señala la manta con las últimas banderas por 1.500 pesos.
“En una hora me voy. Argentina me dio tres palos de ganancia. Es mentira que no hay laburo. Laburamos todos”, cuenta, vaya a saberse si exagera. Llegó a la zona del Obelisco cerca de las 10 de la mañana. En Ezeiza terminó a las cinco pero no tenía transporte para moverse hasta que apareció alguien que lo dejó en Liniers. De ahí se tomó el tren a Once y caminó. Oriundo de Berazategui, Claudio es vendedor ambulante en los partidos de fútbol pero en la semana trabaja en lo que él llama “el comercio oscuro de las ferias”.
“Como el gaucho aprendí en la calle, vendo la mercadería que se roban a los camiones, en robos que están arreglados para cobrar el seguro. Soy buen vendedor, tengo un imán, como con las mujeres”, sonríe, sugerente.
Enfrente suyo, Tefi Kámera, de 35 años, está de pie al lado de una heladerita de telgopor. Sostiene un cartel que dice “Mirá para acá bobo basta de racismo” y otro, apoyado en la conservadora, que pide ayuda para pagar una deuda y exhibe su CBU. “Es mi primera vez como vendedora callejera, hago comida vegana, pero tengo una deuda de dos millones en la casa que vivo y necesito ayuda para juntarla”, comenta. Llegó a las 12 del mediodía. Invirtió 10 mil pesos en 42 latas de cerveza. Las vende a 500 pesos. Ya le quedan pocas.
Tefi tiene mucha competencia. Lo que más se vende en la ciudad de la fiesta inolvidable son bebidas, banderas y camisetas.
Jonathan Farías (37) se quedó sin trabajo hace dos semanas, después de trabajar en negro ocho años para una fábrica distribuidora de papel como repartidor. Le dieron como indemnización apenas 120 mil pesos.
Ayer salió a andar en bici por Wilde, su barrio, (”me hace bien para despejar la cabeza”) y se cruzó a un amigo que estaba lavando la camioneta y le contó que se iba a vender jugos a la multitud de Ezeiza. “Usé las 120 lucas y compré agua y jugo y birra y me vine con mis cuatro hijos”, cuenta.
Jonathan era identificable entre los miles y miles de vendedores de la 9 de Julio porque era el que tenía ¡un freezer! al lado del auto. “Era de mi vieja. Lo puse en marcha con hielo toda la noche, seis bolsas de rolito. Me está yendo bien”, sonríe. La Selección le regaló, además de una estrella, un día de trabajo inesperado en su peor momento.
Los pósters, en cambio, parecen haber pasado de moda. Aunque no es lo que asegura Héctor Larralde. Los vende a $ 500 (los grandes) y a 200 los chicos.
En realidad vino a festejar y de paso, pensó, podía juntar unos pesos “para las Fiestas”. “Igual si no los vendo acá, después los vendo en la costa, yo trabajo allá en el verano”. Llegó desde Tandil junto a su hijo. Trajo una carpa para pasar la noche bajo los árboles de la 9 de Julio, pero al final no la desplegó porque, tanto tránsito y tanto corte, llegó a Buenos Aires con el sol.
“Gasté 35 lucas en estos posters”, cuenta y muestra: el más chico tiene a Messi con la copa, la foto eterna, y el grande, a los 11 titulares que bailaron durante el primer tiempo a Francia. Arriba, una leyenda en azul: ¡Campeones!
“Vinimos a ver a Messi, lástima que no va a pasar”, cuenta Héctor, uno más de los cerca de diez “buscas” por cuadra que ocupan la avenida más ancha del mundo desde Constitución hasta Avenida de Mayo.
“Y de paso le estoy enseñando el oficio de vendedor al pibe”, le acaricia la cabeza a su hijo, mientras conversa con una interesada. “Soy un busca de Moreno. Me recibí de abogado y me fui a vivir a Tandil, vendo macetas allá y en verano vendo cosas en la costa. Me cansé de tirar CV como abogado y nada. Hoy vinimos a hacer la procesión. Quizás me ayude para conseguir un laburo y volver a Buenos Aires”.
Su hijo le pide vuelto de 1.000. Acaba de vender un póster grande.
FOTOS: Adrián Escandar, Franco Fafusli y Reuters
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