Cuando llegaron las primeras corrientes inmigratorias a la región a fines del S. XIX y principios del S. XX traían sus costumbres, su lengua y también su religión. La Argentina no fue tan acogedora como relata el mito recurrente. Las familias patricias contemplaban a los inmigrantes como invasores que venían a quitarles su derecho divino a ser los dueños y señores de estas tierras, olvidando, a su vez, que sus ancestros también invadieron estas tierras. Pero esa es otra historia.
Dado que no los esperaban con ramos de flores y abrazos, cada contingente de inmigrantes se agrupó en “Sociedades de Socorros Mutuos” o en torno a las iglesias o templos en los cuales podían practicar su fe, con ciertas restricciones impuestas por el catolicismo de aquella época. Por ejemplo: los templos reformados no podían poseer campanario ni tañir campanas, como tampoco podían expresar su fe públicamente, sólo en el interior de los templos.
Para la fe católica de aquellos años (practicada por la gran mayoría) cualquier cristiano que no fuera católico simplemente no era consideraba cristiano, sino como “disidente”. De allí que, al no poder ser enterrados junto a los católicos, tenían sus propios cementerios.
No obstante estas restricciones que hoy nos parecen aberrantes (Nota: la historia se debe juzgar con los ojos del momento histórico y no con los ojos de la actualidad) lo que hoy constituye la República Argentina en temas de libertad de religión fue pionera en América Latina. El primer país que tuvo un templo cristiano no católico fue la Argentina, con la construcción de la iglesia de san Juan Bautista, luego catedral anglicana de la ciudad de Buenos Aires, en un solar donado por el gobernador Don Juan Manuel de Rosas (el cual le había expropiado a los padres Mercedarios) en 1830. De ahí en más cada culto comenzó a construir sus lugares de oración: metodistas, calvinistas, luteranos, presbiterianos, etc… Casi todos ellos de la corriente de la reforma iniciada por Martin Lutero.
Pero había otro grupo de cristianos que no provenían de los países donde la reforma había hecho pie, sino provenían de países eslavos o de medio oriente. Estos también eran cristianos, pero eran considerados como “ortodoxos”. Rusos, sirios, egipcios, griegos etc… practicaban la misma fe cristiana pero con otros ritos.
Luego llegaron los armenios, que también eran cristianos pero no eran ni católicos ni ortodoxos, eran armenios, con una iglesia propia que tenía una parte en comunión con Roma y otra con un patriarcado propio: la Iglesia Armenia Apostólica.
¿Y cuál es la diferencia entre los ortodoxos y los católicos? A grandes rasgos y sin grandes definiciones teológicas podemos decir que la iglesia ortodoxa proviene del primer gran cisma, llamado “el gran cisma de oriente”, que comenzó por una discusión teológica: si el Espíritu Santo provenía del Padre y del Hijo o provenía del Padre a través del Hijo. Eso se denominó como “la cuestión del Filioque”.
Sutiles sutilezas archisutiles para enmascarar cuestiones de poder político y económico sobre quién mandaba por sobre los fieles cristianos: si Roma o Constantinopla, donde residía el emperador. Ambas sedes se excomulgaron mutuamente en el año 1054 y así se inició el cisma. La excomunión mutua fue levantada el 25 de julio de 1967 con el encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras, luego de 9134 años de no poseer ningún diálogo las dos Iglesias.
Las diferencias entre ambas ramas del Cristianismo son cúlticas, y de cómo viven su cristiandad. Los templo ortodoxos poseen un panel que divide el templo en dos llamado “iconostasio”, es decir lugar donde se ubican los Iconos (palabra griega que significa “imagen”). Detrás del iconostasio se ubica el altar (sancta sanctorum) y desde allí los sacerdotes ofician el culto. De preferencia, debe estar ubicado hacia el oriente. Posee tres puertas que se abren en momentos establecidos en la liturgia. No poseen tallas de bulto, solo cuadros. En el bautismo, los católicos derraman agua sobre la cabeza del bautizado; los ortodoxos sumergen al niño en el agua de la pila bautismal.
