Llegó de Cuba con una valija con poca ropa, una botella de ron y sueños: hoy es dueño de una exitosa inmobiliaria

Yendys Amengor Perovani llegó a la Argentina en 2009 tras los pasos un primo hermano. No tenía nada, solo ambiciones que en Cuba habían alcanzado un techo. Como muchos cubanos, durante unos años vivió del 1, 2, 3, como llaman la forma de ganarse la vida enseñando los pasos básicos de salsa. No era bailarín, sino un docente. El día que un alumno le ofreció trabajar en su inmobiliaria y cómo se transformó en un empresario

Yendys llegó a la Argentina en 2009 con ganas de prosperar económicamente encontró la forma de alcanzar sus metas

Yendys Amengor Perovani (38) aterrizó en Buenos Aires en noviembre de 2009 en un vuelo procedente de La Habana, con una valija que contenía dos pantalones, dos remeras, una palta, una botella de ron y unos habanos. Pero eso no era todo. Traía muchos sueños por cumplir, los de un joven de 25 años que había tenido una infancia feliz en su tierra pero había encontrado un techo para sus ambiciones.

Enfundado en saco de lino impecable y con zapatos de estilo italiano, sello de los cubanos, Yendys cuenta su historia de superación en su oficina de Bienes Raíces situada en un edificio sobre la calle Mansilla y Pueyrredón. Él es tasador, martillero público y corredor inmobiliario, recibido en la Universidad de Morón y está al frente de un equipo consolidado.

A la Argentina llegó detrás de su primo hermano Maykel, quien estaba solo. Fue quien le envió la carta invitación para que pudiera viajar. “No es tan así como dicen que no se puede salir de Cuba. Lo más complicado es poder juntar el dinero para el pasaje y afrontar los gastos de los trámites”, explica este cubano nacido en Cárdenas, un 22 de marzo de 1984.

Yendys en Cuba, en un cumpleaños de quince. Es el del centro, con campera de jean

En su Facebook tiene una frase de cabecera que dice “el que no arriesga, no gana”. Y tiene más de 4000 amigos, que no son todos virtuales. La Argentina le dio una vida social inmensa. Y en especial, el 1, 2, 3, como le llaman los cubanos a la forma de ganarse la vida apenas llegan (son los pasos básicos de salsa). Se ríe. “Me dio de comer el 1, 2, 3, pagaba mis rentas. Durante tres años di clase de baile, hice shows por las noches, ojo, show de salsa”, aclara, porque no quiere que se malinterprete. Animó fiestas, cumpleaños de 15. Para poder dar clases de salsa, tuvo que aprender a marcar los pasos. “Porque una cosa es bailar y otra cosa, enseñar”, separa.

Fue una experiencia linda para mí hacer bailar a la gente y ponerle buena onda. Quiero mucho a los argentinos, que me dieron la posibilidad de crecer y la posibilidad de ser el empresario que creo que soy hoy”, expresa con satisfacción.

“El cubano irradia alegría, la motivación de estar feliz, buscar en lo negativo, lo positivo. Y eso creo haber transmitido en las animaciones. En una fiesta podían estar todos comiendo sentados tranquilos hasta que llegaba el morocho, como dicen acá y empezaba todo el mundo a brincar, a bailar, a sentir alegría, a sacarse la corbata”, recuerda sobre esta primera etapa en el país, donde muy pronto se sacó la imagen negativa que tenía de los argentinos, tal vez, cree por la mala suerte de haberse topado en la isla con alguno prepotente o agresivo. “Tengo que reconocer que me confundí. Toda la gente que estuvo en mi camino aportó algo de mi crecimiento y hicieron que me sienta como en casa, ya que estaba lejos de mi madre y de mi hermano. De hecho, estoy en el mundo de bienes raíces, gracias a un argentino, Raúl D’Aquila.

Yendys en su primera Navidad en Buenos Aires, en casa de su primo Maykel, en Caseros. Tenía 25 años.

Vender ya había vendido de todo menos casas. En su niñez, en la que asegura que gracias a sus padres no le faltó nunca nada, asomó el Yendys “busca”. Lo clásico era vender el mamoncillo, una fruta típica de Cuba, o por ahí vendías mango, para comprar como dicen ustedes una paletita de agua que nosotros le decimos un duro frío. No era que yo tenía que vender para comer, de hecho, cuando se enteraban mis viejos se re calentaban”, dice en una mezcla de argentinidad con acento cubano pronunciado. Se trepaba a los árboles y después vendía los mangos en una esquina, con algún amigo. De más grande dejó de hacerlo, porque empezó a trabajar como docente.

Yendys es licenciado en informática, con especialidad en Pedagogía. Trabajó en el Ministerio de Informática de Cuba, pero se sintió encerrado dentro de una oficina. “A veces hay que atrasar para volver adelante, así que empecé a trabajar unos meses como chofer en una empresa. Después estuve en un almacén, salía a comprar, piezas de autos, suministros de empresas. Me di cuenta de que me gustaba estar en la calle, conociendo gente”, recuerda.

Yendys dando clases de salsa en La Viruta

Aceptó la propuesta de quien era su alumno de salsa, y empezó a trabajar en la inmobiliaria arrancando con lo más básico. Y fue aprendiendo el paso a paso, que ya no era de baile. De vivir con su primo en Caseros y un año alquilando por primera vez solo en un monoambiente cerca de Plaza Italia, que era su 2 x 2 mts se mudó al barrio de Caballito, “su lugar en el mundo”. Había conseguido su primer empleo en blanco, un salario fijo, en 2012 empezaba otra etapa en su vida en la Argentina.