En la comunión, los ortodoxos reciben pan con levadura, el cual es mezclado en el cáliz junto al vino luego de la consagración y se les ofrece a los fieles por medio de una pequeña cuchara; en cambio los fieles de la Iglesia de rito Latino utilizan pan sin levadura (hostia) y normalmente no reciben el vino. En la Iglesia ortodoxa no existe la primera comunión, ni la confirmación: todos los sacramentos se reciben en el bautismo. Respecto a los clérigos, en el catolicismo se impone el celibato a todos los grados de la jerarquía, mientras que los sacerdotes ortodoxos pueden casarse, si lo desean, siempre y cuando no busquen llegar a los últimos escalones de la jerarquía. Los sacerdotes católicos pueden decir varias misas el mismo día y sobre el mismo altar. Los ortodoxos no. La manera de santiguarse es distinta. En el credo oriental se santiguan de derecha a izquierda. Y cada iglesia posee un patriarca que está muy unidos a la región o país: Rusia, Serbia, Rumania y Bulgaria; el Catolicosado de Georgia y las iglesias de Chipre, Grecia etc… y todos hacen referencia al Patriarcado de Constantinopla (actual Estambul) el cual es un “primus inter pares” pero sin el poder que posee el Papa de Roma.
Los primeros ortodoxos en llegar a estas costas fueron los griegos, a mediados del S. XIX, luego los sirios, que pertenecían al Patriarcado de Antioquia. Pero no había en América Latina ni un solo templo ortodoxo, ni un sacerdote, ni nada. Los fieles de esta tradición debían bautizar y casarse en los templos y con ministros de la reforma.
Ante esta orfandad eclesiástica, será la Iglesia Ortodoxa de Rusia la que tome cartas en el asunto. Luego de varios trámites y reuniones, llegó a la Argentina el primer sacerdote ortodoxo ruso, el padre Miguel Petrovich Ivanoff, y ofició la primera misa el 13 de enero de 1889. Pero el Padre Miguel deberá dejar la misión. Para cubrir este cargo, el 15 abril de 1891 fue designado el padre Constantino Izrastzoff.
El padre Constantino observó la pobreza de estos inmigrantes y con gran tesón comenzó a pensar en construir un gran templo, y no dudó en referirse para ello al mismo Zar de todas las Rusias: Nicolás II y a su madre, la emperatriz María Feodorovna, así como a otros integrantes de la familia imperial.
Vale la pena recordar que en dicha familia la fe era el pilar fundamental de su existir y un miembro preclaro de la familia imperial, gran duquesa de Rusia y nieta de la reina Victoria de Inglaterra, era Yelizaveta Fiódorovna quien luego del asesinato de su marido ocurrido en 1901, fundó una congregación de religiosas llamada “de Marta y María”. A pesar de su amor y bondad cayó bajo la persecución bolchevique, siendo una de las primeras mártires de la familia imperial rusa. Hoy es reconocida como Santa Elizabeth Feodorovna.
El Padre Constantino fue recibido en audiencia por el mismo Zar, y será él, sumado a la familia imperial, que donó el dinero para la construcción de un templo digno para la fe ortodoxa. El Zar Nicolás y su familia nunca pudieron suponer que éste sería el último templo que ayudarían a construir antes del asesinato, por parte de los bolcheviques, de toda la familia imperial.
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Así fue como el 18 de diciembre de 1898, día de San Nicolás según el calendario Juliano que mantiene la Iglesia Ortodoxa Rusa para las liturgias y por ser el día del santo patrono del Zar, se colocó la piedra fundamental del nuevo templo ortodoxo en la actual calle Brasil, frente al parque Lezama de la ciudad de Buenos Aires, sobre la barranca de Rio de la Plata, en una parcela de 716.6 m² y 16 m de frente por 44 m de fondo.
Como dato curioso, el Río de la Plata estaba a pocos metros del templo, donde culminaban las barrancas. Los planos fueron aprobados por el santo sínodo de la Iglesia Rusa y realizados por el arquitecto Preobrazshensky, y el ejecutor de los mismos fue el famoso arquitecto Alejandro Cristophersen, quien donó su trabajo junto al arquitecto Pedro Coni.
El 6 de octubre de 1901 se realizó la bendición e inauguración del templo, a la cual concurrió el presidente de la república Julio Argentino Roca, acompañado por su ministro del interior Joaquín V. González, el ministro de relaciones exteriores y culto Luis María Drago, el ministro de hacienda Marco Avellaneda, el ministro de justica Juan Serú; el ministro de obras públicas Emilio Civit, el ministro de guerra Pablo Richieri y el ministro de marina Onofre Betbeder. También participaron el cuerpo diplomático acreditado en el país y funcionarios de la municipalidad de Buenos Aires junto a su intendente Carlos Atwell. Se creó, así, el primer templo ortodoxo en América Latina.
El evento fue cubierto por todos los periódicos de Argentina, Uruguay y Chile. Así describió el diario “La Nación” al evento: “…el Arcipreste declaró que se cumplían sus votos al inaugurarse la capilla rusa en Buenos Aires. Expresándose con facilidad y corrección en castellano, saludó e hizo votos por la República Argentina y por sus Autoridades, complaciéndose que en ella pudiesen vivir en paz los hombres de todo el mundo…Y aun cuando toda ella (la ceremonia) nos dejase bajo la sensación de algo delicadamente conmovedor, nos hicieron vibrar las palabras de fraternidad humana pronunciadas por el capellán ruso, y que quisiéramos oír de los sacerdotes de todos los cultos¨.
A partir de ese momento, los ortodoxos de los diversos patriarcados pudieron concurrir a un templo según su tradición oriental.
A diferencia de los templos católicos o reformados, como explicamos más arriba, el altar debía estar ubicado al oriente (en la iglesia católica también era así), por eso al ingresar al templo existen unas escaleras que indican que habrá que subir al primer piso. Allí hay un espacio de piso calcáreo y el imponente iconostasio, el cual es un estallido de color y formas netamente orientales. La iglesia está conformada de manera perpendicular a la calle. Es tangencial al acceso y es donde permanecen los fieles durante la liturgia. En él se destaca en el centro el icono de la Santísima Trinidad, advocación a la cual está dedicado el templo. Como así también la pintura de la cúpula.
Si nos ubicamos frente al iconostasio hay tres puertas: la puerta central, con dos hojas, recibe el nombre de Puerta Santa, y está prohibido que entre por ella nadie que no sea clérigo. A la derecha se encuentra la puerta meridional, llamada también puerta diaconal, y a la izquierda la puerta septentrional. La puerta central está flanqueada por dos iconos: el de la derecha dedicado a la Theotokos y el de la izquierda a un Cristo Pantocrátor. Detrás del iconostasio se encuentra el altar de forma cúbica y sobre la pared tres iconos: el en centro un Cristo Pantocrátor en su trono con corona imperial, a la derecha un icono de la Transfiguración de Cristo en el Tabor y a la izquierda la Resurrección del Señor. Sobre el tambor de la cúpula observamos a la Virgen con santos y santas de la Iglesia ortodoxa.
En el exterior, la fachada está dividida en tres franjas verticales que se corresponden con los espacios interiores. La presencia de un eje vertical de simetría casi absoluta organiza el frontis lobulado, en el cual se ubica una representación de la Santísima Trinidad está hecha en San Petersburgo con mosaicos venecianos. Desde allí podemos observar sus cinco cúpulas bulbosas o acebolladas: una central de mayor tamaño y cuatro equidistantes en cuatro vértices que se corresponden con una distribución de planta cuadrada, las cuales son de fondo azul con estrellas.
La cúpula principal y los cupulines poseen las típicas cruces ortodoxas rusas sostenidas por tensores (estos rememoran las que se ubican en Rusia y poseen tensores a causa de los fuertes vientos). No están orientadas hacia el frente del edificio, sino hacia oriente. A diferencia de las Iglesias de occidente, que son de estilos diversos arquitectónicos, las iglesias rusas poseen cánones estrictos para su construcción y su simbolismo, dado que cada cúpula representa algo: una cúpula simboliza a Cristo; dos representan las dos naturalezas del Hijo de Dios; tres, la Santísima Trinidad; cinco, Cristo con los cuatro evangelistas; siete, los siete sacramentos o los siete concilios ecuménicos (que son reconocidos por la iglesia ortodoxa); nueve, la jerarquía celestial; y trece, Cristo con los doce apóstoles.
El edificio fue declarado monumento histórico nacional en 2001, cuando cumplió 100 años. Desde ese entonces, comenzaron una serie de restauraciones en el interior y exterior del templo. Se recuperaron la fachada, las cúpulas y varios iconos, y también el campanario. Y en 2006 se inició la restauración del iconostasio.
Este templo, junto como muchos otros, representan la diversidad con la que estamos formados los argentinos y cada espacio de culto es una venecita que, si nos alejamos, podremos ver el mosaico que conforma a la República Argentina, con sus aciertos y sus errores.
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