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Y tuvo la oportunidad también de estudiar. Sabía que debía hacer sacrificios para poder trabajar de día y estudiar de noche. Y lo logró. Atrás quedaba la época en que daba clases y debía quedarse hasta las 7 de la mañana, porque hasta esa hora funcionaba el boliche, en lo que fue el templo de la salsa, Azúcar, cerca de la esquina de Cabildo y Juramento. “Entraba de día y salía de día. No entendía nada”, recuerda.

En su vida ya había menos diversión, menos 1,2,3 y menos manos que tomar. Ya tenía a la de su actual mujer. “Cuando estás en pareja, en este caso con una argentina aprendés cosas, pues los cubanos creemos que nos la sabemos todas y no es así. Aprendes cosas que bueno que te sirven para el día a día, para vivir y para superarte”, dice. A su mujer, Belén, la conoció también bailando.

Yendys animando una fiesta privada, con un traje de salsa y los colores de su país

— Te rindió entonces el 1, 2, 3

— El 1, 2, 3 me rindió para todo. Es más, hoy me rinde el 1, 2, 3. Hoy estoy en un negocio que se mueve con base de contactos. Si no hubiese dado clases de salsa, mi negocio no estaría en el nivel que está ahora, en el sentido que se mueve nada más por relaciones. Como inmigrante era muy difícil arrancar un mundo donde no había tenido amistades de chico. Ese 1, 2, 3 me permitió fomentar y hacer crecer mi empresa. Hago operaciones en bienes raíces con gente que me llama y la primera palabra que me dicen es ¿es te acuerdas de mí? Era tu alumno.

— ¿Ya te habías ganado la confianza?

— Nosotros tenemos que crear en este mundo confianza. No te están dando un caramelo para que vendas. A veces su vida, su única propiedad. Hay muchos miedos o su única plata. Y con la gente que me conoce de las clases, tengo el 50% casi de mi negocio resuelto. Las personas vieron como yo era y la esencia de uno es una sola. La forma de manejarse, el trato, el nivel. Mis clases en promedio tenían entre 60 y 100 personas.

Yendys llegó a la Argentina con ambiciones y está feliz con sus logros

— Y tuviste que cambiar de rol

— Sí, fue un cambio brusco que lo trabajé con una coach. De a poquito, después de dos salsas, te ofrecía tasar conmigo, una segunda bachata, te vendo tu casa.

Su cuenta de Instagram ahora está dedicada solo a Bienes Raíces. No tiene uno personal de salsa, que la sigue bailando como buen cubano. También, continúa jugando al dominó, comiendo chicharrones y tomando ron con sus amigos.

En 2017, cuando nacía su “princesita”, Isabela, decidió abrirse camino solo. Le decían que estaba loco, que cambiaba lo seguro por lo inseguro. “Me dije que tenía que salir bien sí o sí. Llegaba mi hija y tenía que darle de comer”, dice quien se considera una persona a la que le gustan los retos y busca montañas en la llanura. Lo tenía resuelto. Quería ser independiente.

Una foto en familia con su mujer argentina, Belén y su nena, Isabela

Yo siempre creí en mí. La fortaleza es esa. Creer en tí. Si tu no lo haces, nadie lo puede hacer”, expresa. Atendió a sus primeros clientes en bares y al darse cuenta, que en especial, las personas mayores necesitaban ver un lugar físico que les diera confianza, alquiló oficinas en un coworking en Puerto Madero. Y cuando nombró ese barrio, “increíblemente” su vida cambió. No podía creer que la gente confiara solo por mencionar ese barrio. “Me preparaba todo el escenario, todo el circo y después tenía que volverme a mi casa con todo el circo, desde el cartel, desde la foto de mi hija, un cuadrito bien yankee y así tuve de casi un año así, gracias a Dios, laburando”, resume. Todo su trabajó creció en base al boca a boca, a las referencia y en pasos cautelosos. Nunca agigantados.

Durante la pandemia, miró lo que pasaba en el exterior, en el mundo inmobiliario y ahí encontró la empresa con la que ahora está asociado, que ofrece servicios a los corredores inmobiliarios, entre ellos, marketing, que sentía que le estaba faltando. “Hoy tenemos el máximo de publicaciones en los portales, con imágenes 360, con drones, imágenes profesionales”, describe.

En las clases de salsa Yendys conoció muchas personas que le abrieron las puertas al mundo laboral y también conoció a su mujer

Yendys cree que su mayor logro fue haber armado una empresa solo desde cero, en un país nuevo. “Es un país que da muchas oportunidades. Estoy cansado de escuchar a todo el mundo decir no hay esto, no hay del otro, no hay laburo. No, todo está ahí, todo está lo que tú quieras. Es muy fácil decir que me den sin hacer nada”, sostiene. También, está orgullos de haber armado un equipo. “Hoy mi mayor brillito en los ojos fue haberme puesto una meta y decir wow. La logré”, expresa con orgullo.

Ahora vive con su familia en Castelar. Y curiosamente, el hombre exitoso en los negocios, extrañaba el profesor de salsa, por lo que volvió hace poco tiempo a dar clases para un grupo “cerradito” en una parroquia de Morón. “Sentía que era parte de mí desde otro punto de vista”, dice el cubano que todo lo que recauda queda en la parroquia, como una forma de devolver lo que le dio la vida, que siente que es mucho”.

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